Panorama de las Américas Análisis

Macri, Macron y otros maridajes francoamericanos

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Mauricio Macri no es Emmanuel Macron, y el presidente candidato francés replicará en el balotaje un triunfo que le dará la reelección como cinco años antes le dio su primer mandato. De hacer el inventario, con muchos menos años y meses de trabajo que los de la carrera política de Mauricio Macri, y sin haber conocido antes triunfos electorales como el ex jefe del Gobierno porteño. Los dos quieren ser la cara de un cambio anti-ideológico, eficiente. Macron se pinta, o “se maquilla”, dijo el diario católico La Croix, como “el neo-liberalismo con rostro humano”. Es cierto que sin usar esta palabra tan fea. Cuando se miran en el espejo, los dos ven a un liberal de izquierda, un Bob Kennedy al que nadie asesinará. Este miércoles, André Janones, diputado brasileño y precandidato presidencial por la Tercera Vía centrista entre la derecha de Jair Bolsonaro y la izquierda de Lula, quedó por ahora último en la lista de quienes confunden Macri y Macron -en su caso, además, ignoraba que Alberto Fernández es el actual inquilino de la Casa Rosada.

Un arribista veloz

“Astucia, talento y un culo grande como una casa”: de esta manera plebeya definió en 2017 el analista político Massimo Nava en el Corriere della Sera al candidato presidencial que hoy es presidente candidato y espera imponerse en el balotaje del domingo 24 de abril. Las encuestas lo favorecen. Porque aquellos tres rasgos lo siguen caracterizando al Emmanuel Macron de 2022 en busca de un nuevo mandato de cinco años. En concedérselas concuerdan amigos y enemigos, votantes y detractores de este hombre que en 2017 tenía 39 años. Entró en el parisino Eliseo como el presidente más joven de la República Francesa, como Gabriel Boric se convirtió en el más joven de la República de Chile cuando el 11 de marzo asumió en La Moneda santiaguina. Hoy Macron tiene 44 años como Volodimir Zelenski, pero su manera de hablar y sobre todo de vestir lo aproximan mucho más al presidente ruso Vladimir Putin, de 69 años, mientras que Boric tampoco usa corbata ni alta costura, como el presidente ucraniano.

En 2017 Macron no ejercía y disponía de un bien que hoy parece ser suyo como lo ha sido de Putin en el siglo XXI: el poder. Definido en su quintaesencia con lúcido escorzo por la vicepresidenta argentina en su malfamado discurso en la asamblea Eurolat organizada por el Senado de la Nación: “Hablamos de poder cuando alguien adopta una decisión, la toma y esa decisión es respetada por el conjunto de la sociedad”. En este respeto, visible en sus efectos, invisible en el compromiso de su origen, cifraba el economista John Kenneth Galbraith la naturalización de las obediencias en su Anatomía del poder (1983). Tanto más notable cuanto que presidente francés y el ruso son más odiados que amados. En América Latina, ¿qué presidentes descuentan que sus decisiones serán respetadas por el conjunto de la sociedad, por más que feroces subconjuntos insurgentes las repudien con energía? AMLO en México, Bolsonaro en Brasil, Maduro en Venezuela, Ortega en Nicaragua. Arce en Bolivia, Fernández en Argentina son herederos de figuras más poderosas que ellos. Pedro Castillo sufre el despoder infligido por un Legislativo con mayores prerrogativas que el Ejecutivo, en un perpetuo desbalance constitucional y jurisprudencial. Boric sufre una mengua de poder territorial, por la migración en el norte y la reivindicación mapuche en el sur. Como Augusto Pinochet en 1980, con buen criterio, una Convención Constitucional está redactando una Ley Fundamental a la medida de reforzar ese poder.

El mito del outsider

Ni al argentino Macri, ni al también millonario Guillermo Lasso, actual presidente de Ecuador, les resultó tan bien como a Macron su escenografía de partenogénesis. el Venido de las afueras –nació en el Interior y trabajó luego de economista, y en bancos-, llegó como funcionario al Estado francés, y creó en menos de dos años un partido político –bautizado entonces con el enérgico, ‘inclusivo’ nombre de En Marche! (En Marcha!), que ostenta hoy 250 mil afiliados. Su experiencia política luce escasísima, teniendo en cuenta los tiempos tradicionales de la política. La suya es una ideología ‘fusión’: mezcla en su plataforma nociones de derecha e izquierda, y desconcierta las formaciones tradicionales de esos extremos políticos. Pese a ello, o a causa de ello, en esa contradicción él fundó su fuerza y su éxito, o su maquiavélica buena fortuna. Su voto de los jóvenes independientes y solventes de ambos sexos y blancos, más bien ateos o agnósticos (que simpatizan con un mandatario masón como su predecesor socialista François Hollande), los empresarios y comerciantes ligados al mercado global (Francia es una potencia económica mundial) aunque no las pymes y los pequeños comerciantes, los mercados, las élites pro Europa, los liberales de todo el mundo, y en general las clases medias altas, urbanas y no tanto. 

Entre la suerte grela y la jetta ajena

En 2017 Barack Obama salió a apoyar a Macron, con una presentación en video. En una exposición personal subida en la plataforma de campaña de Macros ex presidente demócrata decía: “Por lo importante que esta elección es, quiero que sepan que apoyo a Emmanuel Macron. En Marche! Vive la France!”. Resulta inusual para EEUU s que en ex presidente se inmiscuya en campañas políticas ajenas, exteriores. Su rival de entonces y ahora, la ultraderechista Marine Le Pen, espera que el electorado francés sienta con todo este internacionalismo lo mismo que sintió el argentino de 1946, cuando la consigna era Braden o Perón. De paso, el apoyo de Obama marcaba a Macron, como antes a Hillary Clinton, como lo que son: candidaturas de la Bolsa y del establishment financiero, sea el de Nueva York o el de Frankfurt.  

A Macron lo quieren y lo votarán los jóvenes bien, la juventud dorada de París y las ciudades: es “joven, pulcro, correcto, viste con elegancia y seriedad, habla bien, con una mezcla de seguridad y audacia”, resumen los comentaristas de Le Monde o de Le Figaro, los diarios líderes en la prensa centrista y cultura francesa. Entre él y su pareja hay, como los hay entre el ex presidente republicano Donald Trump y su mujer, 24 años de distancias. Pero en el caso de Macron, la suya es 24 años mayor. La conoció a los 15 años, siendo él alumno y ella su profesora de Letras, y entre clase y clase terminaron con promesas de unión: hubo escándalo –incluso, o especialmente, familiar-, aun en una Francia que se jacta de liberalidad en cuestiones de amor y vida sexual. Brigitte Trogneux, la profesora, estaba casada y con tres hijos. Los padres de Macron lo enviaron a París, pero el vínculo perduró: ella se divorció y desde 2007 años son cónyuges. Otro jefe de Estado latinoamericano que ha sabido hacerse de poder es el salvadoreño Nayib Bukele, de 40 años. “Soy el presidente más cool del mundo”, dice este político más-allá-de-izquierdas-y-derechas que también dice que el futuro es suyo por pura prepotencia de trabajo, y que hizo del bitcoin la segunda moneda de curso legal en su país. A su manera, es un sex-symbol, este descendiente de palestinos. De Macron puede decirse lo que dijo de él novelista francés más conocido, Michel Houellebecq, en un programa de televisión pública: el presidente francés “se parece a un mutante, un personaje del futuro: un transformer”

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