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Un tipo rudo que lloraba: mil y una versiones de Ricardo Iorio

Ricardo Iorio
24 de octubre de 2023 20:33 h

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“Ricardo llegó a casa un día vestido de traje gris, iba a un bautismo. Se sentó en la mesa de la cocina y ahí había un CD de Made in Heaven, de Queen. Me pidió que le traduzca las letras. Se las empecé a leer y lloraba. Me dijo: ¿Sabés por qué lloro? Porque tengo los nervios destrozados”. Así empieza el saludo que Alvaro Villagra (productor discográfico de más o menos todos) posteó hoy, 24 de octubre, en su cuenta de instagram para despedir a un gran amigo y el inventor del heavy metal en Argentina, Ricardo Iorio. 

Lloraba mucho Iorio. Lloraba seguido, pero eso casi no se comenta. Lo que se sabe, lo que pronuncia más bien, es lo radicalizado. Pocos recorren su carrera de forma cronológica porque, si uno desplegara un gradiente y fuera de sus cualidades más saturadas a las menos, los primeros hitos corresponderían a los últimos 15 o 20 años, con su faceta bien provocadora (adjetivo que abarca cantidad de manifestaciones homofóbicas, antisemitas y misóginas) al frente del artista. La cuestión, como siempre, cae en el lugar común de preguntarse si hay que separarlo o no de su obra. Yo defiendo que no. Creo que obra y artista son la misma cosa. Ese proceso de higienización para depurar “el bien” por el que se quieren pasar ciertos aspectos propios de, sencillamente, estar vivos en un mundo vivo, a mi entender no hacen más que empobrecer la experiencia, sea cual sea. Pero no hay lugar más común que andar denunciando lugares comunes, entonces, si hubiera afán de escindir, supongo que en este caso se puede hablar de mil y una versiones de Ricardo Iorio. 

El primero nació en 1962 en el Hospital Ramón Carrillo de Ciudadela y se crió en Caseros, en una familia humilde. De adolescente ayudaba al padre repartiendo papas. Él lo hizo de Racing. A los 15 le regalaron una guitarra y empezó a tocar. Esa versión suya resultó en la formación de V8, su primera banda, parida en 1980 en plena dictadura militar. Subía al escenario con el bajo (fue bajista durante la primera parte de su carrera) y luciendo un pelo irreverentemente largo (un pelo por el cual en ese momento te llevaban detenido), gorra de gendarme, tachas y cuero. Parodiaba el horror mientras elaboraba eso que acá no habíamos escuchado nunca: el heavy metal. Iorio es el primer molde, el arquetipo de ese sonido. Más adelante, disuelto ese proyecto por algunos conflictos entre sus partes, armó Hermética (1988) y luego, por causas similares, Almafuerte (1995), “Todo eso es porque si no me siento amigo de los que tocan conmigo soy capaz de cortarme las manos y tirárselas a los perros”, dijo a Clarín en agosto de 1997.

Ese Iorio fue un enorme cronista no sólo de los infames ‘90 en Argentina sino de gran parte de nuestra historia contemporánea. Les cantó a los pueblos originarios, a las Madres de Plaza de Mayo, a los combatientes de Malvinas, a los trabajadores, a los marginales. Acusó a Menem cuando todavía le quedaba un mandato. Denunció la violencia hospitalaria de los establecimientos de salud. Tocó gratis en plazas, en cárceles. 

En el medio hubo un Iorio con consumos problemáticos y accidentes. También un Iorio marido, padre y luego viudo, tras el suicidio de su esposa. Este último Iorio se quiso aislar, se fue a vivir a Sierra de la Ventana, se acercó a Dios y dejó de ver amigos y familia, exceptuando a quienes iban a visitarlo de vez en cuando. 

Más de una generación de argentinos encuentra algún vestigio de su ADN cultural en las letras de Iorio, porque no sólo se trató del descubrimiento del metal sino de todo aquello, de Historia; y también porque Iorio es un artista profundamente argentino y eso, guste o no, por desconocimiento o por convicción, acarrea otras facetas de argentinidad.

En el año 2000 dio a la revista Rolling Stone quizás su declaración más recordada, puntapié de una versión recalcitrante y extrema: “Yo no soy judío, soy un argentino, un perro cristiano, y si vos sos judío no me vengas a cantar el himno”. En 2002 se refirió a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán como “esos muchachitos que se hicieron matar al pedo”; luego la foto con Biondini, el líder del partido neonazi Bandera Vecinal en 2017, el mismo año que quiso cambiar la letra de la canción de Hermética “La revancha de América” (Pueblos nativos del suelo mío / fueron saqueados y sometidos) para que no se usara en protestas mapuches; 2018 y sus declaraciones en pleno debate sobre la legalización del aborto: que las feministas eran zurdas que jamás habían encontrado un macho proveedor, dijo, y que por resentidas se dejaban adoctrinar. Que debían clavarles un destornillador en la oreja. Eventualmente, el mismo tipo que escribió “Niño jefe” (yo vi a la villa marchar / en reclamo de tu cuerpo muerto / por balas pagadas con lo pagado de impuestos) llamó a matar a todos los chorros. 

Nunca sabremos si el personaje se le fue de las manos, si genuinamente pensaba todo eso que decía o si lo hacía a conciencia, caricaturizando el horror, como cuando subía a tocar con accesorios de milico. Si uno se basara sólo en sus letras, Iorio sería indiscutiblemente un gran predicador, del mismo modo que si uno tomara como muestra nada más que sus declaraciones, el veneno de esos discursos lo hubieran hecho pudrirse solo, sin demasiado vuelo. 

Pero también lloraba mucho Iorio. Lo emocionaba ir en auto escuchando a Eros Ramazzotti, por ejemplo. Lloraba dando notas. Lloró arriba del escenario, cuando le tocó duelar a Bin Valencia, baterista de Almafuerte. Una vez contó que durante una entrevista con Cachito Vigil se había desarmado por completo, y su hija lo había visto y había preguntado por qué lloraba. “Para que no lloren ustedes”, le respondió él. 

Hoy son muchos los que lo lloran. 

En 2021 fue convocado para cantar el Himno Nacional antes de un partido de la Selección en instancias eliminatorias de la Copa América, pero horas antes del espectáculo lo dieron de baja sin demasiada explicación. Algunas cosas que dijo seguro lo explican. Realmente ya no tiene sentido preguntarse por qué aquello no sucedió ni lamentar que no sucediera. Pero murió en suelo argentino, como intuyo que era su deseo. Murió Ricardo Iorio, que hizo nacer y crió todo un género en este país. Quizás sea aquí donde vale la distinción: murió Ricardo Iorio; su obra, sin embargo, permanece irremediablemente viva.

JH/DTC

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