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Perdón que interrumpa Opinión

Barcos y guerras: la historia del Usurbil

Martin Rodríguez rojo Perdón que interrumpa

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“Un día, un solo día

para nosotros, oh, amos de la tierra,

antes que vibren otra vez el aire y el hierro

y una esquirla nos queme en plena frente“

(Salvatore Quasimodo)

Guerra en Europa. ¿En dónde es exactamente? Por lo pronto el mapa está abierto. Pero el solo enunciado “Guerra en Europa”, ese graph, retrotrae a algo que millones tuvieron “de primera mano”: la historia de abuelos y abuelas en el “viejo continente”, los barcos y el agua en que se libraban de esa historia. Cuando de Europa huían los pobres, sus pobres. Algunos eran, a su modo, parte o descendencia directa de esos pueblos cuna de hambrunas, genocidios, guerras, migraciones. El hombre con la carretilla de billetes para comprar el pan. La abuela en medias de lana. 

Muchos de los nacidos en la década de 1970 y 1980, o un poco antes, tuvimos los últimos abuelos nacidos en las primeras décadas del siglo XX en Europa, o primerísimos hijos de migrantes. Ellos conocieron el nazismo antes del genocidio, el fascismo antes de la guerra, e incluso pudieron ser nazis o fascistas, judíos sin el Estado de Israel, armenios sin el estatus de genocidio, fueron discriminados y discriminadores. Fueron carne de cañón y dispararon el cañón. Llegaron a una tierra prometida, el desierto y alguna semana trágica; los esperaba la gigantografía de un gaucho y su mito revivido contra ellos (la inmigración). Fueron el peón y consiguieron el estatuto del peón, los panaderos, los masones y anarquistas, los que trajeron santos, las lavanderas, las parteras y las que parían. Ladrillo a ladrillo construyeron la casa y la escalera al cielo. Podríamos decir aquí: inserte su conversación con los abuelos. Las escrituras sagradas. Los almuerzos familiares hechos de eso. Esa costura brillante: “Yo estuve ahí”. Inserte su culpa aquí. En la pulpa de sangre oscura: había en ellos un relato de la guerra. Europa era la guerra. Los nietos de criollos o “indios” tenían también en sangre sus guerras de acá; los nietos de barcos las guerras de allá. Argentina en esa mezcla. 

Miga de pan

Carolina, que pasa los días de descanso y jubilación entre los recuerdos ordenados de su departamento de Almagro, cuenta la historia de sus abuelos, que vinieron en el año 1907 al barrio de Arroyito, en la ciudad de Rosario. “Ahí construyeron su casa. Mi padre nació en 1909 y vinieron con su hija mayor, Matilde, húngara. Ellos vivían en un pueblo cerca de Austria. Mi abuela era nieta de austríacos, y mi abuelo de polacos. Él estaba en el ejército y se vinieron escapando de las guerras que existieron en todo el Imperio austrohúngaro, a fines del siglo XIX y principios del XX.” Se acuerda que su abuelo admiraba a Hitler y aclara: “No era antisemita; porque hasta lo recuerdo cuando él iba al boliche de Arroyito (a jugar a las bochas y tomar ginebra) y tenía muchos amigos judíos, con los que intimaba, aunque esto que te digo suene a la gambeta del nazi ‘tengo un amigo judío’, pero no. Tenía muchos de verdad. Solo que admiraba a Hitler como una cuestión imperial. De los que admiraban a su emperador. Y recuerdo la frase que usaba: ‘Hitler había dicho que iba a hacer pastorear a los ingleses’”. Los que vinieron trajeron sus cuitas entre las medias de lana. 

Mi abuela Elsa nació en la colonia Labordeboy, sur de la provincia de Santa Fe. Hija de un veneciano y de una asturiana. Elsa no tuvo jamás un gramo de auto-parodia, no sabía lo que era no tomarse en serio y odiaba los pasatiempos. Detestaba la zamba “Sapo cancionero”, ejemplo del paisajismo ramplón. Y su cocina era un santuario: a cada desgracia, su santo. En 2012 le conté que había perdido a mi perra. “Tranquilo, le prendo velita a San Roque”. La perra apareció. Su histrionismo, que quedó tatuado del cine de la edad dorada, era una conversación de silencios y remates. Yo la estudiaba. A la abuela le daba placer pronunciar las erres. Usaba palabras “descarnadas”. Ocurría este diálogo, por ejemplo: -Nene, ¿cómo se llamaba el escritor al que masacraron los milicos? -Conti, ¿el desaparecido? -Sí, ése, el que masacraron. No le sacabas la entonación entre la ce y la erre, decía “masaccrraron”. Necesitaba subrayar. A su derecho a tener una vida en paz puso sus aspiraciones modestas: de alumna a trabajadora en un depósito de Bunge & Born, de enfermera a delegada sindical, de madre a abuela. Pero esas eran sus batallas que no torcía: imponer su lengua. Los términos en que deben decirse las cosas. Si digo masacraron es masacraron. Si digo aborrezco es aborrezco, como se le ocurría decir de una vecina con la que podía sostener una guerra fría por décadas. Un fin de año en la cena familiar, todos de pie brindando, y ella se quedó sentada y balbuceó resentida: “Sí, festejen ustedes, mientras los rusos están entrando en Chechenia”. 

El croata Iván Vinko Milín nació en Dicklo, Dalmacia, en 1902. Su voz quedó grabada entre cientos de testimonios que atesora el Archivo Oral del Museo del Puerto de Ingeniero White. Su directora, Lucía Bianco, recuerda un fragmento en el que Vinko habla de los tiempos de guerra en Europa: “Hambre, hambre, hambre yo he pasado (…) Ni con telescopio se podía encontrar una miga de pan”. En 1926, Vinko se embarca en el buque carbonero Federico Glavich para trabajar como foguista. “Con el capitán teníamos que pelear para comida”, cuenta. Pero la mañana del 12 de marzo de 1927, con 25 años, se bajó en el puerto de Ingeniero White, sin documentos ni sueldo. Al llegar a la esquina de Guillermo Torres y Cárrega, encontró tirado un pedazo de pan. Una revelación. Un oro en el desierto, su desierto. Eso lo decidió a establecerse de inmediato en la Argentina, donde vivirá toda su vida. Dos días después de su llegada, empieza a trabajar en la construcción del muelle nacional, en el mismo puerto. Casi setenta años después revivía esa tarea: a veces metido en el agua la marea subía hasta sus rodillas, con ocho o nueve grados bajo cero. 

Socios del desierto

Cuando en 1997 Luis Alberto Spinetta grabó “Bosnia”, la canción podría haber hecho honor a la “tradición” rockera de canciones pacifistas, aunque en Spinetta eso no contemplara, exactamente, el entusiasmo de componer un “himno”, sino de pasar Bosnia por su sistema. Una Bosnia para Spinetta. Dice en la segunda estrofa: “Vamos, oye los muros / niños que gritan por doquier en Bosnia ellos caen como violines / en la rapsodia típica de Bosnia / donde el ángel cierra sus alas y llora…”. Ese Guernica es una visión constante en la inspiración spinettiana: resolvió con oficio los detalles de una nueva guerra que ocurría en los años noventa de un mundo que se creía pacificado. Todas las guerras, la guerra; y el Flaco incluía esta canción en un disco sólido, “Spinetta y los Socios del Desierto”, en el que otorgaba las contraseñas de su arte “clásico”: figuras etéreas, en fuga (niños, ángeles, violines) ante el horror que dicta Bosnia. Spinetta como dice en la canción: “Abre su boca y deja que entre Bosnia”. 

¿Qué son también los noventa? Como se termina el siglo que tuvo en Europa las guerras mundiales con una batalla cruenta. En palabras de Agustín Cosovschi, “Bosnia significó la configuración de un nuevo mundo marcado por el fin de la guerra fría, la reaparición del nacionalismo ahí donde se creía que primaba la clase y la intervención humanitaria como forma de gestión del conflicto”. También fue la prueba de que Europa, a pesar de lo que había querido creer durante las casi cinco décadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, dice Agustín, “no estaba a salvo de revivir la violencia masiva y la limpieza étnica”.

El mar argentino

También le hicimos la guerra a Europa. Al menos, al viejo imperio que mantiene su enclave colonial en nuestras islas. Y ya casi cuarenta años de democracia armaron algo así como una pedagogía escolar mínima: una cosa es la soberanía, otra es la dictadura, y así. Malvinas se pasó en limpio como causa nacional. José Larralde en un recital puso las cosas en otros términos: las guerras se deciden detrás de escritorios y los pueblos ponen los muertos. 

Mario Curetti nació el 13 de noviembre de 1958 en Bahía Blanca. Del mundo militar en su vida lo que a tantos: había terminado el servicio militar en 1977. Conoció el puerto de Ingeniero White trabajando con su papá. Ahí vio los barcos, cambió su vida, se fanatizó con ellos. En 1978 salió a navegar por primera vez en un buque pesquero llamado “Arcos”. Era un buque inmenso, de dos mil cuatrocientas toneladas, en el que estuvo 64 días a bordo. Después, en 1980, empezó a trabajar en el buque pesquero “Usurbil”, de una empresa de origen español. Era un tiempo de tripulación “mestiza”, en la empresa regía el 60-40: 60% de españoles y 40% de argentinos. Y el argentino era el peón de carga. Todos los puestos de comandancia, de máquinas, cubiertas, cocina, eran de los españoles. 

El “Usurbil”, de la empresa pesquera Vasco Gallega, faenaba en los mares del sur de África y, después, en busca de mejores destinos, a fines de los años setenta, fueron a buscar caladeros al mar argentino. Pretendían armar una empresa mixta, que el buque también tuviera bandera argentina y que los mandos jerárquicos fuesen también argentinos. Pero llegó la marea 23. Una marea histórica no exactamente por la cantidad de pescado sacado al mar, sino al revés: 28 días de “misión” sin una sola merluza. El barco zarpó del puerto de Ingeniero White en plena guerra de Malvinas. No salió solo, navegaban en conjunto el tristemente célebre “Narwal” y el “María Luisa”, pero estuvieron en navegación conjunta hasta el día 30 de abril, cuando el segundo regresa a puerto y el primero se dirigió hacia las Malvinas, mientras el “Ursubil” enfiló hacia el norte, en dirección a la isla Ascensión, a mitad del Atlántico. 

-Arranquemos por el principio, Mario. ¿Cómo empezó?

El 11 de abril salimos a navegar como un viaje normal. Ya se había declarado la guerra, ya se había tomado la isla, ya estaba el primer muerto, y con aquella frase célebre de “si quieren venir que vengan” los ingleses vinieron, obviamente. Habían izado la bandera argentina en las Malvinas. Nosotros salimos a navegar, y no nos sorprendió que cambiáramos el rumbo. Normalmente hay merluza en el sur. Toda la vida fue así: San Antonio Oeste, Pineda, Puerto Madryn. Pero salimos rumbo norte y la madrugada del día posterior entramos a Mar del Plata. No fondeó, no se hizo nada. Se acercó una lancha con tres personas, subieron las tres. Dos bajaron y una se quedó a bordo. La persona que se quedó a bordo era el teniente navío Fernando Pedro Morena, y mediante pitazos se convocó a toda la tripulación al comedor. El capitán nos dijo: “Estamos en guerra”. El señor, el teniente de navío, nos dio un nombre falso y pasamos a obedecer sus órdenes, obviamente también las órdenes de nuestro capitán, del oficial primero, segundo y tercero y de los de cubierta, planta. La cadena de mando no se suspendía nunca. Los primeros días fueron tranquilos, no pasó nada. No sabíamos adónde íbamos, ni qué estábamos haciendo. Cumplíamos guardia de timón y de alerón, los alerones que están al costado del puente en el cual con larga vistas buscábamos barcos. Era la única acción que teníamos que hacer hasta el momento. 

-¿Y después? 

-Pero el 29 empezamos a ver por radar unas líneas muy rectas en formación y una cadena de barcos. Y este teniente de navío nos impartió la orden de no perder distancia, de no perder de vista el horizonte. Estaba muy exaltado. Y nos dijo: “Esa es la flota inglesa que vamos a interceptar”. Se nos cayó todo, el cuerpo nos empezó a temblar y no sabíamos qué iba a pasar, si nos iban a hundir. Y empezamos a acercarnos a la flota y una tarde, la del primero de mayo, la interceptamos. Quedamos totalmente sorprendidos, nos sobrevolaban helicópteros, estábamos totalmente desarmados, todo el mundo en cubierta con chalecos salvavidas. Los botes semi arriados para poder bajar en segundos, en caso de que tiraran bombas. Esa fue la tensión máxima que sufrimos los primeros días. Esto continuó. Tuvimos la persecución, o sea, nosotros atravesamos en forma contraria a la flota inglesa. Dimos la vuelta y empezamos a seguirla por detrás. La situación era que ellos navegaban a 30 nudos y nosotros a 13. Se nos disparó. Se nos fue. Pero nosotros, a vista de radar, la seguíamos rumbo sur, iban a Malvinas. El 2 de mayo tuvimos la triste noticia del hundimiento del Belgrano, pero estábamos muy lejos situados en la parte norte de las Islas Malvinas, mientras esto ocurrió al sur. Casi la misma situación donde hundieron al pesquero “Narwal” el día 9 de mayo, barco que también se usó para espionaje, y en el que murió un civil. Y frente a esa situación nos pidieron que nos desplegáramos pero que nos quedáramos a vista de radar de la formación o buques ingleses o cualquier detonante. Esto ocurrió también el 8 de mayo, tuvimos la persecución de un destructor a popa con los dos cañones apuntándonos muy cerca nuestro, a 500 metros. Suponemos que ellos estaban pidiendo a Inglaterra órdenes. El servicio de espionaje de los ingleses seguramente habrá dicho que no hundan ese barco porque tiene españoles a bordo. No así al “Narwal”, que estaba en la misma situación nuestra, pero había salido de Mar del Plata con dotación mínima, o sea, sin españoles. Y la dotación mínima eran tres para cubiertas, cuatro para máquinas, cocineros, oficiales y maquinista. A nosotros nos salvaron la vida los españoles. 

-¿Cuánto duró?

Primero, fue así que nos empezamos a replegar un poco porque el capitán no quería perder el rastro. Estuvimos 14 días persiguiéndolos y le pasábamos directamente la información al edificio Libertad. Todo cifrado. Decíamos si veíamos un destructor que era “una captura de una tonelada de merluza”. Un buque mercante con combustible, que era lo que llevaban para provisionarse, que era “avistaje de aves extrañas volando sobre tal”. Así cada cosa tenía una clave. Y en el edificio Libertad tenían la contraseña para saber a qué nos estábamos refiriendo.

Fueron 28 días de navegación completamente estresantes. Con la excepción de la primera semana hasta que empezamos a tener avistaje de los buques ingleses. Pero después el resto fue muy duro porque los españoles eran personas mayores y nosotros éramos todos pibes. Yo tenía 23 años, estaba casado, con dos hijos chiquitos. Ellos se querían bajar del barco porque no querían saber nada con la guerra. Fue caótico, todos los días teníamos intentos de toma del buque, de desorganización, de amenazas de motín. Estábamos mal anímicamente.

-¿Y cómo fue la vuelta?

Sufrimos una situación bastante desagradable al llegar al puerto de Buenos Aires. Lo que hoy es Puerto Madero era Dársena Norte y bajamos ahí. Atracamos y no nos dejaban bajar la plancha. Varias horas después vino gente de prefectura y gendarmería (por los extranjeros) y vino un señor con muchas insignias en los hombros, no sé cuál era el grado. Otra vez los timbrazos, nos reunió y nos dijo: “Miren pendejos, esto es así, esto es la guerra; todo aquel que cuenta lo que vio, lo que hicieron y demás de los va a considerar traición a la Patria y sabemos donde viven”. Es por eso que a mi mujer jamás le conté nada hasta 1983, cuando asumió Alfonsín. Recién ahí abrí la boca y le conté todo lo que habíamos hecho ahí, todo ese desempeño, y le costó creerme todo eso y que yo nunca hubiera dicho nada. 

-Al final, ¿qué es Malvinas?

A las Malvinas las conocí en el año 79, habíamos ido a pescar. Inauguramos la zona de pesca y en una oportunidad estuvimos en Puerto Argentino, fondeado, afuera, esperando un generador que nos llegara de Buenos Aires que se nos había roto en el buque. Pero Malvinas hoy es un sentimiento eterno. Es como tener el patio del fondo de la casa enrejado y no poder pasar. 

MR

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