Canción de Navidad de San La Muerte
Narrar las amarguras del Covid en el hemisferio sin callar pormenores es trabajo que solicitaría volúmenes en los que el esplendor de lo horrible se tornaría monótono. Porque ya es monótono. La impaciencia ante las novedades de la pandemia es la norma en el público: las noticias sobre el coronavirus son de las más ampliamente cubiertas y de las más selectivamente leídas. Se las consulta cotidianamente como al parte meteorológico: qué restricciones o libertades se vienen, cuándo y para quién llegarán las vacunas, dónde se puede ir y dónde no, qué se puede hacer abiertamente y qué no.
Las cifras de contagios, internaciones, terapias intensivas y fatalidades empezaron por no asustar y terminaron por no interesar. El uso profiláctico del barbijo se adoptó con más indiferencia que el látex cuando el sida. El acostumbramiento con una peste sin tragedia –sin cadáveres de niños: de los viejos esperamos que se mueran-, embota la alarma e incluso el asombro ante un cambio silencioso en el comando letal del continente: hoy por hoy el rol de San La Muerte le toca al COVID.
COVID REY
El Covid hoy es la primera causa de muerte en cuatro naciones americanas: Brasil, Chile, Ecuador y Panamá. En seis más, Estados Unidos, México, Colombia, Belice, Costa Rica y Bolivia, es la segunda causa de muerte, después de los ataques cardíacos. Un país de América Latina, Perú, tiene el récord continental en la tasa de muerte por Covid –más que Estados Unidos. De todas las muertes por Covid en el mundo, la mitad son latinoamericanas.
A la hora de dar cuenta de tal ensañamiento hemisférico, ha sido de rigor recurrir a una lista de males añosos de resolución demorada que explican promiscuamente el contagio, el crimen, el narcotráfico, la pobreza, y en suma el atraso regional. Conspicuo, el ítem primero en la lista de nuestras rémoras exhibe una originalidad o singularidad americana: las villas (cada nación tiene un nombre para ellas, y cada gobierno un eufemismo), asiento urbano y suburbano de las demografías de la pobreza y la indigencia, tienen un presencia de peso relativamente menor en África y Asia, donde la miseria mayor es rural. La dominiquesa Carissa Etienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud (la división regional sanitaria de la OEA y de la OMS), no se privó esta semana de completar desde Washington la anatomía de nuestras melancolías sin milagros: Latinoamérica campeona de la desigualdad y la discordia sociales, de la gobernabilidad deficiente de autoridades a las que no se respeta, del empleo en negro y del trabajo informal, de la fragmentación y desorganización de sistemas de salud pública deficitarios, de los indios que viven demasiado lejos, de los pobres que viven demasiado cerca y además no se pueden aislar.
LAS FIGURAS Y EL FONDO
Sobre el fondo de este coro de énfasis parejos conviene evaluar, y morigerar el juicio, acerca de los éxitos o fracasos de las decisiones sanitarias de los diferentes gobiernos en este año mortífero. De las combinaciones locales de aquellas precondiciones, de la variación circunstanciada de sus dosis, parecen haber derivado los saldos nacionales diferenciales de muertes por millón de habitantes, antes que de la responsabilidad, el cinismo o el acierto quirúrgico de las medidas aplicadamente ordenadas o desdeñosamente omitidas por los gobernantes. (En el caso de los resultados económicos de las cuarentenas, la responsabilidad sí parece ser directa con el desacierto de la planificación).
En muchos países tropicales, la presencia de una enfermedad crónica, la diabetes –una ‘epidemia’ desatendida- es la clave del número de muertes. En Perú, el 85% de las muertes fue en pacientes con sobrepeso.
En Brasil, una doble inequidad aumentó el número de muerte. Hay una diferencia regional en la calidad del sistema de salud –el norte pobre, que vive de los impuestos que se le cobran al sur, está peor atendido. Y hay una disparidad entre la atención médica pública y privada –el 40% de las camas de terapia intensiva está en hospitales del Estado, el 60% restante en sanatorios privados (pero a los que puede acceder sólo el 25% de la población). La pandemia está lejos de haber cedido.
EL REBAÑO AMAZÓNICO
En Manaos, la capital del estado de Amazonas, se adoptaron esta semana nuevas medidas de aislamiento, y todos los negocios no esenciales de esta ciudad de dos millones y medio de habitantes, donde los hospitales están volviendo a saturar su capacidad, deberán cerrar hasta el 10 de enero. Un estudio publicado este mes en la revista Science sobre el caso de Manaos aportó luz pero también calor. Analizando las donaciones de sangre en el estado, el equipo de investigación autor del artículo constata que en junio, un mes después del pico local del Covid, el 44% de los donantes presentaba anticuerpos a la enfermedad; en octubre, el 76% (para el mismo mes, en San Pablo, en una muestra comparable, sólo el 29%). El rebrote actual en Manaos parecería sugerir que la ‘inmunidad de rebaño’, según algunas autoridades médicas, es un freno mitigado. El hacinamiento de la capital amazónica desde un comienzo se consideró motivo indubitable que la ciudad fuera tan golpeada por la muerte. Pero pronto otras situaciones más específicas reclamaron una consideración menos automática. En Manaos hay un aeropuerto internacional, en el estado hay una zona franca, con tráfico europeo y asiático –resultado, hay aquí cepas del virus ausentes del resto de Brasil, pero presentes en Dinamarca, Colombia y Gran Bretaña. Paradójicamente, las medidas de aislamiento y restricciones a la circulación limitaron el acceso a la salud, y concentraron el tránsito de enfermos a la vía fluvial del Amazonas: las tardanzas provocaron muertes, la confluencia de enfermos en el río más largo y caudaloso del mundo lo convirtió en vía regia del contagio.
DESENCANTOS DE LA VACUNA Y ENCANTO DE DON DINERO
Las vacunas empiezan a llegar a la región, y la vacunación ha comenzado el día de Nochebuena en México, en Costa Rica y en Chile, tres países que han comprado la vacuna de Pfizer-BioNTech. Y seguirá, con compras realizadas en diferentes farmacéuticas, a lo largo del hemisferio. Los dos grandes negligentes ante la pandemia –los gobernantes de los dos más grandes países de América Latina, México y Brasil- han coincidido en su displicencia frente al virus y en su renuencia a imponer cuarentenas y aislamientos, pero se separan en todo lo demás. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha gestionado la compra de dosis suficientes como para que la vacunación mexicana pueda ser como eran la educación y la votación en tiempos del PRI: universal, gratuita y optativa. Su gobierno no gastó en estímulos o compensaciones a las personas y las empresas cuyas economías se deterioraron o sumergieron por el Covid.
El presidente Jair Bolsonaro también se opone a la vacunación obligatoria –vacunas obligatorias, sólo para los perros, tuiteó-, como la que quiere imponer el gobernador de San Pablo João Doria a los 45 millones de habitantes del Estado, y se burló de la vacuna de origen chino que su probable rival en las elecciones de 2022 quiere comprar. El estado federal brasileño es un inversor que colocó todas sus fichas en la vacuna de Oxford-AstraZeneca, que todavía no se aplica. Es por ello que el plan de vacunación brasileño se ha visto demorado, y lo que se ha publicado de él recibió críticas impacientes de científicos. También de la oposición, que había bendito interiormente a la pandemia porque le habían encomendado que acabara con Bolsonaro. Han pedido juicio político, pero no tienen votos en el Congreso, donde el centrão protege a Bolsonaro. También en la calle el Presidente está protegido. Según las encuestas, más del 50% de la población rechaza cualquier conexión que se quiera hacer entre el obrar –u omitir- del Presidente y el número de muertes por COVID. En lo que sí ven la mano de Bolsonaro es en el subsidio directo para combatir la pobreza iniciado con motivo del COVID. El programa social más generoso del planeta, pero demasiado caro para un país como Brasil, se alarma el ministro liberal de Economía Paulo Guedes. Entre abril y septiembre, decenas de millones de personas recibieron un ingreso suplementario del equivalente de 120 dólares, que después se redujo a la mitad, 60 dólares. El déficit fiscal llegará al 12% del PBI, y no se espera un nuevo superávit hasta 2026. El rendimiento político de estos pagos luce inigualable. Durante meses, el beneficio llegó a personas que no habían visto la enfermedad, que no la conocían, que creían que no la iban a sufrir. La confianza cundía, y el FMI tuvo que corregir su pronóstico pesimista, y retrotraer de 9% a 5& la caída del crecimiento brasileño. Para las personas beneficiadas, el dinero era una feliz realidad y la enfermedad, una terrorífica ilusión.
MS
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