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OPINIÓN

El catastrofismo climático es un lujo que no nos podemos permitir

Manifestación contra el cambio climático en Madrid.

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El profesor de ingeniería de Stanford y experto en energías renovables Mark Z. Jacobson tuiteó hace unos días: “Teniendo en cuenta que los científicos que se dedican a estudiar los sistemas de energía 100% renovable afirman por unanimidad que es factible, ¿por qué todos los días escuchamos a gente que no estudia esos sistemas diciendo en Twitter y por todos lados que no lo es?”.

Un porcentaje significativo de la opinión pública habla del cambio climático con una extraña combinación de confianza y derrotismo: confianza en posturas que suelen estar basadas en información inexacta o desfasada (o sin respaldo en datos); y derrotismo sobre lo que está en nuestras manos hacer para conseguir un futuro habitable. Es posible que esa información venga de uno de los muchos evangelistas de la fatalidad que florecen por Internet, por mucho que haya científicos de renombre demostrando sus errores.

Es una rendición por anticipado que incita a otros a hacer lo mismo. Cuando se anuncia que el resultado está cantado y que ya hemos perdido, nos quitan la motivación para participar. Y por supuesto, no hacer nada significa conformarse con el peor resultado de todos. En muchas ocasiones parece que la gente busca más pruebas de la derrota que de la posible victoria. Hay que distinguir entre el valor de las advertencias que se hacen con la idea de actuar para evitar el resultado previsto y la profecía que implica un futuro decidido sobre el que ya nada podemos hacer. Pero el presente del que suelen hablar los derrotistas encierra todos los peores resultados.

Una persona me dijo esta semana que estaba “enfadada por el rechazo de la gente a reconocer lo que le está pasando al planeta”, y decidí mostrarle un par de encuestas. En una de 2023 se decía que “casi siete de cada diez estadounidenses (69%) están a favor de que EEUU tome medidas para llegar en 2050 a la neutralidad en emisiones de carbono”. Otra, de 2021, indica que “tres cuartas partes (75%) de los adultos en Reino Unido dicen estar preocupados por el impacto del cambio climático”. Esta persona pasó entonces a quejarse de los negacionistas del clima y de líderes incapaces. Por lo que pude ver, lo que quería era encontrar obstáculos para enfadarse. Si le quitabas uno de enfrente, buscaba otro.

Más impacto que el negacionismo

El Washington Post publicó hace poco un artículo de la periodista Shannon Osaka titulado 'Por qué los catastrofistas del clima están sustituyendo a los negacionistas del clima', donde el científico especializado en climatología Zeke Hausfather decía lo siguiente: “Se puede decir que últimamente muchos de nosotros, científicos especializados en climatología, estamos dedicándole más tiempo a discutir con los catastrofistas que con los negacionistas”.

Las personas que imaginan un escenario derrotista tienen más impacto que los negacionistas. Entre otras razones porque los negacionistas son de derechas y la derecha ya está decidida a no hacer nada con relación al clima. Pero los catastrofistas están contribuyendo a los peores resultados que dicen temer porque desalientan a personas que, de otro modo, podrían pasar a la acción. Sería de esperar que vivieran en silencio su falta de motivación, pero muchos de estos catastrofistas parecen haberse entregado con un fervor religioso al reclutamiento de otros para que piensen como ellos.

Afirmaciones que ya no valen

El mismo día que alguien me dijo eso de que el cambio climático no calaba en la opinión pública, un par de personas me dijeron que “los medios de comunicación no cubren” la crisis climática. Esta postura podía defenderse hace cinco o diez años, pero no hoy. Es verdad que los principales medios de la prensa escrita no están haciendo su trabajo de la forma que a mí me gustaría, con su habitual entusiasmo por reflejar el lado oscuro de las cosas, por simplificar excesivamente informes sobre el clima llenos de matices o por incurrir en distracciones como la del falso avance de la energía de fusión el otoño pasado. Pero sí se están encargando de cubrir el tema. Ese mismo día había varias noticias sobre el clima en las portadas digitales del Washington Post y el New York Times.

“Es difícil mantener la esperanza cuando el New York Times nos dice que no hay de qué preocuparse, que nos echemos una siesta”, me dijo otra persona ese día refiriéndose a un artículo del periódico estadounidense sobre la siesta española como método para hacer frente el calor. Pero cuando fui a leer el artículo lo encontré en la web del Times junto a varias informaciones serias sobre el calor extremo de estos días y la emergencia climática. El New York Times tiene cosas malas, pero ese día estaba cubriendo el clima con seriedad.

Han dejado de ser válidas afirmaciones que antes sí lo eran, como la de que faltan soluciones adecuadas o la de que hay poca conciencia o compromiso de la opinión pública. En los últimos años ha habido un gran cambio en la situación climática y la información obsoleta es otro tipo de desinformación. Como demuestran el calor extremo, las inéditas inundaciones de este verano y los colosales incendios en Grecia y Canadá, el estado físico del planeta ha seguido empeorando. Pero las soluciones han seguido mejorando, ha aumentado la concienciación en la opinión pública, ha crecido el movimiento por la lucha contra el cambio climático –aunque por supuesto necesita crecer mucho más–, ha habido algunas victorias significativas y se ha producido un cambio gradual en el panorama energético mundial, que se transforma.

En su mayoría, las noticias positivas sobre el clima no son una lectura muy apasionante. Las suelo encontrar en revistas técnicas, agencias de noticias especializadas o en tuits de científicos y responsables políticos. Suelen ser noticias de cambios graduales, como que estamos desplegando más energía eólica y solar y utilizando menos combustibles fósiles para generar electricidad. O sobre legislación y aspectos técnicos, como los nuevos materiales para almacenar baterías o como la fórmula para un hormigón menos contaminante. También hay noticias de encuestas que muestran un apoyo mayoritario entre el público a la lucha por el clima.

En general, son noticias que nos hablan de que tenemos, o estamos aumentando, la capacidad para poner un límite a la crisis climática. Son informaciones provisionales y, por lo general, la gente parece preferir resultados finales, saber cómo acaba la historia. Pero no sabemos cómo acaba la historia porque eso es lo que estamos decidiendo ahora.

Los grandes cambios empiezan poco a poco

A mucha gente en esta sociedad le gusta la certeza, pero tener la certeza de que vamos a ganar es una tontería. Sin embargo la certeza de que vamos a perder no está sujeta al mismo juicio. En parte, esa certeza de la derrota parece venir de la idea de que el cambio se produce de forma predecible y que por tanto es posible conocer el futuro. O de que solo existen los puntos de inflexión medioambientales, pero no los puntos de inflexión tecnológicos y sociales.

Como señala el centro de estudios Carbon Tracker, “la curva en S es un fenómeno bien conocido por el que una nueva tecnología exitosa alcanza un determinado punto de inflexión catalítico (por lo general, una cuota de mercado de entre el 5% y el 10%), para alcanzar rápidamente después una alta cuota de mercado (es decir, más del 50%), en solo un par de años una vez superado ese punto de inflexión. Los paneles fotovoltaicos, las turbinas eólicas y las baterías de iones de litio han seguido curvas de aprendizaje de este tipo. En los últimos 20 años, el coste de cada una de estas tecnologías ha disminuido en más de un 90%. Por eso su crecimiento ha seguido un modelo de curva en S”.

A menudo el cambio no es lineal sino exponencial o directamente imprevisible, como cuando un terremoto libera siglos de tensión. Los grandes cambios empiezan poco a poco y la historia está llena de sorpresas.

Se puede estar desolada y tener esperanza

No sé por qué tanta gente parece entregada a sembrar el desánimo, pero tal vez sea por una confusión entre hechos y sentimientos. Siempre digo que respeto la desesperación como emoción, pero no como análisis. Puedes sentirte absolutamente desolada por la situación sin suponer que eso sea una buena manera de predecir el resultado. Es posible tener tus propios sentimientos y aun así buscar hechos contrastables en fuentes fiables. Lo que nos dicen los hechos es que la opinión pública no es el problema, y que la industria de los combustibles fósiles y otros intereses sí lo son. Los hechos nos dicen que tenemos las soluciones, que sabemos qué hay que hacer y que los obstáculos son políticos. Que, cuando peleamos, a veces ganamos, y que ahora es cuando estamos decidiendo nuestro futuro.

A veces me pregunto si lo que pasa es que la gente cree que no es posible tener esperanzas y el corazón roto al mismo tiempo. Pero por supuesto que es posible. La esperanza no es necesaria cuando todo va bien. La esperanza no es felicidad y tampoco es confianza o paz interior. La esperanza es el compromiso de buscar posibilidades. Los sentimientos se merecen todo el respeto como sentimientos, pero como fuente de información solo hablan de ti.

La historia está llena de personas que siguieron luchando en circunstancias desesperadas y funestas. Lo mismo ocurre con las noticias desde Ucrania hasta Filipinas. Algunos vivieron para ver cómo cambiaban esas circunstancias gracias a la lucha. Quizá esto es lo que Antonio Gramsci quería decir con su célebre frase “pesimismo del intelecto, optimismo de la voluntad”.

Algunos días pienso que si perdemos la batalla climática se deberá, en gran parte, al derrotismo de los cómodos del norte global mientras los miembros de poblaciones en la primera línea del cambio climático siguen luchando como locos para sobrevivir. Luchar contra el derrotismo también es trabajar por el clima.

Traducción de Francisco de Zárate.

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