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columna nómade

El retorno de los exprimidos

Brad Pitt en Ad Astra.

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Mi hermano está haciendo orden en una de las piezas de la casa paterna y me llama por teléfono para decirme que encontró, enmarcado por mi padre, un poema que yo le escribí cuando era chico. Me manda una foto por wasap y me dice si lo quiero conservar. Me había olvidado de ese objeto. El marco es rojo, el poema está escrito sobre una hoja canson tamaño cuatro, sobrevive boqueando detrás de un vidrio que el paso del tiempo ha ido oscureciendo. Los versos escritos a mano -si los mirara una psicóloga- van en caída hacia abajo. Parecen la escritura de alguien deprimido. Pero se entienden. En esa época, no tenía la letra de médico que tengo ahora y que, a veces, cuando pasa el tiempo, me cuesta entender a mí. El poema es malísimo, le digo a Papá que lo voy a acompañar siempre a lo largo de su vida y utilizo ciertas formas borgeanas, “el juego de la vida que entreteje naderías”, por ejemplo. Así que le digo a mi hermano que no quiero conservar el cuadro y que lo tire o que espere a que yo me haga muy famoso -es cuestión de tiempo, le escribo- y él pueda hacerse unos mangos vendiéndolo. Pero mi hermano necesita cash hoy, de inmediato. Es Johnny Cash.

Me quedo pensando en mi padre y en la película que no terminé de ver anoche porque me parecía un plomo. La película se llama Ad Astra y trabaja Brad Pitt. Cuenta la historia de un astronauta -encarnado por Brad-, hijo de otro astronauta -encarnado por Tommy Lee Jones- quien es una leyenda de la exploración del espacio y que parece que se murió hace muchos años abandonando a él y a su madre pero que ahora -sospechan en la Nasa- en realidad está vivo y haciendo desastres desde una base especial cerca de Neptuno. Desde ahí el padre ataca a la tierra emitiendo rayos o no sé qué. Pero entiendo perfectamente esa sensación de que tu padre ataca a tu mundo con su presencia. De hecho la idea de que alguien viniera hoy y me dijera que mi padre probablemente esté vivo, me podría volver loco.

Las películas malas te pueden hacer pensar a veces mucho más que la películas que te gustan. Ad Astra me parece extremadamente solemne. El hijo, como Willard en Apocalipsis Now, es enviado a buscar a su padre para que pare de hacer quilombo. El hijo, -a diferencia de Willard- es un tipo racional, medido, que tiene en situaciones extremas un gran control sobre sus emociones. Le deja en claro a sus superiores que él piensa que su padre está muerto, pero que va a cumplir con su misión porque, en definitiva, es lo que sabe hacer. Cumplir con lo que se le dice. Una de las ideas que parece transmitir la película -al menos hasta dónde la vi, cuando el hijo se encuentra con el padre y le dice que baje un cambio- es que todo lo que estaba haciendo el viejo era joder a su hijo, haciéndolo ascender hasta la órbita de Neptuno.

Mi papá tenía problemas para pronunciar ciertas palabras. Había un jugador de San Lorenzo que se llamaba Biaín, pero mi viejo en la cancha le gritaba: “Pasala bien Baián!”. Y la gente que tenía alrededor en la tribuna, se daba vuelta para ver a ese locutor errático. Lo mismo cuando, en vez de Coloccini, gritaba: “Salí a cortar Colochono!”. A mi me daba vergüenza, ahora me río. Me imagino lo que le costaría pronunciar Ad Astra. Esa es una contra que también le veo a la película sobre padre e hijo: mi padre no la podría pronunciar nunca.

A mi amigo Rucho –conocido en el ambiente artístico con el sobrenombre de Esteban Lamothe- le gustó mucho Ad Astra. Y escribió un texto hermoso en Página 12 que recomiendo mucho. Si yo no hubiera visto la película, correría a verla después de su ensayito. Lo que me llamó la atención del texto de Rucho es que él no hace hincapié tanto en la historia entre el padre y el hijo –el astronauta Roy McBride y su padre Clifford que no se ven hace veintiséis años- sino en las similitudes o no que le suceden al personaje de Brad Pitt con lo que le pasa a él , Rucho, en la vida real: “Roy: he dormido bien. Sin pesadillas. Estoy tranquilo, estable. Estoy listo para partir. Estoy centrado en lo esencial y excluyo todo lo demás. Sólo tomaré decisiones pragmáticas. No me permitiré distracciones. No permitiré que mi mente se distraiga en cosas irrelevantes. No dependeré de nadie ni de nada. No me permitiré ningún error. Pulsaciones en reposo 47”. Esta voz en off va ir apareciendo a lo largo de la película. Rucho contrapone esta escena con lo que le pasa a él a punto de partir a filmar en medio de la pandemia. “Viernes 17 de Julio de 2020. Abro los ojos en la oscuridad. Miro el teléfono y faltan quince minutos para que suene la alarma. Estoy muy nervioso. Me voy a hacer una película a Uruguay. En medio de la pandemia, justo cuando la cantidad de infectados, igual que el amor en la canción, sólo crece y crece. Tengo miedo de que no me dejen embarcar. Tengo miedo de extrañar demasiado. Tengo miedo de que a mi hijo le pase algo mientras no estoy. Tengo miedo de no poder volver a casa”.

Creo que uno de los afectos que puede provocar una película para que te interese es, precisamente, que cuente algo mimético -o contrafáctico- con lo que te está pasando o te pasó. Y me parece genuino. Lo cual no debería excluir el ejercicio de la suspensión del gusto, para poder analizar el film o el poema como se analiza a una máquina.

Estamos terminando febrero del 2023. Vi Ad Astra y no me gustó. La dejé de ver cuando el hijo se encuentra con el padre en la base en la que mora el padre desde hace veintiséis años. No entiendo cómo puede haber decidido no ver a su hijo durante tanto tiempo. Apago la tele y me quedo en la pieza a oscuras, reclinado. Pienso en mi viejo, en una tarde en la cancha bajo el rayo del sol en la que estamos rodeados por una multitud. Casi hacinados. Mi cuerpo contra su cuerpo. Soy muy chico y me agarro de él porque es toda mi seguridad. Confío en él de manera desesperada. Mi padre tiene un olor hermoso, animal. Después volvemos a casa y estamos solos, no están mis hermanos, no está mi madre. Y como tenemos sed, vos papá cortás unas naranjas con tus manos grandes, veo tus anillos que nunca te sacabas y exprimís en un minuto un montón de jugo. Los pasás a unos vasos de manera impecable -a mí se me hubiera caído sobre el mantel- y me pasás uno. Los dos tomamos sentados en la mesa del patio. Jugo de naranja frío, en la venas, deberás tener. 

FC

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