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Análisis

El nuevo presidente iraní, un aparatchik que quiere paz, crecimiento y bomba atómica

Conservador en un país de conservadores, clérigo en una clase dirigente de clérigos, burócrata y hombre de partido en un país de revolucionarios y guerreros, el sexagenario Ebrahim Raisi asumió la presidencia de la República Islámica de Irán

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Con turbante negro que asegura su linaje de descendencia genealógica del Profeta, el clérigo Ebrahim Raisi juró el martes ante otro clérigo, el Líder Supremo ayatolá Alí Jamenei, como presidente de la República Islámica por los próximos cuatro años en una ceremonia televisada. Si los 85 millones de iraníes -40 sobreviven bajo la línea de la pobreza, y nadie está a salvo del coronavirus que medra- se interesaban en seguir en las pantallas el traspaso del poder, habrían visto a quien lo entregaba a su sucesor, Hassan Rouahani, el clérigo que gobernó por ocho años y dos mandatos a este país exportador de petróleo y aspirante a potencia nuclear. Rouhani fracasó en su acercamiento a Occidente a través de la firma del tratado nuclear de 2015, denunciado por Donald Trump, que además sumó sanciones para terceros países si apoyaban a Teherán. Antes que restablecer con el demócrata Joe Biden un acuerdo quebrado por su antecesor republicano, Raisi buscará apoyos mayores en el adversario mayor de EEUU, y todo parece indicar que el acercamiento a China resultará sólo en ventajas para Irán y en debilidades negociadoras para Occidente. 

Raisi (61) es diez años menor que Rouhani (72) y veinte más joven que Jamenei (82). Ganó en en junio las presidenciales en primera vuelta con el 61 % de los votos en una elección donde se habían objetado las candidaturas de aristas más opositoras. Fue fiscal, fue magistrado, fue juez supremo, es de la generación de beneficiarios pero ya no de veteranos de la Revolución de 1979 que depuso al Shah y estableció el régimen religioso chiita actual. Es un aparatchik de retaguardia, nunca fue un guerrero en la vanguardia. Administró el indetenible progreso de su carrera la exigencia de adecuarse a circunstancias que supo aprovechar y evitó cuestionar o deformar. Si en el pasado fue severo ultraconservador, era su manera de probar su excelencia en un medio conservador; si estuvo entre quienes sentenciaron a muerte a miles de presos políticos a fines de la década de 1980,  ni fue el único, ni tampoco el primero, y fue para demostrar su capacidad para hacer lo que se esperaba de él antes que por fundamentalismo.  

La misma perspicacia veloz, en tiempo real, para advertir la dirección del curso de los acontecimientos, asiste hoy a Raisi para dirimir cuánto tiene para ganar Irán en su alianza con China y con Rusia. Un matrimonio de conveniencia -como dicen no sin resentimiento que fue el suyo propio en la vida real, que lo llevó de una fiscalía de provincias a la segunda ciudad del país-, que maridaba infraestructura, reconocimiento y seguridad con petróleo, dignidad y silencio.

Un corolario derivado de la prospectiva orientación iraní hacia China, que ya es un hecho en pactos que significan obras públicas e inversiones por 30 mil millones de dólares pagaderos en veinte años, y provisión de petróleo en contraprestación no gratuita, se halla en el rédito de redefinir en qué situación negociadora quedan EEUU y Europa. A los ojos de Raisi, a Occidente puede convenirle ceder antes que ofender, si busca morigerar los perjuicios, geopolíticos y comerciales, que podría brotar, en principio espontáneamente, de un entendimiento que tan duradero como benéfico luce para sus partícipes.  

El eje del mal y los lazos de seda

Si es que alguna vez armas y planes justificaron los terrores globales que Washington procuró infundir invocándolo, hoy el eje del Mal planetario de George W. Bush ha oxidado su punta y su filo. La Casa Blanca de Joe Biden coincide con el Congreso en que la estrategia exterior norteamericana tiene como su prioridad en la confrontación con China, o en su contención, ya que no en su aislamiento. Las simpatías iraníes con Caracas y La Habana, las diferencias con Israel, las piedras en el camino hacia la hegemonía regional de Arabia Saudita, las complicidades con el rico Qatar y el paternalismo con el mísero Bahrein, y hoy, aun la sempiterna hermandad con el régimen alauita de los Assad en Siria sunita (que les da, como a Rusia, un pie y un muelle en el Mediterráneo Oriental) y más aún el sostén y el aliento en un Líbano pauperizado hasta un extremo mendicante del partido y movimiento chiita Hezbollah que ni un cohete lanzó durante el conflicto con Hamás en Gaza, son alarmas que suenan cada vez más asordinadas para una administración demócrata que de momento las desoye con la misma indiferencia o minimalismo que dedicó a las consecuencias del retiro militar en mute de  tropas de un Afganistán librado a su suerte es decir a los talibanes. Como insinuó con patriotismo Biden, si Haití, Cuba o Venezuela se hundieran y desaparecieran de la faz de la tierra, esa pérdidas darían lástima pero no lastimarían a EEUU -morirían solos, esos Estados fracasados, sin encender incendios ni conflagraciones con su muerte.   

En el horizonte del nuevo gobernante, con el nuevo horizonte, a ninguna aspiración deberá renunciar Irán. Ya no ve un futuro donde las trabas a sus exportaciones dependan del veredicto liberatorio de un sesgado y autodesignado tribunal de DDHH universales. La prosperidad vendrá de China y la seguridad de Rusia -en el porvenir entrevisto-, dos países interesados en el Medio Oriente, interesados inversores en infraestructura, y parcos en reproches por el manejo de la política interior de los Estados soberanos.

Un tratado largo, un acuerdo breve

De los ochos años y los dos mandatos del presidente saliente Rohani, Irán evoca el fracaso nacionalista y económico. Sin nostalgias por la utopía occidentalista que llevó a la firma con EEUU del Tratado Nuclear de 2015 pero a que nada cambiara para mejor, en trueque por certificados de autolimitación y buena conducta, ni dentro ni fuera de las fronteras nacionales. Con privilegio retrospectivo, es menos litigioso convenir que un porqué del saldo magro de los empeños y fatigas de las cancillerías occidentales se ubica en un retardo de estas con respecto a los desarrollos globales que les eran exteriores: el reordenamiento geopolítico mundial había corrido más ligero y con más determinación que las diplomacias de Washington, Bruselas y Teherán. El Tratado de 2015, gestionado por el secretario de Estado John Kerry, firmado con su el presidente demócrata norteamericano Barack Obama, fue el acuerdo diplomático en el que más dinero y más esfuerzos gastó EEUU en el prontuario sus Relaciones Exteriores.

De los años en su cargo en la Secretaría de Estado, el demócrata (y católico) Kerry dedicó lo mejor de su motivación y la mayoría de su horario laborable a gestiones directas, diplomacia silenciosa, vuelos de muy alto o muy discreto perfil, temporadas o jornadas europeas o asiáticas, a adelantar casilleros y calendarios a la firma, aprobación, pasó más de la mitad del tiempo en gestiones directas para acercar la firma del Tratado. Desde el acuerdo provisorio de 2004, una de las precondiciones para que los republicanos en el Congreso convirtieran en ley el acuerdo gestionado por el Ejecutivo era la demostración de que la República Islámica ni financiaba el terrorismo en el exterior ni protegía a terroristas actuales o pretéritos. (El Memorándum de Entendimiento con Irán cuya firma en la capital de Etiopía anunció por Twitter el 27 de enero de 2013 la presidenta argentina Cristina Kirchner contribuía, desde la perspectiva iraní, a respaldar la demostración concertada). En noviembre de 2013 se firma en Ginebra, Suiza, el Joint Plan of Action entre Irán, y las cinco potencias atómicas más Alemania, en julio de 2015 es firmado finalmente en Viena el Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA) entre Irán y los 5+1, en octubre  se declara la adopción del JCPOA por todos los signatarios, Irán, los 5+1, y la Unión Europea, en enero de 2016 es el Implementation Day del Tratado (fecha sugerida por los iraníes): cien mil millones de dólares en cuentas bancarias de Occidente, descongeladas, quedaban disponibles para sus titulares iraníes. En ese año, Donald Trump es elegido como presidente 45 de EEUU, y en octubre de 2017, Donald Trump anuncia que no re-certificará el JCPOA (invocando el Iran Nuclear Agreement Review Act del 14 de mayo de 2015) porque Irán viola el ´espíritu’ del JCPOA. De inmediato, la premier británica Theresa May, los presidentes de Rusia Vladimir Putin y de Francia Emmanuel Macron (Peugeot está haciendo negocios en Irán y la Defensa francesa había vendido esos días un arsenal al chiita Qatar, aliado iraní en la Península Arábiga) hicieron saber su solidaridad con el Tratado y con Irán. Trump se alineaba con toda la fuerza de sus declaraciones junto a su socio perpetuo en el Cercano Oriente, Israel, y exaltaba la comunión con Arabia Saudita, a la vez que la monarquía petrolera sunita se comprometía en la compra de armas récord en la historia de un país que hace de su exportación uno de los rubros más opulentos de su comercio. Los DDHH, los derechos de las mujeres y migrantes y minorías religiosas, el príncipe heredero incriminado de coreografiar el asesinato en Estambul de un periodista opositor columnista del Washington Post, son cuestiones sobre las cuales aun Biden ha dado su palabra de no pronunciarse.

Irán sufriría las sanciones impuestas en 2018. Incumplido el Tratado, ya estaba libre de sus cláusulas. Reanudó el enriquecimiento de plutonio. En  los últimos días, los ministerios israelíes de Defensa y Relaciones Exteriores han comunicado a sus colegas en Washington que Teherán ha alcanzado el umbral nuclear: área difusa, pero no confusa, porque de aquí la ruta hacia la fabricación del arma nuclear es directa, y corta. Enriquecidos unos 220 kilos de plutonio al 20%, con la tecnología de la que ya dispone, la que permitió el buen éxito en este enriquecimiento, puede llegar al 90% tan pronto como lo quiera.

La firma de un nuevo tratado, más prohibitivo que el de 2015, es un objetivo de Washington. Israel se opone: ningún pacto impedirá a Irán completar su ambición nuclear. Los ataques de meses atrás desde Yemen hacia las fuerzas sauditas con drones de tecnología iraní, y los ataques de barcos cargueros en el Golfo Pérsico, en los que Irán deniega vínculo alguno, como el actual intercambio de cohetes con Hizbulá en la frontera libanesa-israelí, cumplen una precisa función disuasiva. Un mensaje nítido: la limitación del programa nuclear de la República Islámica no neutraliza su idoneidad militar convencional.

En un horizonte posterior, aun EEUU se cuestionará la legitimidad y conveniencia de gastar recursos y energías en multiplicar obstáculos que se saben temporarios al ingreso de Irán al club nuclear, reconocido o tolerado. Los reparos a la forma de gobierno iraní, y a los peligros que infiere de ella, son argumentos limitados. Después de todo, las dos únicas veces en la historia que se usó la bomba atómica, la usó una democracia. El viernes 6 de agosto se cumplen 77 años del lanzamiento de ‘Little Boy’ sobre Hiroshima. 

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