La invitación de David Bowie, una estrella porno en apuros

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Un triángulo: David Byrne (el ex Talking Heads, el galán maduro y canchero, el que cae a la fiesta con el traje impecable y zapatillas blancas), Miley Cyrus (la ex Disney, la bestia pop, la del taco más temerario y el vestido más reluciente, la que pone la casa) y David Bowie (el que no está pero brilla por su ausencia, el que manda un mensaje a última hora porque no llega, el que pone la letra y la música).

Uno. David Byrne mueve los brazos para arriba y para abajo al ritmo de un “ahhhhh” beatlesco, cantado y musical. Acompaña el gesto con un pie que también sube y baja. Como si estuviera pidiendo reducir la velocidad al mismo tiempo que su cuerpo se acelera. Una contradicción de fuerzas (la primera de un montón en los pocos minutos que dura la canción, de ahí el encanto de su baile desencajado). Cuando ese estruendo termina, intenta moverse para un lado. No lo hace con soltura, lo hace como quien tiene un compromiso previo. El pacto de cualquier coreografía: vamos a ir para allá, vamos a levantar un brazo o un pie ante tal o cual sonido. Pero en ese comienzo algo no sale como él pensaba, no hay sincronía de entrada con su compañera de pista. Si todo lo que termina, termina mal, todo lo que empieza, empieza siempre desde un paso en falso. Un fallido. No hay baile sin esa confusión primaria, no hay comunión sin el desfasaje inicial. La pista y su piso siempre flotante; bailar es dudar, bailar es ir relojeando, bailar es estar más solos que nunca en ese relojeo. Un intento, una aproximación, una nobleza aunque sepamos desde el principio que no hay modo de no desentonar.

Por eso él no se detiene, canta y baila Let's Dance. Un tipo de respeto ahí: aunque su ritmo de entrada sea otro, busca ir tras los pasos de la anfitriona, de la que invita a la fiesta, de la que se luce. Con elegancia, con una sonrisa incómoda y también constante. Lo que sigue es una serie de movimientos que no son exactamente articulados. Por momentos parecen torpes, por momentos de una cautela respetuosa. Un hombre y la experiencia de saberse solo. Aunque lo rodeen músicos un poco pasados de entusiasmo. Aunque lo mire un público que en realidad lo único que quiere es sacarse una selfie y subirla a Instagram. Aunque lo invite a bailar la chica más deslumbrante. David Byrne lo intenta. David Byrne baila entre fantasmas. David Byrne en el medio de esa multitud chillona somos todos.

Dos. Miley Cyrus mueve los brazos para marcar un ritmo. Pero lo hace con la suavidad de quien no quiere dar una orden sino plantear un juego. Puro movimiento, pura gracia, pura pierna al aire. Organizó un fiestón, se puso un vestido espejado, se propuso arrancar 2023 bajo la premisa “año nuevo, Miley nueva” y ahora invita a que la sigan. Pero es de las anfitrionas que no insisten, las que dejan hacer, las que no están señalando a cada rato lo que no comieron los invitados. Apenas marca una cadencia, el que la quiera acompañarla en la pista que lo haga. Cada tanto relojea, no quiere que nadie la pase mal y, al mismo tiempo, tampoco quiere apabullar con un baile híper estructurado.

Bailar es medir, bailar es frenar, bailar es modular. Por eso después del desfasaje del comienzo, lanza pasos simples, por debajo de sus posibilidades técnicas. Otro tipo de respeto ahí: hacer silencio con la cara, dejar que el otro complete pasos y frases, lograr que el invitado brille. Al mismo tiempo ella asume un compromiso con nobleza: el de sostener la fiesta, el de brindar, con sus dones, el mejor baile posible. Por eso ella tampoco se detiene, canta y baila Let’s Dance frente al hombre de pasos torpes, frente a la experiencia, frente al público que la admira, frente a su propia soledad pop y radiante. Miley Cyrus lo intenta. Miley Cyrus baila entre fantasmas. Miley Cyrus en el medio de esa multitud chillona somos todos.

Tres. Let’s Dance es un disco de 1983 (desde ya cruzo los dedos para que salgan buenas cosas este año que se cumplen cuatro décadas de su salida), el más vendido de la carrera de David Bowie, el de ocho canciones perfectas, el que empieza con Modern Love. Let’s Dance también es una canción. ¿Qué harías si David Bowie invita a bailar? ¿Cómo no ponerte los zapatos rojos y empezar a moverte? Porque encima lo hace a lo Bowie, porque ofrece baile pero también una forma de mecerse, un rato en la hamaca, un temblor mirándolo a los ojos. Porque habla de una noche en la que todo es miedo, porque no esquiva el riesgo, porque no hay certezas pero sí un corazón que se va a partir cuando alguien caiga en sus brazos y tiemble como una flor. Un amor y su música infinita: ese crujido.

Alguien propone correr y esconderse. Moverse y también quedarse quietos. En el amor como en la pista de baile, una coreografía estipulada, sonidos encantadores y también deslices, expectativas que se esfuman, sincronías que fallan. Un triángulo: dos y un fantasma.

No paro de mirar la participación de David Byrne al ritmo de Let’s Dance, de David Bowie, en el reciente especial de Año Nuevo que armó Miley Cyrus para la NBC (también invitó a Dolly Parton –me pongo de pie–, a Paris Hilton y a Sia).

Mientras tarareo por vez número mil la canción y trato de moverme de un lado para el otro en la silla con las manos en el teclado, los invito a esta pista de palabras, una nueva edición de Mil lianas

Vengan con lo que prefieran, tacos o las zapatillas más cómodas, pero vengan. Let's dance.

1. Umbilical, de Andrés Neuman. “Encantado, hijo mío, de empezar a la vez a ser lo que seremos”, escribe Andrés Neuman en su nuevo libro Umbilical (Alfaguara, 2022). Una carta en pequeños fragmentos al hijo, a la espera de un nacimiento, a la llegada de una persona que no habla (“nunca amaste tanto a alguien con quien no podés compartir un idioma. Sí un lenguaje pero no un idioma”, me contó en esta entrevista) ni puede leer. Una apuesta, la escritura de una memoria posible y al mismo tiempo fabricada.

En tiempos en los que las mesas de novedades rebalsan de libros –prescriptivos, incendiarios, oportunos, oportunistas, polémicos, testimoniales, cómicos, literarios, genuinos en sus planteos, cargados de una épica sospechosa: un mundo– que abordan a la maternidad y la crianza desde distintos planos, el escritor optó por una mirada sobre la paternidad. La propia, la íntima, la de su cuerpo, la que vivió en su casa desde el embarazo de su pareja hasta el primer año de Telmo, su hijo. Pero para narrarla, la fragmentó: en lugar de eso que parece gigante, el texto propone escenas de paternidad (que incluyen preguntas, ilusiones, escatología, fantasías, dudas) más que una solemnidad que la haría inabordable.

Neuman, que vive en España desde la adolescencia porque sus padres debieron exiliarse durante la dictadura, estuvo hace poquito en Buenos Aires y pude entrevistarlo. Habló de la paternidad, pero también de cómo la llegada de su hijo lo conectó con su pasado, con sus padres, con la orfandad.

Umbilical, de Andrés Neuman, salió por Alfaguara. Por aquí, una entrevista con el autor.

2. Red Rocket, de Sean Baker. En las primeras escenas de Red Rocket vemos a Mikey Saber (una interpretación deslumbrante de Simon Rex) arriba de un colectivo incómodo. Pasó días de viaje, atravesó parte de los Estados Unidos y ahora vuelve. Sin valija, con lo puesto. Musculoso, canchero, con moretones en el cuerpo, al poco tiempo se va a revelar que este hombre está de regreso a su tierra natal, un pueblo de Texas desangelado, con cielos tan abiertos como perturbadores, sin sombra ni árboles, con humo de fábricas de fondo. Nadie lo quiere y nadie lo extrañó durante su ausencia. En su relato –cuánto de eso que cuenta sucedió realmente no pareciera importar: lo que enturbia todo es su actitud desvergonzada– Mikey triunfó en la industria del cine porno. Él dice que fue una estrella, que durante muchos años brilló en ese firmamento de físicos trabados, de gemidos y placeres actuados para la cámara. Experto en fingir, ahora tendrá que vérselas con la gente que dejó cuando se fue (una ex esposa rota y adicta, una ex suegra que se la pasa viendo reality shows mientras Donald Trump hace campaña para convertirse en presidente de los Estados Unidos), buscar trabajo (lo logra a medias: se hace dealer pero no cumple del todo con lo pactado), conseguir que en el pueblo vuelvan a confiar en él pese a sus canchereadas. 

En su camino conocerá a Strawberry, una novedad para él, una joven hermosa que está por cumplir 18 años y sobre la que Mikey proyecta un plan ambicioso: convertirla en una estrella porno también, que se vuelva su pasaporte a ese mundo que tuvo que abandonar

Con escenas muy cómicas por momentos, con situaciones en las que se pone en primer plano esa búsqueda de salvación precaria en lo más profundo de un país lleno de exclusiones –pese a los brillos, pese a la estridencia del supuesto sueño americano–, la película sale a flote sin ponerse machacona. Y lo hace a partir de una premisa difícil: un protagonista que no es amable, un chanta que intenta sacar provecho de los débiles, un pueblo en el que hay rencores y también algunas alianzas para subsistir. Por supuesto, nada saldrá exactamente como Mikey lo ideó, aunque siempre quede algún resquicio para la fantasía. Porque, en este universo destartalado, hasta el más arrogante de todos tiene su oportunidad de soñar.

Sean Baker también dirigió Tangerine (disponible en Mubi) y The Florida Project (disponible en HBO Max), dos largometrajes con cielos y tonos similares –una forma de mirar el mundo desde un optimismo desgarrado–, con protagonistas y planes destinados a desbaratarse en el camino. La notable Red Rocket pasó por el Festival de Cannes en 2021 y ahora llegó a la plataforma de HBO Max.

La película Red Rocket, de Sean Baker, está disponible en HBO Max.

3. No ficción 2022. Por unos días más tendremos los ecos de las listas y balances de 2022. Se me ocurría, además, que varios de ustedes estarán con más tiempo (dichosos y dichosas si es así) o con ganas de planificar lecturas pendientes. Entonces hice un repaso por algunas de las publicaciones de no ficción destacadas que salieron durante el año pasado. 

Se trata de un género siempre en tensión –como todos y por suerte– y cada vez más difuso en su definición. Así que les comparto este listado que incluye ensayos, memorias, investigaciones periodísticas, grandes personajes y textos en aniversarios que volvieron a traer asuntos de los que parecía que estaba todo escrito, como los 40 años de la Guerra de Malvinas o los 45 de la desaparición y asesinato de Rodolfo Walsh. Una aclaración importante: son todas publicaciones de autoras y autores argentinos.

El repaso con doce libros de no ficción destacados de 2022 se puede leer por acá.

Banda sonora. La última película que vi en 2022, a pocas horas de que se terminara por fin, fue también la mejor del año: Aftersun. Todavía pasmada, todavía impactada por lo que logra esta ópera prima de Charlotte Wells, no tengo mucho para decir más que lo obvio: búsquenla porque es excelente. Sigue en algunos cines y desde este viernes 6 de enero Mubi la subió a su plataforma (si quieren leer algo más articulado, por acá Fabián Casas escribió este texto divino y en este enlace se pueden encontrar una nota más informativa, en manos de Javier Zurro de elDiarioES). Como antes hablamos de pistas de baile y de David Bowie, se me ocurrió sumar a nuestra lista compartida parte de la banda sonora de la película, que tiene escenas preciosas vinculadas con esto y que, como todo en Aftersun, tiene un sentido crepuscular y muy especial. No digo más, para no adelantar, así que si pueden miren ¡y también escuchen!

Bonus track por tres. Algunos anotan deseos, promesas, objetivos a cumplir, lista con propósitos, metas. El escritor Eduardo Berti (hablamos de él y de su libro Una presencia ideal por acá) optó por las preguntas. En las últimas horas del año pasado (¿o las primeras del nuevo?) reunió interrogantes que fue encontrando en distintos textos. Y los recopiló en este documento que se llama 24 preguntas para el año 2023 (dos por mes). “¿Y si el insomnio fuera un sueño?”, elige, por ejemplo en Continuación de ideas varias de César Aira. También hay preguntas de Ezra Pound, Olga Tokarczuk, Paul Valéry y otros.

En otro orden de cosas, aunque todavía con el arranque del año encima y todas las intrigas que siempre trae cualquier comienzo, mi amigo Alexis Moyano rescató en la última edición de su newsletter Moyano Indigest (¿ya se suscribieron, cierto?) esta lista de predicciones para 2023 hechas en 1923.

Por último, la escritora canadiense Margaret Atwood lanzó su newsletter y es precioso. Nada más que agregar.

Posdata. Gracias a todas y todos por los mensajes de buenos deseos para 2023, cariño y solidaridad por estos días.

¡Hasta la próxima!

AL

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