La cicatriz del exilio

Conocí a Mariana Dufour hace ya varios años en una reunión de amigos, en el barrio de Floresta, entre vinos, empanadas y el sonar de una guitarra. Alta, rubia, de una belleza singular, esta comunicadora, gestora y educadora intercultural es descendiente de suizos y gallegos y tiene una sensibilidad infrecuente. Nació en 1967, tiene tres hijos, vive en Valeria del Mar y es la periodista que investigó y publicó la documentación por la que fue destituido de su cargo quien fuera intendente de Pinamar, Blas Altieri. El exfuncionario era amigo del empresario Alfredo Yabrán, responsable de la muerte del reportero gráfico José Luis Cabezas y tuvo varias gestiones plagadas de irregularidades y negociados. Mariana desnudó al poder local.
Desde que Dufour publicó aquellas notas no pudo volver a trabajar ni en Valeria ni en ninguna otra localidad del municipio más fashionista de la costa argentina. Por pudor, por humildad, ella no anda por la vida mostrando sus galones. Por ejemplo, durante diez años implementó en las escuelas públicas el Programa Pedagógico Comunitario Intercultural Araí Ruguay/Rabo de Nube, que ella misma creó, para devolverles valor y dignidad a los estudiantes provenientes de pueblos originarios. Fue a partir de descubrir el disco Taki Ongoy, (Víctor Heredia) que evoca el movimiento indígena de rechazo a la conquista europea y la expansión del cristianismo en el siglo XVI. Habrá en sus ojos tal regocijo/ tanta felicidad/ que en nuestras almas/ de las estrellas/ al mundo bajarán/ y en Machu Pichu, ciudad sagrada,/ se corporizarán:/ aztecas, mayas, incas, chimúes,/ convocarán al sol.
Ese programa logró que cientos de chicos de tez color tierra sentados atrás en las aulas, se irguieran y enorgullecieran mientras escuchaban las historias y la lengua de sus ancestros. Y que sus compañeros de piel rosada dejaran de mirarlos desde una posición de superioridad.
El jardín de la casa de Mariana está repleto de flores, aún en invierno. Esa residencia fue construida con fratacho y pala, ladrillos y cemento por sus manos y las del padre de sus hijos. Es su lugar en el mundo, aunque en verano tiene que emprender cierto nomadismo para que ingresen los pesos, que le permitan vivir durante el resto del año.
El jueves presentó su libro, El exilio no olvida. Una intensa historia de amor (Gogol Ediciones) en la casa de las Madres de Plaza de Mayo, como parte de la programación de actividades de la (intervenida por el gobierno) Universidad de las Madres. El libro reúne testimonios de compatriotas argentinas y argentinos que no pudieron regresar del exilio después de la última dictadura, y que, desde lejos, siguen militando la Patria como si siguieran habitándola. Por esas derivas inesperadas de las relaciones afectivas, esa noche me tocó ser la vendedora de los ejemplares. Llegamos con las cajas llenas, nos fuimos con las cajas vacías.
Ese día, recién mudada, salí a caminar por el barrio y me topé con El Olimpo, uno de los sitios de memoria que las autoridades actuales están desmantelando, y que funciona a media máquina. Las intervenciones, el abandono, el desarmado de los espacios en los que estuvieron detenidos y torturados miles de argentinos, con sus niñas, niños y bebés (algunos de ellos testimonian en el libro de Mariana), dan cuenta de que se requiere de un gobierno delincuente que siembre la maldad, la ignorancia y el olvido, para poder aplicar un plan económico como el actual.
Es necesario comprender que esta etapa del país es una nueva encarnación de las políticas de opresión contra las mayorías, aunque aún buena parte de ellas no hayan tomado conciencia de que votó en contra de sí misma.
“Traje conmigo un solo miedo: el del encuentro con ese pedazo de mí que se quedó en un país que ya no existe. Paso junto a las casas donde vivieron seres entrañables que la dictadura asesinó. Paso sin transición de la alegría profunda a la tristeza profunda. Veo llagas de pobreza, que no había antes aquí”, cita Dufour a Juan Gelman sobre la partida forzada de tantos argentinos en tiempos de la última dictadura cívico militar y su eventual regreso. Gelman vivió en el exilio entre 1975 y 1988.
“El exilio es uno de los capítulos de la historia argentina menos pensado por la sociedad; menos asumido como constitutivo de su identidad”, señala la escritora. “Sí, es cierto que en mi exilio ya no tenía miedo, pero la angustia me hacía dormir con la luz prendida” (Mercedes Sosa).
Cómo sería hoy la cotidianeidad del país si esa parte de la generación que tuvo que irse en los 70, la misma de los 30 mil desaparecidos, hubiera vivido en una democracia no formal, con tres poderes independientes y sin un Plan Cóndor que arrasó a toda América Latina y fue “una verdadera internacional del horror para el secuestro e intercambio de prisioneros políticos”.
Los violentados al destierro conforman un agujero negro para muchos coterráneos que ignoran la historia contemporánea. Hombres, mujeres y sus familias que militaron por una vida con salud, educación, alimento y cultura para todas y todos. Esos exiliados que viven en el afuera del país son quienes ayudaron a rescatar la vida de los de adentro. “Es necesario hacer memoria para que ella nos ilumine el presente y no permita que el olvido se nos pegue en la piel”, dice el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel.
Sabía que Mariana escribió, junto a Javier Corcuera, Revolución es la palabra, un volumen que recoge los testimonios de las visitas que recibió el historiador y escritor Osvaldo Bayer durante los últimos años de su vida, organizadas por la propia Dufour. Desfilaron por aquel hogar, llamado amorosamente El Tugurio, los músicos Miguel Ángel Estrella, Jaime Torres, el Negro Fontova y una cantidad enorme de gente de la cultura que hablaba de los textos de Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Paco Urondo, amigos del autor de Los vengadores de la Patagonia trágica.
Revolución es la palabra, sí, y Libertarios,/ Significantes caros a los pueblos del mundo/ Apropiados por otros de odiointencionados/ Que despojan de vida nuestro suelo fecundo./ Y acá estás vos Osvaldo, con tu mirada clara/ Y la enorme presencia de tu eterna nobleza/ Abrazando las voces por vos iluminadas/ Trayéndonos las huellas de elevadas proezas./ Cuántas estatuas quedan de bronce y sangre sucias/ Engalanando solo la avidez del dinero/ Ofendiendo la historia con épicas espurias/ Y silenciando honores de gloriosos guerreros, dicen los versos de un extenso poema de Ana María Careaga, psicoanalista, docente universitaria, sobreviviente del centro clandestino de detención “Club Atlético”.
“Escribimos sobre seres virtuosos o siniestros que están entre nosotros”, dice el querido colega Ricardo Ragendorfer, flamante ganador de un Martín Fierro. Por eso, Mariana Dufour escribe en sus libros sobre algunos de nuestros contemporáneos. Por eso yo lo hago sobre ella.
LH/MF
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