Al final, no era tan así

Kundera, Milei y los perdonazos de la política

Madrid —

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Unos años atrás, cuando era corresponsal en Rusia, le pedí a un amigo que me trajera de España la última novela de Milan Kundera. Era el año 2014 y esperaba que el escritor checo me aportara pistas para comprender ese nuevo país en el que vivía. Kundera, que había formado parte del partido comunista de Checoslovaquia, pero que también había resistido, junto a muchos otros, el avance de los tanques soviéticos durante la Primavera de Praga en 1968. Confieso que no me aportó mucho, o sí, pero yo no lo comprendí de inmediato. Sin embargo, varios años después, quizás me haya ayudado a comprender algo de la realidad argentina.

En un fragmento de la novela titulada La fiesta de la insignificancia, uno de los personajes, Alain, tiene un diálogo con uno de sus amigos, Charles, sobre la culpabilidad. Dice así: “La vida es una lucha de todos contra todos. Es sabido. Pero, ¿cómo puede darse esa lucha en una sociedad más o menos civilizada? No deberíamos tirarnos unos contra otros a primera vista. En cambio, intentamos proyectar en los demás el oprobio de la culpabilidad. Vencerá el que consiga hacer que el otro se sienta culpable. Perderá el que confiese su culpa.”

Alain reflexiona después de sufrir un choque involuntario con una mujer que caminaba de frente a él en una vereda. Él había dicho “perdón”, casi un reflejo; ella, en cambio, le había llamado “imbécil”.

Alain continúa con la reflexión, y agrega: “El que pide perdón se declara culpable. Y si te declaras culpable, animas al otro a seguir insultándote y a denunciarte públicamente hasta la muerte. Éstas son las consecuencias fatales del que pide perdón primero”. Enojado consigo mismo, Alain concluye que forma parte de la triste legión de los “perdonazos”; aquellos que piden perdón, por cortesía, por un acto reflejo, o porque realmente lo sienten.

¿Qué tienen que ver los “perdonazos” con Argentina, con la política principalmente? Pensé en el presidente Milei y en sus alfiles: Lilia Limoine, el Gordo Dan, y otros. ¿Alguna vez han pedido perdón? ¿Alguna vez se retractaron por una de sus tantas mentiras, ataques o insultos? No. Al contrario, las profundizaron, sin ningún reparo. Por tanto, están lejos, lejísimos de formar parte de la legión de perdonazos.

Las personas que profesan valores progresistas, humanistas, intentan ajustarse a la verdad, ser educadas, corteses, y si alguna vez se equivocan, pedir perdón. En algún momento de la historia, la honradez y la bondad fueron atributos obligados de un dirigente político, de uno que se pensara a sí mismo como líder social. Eso, sin embargo, parece que ya no existe. Ahora, pareciera que lo que paga es la maldad. Como le dice su madre a Alain: “¿Sabes cuál es el origen de tu idiotez? ¡Tu bondad! ¡Tu ridícula bondad!”.

El presidente Milei avanza con maldad, y no pide perdón ni por asomo. El ataque de su gobierno al Hospital Garrahan es, sin dudas, uno de los ataques más viles desde que ha comenzado su gestión. Un ataque que se ha hecho con violencia, con mentiras, desinformación, campañas de hostigamiento en redes, entre otras cosas. Y, por supuesto, sin pedir perdón cuando los propios médicos, o bien algunos periodistas, rebatieron esas mentiras de forma categórica.

Incluso —como si su fuente de inspiración fuera ese párrafo sobre la culpabilidad que describe Alain— su estrategia es siempre la de identificar y fomentar la culpa en el otro. La culpa es del Garrahan por sus ñoquis, la culpa es de los médicos que quieren un salario más alto, la culpa es de aquellos que están en contra de la “libertad”. La operación se repite con cada oponente del gobierno. La culpa es de los jubilados, que se oponen al “déficit”… etc.

A partir de ese marco político, surge una pregunta sobre el lugar desde el que se expresa la oposición; desde dónde responde a ese identificador serial de culpables.

Ya desde hace algunos años, desde intelectuales a estudiosos de la comunicación política, se debate en torno a la idea de cómo responder a los Milei y a los Trump de la política. Algunos creen que deben hacerlo de la misma forma, con el dedo que señala, con mentiras, atribuyéndoles la culpa, el error, la ignorancia. Un ejemplo actual es el del enfrentamiento entre Elon Musk y el presidente de Estados Unidos. Otros, sin embargo, creen que nunca debería utilizarse el mismo modus operandi. Se crearía un entorno público endemoniado, del que nada podría salir bien, afirman.

Queda claro, entonces, que no es sencillo resolver esa dicotomía. Vale un hecho para profundizar la duda. ¿Hace cuánto una integrante de la oposición no se imponía sobre el discurso de Milei y sus acólitos como lo hizo la diputada de La Cámpora Florencia Carignano esta semana? ¿Quién en la oposición había sido más festejada recientemente por llamar “loca” y “gato” a dos representantes del gobierno?

Confieso que el gesto no me disgustó. Por fin son reducidos y doblegados en su propia ley, pensé. “Loca”, “gato”: bastaban dos palabras para anular lo que fueran a decir esas contrincantes políticas. Es más, quedaban completamente deslegitimadas en el contexto de la ya deslucida Cámara de Diputados de la Nación.

Después de que ese cruce saltara a los medios y se hiciera viral, Carignano no se disculpó por llamar “loca” y “gato” a las diputadas mileístas. Algunos insinuaron que debería hacerlo; otros lo pidieron públicamente. Sin embargo, no sucedió. Al contrario, la diputada redobló la apuesta: “A las cosas hay que ponerle los nombres que tienen. El nivel intelectual de las diputadas y diputados libertarios es muy básico, elemental, se levantan para no tratar temas como el Garrahan, no votan a favor del bono fijo para las jubilaciones, apalean a los jubilados... Lo que yo hice es de Heidi al lado de ellos.”

En algún punto, la diputada reconoce que utilizó las mismas formas que los mileístas, aunque en una versión más light. En cualquier caso, está claro que Carignano no quiso sumarse a la legión de los “perdonazos” que integra Alain.

La política actual no premia a los “perdonazos”. Pero, al mismo tiempo, vemos lo que sucede cuando los cultores de la culpabilidad, los que no dudan en llamar imbécil al primero que se cruzan, se lanzan a la batalla política. Musk afirmó el viernes que Trump estaba presente en los archivos de Epstein. El mandatario devolvió la acusación describiendo al dueño de Tesla como un adicto a la ketamina que se la pasa haciendo promesas que no puede cumplir.

¿A quién creerle ahora? O, por el contrario, ¿deberíamos no creerles nunca más? Está claro, en cualquier caso, que los cultores de la culpabilidad, los violentos, no construyen un espacio posible de debate, ni ofrecen una alternativa para convivir democráticamente. Al final, se impone un único discurso, ni más ni menos que lo que sucede en una dictadura. ¿Entonces?

En uno de los últimos diálogos sobre los “perdonazos”, Alain le dice a su madre imaginaria: “No protestes, y déjame pedir perdón. Soy un perdonazos. Así es como me han fabricado, tú y él. Y, como perdonazos, disfruto cuando nos pedimos mutuamente perdón tú y yo. ¿No es acaso hermoso pedir perdón el uno al otro?”

Cada lector de La fiesta de la insignificancia sacará su conclusión sobre qué quiere decirnos Kundera con la idea de los perdonazos. Si acaso puede o debe extrapolarse a la política de estos días. En mi caso, se trata de una reflexión antojadiza, sin dudas. Por eso, a ese amigo mío que más de una vez me dijo “qué tirada de los pelos esa relación entre tal escritor y la actualidad que planteaste en tu último artículo”, le digo que me perdone.

AF/DTC