Beatriz Guido: alguien para recordar
Tuvo una infancia singular en una familia con intereses artísticos. Hija del arquitecto Ángel Guido, coleccionista de arte, académico, uno de los creadores del monumento a la bandera, y de Bertha Eirin, actriz uruguaya, favorita de los círculos intelectuales de su país natal. En ese ambiente de exaltación de la cultura, frecuentado por grandes personalidades de la época, fue forjando su universo creativo. Acompañó a su padre en sus viajes por Estados Unidos, México y la Europa de pre-guerra. Estudió filosofía en Argentina e Italia, conoció el clima posterior a la Segunda Guerra Mundial en Europa, donde tomó contacto con la intelectualidad de la época y se sedujo con el existencialismo.
Tradujo, escribió artículos y relatos para los principales medios de la época, publicó tres libros de los que reniega hasta que en 1954 gana el Premio EMECÉ de narrativa con su novela La casa del ángel, a la que considera su primera obra. Integra junto a David Viñas, Marco Denevi, Dalmiro Sáenz, entre otros, la llamada “generación del 55” porque son publicados en ese período marcado por la caída del peronismo y el surgimiento de una nueva línea en la narrativa argentina, agrupada en la revista Contorno.
Pocos años antes de su suceso literario, conoce a Leopoldo Torre Nilsson con quien formará una pareja artística y sentimental de gran impacto en el movimiento cultural de la época y de gran repercusión internacional. Si bien otros escritores también colaboran con la nueva cinematografía argentina, ninguno alcanza el grado de profesionalización de Beatriz que lega al cine un número de guiones superior a su obra literaria y no solo destinados a ser filmados por Torre Nilsson.
Beatriz Guido confronta los estereotipos de género de la época. Es mujer, escribe sobre temas que se consideran masculinos, aborda a partir de Fin de fiesta -su tercera novela- la historia reciente de la Argentina, describe la decadencia de una clase, la corrupción política, la persecución de opositores, el machismo derivado de los cánones sociales y religiosos de la primera mitad del siglo XX. Algunos críticos agrupan sus novelas bajo el rótulo de “la saga nacional”.
No solo confronta estereotipos con sus temas sino también con su abierta asunción de un rol profesional. La escritura para cualquier medio -también aborda la radio y la televisión- como un oficio que permite impactar en la vida social de la comunidad. Es intelectual y personaje público. No desdeña ningún medio masivo de comunicación ni ningún tema le parece ajeno.
Escribe algunos de los libros más leídos de la época. El incendio y las vísperas (1964) vende en una década ciento ochenta mil ejemplares y se convierte en el centro de las controversias políticas del momento. La literatura aborda lo político y los políticos se ocupan de la literatura. Basta mencionar que el presidente Arturo Frondizi le envía una esquela personal de felicitación por Fin de fiesta y el General Perón desde el exilio denosta en sus declaraciones El incendio y las vísperas.
Sus libros fueron traducidos a diferentes lenguas, inspiraron obras audiovisuales y coreográficas, obtuvieron premios y fueron la base de algunas de las mejores películas de la historia del cine argentino. La mano en la trampa, con dirección de Leopoldo Torre Nilsson, gana el premio de la crítica en el Festival de Cannes de 1961 (sugiero leer La gloria, de Javier Torre que recrea los acontecimientos de ese festival). En 1963, Paula cautiva, con dirección de Fernando Ayala sobre su cuento La representación obtiene los mayores lauros para el cine del año. Son esto solo dos ejemplos de los múltiples reconocimientos que las películas basadas en sus argumentos y con su participación en la escritura de guiones obtienen en el país y en el extranjero.
Luego de la temprana muerte de Leopoldo Torre Nilsson, continúa con gran dificultad anímica su carrera literaria, escribe guiones para otros directores y adhiere fervientemente a la candidatura de Raúl Alfonsín. Sus últimos años los pasa en Madrid como agregada cultural de la Embajada argentina, donde ayuda el regreso de exiliados, promueve la literatura y el cine argentino, recibe generosamente a todos los visitantes.
En esa ciudad, muere en marzo de 1988. A partir de allí su figura se diluye, en esa peligrosa amnesia que es propia de la sociedad argentina.
Su centenario nos permite volver al presente a una mujer que fue pionera con su pluma, su conducta y su palabra en la lucha por un espacio de igualdad en la cultura y en la vida política del país cuando el derecho y las costumbres le negaban ese rango.
Organizamos para celebrarlo una muestra homenaje en el Centro Cultural San Martín que por la alteración que produce el Mundial de Fútbol en la atención ciudadana trasladaremos al mes de abril y presentaremos un ensayo sobre su obra que escribí en colaboración con Diego Sabanés, que coincidirá con la reedición de su obra y de la biografía escrita por Cristina Mucci.
El deseo es que se lea nuevamente, se vean las películas basadas en sus argumentos y guiones, se dé dimensión a su figura pública y se advierta que como expresa Edgardo Cozarinsky fue uno de los “personajes más extraordinarios de la Argentina anterior al imperio de la televisión”.
Beatriz Guido y Leopoldo Torre Nilsson en breve entrevista, 1970
Este texto fue publicado originalmente en Damiselas en apuros
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