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Medios y elecciones 2021 ANALISIS
Lo que queda del día electoral

Alberto Fernández en el búnker del FDT durante la noche de las elecciones legislativas 2021.

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Tras las elecciones nacionales legislativas del 14 de noviembre, en términos políticos la Argentina es hoy, con Uruguay, el país con menores alteraciones sistémicas de Sudamérica a la vez que exhibe una importante competitividad electoral. Mientras que el resto de la región dispone refundaciones de sus sistemas políticos a fuerza de gigantescas movilizaciones sociales, desplazamientos –más o menos violentos- de presidentes y/o procedimientos electivos sospechados, los vecinos del Río de la Plata navegan aguas menos agitadas, aunque no carecen de novedades.

A diferencia de Uruguay, la excepcionalidad argentina es mayor puesta en contexto regional. En efecto, además de la pandemia, que ha tenido efectos corrosivos en citas electorales en todo el mundo, en la Argentina la profundidad de la crisis económica (pobreza, endeudamiento externo, inflación y desigualdad creciente en la distribución del ingreso son sus indicadores más evidentes), contrasta con la legitimidad de un sistema político institucional que, al menos desde 2003 en adelante, se sostiene con la canalización electoral del descontento.

El campo de la ciencia política discute con frenesí sobre la utilidad de las PASO. Uno de sus efectos dignos de interés es que –al menos en las últimas dos elecciones- permitió a las formaciones políticas escuchar al electorado sin las mediaciones sesgadas de medios, influencers “líderes” de opinión pública y encuestadoras.

Las PASO no sólo aclararon liderazgos (más a niveles provinciales que a nivel nacional), sino que despejaron prejuicios en las formaciones políticas, que pudieron así calibrar sus planteos (en fondo y forma).

Pero, por encima de todo, las PASO mostraron el poder de agencia de la militancia política y dirigencia intermedia local (aka “el territorio”, tantas veces estigmatizado en clave de costumbrismo televisado) como auténticas “redes sociales” que son.

Pero, por encima de todo, las PASO mostraron el poder de agencia de la militancia política y dirigencia intermedia local (aka “el territorio”, tantas veces estigmatizado en clave de costumbrismo televisado) como auténticas “redes sociales” que son.

La resignificación de las “redes sociales”, que usan métodos y soportes analógicos, físicos y virtuales, redes que son tan directas y en tiempo real como lo son también diacrónicas, a través del conocimiento y las ideas compartidas que modelan el sentido común en las –justamente- comunidades, es también uno de los saldos de las últimas elecciones, legislativas y presidenciales, desde 2003 en la Argentina.

Las elecciones intermedias de ayer refrendan la alta competitividad de las dos formaciones políticas principales a nivel nacional y en casi todos los distritos. El aparato de gobierno no asegura la permanencia y los “challengers” se llevan muchas veces los rounds de las legislativas. No ocurrió en 2017 o en 2005, cierto, pero este 2021 tiene varios atributos de las elecciones de medio término de 2009 y 2013, donde los retadores se derrotaron al gobierno ante la algarabía del “círculo rojo” que improvisaba velorios que no pudo luego concretar.

Sin ser bipartidista o bicoalición, hay una enorme distancia entre los dos espacios político-partidarios y el resto, tanto en lo que refiere a la cantidad de votos como en su extensión territorial nacional. Pocas provincias mantienen el mismo color político a lo largo de los últimos 20 años.

La elección legislativa vuelve a aportar empiria sobre el poder relativo (muy relativo en varios casos, como en La Matanza o Quilmes) de los grandes medios comerciales y su capacidad para establecer la agenda de preocupaciones y acciones públicas. Otra elección que sirve para poner en remojo el atributo hegemónico que suele endilgársele a los grupos de medios con poder dominante en el mercado de las noticias opinadas.

Otra elección que sirve para poner en remojo el atributo hegemónico que suele endilgársele a los grupos de medios con poder dominante en el mercado de las noticias opinadas.

Si algo faltaba para rubricar el estilo faccioso que anida en el “periodismo de guerra” de la etapa abierta en 2008, los pronósticos de los principales medios comerciales, en su mayoría militando abiertamente con la oposición, fracasaron otra vez. Varias/os animadoras/es de esos grupos de medios sortearon su sinceramiento como candidatas/os a cargos electivos con éxito, lo que también es material interesante para el análisis y que matiza –nobleza obliga, a favor de quienes opinan que los medios son actores de enorme peso- la discusión sobre la influencia de las instituciones mediáticas en la población.

Fuera de las dos coaliciones principales hay novedades. Como tercera fuerza a nivel nacional se consolida la izquierda, que a su vez aprovechó las PASO (compitiendo o negociando) para resolver liderazgos pese al ADN divisionista característico del trotskismo. El FIT, por cierto, ha incorporado ciertas pinceladas gramscianas en la construcción de su identidad.

La cita electoral marca, además, la emergencia electoral de ultraderecha con excelente resultado en Ciudad de Buenos Aires (coherente con la exhibición mediática de su líder en casi todos los medios del Área Metropolitana de Buenos Aires), guarismos más que aceptables en la Provincia de Buenos Aires y, por ahora, tenues ramificaciones en el resto del país en el que el descontento más extremo no parece, por ahora, tener una sola vía de expresión.

De hecho, la sociedad argentina votó en un 71%, lo que representa una caída de siete puntos respecto de las legislativas de 2017, lo que en un país con voto obligatorio merece ser ponderado mejor si no resuelve parte de su crisis socioeconómica y, a la vez, quiere conservar en el futuro la estabilidad de su sistema de representación política.

Con los resultados de ayer la composición del Congreso a partir de diciembre será más pareja. El gobierno tendrá la primera minoría en ambas cámaras pero no contará con quorum propio. El final abierto de cara a las presidenciales de 2023 es un incentivo para muchos actores a hacer su propio juego y ello podría ser leído como un obstáculo para un escenario en el que el vocablo “crisis” excede las capacidades de una sola de las formaciones para articular “políticas de Estado” superadoras y sostenibles.

MB

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