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ENTREVISTA

John Paul Mejia, activista de la organización Sunrise Movement en EEUU: “No hay justicia climática si no beneficia a la clase trabajadora”

John Paul Mejia, portavoz nacional y director de campañas de la entidad ecologista estadounidense Sunrise Movement.

Javier de la Sotilla

Washington (EEUU) —

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Con tan solo 20 años, el activista John Paul Mejia, portavoz nacional y director de campañas de Sunrise Movement, rememora los éxitos y fracasos de su organización frente al Capitolio estadounidense, el escenario que la vio florecer. Habla con convicción del poder de la juventud para cambiar realidades y de la necesidad de transformar el sistema económico para alcanzar la justicia social y climática. Su activismo comenzó cuando tenía 15 años y el huracán Irma amenazó su ciudad natal, Miami (Florida). Tres años más tarde, ya lideraba la comisión estatal de Sunrise Movement, y en 2021 se convirtió en el portavoz nacional.

De todas las fechas que han marcado a su organización, tiene una grabada en la memoria. Cuando Alexandria Ocasio Cortez (AOC) decidió sumarse el 13 de noviembre de 2018, una semana después de ser elegida congresista, a la sentada que habían organizado un centenar de activistas en el despacho de Nancy Pelosi, simbolizó el inicio de un cambio generacional, de estilo y de ideas, en el sistema político estadounidense.

Aquellos jóvenes conformaban el Sunrise Movement, una organización nacida un año antes con un objetivo: convertir la crisis climática en una prioridad del Partido Demócrata y llevar al ecologismo hasta las instituciones federales, todo un reto en un país que tiene en su historial la mayor emisión de gases de efecto invernadero en la humanidad. Sentados dentro y fuera del despacho de la entonces líder de la minoría demócrata, exigieron la creación de un plan para descarbonizar la economía. Meses más tarde, esa petición tomaría forma en el Congreso, con una resolución no vinculante llamada 'Green New Deal', destinada a conectar la justicia climática con la económica y la racial. 

Desde ese primer éxito, Sunrise Movement ha seguido aumentando su capacidad de influencia sobre los demócratas. En 2020, la organización logró sentar a su directora ejecutiva, Varshini Prakash, en el grupo de trabajo destinado a redefinir la acción climática del partido. Quienes habían sido rivales durante las primarias, Bernie Sanders y Joe Biden, habían unido fuerzas para diseñar una agenda capaz de derrotar a Donald Trump en las elecciones, y con ese fin crearon una serie de grupos de trabajo que mezclaron las alas progresista y moderada del partido. La comisión climática, liderada por Alexandria Ocasio Cortez, fue la encargada de definir la agenda 'Build Back Better', pieza central de la presidencia de Biden. Tras numerosos recortes, finalmente esta visión política llevó el verano pasado a la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación (IRA, en inglés), que incluye la mayor inversión climática de la historia del país.

Tras años abogando por un 'Green New Deal', la IRA ha sido señalada como un primer paso hacia un futuro verde. ¿Es una gran victoria o se quedó corta?

No es ni de lejos el pacto ambiental que pedíamos, pero sigue siendo la primera ley federal sobre el clima en la historia de EEUU, algo que solo fue posible gracias a la movilización de las organizaciones ecologistas. Tiene compromisos que llevamos décadas pidiendo, como la creación de puestos de trabajo ligados al clima, las inversiones en justicia ambiental para comunidades desfavorecidas o los fondos para la transición energética.

Pero también tiene un montón de regalos a la industria de los combustibles fósiles. En ese sentido, refleja la lucha de poder en la que estamos inmersos, entre el gran capital de los combustibles fósiles, el capitalismo verde y los movimientos por la justicia climática. Queda mucho por hacer de cara al futuro: hacen falta políticas que incidan directamente en nuestras comunidades. En este sentido, se queda corta: están muy bien los subsidios y recortes fiscales para los vehículos eléctricos, pero para alcanzar la justicia climática hace falta una ley a la altura de lo que la ciencia demanda y que beneficie a la clase trabajadora, no únicamente al capital.

Biden acaba de aprobar uno de los mayores proyectos de perforación petrolífera de la historia de Alaska, incumpliendo una promesa electoral. ¿Cómo explica este giro?

Es una traición enorme y muy peligrosa a los jóvenes. Me asusta que nuestro planeta deje de ser habitable al tener que soportar nuevos desarrollos de combustibles fósiles. Me asusta que la democracia se desmorone al ver cómo cada vez hay más jóvenes desilusionados. Cuando Biden se presentó en 2020, se comprometió a poner fin a las nuevas perforaciones de petróleo y gas en tierras y aguas públicas. Este anuncio rompe con esa promesa. En lugar de atenerse a sus propios objetivos y escuchar a los millones de jóvenes que llevaron en volandas al partido durante los últimos tres ciclos electorales, Biden está dejando que la industria de los combustibles fósiles se salga con la suya. 

Necesitamos a gente en las calles dispuesta a pararlo todo hasta que consigamos lo que queremos. Necesitamos apoyo desde todos los rincones, reclamando una política climática a la altura de la crisis a la que nos enfrentamos. Necesitamos ser más arrolladores en las urnas para hacer frente a cualquier cantidad de dinero que se nos oponga. Y eso sólo lo conseguiremos organizando a la gente desde la base, llevando a cabo campañas locales por todo el país a favor del Green New Deal.

Hacemos un llamamiento al presidente Biden para que escuche a nuestra generación, revoque la decisión sobre el Proyecto Willow, declare la Emergencia Climática y mantenga su promesa de poner fin a las perforaciones en terrenos públicos. Que demuestre que no está complaciendo los intereses de la industria de los combustibles fósiles. Tenemos una recogida de firmas online y estamos enviando una gran cantidad de peticiones a la Casa Blanca. Pero necesitamos más.

¿Puede haber justicia climática sin cambios radicales en el sistema económico? ¿Puede EEUU dejar atrás su corporativismo e incidir en políticas que beneficien al conjunto?

Es complicado, ya que tenemos un capitalismo increíblemente racializado y extractivo, que pone el beneficio por encima de las personas y los lugares a los que amamos. Sin embargo, el 'Green New Deal' ha logrado en parte invertir la narrativa: ahora la mayoría de estadounidenses no solo creen que la crisis climática es real, sino que también piden que se haga algo al respecto. Se preguntará: si vivimos en una democracia, ¿por qué no está ocurriendo un cambio? Lo cierto es que EEUU no es ninguna democracia: los ejecutivos de unas pocas compañías de petróleo, carbón y gas tienen lazos muy fuertes y casi la propiedad de la mayoría de los políticos que trabajan en el edificio que está en frente de mí en estos momentos (el Capitolio).

Esto es un mero síntoma de un mal mayor: las corporaciones y los beneficios son los dueños de nuestro sistema político. Sin cambiar estas dos cosas –quién es dueño del valor de nuestro trabajo y quién toma las decisiones en esta supuesta democracia– no vamos a llegar a la raíz de la crisis climática. No solo estamos luchando contra el capital fósil, también contra el capital verde: multimillonarios como Elon Musk, que se autodenominan ecologistas, buscan beneficiarse de una supuesta transición ecológica. ¿Pero a qué precio? ¿Quién pagará esta transición y quién se quedará atrás? 

Los grupos de presión del capital fósil y verde son influyentes en el Congreso. Pero Sunrise Movement también ha logrado cabildear con éxito. ¿Cómo valora la influencia de su organización?

Sunrise logró cambiar el debate sobre el clima y lo convirtió en una prioridad para la política estadounidense. Cuando el movimiento estalló en 2018, Trump ocupaba la presidencia y el Partido Demócrata acababa de ganar la mayoría de la Cámara de Representantes. Pero desde el principio quedó claro que la crisis climática no entraría en su lista de prioridades, así que decidimos no quedarnos de brazos cruzados.

Cientos de jóvenes entraron al despacho de Pelosi, se sentaron y se negaron a irse hasta que les hablara de un Green New Deal. Sentada junto a nosotros, estaba la congresista Alexandria Ocasio Cortez, arriesgándolo todo tras ser elegida diputada. Fue entonces cuando los medios empezaron a prestar atención: había nacido un movimiento que hablaba de abordar la crisis climática en un sentido amplio, más allá de recortes de impuestos e incentivos. Nuestras ideas entraron en la escena mediática: en 2020, todos los candidatos demócratas a la presidencia tuvieron que posicionarse al respecto del 'Green New Deal', y la mayoría lo apoyaron.

Su mayor aliado, Sanders, se retiró de la carrera después de que el establishment demócrata se pusiera del lado de Biden. 

Así fue, y entonces la estrategia pasó a ser presionar a Biden, que no es, ni de lejos, un aliado contra el cambio climático. Pero en ese momento, los equipos de Biden y Sanders se dieron cuenta de que tenían que estar unidos contra el auge de Trump, y crearon una serie de grupos de trabajo. En el grupo encargado de rediseñar la política climática estaban AOC y la directora ejecutiva de Sunrise, Varshini Prakash. El resultado fue una serie de medidas mucho más populares de lo que habían sido las de Biden como candidato, y sirvieron de marco para la agenda 'Build Back Better', el paquete de medidas estrella del presidente.

La agenda climática de Biden sufrió muchos recortes, principalmente por la oposición de congresistas como Joe Manchin a diversos aspectos de la IRA. ¿Fue una oportunidad perdida?

Sin duda. La agenda 'Build Back Better' podría haber sido el aperitivo de un verdadero 'Green New Deal', pero el resultado final se quedó lejos. Inicialmente, pedíamos un presupuesto de 10 billones de dólares en 10 años, que se redujeron a seis en su paso por el Senado y la propuesta final quedó en 3,5 billones. Aun así, seguía siendo muy ambicioso: abarcaba el clima, la sanidad, los sindicatos y la economía. Era el paquete progresista por el que habíamos estado luchando.

Paralelamente, Biden y el ala centrista y corporativa de su partido, liderada por los senadores Joe Manchin y Krysten Sinema, priorizaban el proyecto de ley bipartito de infraestructuras, que era bastante más pequeño: invertía en carreteras y puentes, y mínimamente en medio ambiente. En el Senado, fue decisivo el voto de Manchin, un magnate del carbón, que presionó y logró encoger la inversión hasta los 750.000 millones, 430.000 destinados al clima.

Durante el Discurso del Estado de la Unión, las referencias de Biden al clima fueron mínimas. ¿El conflicto en Ucrania y la rivalidad con China lo están eclipsando?

Durante ese discurso, Biden repitió lo de siempre: que hemos aprobado la mayor financiación climática en la historia de EEUU y que va a crear millones de empleos. Pero acto seguido se contradijo, y afirmó que seguiremos necesitando petróleo y gas durante un tiempo, ganándose los aplausos republicanos. Fue muy decepcionante, pero no necesariamente sorprendente. Se trata de un presidente al que hay que presionar y obligar a que actúe, y así lo demuestra su historial.

Aunque es cierto que la guerra de Ucrania está distrayendo la atención de la cooperación mundial que se necesita frente a las crisis colectivas. Desde la COVID hasta la crisis climática, en los dos últimos años hemos visto cómo nuestra seguridad y bienestar no están limitados por fronteras o Estados-nación, sino que estamos fuertemente interconectados. Y EEUU tiene una responsabilidad histórica, como el mayor emisor del mundo, de liderar, actuar con valentía y apoyar a otras economías a descarbonizarse.

Biden también dijo en ese discurso que el sistema fiscal no es justo y que las grandes empresas deberían pagar más impuestos, lo que sonó revolucionario, al estilo Bernie Sanders. ¿Hasta qué punto se cree usted estas palabras?

Falta un año para las elecciones y él ya ha dicho que quiere volver a presentarse. Ese tipo de retórica, esté o no comprometido con ella, demuestra que hay un apoyo significativo a las políticas progresistas. Biden entiende que no solo hay facciones en su partido, sino una mayoría del electorado estadounidense que considera que los ricos y poderosos se han salido con la suya durante demasiado tiempo. Y que necesitamos una transformación seria de nuestra economía para pasar de una economía dominada por los blancos adinerados a una economía justa para todas las personas de todas las clases sociales. Eso es algo increíblemente popular entre los jóvenes. Yo interpreto las palabras de Biden como una especie de mensaje de prueba para la reelección.

En las elecciones de mitad de mandato, Maxwell Frost rompió una barrera al convertirse en el primer congresista de la Generación Z. ¿Qué papel deben tener los jóvenes en las instituciones?

Los grandes movimientos sociopolíticos de la historia de EEUU han estado liderados por jóvenes, desde el movimiento por los derechos civiles, pasando por el movimiento de liberación de la mujer, hasta el movimiento ecologista. En el momento actual, somos más imprescindibles que nunca, en gran parte es porque hemos crecido en un mundo de crisis constante. Vivimos siendo niños la crisis financiera del 2008 y desde entonces ha sido una crisis tras otra, hasta que nos graduamos del instituto en medio de una pandemia. Cada vez hay más casos de supremacismo blanco, de brutalidad policial, de desastres climáticos.... Estas visiones apocalípticas hacen que los jóvenes nos sintamos realmente deprimidos, ansiosos y frustrados con el mundo. Mientras tanto, quienes andan por los pasillos del poder, o no tienen ni idea de lo que estamos hablando, o son directamente cómplices en la creación de estas crisis. 

Sunrise trata de construir puentes y conexiones entre la organización de protestas juveniles y la política institucional, donde está surgiendo una nueva generación de políticos realmente interesante. Desde un inicio tuvimos el apoyo de 'The Squad' [el escuadrón], que cada ciclo electoral se ha ido ampliando. Comenzó con las congresistas Ayanna Pressley, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y AOC y se han sumado Summer Lee, Greg Casar y Maxwell Frost, progresistas que están librando importantes batallas desde la facción izquierdista del partido. Nuestras conversaciones con todos ellos continúan, y estamos tratando de elaborar estrategias para hacer avanzar nuestras prioridades como movimiento. 

El mes pasado hubo en Washington una manifestación multitudinaria contra el aborto que concentró a muchos jóvenes. ¿Es la Generación Z más progresista o tiene las mismas divisiones y polarización que las generaciones mayores?

A diferencia de las generaciones mayores, las encuestas muestran que, de los 18 a los 35 años, los jóvenes son proporcionalmente más progresistas. Aun así, incluso en edades inferiores, hay facciones significativas de jóvenes que suscriben políticas de extrema derecha. Hay muchas razones para ello y creo que las crisis que hemos vivido lo explican en gran parte.

Los movimientos políticos, ya sean de izquierdas o de derechas, tienen ventanas de oportunidad cada vez que estalla una crisis: pueden encontrar respuestas a lo que está pasando, identificar culpables y dar soluciones. Ahora mismo estamos pasando por uno de estos momentos, y eso explica que la derecha esté más movilizada que nunca. Estamos ante una profunda crisis constitucional y democrática, donde estructuras muy anticuadas, ocupadas por gente muy mayor son increíblemente antidemocráticas. Por ejemplo, el movimiento antiaborto está envalentonándose por un Tribunal Supremo radical, en el que hay nombramientos vitalicios, por presidentes que ni siquiera fueron elegidos por la mayoría del pueblo, sino por el Colegio Electoral, sea lo que sea eso.

La izquierda ha tenido que navegar históricamente un difícil equilibrio entre la ambición de transformación social y el diseño institucional. ¿Se puede cambiar el sistema desde dentro o es una contradicción? 

Ante todo, Sunrise Movement es un movimiento comprometido con la no violencia. La idea de esperar a que se produzca una revolución es extremadamente religiosa. Y no creo que podamos confiar únicamente en eso: tenemos que dar la batalla contra el poder, allí donde se encuentre. No creo que esté únicamente aquí (en el Capitolio). De hecho, las instituciones suelen ser lo último que cambia. La construcción del contrapoder empieza en tu barrio, charlando con tus amigos, la familia y los vecinos, y así se va ampliando.

También creo que no debemos ser reacios a comprometernos con el monopolio de poder que ostenta el Estado, porque tiene consecuencias directas sobre nosotros. Sunrise Movement tiene claro que, por mucho que no nos guste cómo está estructurado, el Gobierno federal de EEUU es la única entidad con la escala, el poder y los recursos para lograr los cambios que necesitamos con urgencia.

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