Hacia tierras salvajes
En algún momento de su largo aprendizaje para convertirse en brujo, Carlos Castaneda aprende a ver que la muerte está siempre -como le enseña Don Juan- a la derecha , a un brazo de distancia y que sólo tiene que estirar el brazo y tocarnos, y listo. El ejercicio que le propone Don Juan es girar la cabeza hacia la derecha insistentemente hasta que la pueda ver. Lo que quiere lograr con ese “ver” es que Carlos, su aprendiz, entienda que la muerte está siempre ahí y que es necesario liberarse del pasado y del futuro y vivir en presente puro.
A Walter White, el personaje de Breaking Bad, la pasa algo similar. Le diagnostican cáncer de pulmón, pocos meses de vida y el tipo, frente a su finitud cercana, decide pensar cómo dejarle dinero a su familia -es un profesor de química con un salario básico- y decide utilizar sus conocimientos para fabricar metanfetamina y salir a venderla con ayuda de un antiguo alumno y yonqui, Jesse.
Aunque no me atraiga mucho la serie, no puedo dejar de reconocer que es una obra maestra. Lo mismo me pasa con los poemas de Hugo Padeletti, no los comprendo del todo, no empatizo, pero no puedo dejar de sentir que son geniales. Algún día los voy a estudiar y los voy a dar en mis clases. A veces lo que no te gusta habla más de vos que lo que te gusta. Organizamos nuestro mundo según nuestros intereses y, de golpe, aparece una anomalía y la rechazamos y nos perdemos entrar en una nueva dimensión del mundo. La angustia es un mensaje que te manda el cerebro cada vez que salís de una zona de confort. Y el confort, sabemos, te debilita.
Breaking Bad es una serie que sólo en principio habla de la necesidad de acumular dinero para dejarle a tu familia cuando estés muerto. Ayer vi en el banco una publicidad de una pareja madura sonriendo abrazados y debajo decía: Cuidá a tus seres queridos: seguro de sepelios. Me pareció tétrico. Por el contrario, creo que la necesidad de dejarle guita a la familia sólo es el disparador de la serie. Breaking Bad habla de muchas cosas más: es una serie que cuenta la crisis de la mediana edad. Walter White cumple cincuenta años y su hijo le dice: ¿Cómo se siente ser viejo? Hay un poema de William Buttler Yeats que se pregunta: ¿Por qué no habríamos de rabiar los viejos? Lo cierto es que White descubre que la muerte inminente, visible, a un toque de brazo, vuelve su vida intensa, empieza a hacer cosas que nunca había hecho: robar, mentir, asesinar, preparar droga, hasta lo atrapa cierto deseo dionisíaco por su mujer embarazada (hay una escena en que, durante una reunión escolar, él la empieza a masturbar por debajo de la mesa). Tardó, pero la crisálida dio sus frutos: a los cincuenta la larva parió a Heisemberg, una leyenda de la droga que persiguen la DEA y los carteles mexicanos que lo ven como un competidor.
La angustia es un mensaje que te manda el cerebro cada vez que salís de una zona de confort. Y el confort, sabemos, te debilita.
White es el hombre malo, sin sentimientos que se interpongan en su cometido (en un momento clave decide no salvar a la novia de Jesse que se está ahogando), Jesse Pinkman, el joven que lo ayuda vendiendo la droga, es uno de los pocos que tiene sentimientos en Breaking Bad (además de pantalones anchos). White, Pinkman, el cleaner que emplea Saul -el abogado que va a tener una precuela- es un claro homenaje a las películas de Tarantino. Es más común que la iniciación se dé en el cine juvenil. Los jóvenes tienen toda la vida por delante (Don Juan no piensa lo mismo) y uno ve películas o lee libros donde se narran esos traspasos.
En Cuenta conmigo, una película inspirada en un libro de Stephen King (The Body), cuatro jóvenes que están por entrar en la adolescencia deciden hacer una excursión para buscar el cuerpo de un chico que murió en el bosque y nadie rescató. La película se convirtió en un clásico que inspiró a Stranger Things, ese tanquecito de Netflix. La película la narra uno de ellos, que se va a convertir en escritor cuando sea grande y que termina diciendo: “Nunca volví a tener amigos como aquellos”. Los chicos salen del bosque, encuentran el cuerpo, ya no serán los mismos. La vida los va a separar como se reparte un mazo de cartas.
Pero qué pasa cuando, como con Walter White, uno ya es grande, ya vivió demasiado. ¿Hay una posibilidad de redención? ¿De cambiar de vida? La novela Deliverance, de James Dickey (editada en Argentina como La violencia está en nosotros, por La Bestia Equilátera), habla de eso. Dickey es un poeta laureado en Estados Unidos, pero poco traducido al español. El libro tiene, al igual que The Body, una película tan buena como la novela, Deliverance, de John Boorman. El comienzo de la novela me pareció genial: “Se desenrollaba despacio, obligado a mostrar sus colores, mientras se enroscaba y saltaba hacia atrás cada vez que uno de nosotros lo soltaba. Todo el terreno estaba muy tenso hasta que sujetamos las cuatro puntas con nuestras jarras de cerveza y extendimos el río para que fluyese ante nosotros por entre las montañas a unos doscientos treinta kilómetros al norte”. En Cuenta conmigo, los chicos van en busca de un cadáver, en Deliverance cuatro hombres maduros, con trabajos , esposas y responsabilidades sociales en sus vidas suburbanas, van a buscar el peligro de bajar por los rápidos de un río, van hacia tierras salvajes y se van a encontrar con varios cadáveres, algunos propios. Deliverance es un ensayo sobre la masculinidad, el amor homoerótico, la naturaleza como un maestro implacable y la posibilidad de lograr liberarnos mediante una ritual sanador. Es como si el campamento de padres de la secundaria de tus hijos se convirtiera de golpe en Vietnam.
FC
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