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Director del laboratorio de genética forense del Equipo Argentino de Antropología Forense Entrevista
Carlos Vullo, analista de huesos: “Lo que se trata es de devolverle su identidad a gente a la que le robaron la vida”

Carlos Vullo del Equipo Argentino de Antropología Forense

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La computadora de Carlos Vullo marca en letras verdes los países donde el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) trabajó en campo, para colaborar con los familiares de víctimas de violaciones a los Derechos Humanos, para llevarles respuestas de lo sucedido con ellas a lo largo del último medio siglo. Y en letras verdes, figuran los países donde el EAAF realizó investigaciones genéticas, la especialidad de este bioquímico cordobés, que llevaron certezas a miles de víctimas alrededor del mundo: desde Argentina, pasando por Africa y Asia.

Vullo dirige el laboratorio de genética forense del EAAF, la prestigiosa ONG argentina a la que se sumó a principios de este siglo y a la que llama cariñosamente “el Equipo”: “El primer caso que se identificó con la aplicación de genética en nuestro laboratorio es el de Mario Osatinsky, un chico de 16 años de edad, hijo del jefe guerrillero Marcos Osatinsky, fue en 2003. Yo venía desde 1985 trabajando en mi laboratorio en forma privada en casos de pruebas de paternidad. Sabía de la existencia del Equipo, de sus trabajos metódicos aplicando los protocolos de antropología en la exhumación de cuerpos en fosas comunes, y en 2003, Moisés Dib, el actual director del Instituto de Medicina Legal de Córdoba, me sugiere que cuando el Equipo viniera a Córdoba, nos reunamos y veamos la posibilidad de trabajar juntos aplicando la genética a los procesos de identificación. Hace veinte años cuando comenzamos a trabajar, los laboratorios genéticos no habían podido dar resultados positivos a los análisis que les solicitaba el EAAF. Acordamos con Darío Olmo, en aquel momento a cargo de las investigaciones del EAAF en Córdoba, que intentáramos con un caso complicado desde el punto de vista de conservación de los restos óseos, porque si ese caso lográbamos obtener información genética, nos abría la posibilidad con los otros restos mejor preservados para trabajar e identificar. Y me dieron una muestra de las fosas del cementerio de San Vicente, eran restos muy degradados, muy deteriorados; habían sido cubiertos con cal, y eso ayudó a secar la humedad y que el hueso se conservara, pero no lo sabíamos. El EAAF tenía una presunción fuerte sobre la identidad de ese resto, obtuvimos un perfil genético, cruzamos el ADN de ese material a estudiar con los ADN que teníamos de algunos familiares y nos dio match con Sara Solarz, su mamá. Informé al Equipo los resultados y estaban asombrados, habíamos logrado algo revolucionario, era la primera vez que el EAAF identificaba los restos de un desaparecido de la dictadura en un laboratorio argentino. Hoy llevamos identificados unos 800 cuerpos de desaparecidos, entre las que se encuentran algunas madres fundadoras de Madres de Plaza de Mayo que habían sido arrojadas al mar y el mar las había devuelto. Pero aún nos faltan identificar cerca de 700 víctimas más, tenemos esos restos, y eso nos da valor y energía y más ganas de capacitarnos y mejorar nuestro conocimiento y dotarnos de mejor tecnología. Lo que hacemos en el laboratorio de genética forense del EAAF son procesos muy específicos y costosos, que los laboratorios estatales o privados no lo hacen; es una manera de hacer ciencia orientada a los DD.HH. De lo que se trata es de devolverle su identidad a gente a la que le robaron la vida”, cuenta con orgullo Vullo en su larga charla con elDiarioAR en su laboratorio de Córdoba.

El grupo de trabajo que comanda este genetista cuenta con ocho profesionales, la mayoría mujeres y los trabajos que realizan van desde la identificación de víctimas de violaciones de los Derechos Humanos en los países del Tercer Mundo; pasando por víctimas de guerras como en Vietnam; o la identificación de los restos de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia. También han realizado trabajos excepcionales o puntuales como la confirmación de la existencia de una momia inca en los Andes mendocinos y la identificación de Ned Kelly, un mítico ladrón de bancos en la Australia de principios de siglo XX.

El grupo de trabajo cuenta con ocho profesionales, la mayoría mujeres y los trabajos que realizan van desde la identificación de víctimas de violaciones de los Derechos Humanos en los países del Tercer Mundo; pasando por víctimas de guerras como en Vietnam

Pozo de Vargas, un trabajo de dos décadas

Cuando Carlos Vullo explica, se notan dos cosas: su pasión por lo que hace y lo pedagógico que es al simplificar complejos ejercicios químicos, fruto de sus años como docente: “A lo largo de los años, el EAAF ha trabajado en cientos o miles de fosas comunes. Cuando hablamos de fosas comunes, en el imaginario tenemos cuerpos mezclados; pero hay dos tipos de enterramientos: las fosas comunes primarias y las fosas comunes secundarias”, detalla, mientras muestra fotos de antropólogos trabajando en estos dos tipos de enterramientos.

En una de las imágenes, en el cementerio de barrio San Vicente, en el este de la ciudad de Córdoba, se ven esqueletos en una fosa común, uno al lado del otro: “Acá estamos ante una fosa común primaria, donde los cuerpos no están mezclados, y en algunos casos, donde hay un esqueleto sobre otro, las piezas están articuladas y se pueden armar los cuerpos completos. De aquí se exhumaron los restos de Mario Osatinsky”. En otra imagen, hay tres o cuatro restos de ropas que alguna vez cubrieron a víctimas del terrorismo de Estado en El Salvador: “En esta fosa, la tierra es muy ácida y disolvió tejidos y huesos, dejando sólo la ropa. Acá, se colecta el ADN en polvo de adentro de la ropa. Pero claramente tenemos cuerpos separados. En ambos casos, en San Vicente o El Salvador, tomamos una pequeña muestra de restos óseos y trabajamos para identificar el ADN”, explica el genetista jefe del Equipo Argentino de Antropología Forense.

Vullo señala que “las fosas comunes secundarias son aquellas donde los cuerpos están mezclados, como ocurrió en los Balcanes, donde las fosas primarias fueron levantadas con palas mecánicas y los restos fueron tirados en otras fosas; para obstruir e imposibilitar la identificación de las víctimas. Un caso similar viene investigando el EAAF en Pozo de Vargas, Tucumán, un pozo de 60 metros de profundidad por dos de diámetro, en el cuál se arrojaron cientos de cuerpos, que en su mayoría están desarticulados e intermezclados, esto requiere muchísimo más trabajo en procesamiento de muestras óseas para genética y de análisis antropológico para resolver el caso e identificar a las víctimas en su conjunto. Armar cada cuerpo, si el esqueleto no está articulado, es un trabajo muy paciente. Si en los cuerpos articulados tomamos una muestra para analizar su ADN y devolverle su identidad y su historia; en los casos de las víctimas de enterramientos en fosas secundarias, debemos analizar  muchas más muestras. De un total obtenido de 150 perfiles genéticos únicos que representan a 150 víctimas en Pozo de Vargas, ya identificamos a 118; pero para poder hacerlo, analizamos más de 1.300 muestras de huesos, un trabajo laborioso y caro. A eso hay que sumarle otro inconveniente, la mala calidad del terreno, que en Tucumán es húmedo y sometido a altas temperaturas, lo que atenta contra la calidad del material a analizar”.

El enterramiento clandestino de víctimas del terrorismo de Estado en el llamado Pozo de Vargas se realizó en un viejo pozo construido a fines del siglo XIX para proveer de agua a las antiguas locomotoras a vapor. Los generales Acdel Vilas, primero y Antonio Domingo Bussi después, desde 1975 hasta 1983 fueron los responsables de la represión ilegal en esta provincia norteña, y varias de las víctimas fueron tiradas al foso para hacerlas desaparecer. Esos cuerpos comenzaron a exhumarse desde 2004.

La ciencia aplicada a los Derechos Humanos

Carlos Vullo destaca que “nuestro laboratorio está enfocado al trabajo científico que permita devolver la identidad y saber qué pasó con las víctimas de violaciones a los Derechos Humanos; no somos un laboratorio de genética más; nos enfocamos principalmente a las causas ligadas a las violaciones de Derechos Humanos universales. Y eso trae otra consecuencia, porque muchas veces es el Estado quien viola los derechos fundamentales de las personas, como es el derecho a la vida y el derecho a la identidad: EAAF, como una ONG independiente que aplica las ciencias forenses a situaciones de violación de los DD.HH. , les aseguramos a los familiares de esas víctimas un trabajo altamente especializado, basado en la ciencia y la genética forense, con la independencia y la trazabilidad científica que les asegura a esas familias que el proceso no ha sido manipulado. La garantía de independencia del EAAF hace que las familias que no obtienen respuestas del Estado o no confían en sus respuestas por el modo en que fueron tratadas, tengan un organismo de la sociedad civil independiente y confiable al que acudir. Básicamente devolvemos identidad y verdad histórica a los restos con los que trabajamos”.

El laboratorio del EAAF trabaja bajo la norma ISO 17025 que regla los estándares más altos a nivel internacional para este tipo de análisis genéticos. “Hace poquito, hemos acreditado la norma ISO 17025; nosotros veníamos trabajando hace tres años para adecuar nuestra aparatología y nuestros profesionales a estos estándares de excelencia. Empezamos antes de la pandemia, nos agarró en el medio la cuarentena, seguimos adelante ¿Para qué te sirve aplicar a las ISO 17025?, para trabajar bajo los estándares exigidos por muchos organismos internacionales. Por ejemplo, la Corte Penal Internacional (CPI), con la cual estamos colaborando ahora por crímenes ocurridos en 2013 en la República Centroafricana; o con proyectos humanitarios de la Cruz Roja Internacional”.

Malvinas, diplomacia y ciencia

Precisamente fue el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) quien medió en 2012 entre el Estado argentino y el Reino Unido, para que los soldados argentinos sepultados en el cementerio de Darwin fueran identificados y que sus familiares pudieran despedirlos.

El prestigioso médico forense chileno Morris Tidball-Binz, cofundador del EAAF y ex directivo del Comité Internacional de la Cruz Roja –es el actual Relator Especial de la ONU sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias- fue quien propuso que el Equipo Argentino de Antropología Forense se encargara de analizar los cuerpos sepultados en el cementerio de Malvinas.

“El prestigio del Equipo, que había trabajado en América latina, Africa, Asia y los Balcanes, jugó a favor para que los británicos, principalmente, no pusieran reparos y nos permitieran identificar los cuerpos sepultados en Darwin. Para nosotros era un orgullo que nos aceptaran en esta misión para devolverle su identidad a 121 soldados cuyas lápidas tenían la leyenda ”Soldado argentino sólo conocido por Dios“. El Comité de la Cruz Roja sabía del alto nivel del estándar científico con el que trabaja el EAAF, eso también jugó a nuestro favor, no sólo el prestigio profesional, sino el cumplimiento de las normas internacionales de calidad”, apunta el director de genética de esta ONG humanitaria.

Vullo señaló que “Geoffrey Cardozo, un militar inglés con mucha humanidad, había hecho un trabajo extraordinario en el cementerio de Darwin, de las 230 tumbas de argentinos, logró identificar a 109. Muchos de los chicos que habían muerto en la guerra tenían su DNI en el bolsillo. Cuando fueron sepultados, Cardozo había señalado dónde estaba ese cuerpo y cómo se llamaba. Otros tenían la chapa identificatoria colgada al cuello. Pero 121 habían sido sepultados como NN. Y nosotros trabajamos desde la antropología y la genética, con evidencia asociada, para volver a identificarlos, era una deuda con ellos y con sus familiares”.

Y agregó que “los trabajos comenzaron en noviembre de 2016 con la firma del Acuerdo entre Argentina y el Reino Unido para llevar adelante el Proyecto Plan Humanitario, y en junio de 2017 llegaron a las Islas 12 especialistas forenses, tres nuestros del Equipo y dos británicos, además de otros del Comité de la Cruz Roja. Trabajaron durante dos meses, exhumaron 122 cuerpos de 121 tumbas bajo un protocolo que constaba de cinco etapas: recuperación arqueológica de los restos; análisis; toma de las muestras; inhumación de los restos en sus tumbas originales y el análisis genético de las muestras que los realizamos nosotros acá en Córdoba. En diciembre de 2017, el Comité Internacional de la Cruz Roja les entregó a los gobiernos de Argentina y el Reino Unido los informes con las identidades de 90 soldados. Así se cerró la Etapa I del Proyecto Plan Humanitario”.

Carlos Vullo contó que en 2020, el EAAF regresó a Malvinas “en plena pandemia a trabajar en la Etapa II del Proyecto Plan Humanitario, donde se identificaron los restos de soldados muertos tras el derribo de un helicóptero” por parte de las fuerzas británicas. Y “para 2023 tenemos proyectado regresar a las Islas a trabajar en la Etapa III para identificar otros combatientes.

Derecho a la identidad

“En los cursos que damos, siempre digo ‘¿Ustedes alguna vez se imaginaron llamar a alguien que no tiene nombre ni apellido?’, acá en Argentina lo llamamos ‘che, vos’, tan característico nuestro. Pero no me refiero a esas personas que no les sabemos el nombre. Me refiero a quienes perdieron su identidad, los despojaron de sus vidas y luego de sus identidades. Los asesinaron y desaparecieron; son víctimas del terrorismo de Estado, como en Argentina y la mayoría de América latina; pero también tenemos aquellas víctimas de secuestros; de guerras como en Kosovo o Darfur; o asesinados y desaparecidos a manos del narco como en México; o víctimas de ataques terroristas. Todas esas víctimas eran personas, tenían una vida, familia, padres, hermanos, hijas, amigos y a ellas hay que devolverles su identidad. Y no hablo de identidad genética, que es con lo que yo trabajo; hablo de devolverle la identidad a esa víctima, como persona”, señala Vullo.

Entre las cuestiones que “atentan contra la identificación de los restos”, el genetista jefe del EAAF destaca: “La degradación del ADN es una causa importante; tenemos poco material para trabajar en el que haya ADN que se pueda extraer; otro de los factores es que no tengamos familiares para comparar: han pasado tantos años, que los familiares muchas veces ya no están. O son familiares de segundo o tercer grado, y las coincidencias de ADN son mínimas, pero además los restos están deteriorados. Otras veces, tenemos los familiares y no tenemos los restos de las víctimas. Y la verdad que es frustrante. Por eso, periódicamente, desde el Equipo, lanzamos campañas para que los familiares se sumen a donar sangre para tener un banco genético más completo”.

¿Su trabajo contempla entrevistar a familiares de las víctimas o sólo se centra en el laboratorio?

Yo casi no trabajo con los familiares, muy pocas veces me entrevisto con las familias. Soy un hombre de laboratorio: intentamos hacer todo lo posible para obtener un perfil genético en huesos que pueden estar quemados, o muy deteriorados. Por eso compramos tecnología, aparatología que permite multiplicar el ADN para poder trabajarlo y obtener resultados. Pero una vez, en México, donde todos los años mueren miles de migrantes de Centroamérica y mexicanos que buscan el sueño americano cruzando la frontera hacia EE.UU., estábamos trabajando en la conformación de un banco genético extrayendo muestras de sangre. Vino una señora bajita, con la ropa tradicional, su traje típico. Le extendí la mano y ella me la tomó con sus dos manos y mirándome a los ojos me dijo: ‘Doctor, por favor, tráigamelo’.  ¿Cómo podía irme a casa, tranquilo y no buscar hasta el último eslabón de la cadena de ADN para identificar a este pariente de esa señora y devolvérselo, devolverle la identidad y devolver el cuerpo para que pudiera hacer el duelo. A veces, la única muestra que tenemos la utilizamos y logramos dar con su identidad, pero no le podemos devolver el cuerpo a esa familia. Pero le devolvemos tranquilidad, le decimos que su familiar estuvo en tal lado, le damos una respuesta a esa pregunta que vino haciéndose hace dos, cinco, 30 o 40 años. Esos familiares ponen fin a una búsqueda, le damos certezas, terminan años o décadas de incertidumbre, de angustia. Cuando esa madre mexicana me pide que le devuelva su hijo; yo tengo el deber moral y profesional de hacer lo posible y lo imposible para que pueda reencontrarse con su hijo, aunque esté muerto y sólo le demos una urna cerrada. Ella sabe, tiene la confianza, que el Equipo Argentino de Antropología Forense puso todo de sí para que ella se reencontrara con la verdad. 

GM

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