Débora Imhoff, prosecretaria de género y diversidad de la Facultad de Psicología de Córdoba: “Ante la violencia simbólica, el silencio es síntoma de una sociedad que apoya o siente miedo”

Débora Imhoff es doctora en Psicología e Investigadora del CONICET en el Instituto de Investigaciones Psicológicas de Córdoba. También se desempeña como Prosecretaria de género, diversidad y feminismos de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, y como docente en la Licenciatura en Psicología de dicha universidad. A partir de la denuncia de varias juezas contra el juez Juan Carlos Gemignani, de la Cámara de Casación, por su saludo por Día Internacional de las Mujeres reflexiona sobre las diferentes formas de la violencia machista. El magistrado había enviado la siguiente frase: “Feliz Día para todas! Especialmente para las delincuentes!!! Solo se avanzará en la igualdad cuando se reconozca derechos a las delincuentes y sean penadas. Mientras tanto, seguiremos poniéndolas en evidencia hasta que la igualdad no es solo relato!!”.

En los últimos días, el juez recibió por este mensaje repudios desde distintos ámbitos sociales, organizaciones e instituciones... 

Creo que ese hecho es fundamental. Necesitamos ejercitar masivamente el rol de interpelación ante este tipo de hechos. Fijate que las juezas lo hicieron. Se podrían haber quedado calladas, lo podrían haber dejado pasar, una machiruleada más entre tantas otras. Pero decidieron no hacerlo, lo interpelaron, lo pusieron en cuestión, no sólo personal, sino socialmente. Y eso habilitó la discusión social sobre el tema, habilitó el debate, y se constituyó así en una ocasión para reflexionar socialmente sobre este tipo de violencias.

Hay cada ves menos silencio frente a este tipo de situaciones de violencia machista....

En mi opinión, los ciudadanos y ciudadanas tenemos que ejercer de forma más activa ese rol, no dejar pasar estas cosas. No hacerlo con un juez, claro está, pero tampoco con el verdulero, el compañero de trabajo, en la fila del súper, en la sala de espera del hospital. El silencio es síntoma de una sociedad que o bien mira para otro lado, o bien apoya, o bien siente miedo a alzar la voz. En ningún caso es un buen indicador. Tenemos que ejercer una pedagogía de la incomodidad, como dice Martín Azcurra. Una incomodidad que dé lugar al debate, a la pregunta, a la reflexión. No una incomodidad hostil, sino una reflexiva. Un poco lo que ya hacen las infancias en los lugares que habitan. Muchos niños y niñas nos interpelan en lo cotidiano. Yo pienso en Amanda, la hija de 8 años de un gran amigo. Amanda me inspira. Ella es la que en la fila del cole, en el saludo de la mañana, cuando la directora dice “buenos días señores padres, alumnos”, ella grita desde el fondo de la fila “también hay madres y alumnas!!! Amanda es la que cuando hace la tarea en la fotocopia que le dio la seño, donde dice ”todos deben hacer la tarea“ tacha la o y pone una e; y devuelve la fotocopia con un ”todes“. Creo que nos vendría muy bien ser un poquito más Amanda.

¿Crees que lo que pasó con Gemignani es un hecho aislado?

No, creo que los dichos de Gemignani sintetizan la posición de muchos varones (no todos, por supuesto), que efectúan una descalificación cotidiana hacia las mujeres. Éstas son formas de violencia simbólica, y las mujeres y disidencias las enfrentamos todos los días, en los diversos ámbitos por los cuales transitamos. Los varones han aprendido a destratarnos, maltratarnos, violentarnos, en el marco de su socialización de género en el sistema patriarcal, y esas violencias casi invisibles se reproducen todos los días entre los varones que responden al mandato hegemónico de masculinidad. Lo que sucede es que en este caso, Gemignani además de ser un varón que encarna y reproduce ese mandato, es un juez, y eso es lo más preocupante, dado que sería esperable que este tipo de violencias no sean ejercidas por quienes tienen el deber de impartir justicia. ¿Qué justicia podemos esperar las mujeres en estas condiciones?

De aquí a los femicidios, ¿qué distancia hay?

De aquí a los femicidios hay mucha distancia, claro está, pero una distancia que se recorre dentro del mismo camino. El camino que el patriarcado les propone a los varones como modo hegemónico de vinculación con los otros y – sobre todo- con las otras y les otres. El molde hegemónico que se propone a los varones supone el ejercicio de la violencia, en sus diversas formas. Violencia hacia las mujeres, hacia las disidencias, hacia las infancias, hacia la naturaleza, y hacia cualquier varón que se anime a salir de ese mandato. Esas violencias son simbólicas, psicológicas, económicas, y muchas veces físicas, implicando en ocasiones la muerte.

La violencia patriarcal no ha comenzado ahora. Las mujeres la padecemos hace siglos. Lo que sucede es que hay un recrudecimiento de la violencia de género. En mi opinión se vincula con los avances de conquistas de derechos de las mujeres y las disidencias

¿Por qué crees que la violencia patriarcal está desatada en relación a otros tiempos?

La violencia patriarcal no ha comenzado ahora. Las mujeres la padecemos hace siglos. Lo que sucede es que hay un recrudecimiento de la violencia de género, y eso en mi opinión se vincula con los avances en términos de conquistas de derechos que hemos logrado las mujeres y las disidencias a partir de la organización colectiva. El campo social está atravesado por luchas de poder. Cuando las mujeres y disidencias disputamos el poder, cuestionamos la forma en la cual se ejerce, interpelamos a las distintas opresiones de las que somos destinatarias, entonces eso trastoca las relaciones de poder. Y los grupos dominantes no ceden el poder amablemente. Hay resistencias, hay intentos cruentos por restituir las formas de opresión… Eso, en términos socio-políticos. A nivel subjetivo, creo que los varones se ven interpelados por nuestro avance, por el crecimiento de nuestras formas de organización, por nuestras conquistas, por el hecho de que vamos progresivamente pasando de objetos deseados a sujetas deseantes. Porque vamos conociendo masivamente nuestros derechos, porque sabemos cuáles aún nos faltan por reclamar, porque logramos hacer escuchar nuestras voces en la arena pública, pero también adentro de casa. Creo que este recrudecimiento es una respuesta compleja a este fenómeno que es también complejo.

¿Cómo ves que desempeña su rol el ministerio de la Mujer?¿ Era necesario crear un ministerio?

Sí claro, es muy necesario un ministerio que pueda articular políticas públicas a nivel federal y con una visión integral. Rescato, a su vez, la convocatoria que el Ministerio ha hecho a expertas que tienen larga trayectoria de trabajo e investigación en estas temáticas, para formar parte de quienes asesoran la política pública. Creo, no obstante, que faltan muchas cosas por hacer, algunas que dependerán del Ministerio, y otras que dependen de otros niveles del Estado.

¿Qué tendría que cambiar en las fuerzas de seguridad?

La institución policial necesita una reforma profunda no sólo en términos de la formación en género de sus integrantes, sino también de los dispositivos para la atención a las personas que sufren violencias de género. En muchos lugares, las compañeras organizadas están solicitando la creación de comisarías para la mujer, o dispositivos similares, en los cuales se aborden específicamente estos casos. Además, hay que poder desarticular las redes de protección patriarcal que existen dentro de la policía y que se vieron tan gráficamente representadas en el caso de Úrsula.

Y ¿qué debería ocurrir en la Justicia y en los medios?

En este caso, afortunadamente hay avances muy interesantes, producto de la lucha de las compañeras feministas que habitan estos ámbitos. Es lamentable el rol de jueces como Gemignani, y tantos otros que no sólo ejercen violencia de género en sus ámbitos laborales y personales, sino que también se encargan de mantener andando el engranaje de las redes de protección patriarcal. Pero también tenemos que decir que hay compañeras feministas en la justicia promoviendo otra forma de hacer las cosas. Hay iniciativas interesantes de reforma del sistema judicial de cara a la inclusión de la perspectiva de género. El tema es que estos varones machistas, patriarcales, jerarcas, siguen estando en lugares nodales del sistema, y se protegen mutuamente.

En los medios sucede lo mismo. Lamentablemente los medios hegemónicos reproducen a gran escala los mandatos del patriarcado, los estereotipos, la banalización de la violencia, entre otros fenómenos. Pero hay lugares en los cuales las compañeras están logrando transmitir otra cosa, otra forma de ver el mundo. Nuevamente, el problema principal es que nuestra presencia en los medios, al igual que en todos los ámbitos sociales, se encuentra con múltiples barreras, violencias, discriminaciones. En todos los lugares, a las mujeres nos cuesta más llegar a ocupar un rol, y más aún, ascender y llegar a espacios de liderazgo y conducción. Entonces, cuando estamos, y ocupamos esos lugares con una mirada feminista, logramos cambios. Pero el sistema está diseñado para que no lleguemos, o si lo hacemos, para que estemos siempre bajo el ámbito decisional de un varón. 

¿Confías en que puede haber un cambio?

Hace poco conversaba con Lala Pasquinelli, activista feminista, y me decía que para ella el optimismo es a veces casi una falta de respeto, cuando están matando a una de nosotras cada 20 horas…. Es cierto, es muy difícil ser optimista en este contexto, que nos duele, que nos abruma, que a veces nos inmoviliza. Pero yo creo que tenemos que sostener siempre las utopías, la esperanza de que el mundo puede ser un lugar mejor para vivir. Y no a fuerza de ilusión y relato, sino a fuerza de trabajo colectivo y organizado. Sino, el sistema nos gana, por cansancio, por desazón, por dolor. Creo que la esperanza y la alegría no tenemos que cederla nunca. Creo que el dolor y la indignación, y la bronca, y el miedo, tienen que ser el motor para no abandonar la convicción de que otro mundo es posible. Y creo que en mi caso, que soy mamá de un hermoso varón al que no lo quiero machista, y de una hermosa nena a quien no quiero muerta sino libre, con sueños y alegrías, creo que en mi caso la resignación no es una opción. Creo que el dolor y el miedo se me tienen que convertir sí o sí en lucha, porque quiero un mundo más justo para ellxs, y en ellxs, para todes.

Así que sí, trato de ver con optimismo los cambios que ya se están produciendo, que son muchos, y trato de construir diariamente para gestar los cambios que faltan. 

Hay un origen histórico, acaso económico, por el cual se objetualizó a la mujer y se convirtió el trabajo doméstico en invisible y sin valor. ¿Tiene que cambiar el modo de producción, la división social del trabajo para que cambie la ideación consciente e inconsciente de la mujer en nuestra sociedad?

Creo que los procesos sociales son dialécticos. Hay una relación de mutua influencia entre procesos materiales y subjetivos, uno no cambia sin el otro, y no hay uno que sea causa del otro. En esa línea, las conquistas no pueden ser sólo simbólicas, si bien ésas también son importantes. Pero sin dudas, a ese cambio simbólico, de representaciones, de ideas que circulan en el mundo social, tienen que sumarse cambios materiales concretos no sólo en los modos de producción, sino también en la distribución de la renta, en la organización del trabajo asalariado, en las posibilidades de ascenso y progreso laboral. La pobreza sigue estando fuertemente feminizada, y por eso nos alegra la Ley Micaela, nos alegra que haya una sanción social a las violencias simbólicas como la del juez Gemignani, pero no nos alcanza, porque las compañeras siguen pasando hambre. Y porque sin autonomía económica, no hay emancipación posible.

LH