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Sputnik V, la Guerra del Golfo de las vacunas

Una científica del Centro Gamaleya ante una cámara refrigeradora de la vacuna Sputnik V
29 de diciembre de 2020 07:34 h

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En lo que va del año, el lenguaje científico permeó los medios de comunicación. Incluso en su versión desafiante del establishment del conocimiento, los promotores de curas alternativas -y muchas veces peligrosas- publicitaron las supuestas virtudes del Dióxido de Cloro, un término que nos puede guiar a desempolvar las carpetas de química de la secundaria. O sea: no necesitaron extraer un nombre de fantasía de Harry Potter, optaron por el nombre que mejor emulaba la lengua científica, aunque fuera para bastardearla.

Ese copamiento subrepticio de la lengua de la ciencia en los medios y la vida cotidiana no debería explicarse como una victoria de la racionalidad científica en el año de la pandemia: más bien, parece ser un recurso errático en una búsqueda desesperada por lo que la desconfiada audiencia quiere consumir. Aunque se lo cuestione de manera recurrente, parece dar cierta credibilidad, los papers nuevos son noticiables en algunas líneas descontextualizadas como breaking news y el manotazo a PhDs una necesidad legitimadora, mientras que, paradójicamente, la OMS, la ANMAT o el Instituto Gamaleya son puestos bajo sospecha por sus errores, procedencia, intereses geopolíticos o de política interna. 

La colisión entre las necesidades mediáticas y la información científica mostró su versión más explosiva durante el desarrollo, aprobación y traslado de la vacuna Sputnik V, con una reproducción mediática inédita, dadas la abundancia informativa que permiten y proponen las múltiples plataformas y la magnitud del evento.    

Se suele decir que la Guerra del Golfo de 1991 es un hito en cuanto a la cobertura de una guerra: horas y horas de transmisión vía satélite -una tecnología nueva entonces- cruzaron propaganda con rating y audiencias conmovidas por ver misiles y formar parte de la escena bélica en un sangriento como si. La CNN se coronó a nivel mundial y la intervención indirecta de los televidentes -como espectadoras, como opinión pública- en algunas decisiones geopolíticas fue materia de estudio por años. 

Nunca nos hablaron tanto de una vacuna. Y, a la vez, nunca generó más desconfianza, repreguntas, cuestionamientos. Un reality que es visto como mentirity.

Como espectadores, estamos ahora ante la primera vacuna transmitida en vivo y en directo por todos los medios, incluyendo a los medios sociales. Creemos conocer el paso a paso de esta vacuna, hilvanado a golpes de declaraciones, críticas y desmentidas. Nos hablan de principios activos, fases, mecanismos de aprobación- Periodistas masivos -no especializados en ciencia- se escandalizan enumerando los pocos y poco confiables países que han aprobado la misma vacuna que la Argentina y asistimos en tiempo real a un drama de enredos: Vladimir Putin dice que todavía no puede vacunarse porque la vacuna no ha sido aprobada para mayores de 60 años; desde la mismísima Moscú, Carla Vizzotti tranquiliza a la población: ya la van a aprobar, no se preocupen. Le conocemos la cara a los pilotos que fueron a buscar las 300.000 dosis, y un asesor del gobierno provincial arroja el dato de que Pfizer quería glaciares (!) como garantía. Como detectives sagaces, sentimos que sabemos tanto que hasta podemos decir la información faltante, aún si son datos no exigidos por ninguna regulación. 

Nunca nos hablaron tanto de una vacuna. Y, a la vez, nunca generó más desconfianza, repreguntas, cuestionamientos. Un reality que es visto como mentirity

Comemos y tomamos alimentos y medicamentos aprobados por la ANMAT, pero parece que ser testigos en tiempo real de la aprobación de esta vacuna nos obliga a tomar partido: teniendo en cuenta lo que consideramos prolijo o desprolijo de su aprobación gubernamental de emergencia -algo bastante excepcional en la historia sanitaria de la humanidad-, ¿estamos a favor o en contra de la vacuna rusa? Bombardeados por ilusiones de discurso científico, nos creemos capaces de dar nuestro veredicto sobre temas que requieren hiperespecialización, como ilustra un meme que circula. Otro como si: como si entendiéramos, como si supiéramos. El panelismo televisivo ahora se detiene a diseccionar aspectos técnicos de la vacuna cruzados con cómo el gobierno debió haber manejado y/o comunicado lo que sabe y lo que no sabe sobre la vacuna Sputnik V. 

La proliferación de la conversación mediática sobre el tema se sostiene sobre algunos pilares. El más obvio es el avance de tecnologías de la información que ponen a circular millones de contenidos diarios de millones de fuentes distintas -personas, empresas, gobiernos, etcétera-, sobre el Covid y su cura: verdaderos, falsos, interesantes, vacíos. Pero otro, también influyente, es el creciente cuestionamiento al conocimiento experto y a las instituciones que validan sus avances científicos.

El filósofo Bruno Latour, referente de los estudios de ciencia y tecnología y ahora conocido como el filósofo de la posverdad, contó el ascenso de esta nueva aristocracia en la preciosa biografía de Luis Pasteur, La pasteurización de Francia. Pasteur, hoy considerado un dios, al hacer visibles los microbios en su laboratorio, generó toda una corriente que demandaba políticas sanitarias. Creó una nueva autoridad, la de los expertos higienistas, que desplegaba sus propias estrategias políticas para coronarse como tal y que también molestó a algunos funcionarios de entonces: “Esos doctores están en todos lados”, decía un ministro según el rescate que hace Latour de ese momento de fines del siglo XIX.

Aunque sucedió unos 130 años antes, el comentario de ese ministro no difiere demasiado del que hizo Michael Gove durante la campaña por Brexit en 2015. Cuando le preguntaron al entonces canciller por los pronósticos pesimistas de los especialistas si el Reino Unido dejaba la Unión Europea, Gove revoleó sus ojitos: “Creo que la gente, en este país, ya tuvo demasiado de expertos, con organizaciones con acrónimos diciendo lo que era mejor y equivocándose una y otra vez”. Ese cuestionamiento aparece, por cierto, en sospechas que la vacuna contra el Covid-19 genera en distintas sociedades como la francesa y en los grupos antivacunas dispersos por todo el mundo.

En Argentina, los atendibles cuestionamientos al secretismo gubernamental en relación con aspectos sensibles de la vacuna proveniente de Rusia y a la deficiente información pública se cruzan con una mirada desconfiada de instituciones públicas regulatorias que recoge algo del espíritu de época: tiempo antes de que la ANMAT se involucrara en la aprobación de la Sputnik V, Viviana Canosa ya la había desafiado tomando Dióxido de Cloro, sustancia que el ente desaconsejó este año. 

Después de la Guerra del Golfo se escribieron kilómetros de textos sobre la cobertura mediática y su impacto en la aceptación popular e incluso en decisiones que el gobierno de Estados Unidos tomaba en la misma guerra que estaba llevando a cabo. Es probable que la vacuna que inmunice contra el Covid 19 corra el mismo destino: ser estudiada, además de en su rol sanitario, como la primera vacuna hipermediática de la historia.

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