Este texto de publicado originalmente en el sitio En Estos Días.
Justo a mí, maldice Sergio Maldonado. Justo a mí, más emprendedor que aventurero, más amante de los excel que de la poesía, más burgués que anarquista. Justo a mí me exigen que sea perito, abogado, escritor. Justo a mí, hablar, decir, explicar, protestar, discutir. Justo a mí este río, este juzgado, esta morgue, esta plaza, esta radio, este libro, este rol que no soñé, que nunca quise. Justo a mí, la puta madre que los parió.
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17 de octubre de 2017. Sergio, junto a su pareja, Andrea Antico, y la abogada Verónica Heredia llegan casi a las 10 de la mañana a la pu lof Cushamen. Tiene la sensación de que es un rastrillaje más, el cuarto o el quinto. Hace mucho frío y 78 días que Santiago Maldonado está desaparecido. Caminan casi un kilómetro desde la tranquera hasta el río Chubut. Ese río. El Juez Gustavo Lleral, el fiscal, integrantes de la comunidad mapuche, perros, bomberos ya están ahí.
Sergio sube a un gomón, descreído y abrigado. A su lado un encapuchado de la comunidad y tres miembros de Prefectura. Van río abajo. Andrea y Verónica caminan por la orilla, en la misma dirección. Sergio se cansa, putea por lo bajo, pide bajar luego de pasar por el lugar donde los testigos dijeron que se habían llevado a Santiago. Se reúne con Andrea y Verónica, deciden irse, discute con mapuches, se cansa, otra puesta en escena judicial, piensa, llega a la tranquera, entra en la camioneta, también lo hacen sus acompañantes. Por un instante repasa lo sucedido, charlan sobre lo que acaban de vivir, están por arrancar cuando ven al Juez acercarse. Les hace señas para que se bajen, Sergio desciende de la camioneta, el Juez se aproxima y le pregunta si puede abrazarlo. Sergio no recuerda si lo hizo o no.
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Ocho años después de la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado a manos del Estado argentino, Sergio publicó el libro “Olvidar es imposible. Santiago, mi hermano” (Editorial Marea). Un diario personal y -tal vez sin quererlo- político de los 78 días en los que esperó, buscó, resistió los embates del Gobierno nacional de Mauricio Macri y su secretaria de Seguridad, Patricia Bullrich. Soportó el maltrato y las mentiras de los medios de comunicación hegemónicos y los trolls en las redes, siguió esperando y sosteniendo a su mamá Stella Maris, habló en las radios y la tele y los diarios hasta el cansancio. 78 días en un diario que desnuda la evolución de un hombre que nunca quiso y sin embargo; que nunca eligió y sin embargo fue el hombre justo que busca justicia. El hermano justo.
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-Hemos encontrado algo
El Juez dice y ensaya un tono compungido. Algo. Sergio apura el paso, ese kilómetro interminable, llega al río, al mismo lugar por el que varias veces había pasado, la misma orilla, las mismas ramas, y ve un cuerpo, campera celeste, sumergido parcialmente. Algo. Sergio piensa nos fuimos un ratito y apareció algo, ¿un cuerpo?, pero se queda en silencio, no puede ni putear, la que habla es la abogada, pide un perito, pide que se preserve el lugar. Sergio corre hacia a la ruta, hacia algún lugar con señal para llamar por teléfono a Stella Maris, su mamá, para avisarle que apareció un cuerpo, no dice algo, dice un cuerpo, pero que no se alarme con lo que puedan mostrar los medios, la televisión, que espere, que él la volverá a llamar. Sergio reingresa en la comunidad, llega hasta el río donde está Andrea, se queda mirando ese algo que le grita desde el agua, pierde noción del tiempo, pasan los minutos. Andrea lo interpela cómo hacés para mantenerte así, ¿qué te pasa?, Sergio duda, quiere meterse al agua, dar vuelta el cuerpo, ver la cara su hermano, poner nombre a ese algo. Llamarlo, por caso, Santiago.
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-Me gustaría que esté Santiago, y tener la vida de antes- dice Sergio en una de las presentaciones del libro.
La vida de antes: laburante, busca, emprendedor, vendedor. Buen tipo, rezongón, puteador, amiguero.
La vida de antes: dos hermanos, Germán y Santiago. Dos.
Pero justo a él.
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Pasan las horas, se acordona el lugar luego que Policías y personal judicial lo pisoteara todo, lo filmara y fotografiara todo, ya son las 18, hace frío, Fernando Jones Huala, integrante de la comunidad, prende un fuego, le da mantas a Sergio, a Andrea. Sergio prende un cigarrillo después de diez años de haber dejado, frunce la cara, el gusto no es como lo recordaba, tira el cigarrillo. Y espera.
A las 19.30 llega el perito de la familia, habla con el Juez, empiezan a acercarse al cuerpo, cortan ramas de sauce, meten el gomón al río, suben el cuerpo a una camilla. Sergio se aleja, suben la camilla por una pendiente, todo tarda unas dos horas.
Noventa kilómetros en silencio recorren desde la pu lof Cushamen hasta Esquel. Sergio, Andrea y Verónica van en el auto que sigue a la ambulancia donde un cuerpo sobre una camilla es trasladado. A las 22, noventa kilómetros sin siquiera putear.
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Tiempo después, Sergio escribiría: Siempre pensé que Santiago me vería morir a mí, por una cuestión de edad. Me resultaba increíble que fuera al revés. Santiago representaba otra cosa para mí, no podía estar ahí, totalmente indefenso, en esa condición tan horrible. No había final feliz.
Nunca lo habría.
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Sergio sabe. A esa hora de la noche, después de estar ocho horas frente a un cuerpo boca abajo en el río, sabe. Ese 17 de octubre de 2017, pasadas las 23 llega a la morgue de Esquel, en el auto en silencio, detrás de la ambulancia. Los periodistas lo abordan, le preguntan. Sergio no dice. Sabe, pero no dice. El Juez le pregunta si quiere entrar, reconocer el cuerpo. Sergio se aleja, no puede, no quiere. Entra el perito, saca foto del DNI encontrado en un bolsillo del pantalón del cuerpo del río. Sergio la ve, confirma lo que sabe. Le avisan que el cuerpo quedará en custodia hasta el día siguiente, cuando será llevado a Buenos Aires. Sale de la morgue, más periodistas le preguntan. Sergio que vio la foto de DNI no dice, sabe, pero no encuentra explicación ni consuelo. Ya es 18. Las primeras horas del 18, Sergio va a su cuarto del hotel con Andrea. Se acuesta. Apenas puede dormir. Porque sabe.
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Un puñado de versos no devuelven la vida, dice el poeta Sebastián Di Silvestro. Con estos versos no harás la revolución, escribió Juan Gelman. Hay una resonancia posible. Vida y revolución. Sergio no quería hacer ninguna revolución, y no es que viera en este mundo un paraíso ni mucho menos, pero ahí iba, sabiendo de las injusticias sabiendo de las fragilidades, buscando un lugar más amable para vivir, para crecer, y una revolución le llegó. Justo a él.
Un puñado de versos no devuelven la vida,
no retrasan la muerte, no matan el hambre.
Estos, repentinos, son nudo viejo,
un río de lágrimas atragantadas,
los ojos vidriosos
fijos en el agua teñida con tu sangre.
Sebastián Di Silvestro desgrana sus Versos para Santiago en una noche de llovizna de septiembre de 2025 en la Biblioteca Carilafquen de Villa Los Coihues, Bariloche, donde Sergio presenta su libro “Olvidar es imposible”. Sergio, más amante del excel que de la poesía, se sienta detrás de una mesa, y escucha:
En aquellos días no pude escribir
la pavura de tu cuerpo
desaparecido;
mudos hacia adentro salimos a la calle
y abrazados repetimos tu nombre.
Sergio habla para unas 60 personas, repasa el expediente judicial, las operaciones mediáticas contra Santiago, los ataques de los trolls, y escucha:
Setenta y ocho días con sus noches negras
estuviste perdido de nosotros.
Después te devolvieron las bestias genocidas,
los mismos que mataron por la espalda a Rafita.
Te abandonaron cubierto de mentiras
entre matas de molle y neneo.
Tu cuerpo aparecido hermanito,
tu cuerpo recuperado;
aunque dolía la muerte te teníamos,
los tuyos podían besarte.
Sergio recuerda la infancia y la adolescencia bonaerense, el canasto de la bici en la que Santiago se quedaba dormido cuando lo llevaba a pasear, y cómo aprovechaba ese sueño para evitar cambiarle los pañales, Santiago directo a la cuna, uno o dos años, Sergio unos 17. Sergio, ahora 52, escucha:
Un puñado de versos no devuelven la vida,
no retrasan la muerte, no matan el hambre.
Estos, inesperados, son oportunidad,
la excusa para saldar mi deuda
esta tarde de invierno en este bosque
de gente que te siente hasta los huesos,
bajo el amparo de un techo protector
levantado por manos amorosas,
Sergio dice para unas 60 personas en Villa Los Coihues que publicar el libro fue sacarse una mochila de encima, fue transitar el dolor de otra manera, fue, y es, hablar de Santiago y no largarse todo el tiempo a llorar.
en esta casa guardiana de la memoria,
ruka de madera que es árbol y es nido
donde empollamos el mundo sin remedio
para que rompa el cascarón y nazca nuevo;
Sergio escucha:
tu casa Santiago, tu ruka,
en la que estás presente,
en la que sos presente:
ahora y siempre.
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15 de octubre de 2025. Ahora y siempre, 25 de Mayo, Provincia de Buenos Aires, será una ciudad dividida por la memoria de Santiago. Dividida en memoria de Santiago.
Sergio, justo dos días antes de un nuevo aniversario de la aparición del cuerpo, viaja en un auto junto a otras cuatro personas para presentar su libro. Está nervioso. Volver a su pueblo. Del que se fue joven. Donde dejó a su familia, Santiago incluido, de dos o tres años. Al que volvía desde Buenos Aires en el tren Constitución-Bolívar con sistematicidad de fin de semana para comer lo que cocinara Stella Maris, los domingos, y para reencontrarse con los amigos. Donde Santiago pintó murales y habló de Severino Di Giovani. Volver para decir soy yo, el hermano, y vengo a impedir que olviden, a impedir que crean lo que dijeron y siguen diciendo, a decir soy yo, ¿se acuerdan?, el que las noches de calor iba a la pileta del Club Sportivo; el que empezó a trabajar de cadete en el Círculo Médico a los 11 años; el que a los 9 junto a su amigo el China se comió todos los buñuelos que fue a vender en el Promocional 850, la carrera de autos que reunía a buena parte del pueblo y de pueblos vecinos.
Sergio tenía todo arreglado para la presentación con el Club Social y Deportivo 25 de Mayo, pero el Club Social y Deportivo no quiso y a último momento su presidente le planteó que algunos socios dijeron que no, que acá política no, que acá memoria no, que acá Santiago no, que el Club Social y Deportivo es para otra cosa. Entonces Sergio preguntó, pidió, y organizó la presentación de “Olvidar es imposible” en la Casa de la Provincia de Buenos Aires, y el presidente del club y algunos socios fueron y estuvieron y se anotaron del lado de los que prefieren no olvidar, aunque en el club no.
En la mesa frente a un auditorio lleno, Sergio lee un fragmento de su libro, repasa, una vez más, esos 78 días, uno a uno, espera a espera, traición a traición. A su lado no está su hermano Germán, y su mamá Stella Maris se sienta entre el público. No gustan de esa visibilidad, prefieren el dolor en soledad, saben que Sergio carga sobre sus espaldas el mandato de la memoria pública, que asumió un rol y lo llevará hasta el final, que es y será el hermano de.
Y que por ser el hermano de se fundió dos veces, y no le dan un crédito en el banco, y le hacen problemas para renovar un seguro, y que el Estado que desapareció a Santiago lo acosa, le miente, lo niega, y que él quería ser el hermano de para llevarle a Santiago maples de autitos cuando era chico o de adolescente recibirlo en su casa de Bariloche, caminar por el bosque.
Lee Sergio hasta que no puede más, hasta el momento de leer una carta de Santiago, la última, y mira a los costados y pide ayuda, porque ahí en su pueblo recuerda a su hermano, lo imagina escribiendo y se quiebra, y entonces alguien de la mesa lee. Y Sergio escucha:
Hola Sergio, cómo va la vaina? JaJa
Acá te envío los licores para que los cates y los disfrutes.
Los dos más presentables los hice el mes pasado y el que está en la botella de fernet lo hice en noviembre del año pasado con azúcar integral.
El lunes seguro que arranque para Chile (Wall Mapu), la Tierra del Oeste como dicen los mapuches. Y cuando se me esté venciendo la estadía voy a seguir pedaleando por ahí, ni ganas de volver para el pozo de 25, es siempre la misma pavada, están todos estancados en todo sentido. La rutina te enferma.
Sergio, en 25, el pozo, el pueblo dividido, escucha.
Te quiero hermano, vos fuiste como un segundo padre en la infancia. Siempre me hacías algún regalo y me sorprendías. JAJA
No compartimos todo, pero quedan algunos recuerdos presentes que el tiempo no puede borrar.
Nos vemos en el próximo capítulo.
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Sergio también le escribió una carta. Fue el 20 de octubre de 2017. 81 días después de la desaparición. Tres días después de la aparición del cuerpo. Le dice a Santiago que pudo despedirse de él, que al irse le dejó parte de su corazón, y que desea que donde estés con tu alma hayas sido testigo de todo lo que ocurrió en estos 80 días, de toda la gente que te conoció, que te quiere, que se movilizó y sensibilizó por vos. Sergio, que le escribe te quiero mucho y que siente orgullo de ser su hermano, le pide que entre la multitud lo vea, que a la distancia lo observe, hablando, diciendo, puteando, reclamando. Que ahí donde esté con su alma, Santiago lo distinga y sepa de su dolor. Y de su rol.
Sergio, que tres días después de la aparición del cuerpo escribió esa carta, ahora escribe en el libro: Es imposible olvidar, es imposible dejar de buscar la verdad, aunque en esa búsqueda haya perdido cosas muy importantes en mi vida. Volvería a hacer lo que hice y lo que estoy haciendo para tener justicia por mi hermano Santiago.
Porque a pesar de la infancia en el pueblo pozo y una vaga idea de Dios, Sergio no creía en el destino. Hasta que le tocó a él. Justo.
MC