COLUMNA NÓMADE Opinión

Borges en libertad condicional

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Borges estaba por cumplir cuarenta años y vivía con sus padres -la madre fue casi inmortal, el padre murió a los 64 años-, aunque era un escritor conocido en el ambiente literario, le costaba ganarse la vida. Entonces, por medio de unas relaciones, consiguió un puesto en la Biblioteca Miguel Cané, en el barrio de Boedo. Según recuerda Borges, la biblioteca quedaba: “En una parte monótona y triste de la ciudad, hacia el suroeste”. Su posición jerárquica dentro del personal era baja: “Aunque por debajo había un segundo y un tercer asistentes, también estaban por encima un director y un primer, segundo y tercer oficiales. Me pagaban doscientos diez pesos por mes, que después subieron a doscientos cuarenta”. Borges tenía todavía buena vista y utilizaba el tiempo en la biblioteca para escribir, es decir, primero se sacaba el trabajo de encima y después escribía en el sótano o en la terraza. En el tranvía que lo llevaba a la biblioteca desde su barrio hasta el sur, también leía, sobre todo, la Divina Comedia.

Además de la biblioteca colaboraba en revistas literarias para conseguir rellenar un sueldo magro. En la biblioteca se veía obligado a relacionarse con gente popular, empleados que se la pasaban haciendo chistes groseros -según él- y hablando de sexo y de fútbol. Uno de esos empleados artlianos, un día le muestra a Borges -levantándose la camisa , en el baño- las cicatrices de una pelea a cuchillo que tuvo. Por otro lado, Borges estaba rodeado por el grupo endogámico de Sur y amigas de la alta sociedad. Cuando un grupo de ellas lo va a visitar a la biblioteca, después lo llaman por teléfono para decirle: “Debés encontrar divertido trabajar en un lugar así, pero tratá de salir inmediatamente de ahí y conseguirte un lugar dónde te paguen bien”. Borges relata en su autobiografía la penuria que le causaba su situación laboral: “De vez en cuando, durante esos años, los empleados municipales recibíamos regalos, como un paquete de yerba mate. A veces, por las tardes, mientras yo caminaba las diez manzanas hasta llegar a mi línea de tranvías, mis ojos se llenaban de lágrimas. Esos pequeños regalos que llegaban desde arriba siempre subrayaban mi existencia en un puesto inferior y deprimente”.

Es en esta época en que Borges conoce a Estela Canto una mujer extraordinaria –narradora, traductora- que lleva una vida de libertad poderosa y que, como parece decir su apellido, hace la que se la canta. Borges se enamora de ella y así consigue un personaje más para protagonizar las largas noches de insomnio que padece desde hace tiempo. Este es el momento que elige Aníbal Jarkowski para empezar a escribir su novela Si.

Durante mucho tiempo leí el título como un sí afirmativo, pero es condicional. Tal vez porque siempre que sale una nueva novela de Jarkowski, me digo interiormente: Si! La quiero leer. Aníbal Jarkowski es un escritor meticuloso, va publicando lentamente, da la impresión de que escribe una novela genial, se concentra durante años y vuelve con otra de igual calibre. Así tenemos Rojo Amor (1993), Tres (1998), El trabajo (2007) y Si, de reciente aparición.

¿Cómo se narra a Borges y a Estela Canto? Dos personajes históricos que han escritos sobre ellos mismos y que se han convertido en personajes de sus propias aventuras o desventuras. En esta novela, como en El trabajo, Jarkowski vuelve sobre sus obsesiones: el erotismo y sus múltiples formas, lo que tienen que hacer las personas para ganarse la vida. De hecho Diana, la heroína de El trabajo, es una mujer muy potente que intenta ganarse la vida de manera independiente aunque le tenga que mostrar su cuerpo a los hombres para convertir eso en dinero, y parece una prefiguración de la Estela Canto que aparece en Si. En la novelas de Jarkowski siempre está un personaje que -como un voyeur- observa a los protagonistas: “Diana -escribo como si la viera; las personas se parecen y lo que se dice de una puede, muchas veces, decirse de otra también- apagó la alarma del despertador y dejó la cama”. En Si, el narrador omnisciente, escribe sobre Borges al que nombra sólo como B, como si fuera un personaje kafkiano, como si nombrar a Borges pudiera tener consecuencias de todo tipo: “Esa tarde de invierno, la del jueves 27 de junio, B se presentó en el edificio de la intendencia de la ciudad, resignado al hecho de que le impondrían algún perjuicio drástico, más o menos humillante, pero siempre grave para su situación personal”.

Los puntos de vistas del narrador, las formas en que elige Jarkowski darle la voz directa tanto al psiquiatra de Borges como a un compañero de trabajo -lo que le narra a Borges este compañero parecen relatos arltlianos -forman parte de una estrategia narrativa brillante para narrar una ucronía. Como hace Quentin Tarantino cuando filma y modifica los asesinatos del Clan Manson, Jarkowski narra qué hubiera pasado si Borges en vez de rechazar el puesto de Inspector de aves y conejos en un mercado -una sanción del gobierno peronista porque el escritor firmó una solicitada en contra del régimen- hubiera aceptado el trabajo. Para ese entonces las bases de la obra de Borges ya estaban puestas, pero conocer gente popular, escucharlos hablar, rodearse de ellos, tal vez hacer algún amigo. Conocer un Almotásim proletario que transmitiera el fulgor de la clase obrera ¿Habría modificado el indomable gorilismo borgiano? ¿Habría cambiado su literatura?

 En el final de la novela, la que narra es Estela Canto, ella está en un hospital psiquiátrico y escribe sobre las visitas de Borges que ha aceptado el puesto de inspector. “Me dijo que yendo al mercado comprobó que los peronistas no existen. No escuchó a nadie decir que era peronista. Según él, los puesteros y las clientas son personas trabajadoras, humildes, simpáticas y muy ocurrentes. Todo el tiempo hablan con figuras ingeniosas y y hacen bromas y cree que eso pasa porque todos son estoicos. A pesar de las desdichas, las desgracias, las injusticias, no se derrumban sino que dicen qué se le va a hacer. Cree que es una resignación filosófica que los salva de la desesperación, es una muestra de sabiduría que los ambiciosos jamás van a comprender”. Estela sospecha que Borges posiblemente se enamoró de una puestera. También este Borges proletario puede ser un invento de la narradora que se duerme empastillada en sillones desperdigados en el jardín de la clínica. Tal vez fuera el Borges del que ella sí se hubiera enamorado.

FC