Abrí la cajita con la ansiedad de un niño al recibir un juguete. Saqué del estuche los auriculares inalámbricos y, sin tener que hacer nada, se enlazaron automáticamente con mi celular. Todo parecía perfecto hasta que intenté colocarlos en mis orejas.
Apreté, giré, removí y lo volví a intentar. Probé inclinándolos hacia arriba, luego hacia abajo, pero no hubo caso. Los diminutos dispositivos simplemente se resistían a quedarse donde los necesitaba.
¿Falla del producto? No lo creo. Descubrí con sorpresa, que mis orejas carecen de ese pequeño “repulgue”, ese pliegue anatómico donde los auriculares suelen apoyarse para mantenerse en su lugar. Estos auriculares están diseñados para la mayoría de las personas, pero hay una minoría con orejas diferentes, sin repulgues, a las que simplemente estos no les sirven.
Conozco a Pedro desde los años 80. Nos hicimos amigos en la escuela de negocios donde ambos estudiamos. En aquellos años, pensábamos de manera similar. Inteligente —brillante, en realidad—, agudo y testarudo, Pedro llegó a ser una de las cinco personas más importantes del Banco Santander, uno de los más grandes del mundo.
Hace un par de días me envió este mensaje: “En Argentina crece el consumo y la inversión, baja la inflación, se reduce la prima de riesgo y se equilibran las cuentas públicas generando superávit, todo sin empeorar las tasas de pobreza. Seguro que te inspira para escribir un artículo laudatorio ð.”
¿Es posible que haya una divergencia entre los números que informa un gobierno y los que ¨se respira¨ en las calles? ¿Podría la percepción contradecir a las métricas pseudocientíficas? Que todos los empresarios PyMEs con los que hablamos nos digan que están apenas subsistiendo, ¿debería tener algún valor argumental?. Que ningún joven que conocemos pueda comprar/alquilar una vivienda ¿nos permitiría concluir que para los jóvenes la situación es crítica? Sacar conclusiones basadas en casos individuales cuando las estadísticas indican que todo está bien ¿no sería un sesgo de opinión?
Un apunte que aunque debería estar al pie de esta página, lo comparto acá: Entre 2006 y 2013, en nuestro país un secretario de Estado manipuló a su voluntad los datos del organismo que publica las cifras que hoy cita Pedro.
¿Cómo encajan las cifras con la realidad de las calles, las empresas y las familias? Y antes que eso: ¿de qué calles, empresas y familias hablamos?
Se escucha con frecuencia frases como “la evidencia nos dice que...” y, al mismo tiempo, otra afirmación que sostiene exactamente lo contrario con la misma convicción. Según me informa mi amigo Pedro, en Argentina crece el consumo. Una noticia que deberíamos festejar, pero resulta que los promedios blurean la realidad: El patentamiento de autos 0â¯km en abril 2025 creció un 15% interanual, según ACARA. En abril tras meses de caída, las ventas de aires acondicionados y celulares premium crecieron cerca del 10% interanual en unidades. Pero al mismo tiempo, el consumo masivo (alimentos, bebidas, limpieza, higiene) en el primer cuatrimestre de 2025 muestra una caída del 8,5% interanual en volumen. Las zonas más afectadas son el conurbano bonaerense y el NOA, donde el retroceso alcanza hasta el 12% en unidades vendidas. La marca propia (más barata) gana participación en detrimento de primeras marcas, lo que sugiere un consumo más defensivo.
Si bien ciertos segmentos del mercado, como los bienes durables, han mostrado crecimiento, este no es representativo del consumo general en Argentina durante 2025. El consumo masivo, especialmente en sectores de menores ingresos y en barrios populares, ha enfrentado contracciones significativas. La inflación persistente y la pérdida de poder adquisitivo han sido factores clave en esta dinámica.
Por otro lado, en un contexto de alta inflación y pérdida de poder adquisitivo, muchos consumidores optan por adquirir bienes durables como una forma de proteger sus ahorros. Estos bienes, al mantener su valor en el tiempo, funcionan como una inversión tangible que resguarda el capital frente a la depreciación de la moneda. Por ejemplo, la compra de un electrodoméstico o un automóvil no solo satisface una necesidad inmediata, sino que también representa una reserva de valor que puede ser utilizada o vendida en el futuro, preservando el poder adquisitivo del dinero invertido.
Pedro también me advierte que crece la inversión, pero resulta que en 2024, la inversión en Argentina, medida por la Formación Bruta de Capital Fijo (FBCF), experimentó una significativa contracción del 17,4% interanual en términos reales. Este descenso se debió principalmente a la caída en sectores clave como la construcción y la industria manufacturera, que registraron disminuciones del 17,7% y 9,2% respectivamente. Si bien proyecciones privadas indican una posible recuperación de la inversión en 2025, especialmente en sectores como energía y minería, aún no se dispone de datos oficiales completos. Puede y ojalá que ocurra.
Después de recibir el mensaje de Pedro, la prima de riesgo que efectivamente había caído a los 560 puntos, volvió a subir y superar los 1.000 y por estos días está sobre los 720.
¿Cuál es la evidencia? ¿Cómo puede la misma disciplina sostener afirmaciones opuestas con el mismo grado de seguridad? No se trata sólo de interpretaciones divergentes, sino de una certeza impostada que, muchas veces, no es más que una ilusión de conocimiento. Porque si el método científico exige que una hipótesis se valide con resultados replicables, ¿cómo se explican los fracasos recurrentes en la predicción económica? ¿Cómo puede ser que quienes aseguran conocer los mecanismos del mercado no hayan anticipado ninguna de las grandes crisis financieras?
Durante décadas, la economía ha intentado vestirse con el traje de las ciencias exactas. Si la física tiene sus leyes inmutables y la química sus reacciones predecibles, ¿por qué no podría la economía aspirar a lo mismo?
El problema es que la economía no estudia átomos ni fuerzas gravitacionales. Estudia personas, sociedades, intereses en conflicto y decisiones basadas en expectativas que cambian con el tiempo. Y ahí es donde la comparación con las ciencias exactas empieza a desmoronarse.
Sin el andamiaje de las matemáticas y la estadística, la economía no existiría. Pero aferrarse a los números como si fueran verdades absolutas implica desconocer la complejidad de lo que realmente se está midiendo. La realidad económica, como las orejas, tiene formas que las métricas no siempre logran captar. Porque si todo se pudiera reducir a ecuaciones, la economía no tendría sorpresas. Y sin embargo, las tiene. Constantemente.
El problema, entonces, no es solo el margen de error. Si las cifras no coinciden con la realidad, el problema tal vez no esté en las cifras, sino en cómo se las presenta para hacerles decir lo que se elige demostrar.
MS