EE.UU., Arabia Saudita, Rusia. Una especie de 'eje del mal' climático emergió durante la COP30 celebrada en Belém do Pará (Brasil). ¿Su objetivo? Engordar la factura del petróleo y el gas, es decir, de los principales causantes del cambio climático ante el avance objetivo de las energías renovables.
El 18 de noviembre, mientras las negociaciones de la cumbre del clima estaban en plena tensión, el presidente de EE.UU., Donald Trump, se reunía con el primer ministro saudí, Mohammed bin Salman. Los norteamericanos no tenían un enviado de nivel en Brasil, pero los saudíes sí. Allí, el delegado de Bin Salman llegó a afear a la vicepresidenta tercera Sara Aagesen que abogara por crear una hoja de ruta para abandonar los combustibles fósiles. La acusó de poner en peligro el Acuerdo de París –una herramienta pensada para atajar el cambio climático provocado por el uso intensivo de petróleo, carbón y gas–.
Trump rubricó la alianza árabe-norteamericana al afirmar al lado del saudí que entrar en la embajada árabe a renovar el pasaporte y salir muerto y desmembrado como le ocurrió al periodista Jamal Kashoggi son “cosas que pasan”. El norteamericano se había asegurado una inversión de 600.000 millones de dólares por parte de los saudíes sobre todo para impulsar la energía atómica y los minerales críticos.
“Los EE.UU. no han estado presentes en la COP, pero es inconcebible que no discutieran de ello en la amistosa reunión que tuvieron Trump y Bin Salman en la Casa Blanca. O que no esté detrás del posicionamiento favorable a Rusia en la guerra de Ucrania”, explica el profesor de Economía Política de la Universidad de Sheffield, Michael Jacobs.
Contra las renovables, a favor de sus ingresos
A las puertas de la conferencia climática de la ONU a la que había decidido no acudir, el Gobierno estadounidense sí mandó a su secretario de Energía, Chris Wright, a una conferencia energética en Grecia para decirle a Europa que debe seguir pegada a los combustibles fósiles.
“La transición a las energías renovables no ha funcionado. El mundo debe concentrarse en asegurarse un suministro fiable de combustibles fósiles”, argumentó Wright quien admitió que quiere sustituir “cada molécula” de gas ruso que la UE compra a Rusia por gas extraído en EE.UU..
Lo cierto es que el avance de las renovables, lejos de no funcionar, es un hecho. Este año, por primera vez, la producción de electricidad a base de energía solar y eólica superó a la proveniente de carbón en el mundo, según el análisis de la consultora Ember. “El rápido crecimiento de la energía solar y eólica en la primera mitad de 2025 señala que la demanda de combustibles fósiles se acerca a su pico”, concluía el informe.
Así que el crecimiento de energías limpias lo que pone en riesgo es el negocio fósil al que hacía referencia sin disimulo el enviado de Donald Trump a Grecia. Porque su objetivo explícito es que EE.UU. sea “energéticamente dominante durante décadas”, como ha insistido la Casa Blanca al anunciar hace unos días su plan para multiplicar las perforaciones en busca de gas y petróleo del fondo marino en California y Florida.
A sus aliados árabes, ese negocio le reportó en 2024 106.000 millones dólares netos ingresados por su empresa estatal Aramco. Son 290 millones de dólares cada día. En el caso de Rusia, entre el 30% y el 50% de los ingresos de su presupuesto depende de los combustibles fósiles.
Además, este entramado se palpa en las negociaciones climáticas de la COP. El director y científico senior de la organización Climate Analyctics, Bill Hare, considera que “los gobiernos han cedido a la presión de los países productores de combustibles fósiles y su industria a pesar de que casi 90 naciones han apremiado a que se trazara una hoja de ruta para abandonar estos combustibles”.
Y la onda expansiva de este eje anticlimático se está extendiendo más allá de la propia cumbre de la ONU. Cuando el enviado de la Unión Europea, el comisario de acción climática, Wopke Hoekstra, trataba de que se incorporara alguna mención al desenganche del petróleo, el gas y el carbón, su jefa directa, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, le socavaba la posición en la reunión del G20 en Suráfrica al sacar la cara por esos mismos combustibles.
“No peleamos contra de los combustibles fósiles. Peleamos contra las emisiones de esos combustibles”, dijo Von der Leyen como si fueran cuestiones separadas. Este ha sido un argumento tradicionalmente utilizado por los petroestados contrarios a señalar la causa del problema del cambio climático.
Conflicto abierto en las negociaciones del clima
En este punto, cabe recordar que el 90% de las emisiones de COâ provienen de quemar petróleo, gas y carbón. El COâ es responsable del 59% del calentamiento global por otro 16% causado por el metano, principal componente del llamado gas natural. La concentración de COâ en la atmósfera ha crecido un 34% desde 1960 debido a la inyección extra que ha causado el uso intensivo de petróleo, carbón y gas.
El economista Jacobs analiza que “la implacable oposición de Arabia Saudita, Rusia, Emiratos Árabes Unidos e India a cualquier mención a transitar lejos de los combustibles fósiles en la COP30 revela un conflicto amargo y creciente en el corazón de las negociaciones climáticas”.
En las orillas de esa división están, según el catedrático, “aquellos que aceptan el hecho científico de que, para lidiar con el cambio climático, el mundo debe desengancharse de los combustibles fósiles en las siguientes décadas y aquellos que están resistiéndose activamente a ello para satisfacer sus intereses energéticos a corto plazo”. El eje anticlimático.