QUÉ LEER

El arte de perder: sobre ‘Sentirse para atrás’, de Heather Love

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Lo primero es el título. Hay algo ahí que llama, que convoca. Un poco será porque estar para atrás, Sentirse para atrás hace a esa forma callejera, informal, esa forma de a pie de declarar el malestar, las caídas y recaídas en el dolor que inevitablemente nos devuelven al pasado, al historial de pérdidas y proyectos malogrados, a todo eso que quisimos y no fue. O no fue tan así como quisimos.

Sentirse para atrás de Heather Love, recientemente traducido y editado en Argentina por Omnívora Editora, es un título que además de juguetear con esta jerga crea un continuo con nuestros estados anímicos actuales. Es un guiño, una luz intermitente, un parpadeo que nos reenvía a nuestros intentos de maniobrar en este presente cubierto de niebla, de poca visibilidad. 

Como dice Nicolás Cuello cerca del final de su honesto y minucioso prólogo: “En este momento en el que se ha dado por terminado el corto ciclo de éxitos institucionales y políticos en favor de la visibilidad y de intentos de aliviar las trayectorias de vida de las personas queer”, el título del libro de Heather Love, parece llamarnos, decirnos acércate, sí claro, está ocurriendo esto. Esta es la energía del momento.

Sentirse para atrás busca enfatizar la dificultad intrínseca a la historia queer con el fin de moderar las narrativas de triunfo, progreso y orgullo. Para eso, Love convoca a cuatro escritores –de fines del siglo XVIII y principios del XIX– cuyas sensibilidades no encajan y se resisten a ser incluidas en ese tipo de relatos.Ya sea porque trafican imágenes indeseables para la propuesta de sentir nada más que orgullo, o por los finales infelices de sus libros, ya sea porque trafican algún tipo de mala ideología por medio de afectos que se consideran parasitarios, negativos, contrarios al progreso y que no proponen ningún tipo de redención.

Este libro es una pieza académica que, si bien fue publicada en 2007, casi veinte años atrás, hace sentido con la intemperie actual. Su demora parece atinada. Es una demora que llega a tiempo. Y si bien creo entender cuando Cuello –también traductor del libro– al comienzo del prólogo manifiesta: “Voy a decir algo contraproducente pero creo honestamente que este libro llega tarde”, quiero decir que en mi caso llega a tiempo, en un momento en donde me siento templada y me siento crepuscular y muy cercana a la forma de latir de estos afectos trabajados por Heather Love. Una no siempre late de una forma parecida al corazón del libro que está leyendo pero éste fue el caso. 

Templada y crepuscular no me he sentido siempre pero cercana a estos afectos sí. Son amigos, nos conocemos bastante con la melancolía, con la soledad, con la reticencia, con percibir con mucha intensidad las pérdidas, con vivir la experiencia del tiempo de un modo particular, a través de procesos lentos, que han hecho que me sumerja en el presente de un modo inusual, particular, problemático, discordante. Y es posible que por eso la lectura de este libro resultó ser algo así como un asilo. Me alojó, fue hospitalario. Y lo fue por más de una razón. 

Por un lado, Sentirse para atrás volvió a acercarme a la orilla de la filosofía, una maestra enigmática y severa y una disciplina que estudié pero cuyas dinámicas institucionales me desbordaron, en donde me sentí por momentos bastante desconcertada. Y me volvió a acercar porque creo que uno de los tantos gestos de autor que hay en este libro es el de apelar a quienes no encuentran del todo su lugar, ni en ciertas instancias de lo social, ni en ciertas instancias institucionales ni en instancias del mundo más propio, del mundo queer. Apela a los desorientados, a los lentos, a los trastornados, a los insuficientes.

El libro también convoca en tanto funciona como un despertador de los narcotizantes efectos victoriosos de las narrativas que segregaron una noción de progreso indetenible para las disidencias sexuales, en las que se auguraba un mañana cada vez más expandido, fulgurante, holgado y que para eso necesitó sacrificar los afectos opacos, agridulces, precarios, incómodos, inseparables del despertar y permanecer queer. Afectos que suelen ser leídos como de capitulación, de rendición, reactivos a la convivencia, a lo comunitario. La investigación de estos afectos que hace Love es la restitución de lo que somos, nuestra marca de la diferencia, marca inusual con la que hemos improvisado nuestras raras e improbables existencias que históricamente han sido privadas de los espacios dominantes de la intimidad: la familia y los amores que se tornan fugaces, dañados o imposibles. Estoy atravesada sentimentalmente por esa imagen de Foucault segun la cual el momento más trepidante de la relacion homosexual es el momento en que el amante se va. A esta forma de cultivo, Elizabeth Bishop lo llama “el arte de perder”, en su famoso poema. Por eso las y los escritores homosexuales tienen un don para contar el después, no así la anticipación.  

Por otra parte, Sentirse para atrás es también despertador de algo muy elemental, sencillo, a veces inexplicablemente olvidado: ser queer es ser una existencia dañada. Esto no significa sentencia ni destino, pero sí la admisión de que es con lo que se cuenta, el material existente desde el cual trabajar. Heather Love lo dice mejor: “Las personas queer están íntimamente familiarizadas con los costos de ser quienes son: eso, más que cualquier otra cosa, nos hace queer. En vista de este estado de cosas, la cuestión no es si sentimientos como el dolor, el arrepentimiento y la desesperación tienen un lugar en la política transformadora; de hecho, sería imposible imaginar una política transformadora sin esos sentimientos”. 

En ese movimiento hacia un mañana menos doloroso, menos errante, menos precario (si existiera, pero supongamos) no nos olvidemos de que esta estructura de sentimientos nos hace ser quienes somos. Y que la posición social subordinada, la miseria de la posición, el costo psicológico de la injuria, los sufrimientos, el daño, el exilio interior y exterior, la vergüenza, no están tan lejos como para creer que quedaron atrás. En nuestras existencias nunca hay una distancia segura del daño, a pesar de la circulación durante estos años (insisto, ya de capa caída, capitulado, sin oxígeno) de un tipo de discurso optimista, a medio camino entre lo impune y lo irresponsable, que se ha encarnado en posiciones atrevidas tales como: ustedes siempre con ese discurso del padecimiento, de todo eso que vivieron, ya fue, relajá. Una puede entender la euforia de esas predicciones, pero si hay una predicción pobre, esa es la que sentencia que ya fue. No solo es pobre porque niega la tendencia de los aspectos dañinos del pasado a insistir con firmeza sino, y más importante, porque la negación y el deseo de olvidar es un síntoma de lo que persigue. En este sentido, este libro funciona también como un llamado a la importancia de la transmisión y de la enseñanza de nuestro pasado, que se realiza con un archivo agujereado. Sentirse para atrás funciona porque es documentación pero también es una puesta en valor de estos afectos. 

La apreciación de estos afectos –fracaso, melancolía, soledad, regresión, desamor, etc.– ocurre mediante el análisis minucioso de obras literarias escritas en un contexto de inequidad y de opresión que permean estos sentimientos darks. Obras que no encajan en la narrativa de progreso y de abolición de injusticias, resistentes a encajar, a ser capturadas para obtener su redención. Heather Love trae a Walter Pater, a Willa Cather, a Radcliffe Hall, a Sylvia Townsend Warner y desmenuza algunas de sus obras para mostrar la manera en que se resisten a hablarnos en los términos que se desea que hablen. Desde la erótica preidentitaria en Pater, que define la belleza como “no esperar nada”, hasta una épica del desastre en El Pozo de la Soledad de Hall, un libro curiosamente repudiado en el momento de su publicación y en todo momento posterior, lo cual no hace más que caerme bien. Este procedimiento de Love encarna otro gesto: es en sí regresivo, su intervención va a contramano de las narrativas optimistas, es un gesto venido del pasado. Al traer estas emociones que no encajan y que no son compatibles vuelve inusual al libro, lo vuelve extraño para su contexto y, al mismo tiempo nos recuerda que el movimiento queer es en su origen extraño, croto, paria, precario, deshilachado. Love rechaza el ya fue

Otro gesto más. Al traer estos afectos negativos desde la fuente de la literatura, no solo con estos autores sino con el acervo de mitos y de relatos bíblicos, homenajea la trayectoria personal de tantos: la de muchos homosexuales que de niños adherimos más a modelos literarios o artísticos que familiares, sociales o institucionales. Estamos formadas por las bibliotecas, que son las que nos hacen disponer de una imagen pública de una misma. Una se busca en los libros, toda categoría dominada se dirige a los libros, a las bibliotecas, a las representaciones disponibles. Quizás uno de los últimos grandes libros queer, un enorme libro sobre el daño, donde prima la pulsión total del para atrás, fue justamente uno casi nulamente reseñado, el abrumador Sita de Kate Millet, de lectura agotadora página tras página, cuyo esfuerzo por detallar los sentimientos de impotencia, fracaso y pérdida lo transforma en obsesión de que nada se le pierda, lo que convierte a la autora en algo más que en víctima de la experiencia. Tal vez esta nota sobre Sentirse para atrás sea en realidad un homenaje oculto a Sita de Millet.

Estar en relación con los propios sentimientos oscuros no es romantizar el  daño, es no olvidar la radical diferencia de ser queer, darse maña para cultivar aún en la nada. Estos años se viene imponiendo una revinculación forzada con la historia del daño. Una revinculación con la pérdida. Y la pérdida suele trabajar a través de la operación de la suma: una gran pérdida nos trae de nuevo todas las otras. Por eso quiero terminar como empecé y señalar nuevamente la pertinencia en la demora de este libro, que conecta con una energía muy actual. Puede ser interesante no olvidar haber sido un inadaptado.

SG/DTC