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Sobre este blog

Un trabajo extraordinario: historias e ideas sobre maternidad y paternidad en Argentina es una exploración de lo que nos une y de lo que nos separa a los padres y madres que hoy, en un territorio tan vasto y desigual como el nuestro, contribuimos a la tarea titánica de criar a una persona. Un mapa de temas y problemas, un retrato de un estado de situación, un testimonio de las muchas formas en las que las personas atraviesan y se organizan para atender al desarrollo humano de los niños y las niñas.

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Por Natalí Schejtman

Nos preocupa el uso de pantallas entre los niños, pero Paka Paka solo aparece en los medios cuando escandaliza

Los Tuttle Twins, mellizos libertarios protagonistas de la nueva programación de PakaPaka.

Natalí Schejtman

1 de junio de 2025 00:03 h

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Desde que salió el libro La generación ansiosa, de Jonathan Haidt, en 2024, el asunto del tiempo que los niños pasan frente a las pantallas, que ya estaba presente en conversaciones y castigos varios, adquirió un estadío público, con ribetes de causa municipal –prohibir o no celulares en las escuelas–, nacional, global, pero también doméstica.

Los que administramos el tiempo libre de niños sabemos que es prácticamente imposible prohibirles las pantallas, que los niños consumen contenidos audiovisuales en sus hogares, en las escuelas (bastante, de hecho), en las casas de sus abuelos, amigos y prácticamente en cualquier lugar adonde van. Como los adultos. Por eso, el acento en el dispositivo –el celular– como fuente de todo mal –si lo tienen o no, cuanto tiempo, en dónde, de quién– no solo puede implicar algunas repreguntas metodológicas sino que opera quitando la atención en un aspecto relevante, al menos si analizamos el tema con sensatez y sentimientos: qué ven los niños en esas pantallas es tanto o más importante que cuánto tiempo las tienen en sus manos. Pero es un debate muchísimo más incómodo, complejo, sutil. Es más fácil, como padres y como tomadores de decisión, prohibir y patalear, o hacer la vista gorda ocupados en nuestras propias pantallas, cuando vemos que nadie nos respeta.

No sorprende entonces que Paka Paka, una señal que existe desde el año 2010 pero que nació completamente atravesada y aparentemente signada de por vida por la batalla entre el grupo Clarín y el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, solo aparezca en la opinión pública cuando los adultos se escandalizan por alguno de sus contenidos, a los que consideran o adoctrinadores, o caros, o producto de manejos de dineros públicos turbios o alguna otra cosa similar. En 15 años de programación, la conversación pública local no tuvo prácticamente espacio para un debate sensato sobre cómo garantizamos que, en el caudal infinito de basura audiovisual que se aloja en las plataformas, exista y los niños accedan –dos asuntos separados, que exigen acciones diferenciadas– a eso que intuimos que es contenido de calidad, aunque no queramos tomarnos el trabajo de definirlo. 

Y es curioso que nunca jamás haya sido ese el centro del debate, porque hasta YouTube está pensando en el tema: en marzo de este anunció que trabajaba con productores y creadores de contenido en un nuevo “pacto” para el bienestar online de los jóvenes “apoyando una visión unificada para el desarrollo de contenido de alta calidad y apropiado para la edad de los jóvenes”. Más curiosidades: hay secciones de literatura infantil, especialistas, una reconocida industria de libros con actores grandes y pequeños, pero rara vez aparecen recomendaciones de series para niños ni se analizan con seriedad. Como si demonizar el hecho de que los niños pasan tiempo en frente de algún dispositivo que junte imagen y sonido fuera suficiente para eximirnos del trabajo de seleccionar, analizar e incluso mirar con ellos la tele.

El fenómeno es global: el audiovisual infantil es una industria multiplataforma exuberante –ahí está para atestiguarlo el imperio de El reino infantil, de los canales de YouTube en español más vistos– pero es considerado una clase B. Hasta Anna Home, histórica cabeza de los contenidos infantiles de la BBC, confesó en una entrevista con la investigadora Máire Messenger Davies:  “Los chicos nunca fueron considerados algo de primera clase en la industria. Siempre fue una lucha: para el reconocimiento, para el dinero”.

En el Reino Unido, la Broadcasting Act de 1990 protegía la programación infantil gracias a la presión que ejercieron los productores, investigadores, padres y activistas, como cuenta Messenger Davies. Pero la ley de 2003 dejó caer este requisito: los chicos y las chicas ya no fueron una audiencia a la que los medios públicos tenían que servir específicamente.

En Argentina, este asunto tiene sus particularidades. Lilia Lemoine y Lali Espósito seguramente fueron arropadas con Manuelita porque María Elena Walsh es una figura cultural de consenso a la altura de los próceres más añejos. Pero Paka Paka, la señal infantil, nació bajo el fuego de la polarización hardcore, y al desinterés que suscita la producción audiovisual infantil en general se le sumó la mirada constante de la sospecha. No hay premio internacional, funcionalidad educativa e interés infantil que pueda borrar al famoso niño formoseño y su “me aburro”.

Por eso las abundantes lecturas sobre la deriva patética de sus adquisiciones internacionales en esta nueva etapa que busca un “enfoque comercial”, como dijo su director, para el canal (similar al aquel “Ahora También Competimos”, made in Gerardo Sofovich) esconde un desprecio a toda su existencia. La indignación con Tuttle Twins –los gemelos libertarios– se cuenta sola, al punto tal que medios que habitualmente miraron con desconfianza la producción estatal de contenidos para las infancias durante los gobiernos kirchneristas hoy vuelven a analizarla para señalar sus múltiples provocaciones: loas al libre mercado, insultos a la intervención estatal, a los comunistas, a Carlos Marx, menosprecio al estudio universitario... Eso es Tuttle Twins, además de estéticamente retrasada, con voces chillonas dobladas al español neutro y llena de lugares comunes en cuanto a forma y contenido, como el hecho de que la nena culta y curiosa tenga... ¡anteojos!

Lo que tampoco sorprende es que en esos espacios de difusión mediática donde se anazó Tuttle Twins indaguen poco y nada en el resto de las producciones que se adelantan en el trailer de presentación de la programación 2025, más allá de ese final con un Zamba reversionado con estética Bazooka del que no sabremos mucho más hasta que en julio terminen de “arreglarlo” (sic). Ni que olviden mencionar que los sitios de Encuentro y Paka Paka –desde los cuales los docentes solían conocer y acceder a todo el catálogo histórico para planificar sus clases– están dados de baja y la producción minimizada. Muy armónicamente con este tono, después de tantos gritos de alarma sobre el contenido libertario, llegó la propuesta de una diputada para disolver el canal. ¡Pero claro! ¡Si solo es una fuente de furia ciudadana y adoctrinamiento antes kirchnerista o ahora libertario!

Qué ven los niños y las niñas en sus pantallas excede y mucho a Tuttle Twins y al gobierno de Milei. Quienes escuchamos de fondo regularmente a influencers niños que pasan info absurda sobre el sistema solar, imágenes sangrientas perturbadoras en un contenido aparentemente ingenuo, canciones repetitivas exaltadas, o pispeamos la aceleración de los cuadros y los colores flúo enloquecedores, quizás sospechamos que alguien debería hacer algo para ayudar a que los niños consumieran menos porquerías y le sacaran mejor provecho al kiosco online. Hace 15, 60, o casi 100 años, según el país, ese alguien era el Estado, organizaciones no gubernamentales o en un sistema de aportes mixto público y privado y ese algo medios públicos o eso llamado contenidos de interés público: así surgieron desde Plaza Sésamo (PBS, Estados Unidos), Historias Horribles (CBBC, Reino Unido) y hasta Bluey (ABC, Australia) o Simón (France Télévisions), entre tantos otros programas. Hasta ahora, las plataformas digitales comerciales –que contienen prácticamente todo, también lo producido por los medios públicos– básicamente propusieron que sean los adultos los que regulen el acceso de los niños, y ofrecen el control parental. Quitar los anuncios publicitarios de un video –una característica que comparte buena parte de los medios públicos infantiles– requiere, para YouTube, una suscripción paga.

Tuttle Twins es una desgracia, pero no una más grande que el hecho de que, del nuevo Paka Paka, solamente importe Tuttle Twins, en lugar de qué contenidos llenan las pantallas de los dispositivos que los niños consumen sin parar y qué hace o deja de hacer el Estado argentino al respecto.

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