Máximo Kirchner en su laberinto: tensa sin romper, castiga a Martín Guzmán y diagnostica lo peor
Máximo Kirchner pronosticó que todo saldrá mal pero con amabilidad, sin gritos y una media sonrisa. El lunes al anochecer, en La Plata, su nuevo lugar en el mundo, el diputado estrenó oficios de jefe del PJ bonaerense y mostró ante un auditorio de 40 dirigentes el GPS de sus próximos pasos. Hizo un movimiento dual: alejó la tesis de una ruptura en el Frente de Todos (FdT) pero, en la doble faz, no cejó en su desacuerdo con lo acordado con el FMI ni moderó su diagnóstico negativo sobre lo que vendrá en Argentina.
Martín Insaurralde, como un articulador interno, armó la reunión de Kirchner con consejeros del peronismo de Buenos Aires por un pedido que le acercaron, días atrás, intendentes del conurbano sur que entrevieron una crisis obvia: Máximo renunció a la jefatura del bloque nacional, extremó sus diferencias con la Casa Rosada y se replegó sobre la jefatura del PJ bonaerense. El pedido fue verse las caras para intentar ordenar ese TEG inestable.
Calmo, sin ánimo de tensar, Kirchner se apareció en una residencia platense -el anfitrión fue Federico Otermín-, tuvo primero una charla chica y luego amplió la mesa a los delegados que llegaron de toda la provincia. Medió un factor operativo: este jueves, es vence el plazo para inscribir listas en una interna partidaria endogámica, en la que se eligen las autoridades del PJ de los 136 distritos bonaerenses y, en la misma boleta, congresales bonaerenses del partido.
La otra interna
Un asunto de entre casa, un formalismo que quedó en suspenso cuando se craneó la elección de Máximo como jefe, que adquirió otro interés en medio del ruido nacional producto de la dimisión del diputado a la jefatura del bloque con la ráfaga de objeciones al entendimiento con el Fondo. Sobre esa fertilidad crítica, se temió que puedan emerger batallas locales pero hasta ahora las discusiones parecen quedar acotadas a un puñado de distritos.
No ocurrió y define, en cierta medida, el momento del maximismo que en otra instancia hubiese intentado avanzar sobre los territorios. Por ahora, no dio señales de querer tensar. El mandato que bajó Kirchner fue lineal: “SI tiene que haber internas que haya, pero busquemos el consenso”.
Esas riñas, menores y focalizadas, no son lo relevante. Máximo debutó en su rol de jefe, ratificó su rechazo al acuerdo con el FMI, auguró nubarrones políticos y económicos, y explicitó una dificultad operativa: ¿qué posición tomará el PJ bonaerense, el principal partido del FdT, de la principal provincia, frente a decisiones que pueda tomar el gobierno de Alberto Fernández?
¿El PJ bonaerense pedirá a sus diputados que voten el acuerdo que se enviará al Congreso? ¿Saldrá a respaldar cuando eso produzca, si es que se produce? ¿O se mantendrá en silencio como si ocurriese en otra galaxia o en otro tiempo? Toda una paradoja: ¿Máximo expresará la disidencia con la postura que exprese el partido que preside? En ese caso, como podría darse en la bancada del FdT, Kirchner se prepara para ser minoría, casi una herejía aspiracional.
Fue, por ahora, lo que se dio a entender. La posición del PJ deberá expresar la posición del partido de gobierno más allá de las posturas individuales, aunque esa individualidad involucre al jefe del espacio, como es el caso. En la charla del lunes, Máximo volvió a plantear aquello de que “no podía salir a convencer a otros de algo que no estoy convencido”, respecto a su condición de jefe de bloque. Con otros ribetes, lo mismo puede darse en el PJ.
- Yo soy serio, no jodo. No estoy para joder Me quedo adentro. Me tiran, me operan, lo sé pero no entro en esa, allá ellos... -, planteó el diputado en ese zigzag permanente. Son sus críticas pero, a la vez, un intento por alejar el fantasma de una crisis política más profunda en el Frente de Todos (FdT).
Es lo que viene militando en privado: bajar el tono, evitar que la crisis escale, no salir a buscar votos a favor de la abstención o el rechazo. En esa instancia, encorseta su renuncia al Congreso y sale a defender la idea de la unidad aunque duela.
Tuvo, el lunes, su foto de familia disfuncional: había funcionarios de Alberto Fernández como Gabriel Katopodis, Juan Zabaleta, Fernanda Raverta y Jorge Ferraresi; jefes territoriales, como Insaurralde, Mariano Cascallares, Leo Nardini, Fernando Espinoza y Gustavo Menéndez; camporistas como César Valicente, Santiago Révora y Andrés “Cuervo” Larroque; y referentes sindicales como Omar Plaini, Walter Correa y Vanesa Siley.
Es el laberinto de Máximo: pegó el portazo al bloque, decisión con la que generó un sacudón -que para algunos en el FdT no fue lo crítico que se suponía- pero permanece como jefe del PJ bonaerense y con un menú, largo y medular, de objeciones al rumbo del gobierno. “Si seguimos así, no nos va a ir bien”, repitió el lunes el diputado y se sumergió en cuestiones de fondo.
Disparen sobre Guzmán
No oculta, ni mucho menos, su desacuerdo con la Casa Rosada que personaliza -aunque no lo nombre de manera directa- en Martín Guzmán, el ministro de Economía. Sobre el funcionario plantea que dio a entender una cosa y apareció, luego, con otra. No logró la quita de sobrecargos ni mejores condiciones que las que consiguió, especificó, Mauricio Macri. Para el diputado y jefe del PJ, Guzmán prometió algo que luego no cumplió.
Intercaló, en su exposición, una analogía sugerente. “Si un secretario de Obras Públicas de un municipio dice que va a hacer la obra en determinado tiempo y con determinados costos, y no la hace, ¿qué pasa? Se tiene que ir”. Se interpretó, aunque la interpretación no fue tan dramática, como un planteo directo a Guzmán y es difícil no hacer esa lectura. “Parece obsesionado con Guzmán”, explicó uno de los asistentes.
Máximo es el portavoz de un diagnóstico negro sobre el futuro de la economía argentina. Objeta, entre otras cuestiones, que el déficit del 2.5% es un límite para el crecimiento económico y que esa concesión de Guzmán al staff del FMI funcionará como un corset en la recuperación económica. En la misma línea, cuestiona el esquema de emisión permitida que se acordó y que figurará en el Memorandum de entendimiento que deberá tratar el Congreso.
Su lectura -cuya certeza demostrará o refutará la historia- anuda varias dificultades. Una: Kirchner dice que no saldrá a buscar votos en contra del acuerdo pero su pronóstico de que ese acuerdo será dramático para Argentina opera, en las formas, de ese modo. En el PJ se encontró con que hay reproches por la cuestión de la inflación y el atraso en el empleo pero, a la vez, no aparecen planteos tan oscuros sobre la devenir economía.
Otra: Máximo se despega del acuerdo, pero no del gobierno -no al menos su agrupación- y aparece como portavoz de que lo que viene es malo. Si eso no se registra, ¿desandará sus planteos? Y si ocurre ¿puede salir indemne de una crisis del FdT si, además de presidir el PJ, tiene funcionarios en el gobierno? Aparece, como siempre, el registro histórico y remite a la división peronista que marcó los años 90 cuando Eduardo Duhalde se quiso desmarcar de la gestión de Carlos Menem pero no pudo porque, en la mirada colectiva, formaban parte del mismo dispositivo aunque tuviesen diferencias.
La referencia se vincula con el movimiento orbital de Máximo, su distanciamiento conceptual del gobierno pero con un desprendimiento parcial. La salida de ese laberinto rastrea el hijo de la vice y sienta las bases para otro ensayo de mitología peronista.
PI
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