No es solo calor: El Niño trae lluvias torrenciales, sequías y riesgo de incendios

Raúl Rejón

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El Niño ya está aquí. Y, como advierten los científicos, se va a solapar con el calentamiento que acumula el planeta por el efecto invernadero causado por los humanos para dejar, probablemente, récords de calor “desconocidos”. Pero, además, este fenómeno influye en los episodios meteorológicos extremos con los que que habrá que lidiar, como lluvias torrenciales en algunos sitios, sequías en otros y más riesgo de incendios forestales.

El Niño es una variación natural que afecta al clima mundial. Un fenómeno “que conforma el tiempo severo globalmente y causa numerosísimos impactos socioeconómicos”, como expone esta reciente investigación del Dartmouth College. Entre cuatro y cinco billones de euros se cobraron los Niños de 1984 y 1997. Con la amplificación que el cambio climático añade a El Niño, “proyectamos unas pérdidas de 80 billones en el siglo XXI”, explicaban los autores en Science.

Una de las consecuencias palpables que deja El Niño, al causar el calentamiento de una gran masa de agua en el Pacífico central y oriental, es la subida de temperaturas en la Tierra. Va a añadir más calor al que acumula el planeta por el cambio climático. Esa fue la principal alarma lanzada en mayo cuando los datos recogidos en el Pacífico indicaban que se aproximaba este fenómeno. Los próximos cinco años serán el periodo más cálido desde que hay mediciones. Pero no es lo único.

Precipitaciones más fuertes

Este fenómeno “está relacionado con una intensificación de las precipitaciones en Suramérica, el sur de los Estados Unidos, el Cuerno de África y Asia central”, dice la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

Las lluvias torrenciales aumentan el riesgo de avenidas de agua e inundaciones –un fenómeno bien conocido en España–. Desde luego en Perú, Ecuador o Bolivia, parte de Argentina y Uruguay, además de Somalia, han presentado un aumento de entre el 25% y el 50% de daños esperados por inundaciones durante los años de El Niño, según esta revisión llevada a cabo por varias universidades europeas y norteamericanas. La misma investigación adjudicaba a la península ibérica un incremento de entre el 10% y el 25%.

El catedrático de Física de la Universidad de Barcelona Javier Martín-Vide ha recordado en varias ocasiones cómo El Niño más intenso del siglo XX, el de 1982-83, “coincidió con las precipitaciones torrenciales en la cuenca del Júcar que derivaron en la pantanada de Tous, en octubre de 1982”.

Y también falta de lluvia

La oscilación de El Niño causa efectos contrarios dependiendo de la zona del planeta a la que se mire. Así que, de manera inversa al aumento de precipitación, el fenómeno “puede provocar sequías severas en Australia, Indonesia, el sur de Asia, Centroamérica y la parte norte de Suramérica”, especifican en la OMM.

Con las sequías asociadas al anterior El Niño –en 2016–, más de 40 millones de personas necesitaron asistencia alimentaria solo en países como Zimbabwe, Mozambique, Suráfrica, Zambia o Malawi, según la FAO. El 84% del impacto de aquella falta de precipitación “fue absorbido por la agricultura”. Por ejemplo entre un 50% y un 90% de cosechas de maíz y judías fallaron en el corredor centroamericano, según la agencia de la ONU.

Esas sequías “afectaron al estatus nutricional y la seguridad alimentaria y de agua de unos 60 millones”, recopila el balance de la FAO que calcula que utilizó más de 230 millones de euros en proyectos de recuperación y respuesta.

Todo junto: problemas para comer y beber

La misma organización estima que los eventos extremos de precipitaciones y sequías derivadas de El Niño de hace siete años provocaron que “100 millones de personas en África, Asia y Latinoamérica afrontaran escasez de alimentos y agua”.

También relacionado con las precipitaciones, El Niño hasta ahora ha dejado temporadas de huracanes más fuertes en el Pacífico y ha debilitado los registrados en el Atlántico. Con todo, la Agencia Meteorológica de Estados Unidos (NOAA) ha informado de que la temporada atlántica de 2023 (que comenzó el 1 de junio) tiene un 40% de probabilidades de ser “normal”. Esperan entre 12 y 17 tormentas tropicales cuya relevancia hace que tengan nombre, de las que de cinco a nueve serán huracanes (y de uno a cuatro de ellos tendrán la calificación de “mayores”).

Si El Niño suele aminorar los huracanes atlánticos, “ese efecto puede verse compensado por las condiciones” que se están dando en el mar: temperatura del agua más alta de lo normal y un monzón africano más activo, detalla la NOAA.

El Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático –IPCC– ha explicado que todavía no hay gran certeza sobre si el cambio climático que provocan las emisiones de gases de los humanos está alterando el ciclo de El Niño –y La Niña–. Hay modelos que apuntan a que lo intensificará y otros estudios creen que será al contrario. Sin embargo, lo que sí tienen más claro estos científicos es que los eventos extremos golpearán con más fuerza. Algo así como que empeoran los golpes del cambio climático.

Amenaza de fuego

“Las alertas tempranas y la anticipación ante los eventos extremos asociados a El Niño son vitales para salvar vidas y medios de vida”, ha pedido el todavía secretario general de la OMM Petteri Taalas. “No puede subrayarse más” la importancia de la alertas, decía hace muy poco a elDiario.es la meteoróloga argentina Celeste Saulo, que liderará la OMM desde 2024.

Lo que, en todo caso, está asentado es que El Niño hará que tengamos más calor. Temperaturas más altas que, incidiendo durante el verano boreal (el propio de España), exacerban el riesgo de incendio forestal. La fórmula básica une a la sequedad estival el calor severo que afecta a la vegetación y favorece la propagación de llamas.

De momento, 2023 está siendo un mal año para los bosques. En Canadá, por ejemplo, ya han ardido 7,9 millones de hectáreas. Es un 1.597% más respecto a la media del decenio. A escala española, a 25 de junio, se habían quemado 58.800 hectáreas de monte, casi el doble de la media de los últimos diez años para ese momento. Es el segundo peor registro de la década solo superado, precisamente, por el curso anterior. La temporada de máximo riesgo comenzó el 1 de junio.