—¿Querés preguntarme cosas antes de que te invite a fumar uno?
—No. Si nos vamos a ver para qué te voy a preguntar por acá.
Hace poco más de un año tuve una cita con un –hasta ese momento– perfecto desconocido con el que sólo compartíamos un contacto en Instagram y con el que conversábamos por chat en esa red social. Es cierto que él tenía más información de mí y por eso había armado un plan ideal a la medida de las cosas que me gustan: además de fumar porro, el plan era ver Newell´s-Inter Miami. Acepté porque era una propuesta creativa, construida a partir de las huellas digitales que yo misma había dejado en Internet.
De mi parte, chusmeé sus redes, googlé su nombre, pero no indagué mucho más. Quizás me encontraba con información inútil que me hacía llegar muy sesgada al encuentro y tampoco quería saberlo todo. ¿No es parte del plan de una cita conocerse en el encuentro? Si me ponía a averiguar, hacía mi trabajo como periodista, hubiese sabido si tenía deudas o antecedentes penales, pero ¿para qué? Confié en el algoritmo que nos había cruzado por la calle online y en la necesidad de conocerlo en acción más allá de su identidad virtual. Mi única medida de seguridad era ir a un lugar público. Él insistió en ir a ver el partido a su casa, en el sur del conurbano bonaerense. Me resistí sólo porque sí me aburría o no me gustaba algo y me quería ir rápido iba a estar muy lejos de mi casa y en un lugar que no conocía de noche, así que busqué un bar en el microcentro que pasara el partido. ¿Qué tanto teníamos que hablar antes? ¿Qué garantía me otorgaba tener más información sobre él?
En la era de las subjetividades virtuales y la huella digital, ¿es el fin de las citas a ciegas? Las preferencias y las posibilidades de stalkear siempre existieron. Con la irrupción de la digitalización y las redes sociales, esa tarea detectivesca se hizo más sencilla. Por caso, el 55% de los argentinos y argentinas que usan servicios de citas en línea investigan a su cita antes del primer encuentro cara a cara. De este grupo, el 23% decidió no encontrarse con la persona a partir de lo que encontró en Internet o porque no pudo dar con nada. Algunas personas quieren aprender más sobre su potencial pareja (57%) o verificar que la persona es real (52%). Otras quieren comprobar si lo que sus matches les contaron es cierto (27%) o buscan ver cómo interactúa esa persona en las redes sociales (16%). Estos datos se desprenden de un estudio que ya tiene algunos años (2021) publicado por Avast, la empresa de productos de seguridad y privacidad digital.
Ahora, con la inteligencia artificial las posibilidades se potenciaron al punto tal de que existen los bots para chatear previamente en lugar de una. En Rusia, Aleksandr Zhadan programó el GPT-2 de OpenAI para que fuera su asistente de citas después de aburrirse poniendo “me gusta” en fotos y teniendo charlas que no iban a ningún lado. La IA conversó con 5.239 mujeres en Tinder por él, le agendó más de 100 citas, hasta que finalmente encontró a la candidata final: Karina Vyalshakaev. En diciembre de 2022 Aleksandr y Karina se casaron después de que él le propusiera matrimonio. Un dato inquietante: fue una sugerencia de la IA a partir del análisis de algo que ella había mencionado sobre las bodas.
Hoy también es posible pedirle al chatbot de IA generativa que haga un perfil detallado de la persona en cuestión. Eso es lo que le pasó a Jemima Kelly, una periodista norteamericana de 40 años, columnista de “Sociedad, Política e Ideas” en el Financial Times. Su anécdota se volvió una columna, publicada en marzo, en la que contó que tuvo una cita con un desconocido en la que la pasó muy bien. Además de compartir un vino en uno de los lugares favoritos de ella, las coincidencias y compatibilidades hicieron el encuentro muy fluído. Hasta que el hombre le confesó que había usado una herramienta de IA llamada Deep Search para crear un “perfil psicológico” de ocho páginas sobre ella. “Kelly es intelectualmente curiosa, independiente y valiente en sus convicciones lo que sugiere un alto grado de confianza en sí misma e integridad. Sus anécdotas humorísticas sobre sus propias meteduras de pata delatan su falta de ego y su capacidad para reírse de sí misma. Psicológicamente, se podría describir a Kelly como una escéptica con conciencia”, le dijo la IA al hombre antes de que se encontraran.
Además, en la previa, como si fuese un trabajo de pre-producción le había pedido recomendaciones sobre cómo comportarse en el encuentro. Cuando él se lo contó, ella relató en su columna que primero pensó “que era señal de que probablemente era bastante inteligente y emprendedor”. Pero después aparecieron en su cabeza preguntas sobre si era ético: “Sólo porque la información está disponible, ¿significa que acceder a una destilación de ella procesada, agregada y psicoanalizada especulativamente es legítimo?”, reflexionó.
Kelly recurrió a la misma herramienta que su cita y llevó sus inquietudes a Gemini, el desarrollo de inteligencia artificial de Google, que le contestó: “No deberías usar ChatGPT para crear un perfil de alguien sin su consentimiento explícito, ya que puede ser una violación de la privacidad y potencialmente perjudicial”. Sin embargo, al mismo tiempo, ella misma le pidió un perfil a ese chatbot y se lo hizo con la advertencia, un disclaimer: “Se trata de un perfil especulativo y que no pretende ser una evaluación psicológica definitiva”.
Irina Sternik es periodista especializada en cultura digital y hace tiempo que viene investigando y divulgando en cursos sobre inteligencia artificial. Para ella, en el momento de conocer a alguien en el plano romántico “se debe evitar todo tipo de búsqueda en redes en una primera instancia, al menos por todas estas situaciones problemáticas: prejuicios, sesgos, información errónea y además, se pierde todo tipo de magia”. La creadora del newsletter LadoBNews dice que “conocer a alguien en la era de la huella digital ya tiene sus riesgos”. “Con una búsqueda rápida podes creer que `conocés´ a una persona por un par de publicaciones, además de seguramente sembrar prejuicios sobre los datos que hay. Si a eso le sumas una automatización de variables con IA es aún peor. O bien, un stalkeo veloz con Grox por ejemplo (que además analiza tus publicaciones si tenés presencia en esa red social) puede llegar a hacerte un analítico de dudosa procedencia como si fueras a una entrevista laboral”.
Una reivindicación de lo imperfecto
Damián Supply es psicólogo clínico y terapeuta grupal. Para él, “hay algo de la seducción que necesita un misterio y si creés que sabés todo del otro eso se rompe. Cuando está todo sobre la mesa, por ejemplo todo lo que es aplicaciones de citas está todo explicitado, no hay erotismo”. Y agrega: “En el romance hay algo del paso a paso que se va armando. El stalkeo atenta contra eso porque genera trampas: prejuicios, sesgos, falsas expectativas. Cuando te vinculas con otra persona hay algo de lo imperfecto que está buenísimo pero estos procesos nos están alejando. Se busca la efectividad, el tip, la recomendación para ser más efectivos y todo se vuelve más artificial y menos humano”.
Supply distingue que “la IA se puede usar como un bastón o como una herramienta”, pero advierte sobre un fenómeno que observa en su consultorio y los grupos con los que trabaja: “Cada vez tendemos a lo efectivo y nos alejamos de lo humano, de la capacidad de sorpresa, de lo distinto, de lo imperfecto”. En ese sentido, el psicólogo observa que la tolerancia a la frustración es cada vez menor.
Sternik también pone en común sus reparos respecto al uso de la IA: “Mi consejo es entender para qué sirve y para que no. Saber que alucina (se equivoca) y no es apta para buscar información pero sí para recopilar la misma y chequearla después”. La periodista especializada también advierte sobre los recaudos que hay que tener si se quiere proteger la privacidad: “Hay cosas que si son urgentes de enseñar y aprender: manejar la privacidad de nuestros datos, saber a quiénes le entregamos todas esta información (los grandes monopolios de Silicon Valley), qué hacen con nuestros datos y cómo protegernos tanto para no caer en estafas como para que no nos doxeen y hagan perfiles nuestros”.
Una cita siempre puede fallar y convertirse en una anécdota, pero en estos tiempos de impostada hiperproductividad e hiperconciencia de múltiples riesgos, parece que nadie tiene tiempo ni plata para gastar en un encuentro de una sola noche, ni margen para el error. Queremos saberlo todo de antemano como si la información o el uso de las tecnologías que están a disposición fueran garantía de un vínculo ideal. Si antes se deshojaban margaritas para chequear la correspondencia ahora es posible preguntarle a un chatbot: ¿me quiere o no me quiere?
MFA/DTC