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La libertad es tener derecho a ser quienes somos

Vanina Paniego

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Desde las elecciones hemos asistido a un recrudecimiento de relatos de deshumanización e ignorancia, que son aún más preocupantes cuando provienen de las más altas esferas de la política. Estos discursos contribuyen a construir un sentido común que justifica la violencia contra el colectivo LGBTIQ+ y que se convierte en política de Estado, alimentando así una cultura de discriminación y violencia. No estamos hablando de simples opiniones, sino de discursos de odio.

Detrás de cada palabra estigmatizadora del Gobierno hay millones de personas que ahora están en peligro. La violencia y la discriminación son validadas por el Estado, que debería protegernos a todos por igual y garantizar nuestra libertad de vivir en paz. Y el precio es alto. Fernando Barrientos atacó a cuatro personas por ser lesbianas. Dos de ellas murieron.

Vivir con miedo a represalias por existir no es algo nuevo para las personas del colectivo LGBTIQ+. La Pepa Gaitán murió a manos del padre de su novia, Diana Sacayán fue asesinada, y Mariana Gómez fue condenada a un año de prisión por besar a su esposa en la estación de trenes de Constitución, por nombrar solo algunos ejemplos.

Ser parte de esta comunidad puede conllevar ser discriminado en el ámbito laboral y escolar, ser expulsado de casa, señalado como portador de infecciones de transmisión sexual o atribuir comportamientos erróneamente relacionados con la homosexualidad.

El odio irracional al que a menudo se enfrenta la comunidad LGBTIQ+ parece no tener fin, como si violentarlos pudiera cambiar quiénes son.

Con los discursos de odio también se gana. Se refuerza la idea errónea de que otorgar derechos a quienes no los tienen es un acto de subvención. Hoy, escuchamos en televisión digital relatos que se construyeron a la luz de las velas.

En este contexto, es más valioso que nunca recordar las conquistas que protegen los derechos de todas las personas, independientemente de su orientación sexual o identidad de género. El aniversario de la Ley de Identidad de Género representa una oportunidad para reflexionar sobre una legislación cuyo impacto trasciende lo meramente legal.

Esta ley no solo otorgó derechos legales a las personas trans y no binarias, sino que desafió normas sociales y culturales arraigadas. Las personas del colectivo travesti trans fueron históricamente estigmatizadas, perseguidas, torturadas, desaparecidas y asesinadas, con pocas posibilidades de obtener empleo, acceso a la salud y educación.

Honrar esta fecha significa recordar a referentes fundamentales en la lucha por estos derechos, como Pía Baudracco, Diana Sacayan y Lohana Berkins, pioneras en la lucha política por el reconocimiento de las personas trans como sujetos de derechos.

Detrás de cada letra de la Ley de Identidad de Género, pionera en el mundo, hay historias humanas, vidas transformadas y relatos que le ponen nombre y otorgan significado a su implementación. Para muchas personas, esta legislación significó el reconocimiento de su identidad, una afirmación de su existencia en una sociedad que durante mucho tiempo los negó, violentó y discriminó. No solo permitió que las personas fueran inscriptas en su DNI acorde con su identidad de género autopercibida, sino que afirmó el derecho a ser quienes son.

A diferencia de la homosexualidad, una sociedad inclusiva no nace, se hace. La celebración del aniversario de la Ley de Identidad de Género es un recordatorio de que podemos lograr nuevos acuerdos y conquistar derechos. Pero esto debe ir acompañado por un Estado presente que crea en los derechos para todas las personas y que implemente políticas públicas eficaces para vivir libres de discriminación y violencia.

La autora es integrante del área de Comunicación de ELA.

VP/DTC

Desde las elecciones hemos asistido a un recrudecimiento de relatos de deshumanización e ignorancia, que son aún más preocupantes cuando provienen de las más altas esferas de la política. Estos discursos contribuyen a construir un sentido común que justifica la violencia contra el colectivo LGBTIQ+ y que se convierte en política de Estado, alimentando así una cultura de discriminación y violencia. No estamos hablando de simples opiniones, sino de discursos de odio.

Detrás de cada palabra estigmatizadora del Gobierno hay millones de personas que ahora están en peligro. La violencia y la discriminación son validadas por el Estado, que debería protegernos a todos por igual y garantizar nuestra libertad de vivir en paz. Y el precio es alto. Fernando Barrientos atacó a cuatro personas por ser lesbianas. Dos de ellas murieron.