Los astronautas viven sometidos a una exigencia física y mental extrema. Representan una de las profesiones más admiradas del planeta y su trabajo implica un riesgo evidente cada vez que despegan de la Tierra. La imagen pública los considera personas excepcionales, seguramente con sueldos acordes al riesgo que afrontan, pero esa percepción contrasta con una realidad menos conocida. Esa disonancia se ha hecho visible a raíz de un episodio reciente que ha afectado al programa lunar más ambicioso de la NASA.
La misión Artemis 2 sigue en marcha aunque su tripulación trabaje sin ver un solo céntimo
La agencia espacial estadounidense prepara la misión Artemis 2, que llevará una tripulación a orbitar la Luna por primera vez en más de medio siglo. Según publicó Futurism, el proyecto sigue adelante a pesar de que sus empleados, incluidos los astronautas que se entrenan para el vuelo, trabajan sin recibir un solo euro.
El motivo es el cierre del Gobierno de Estados Unidos, que ha bloqueado temporalmente el pago de salarios públicos. Aun así, el personal mantiene la preparación de la misión, una muestra de compromiso profesional que permite sostener los plazos de lanzamiento previstos para dentro de cuatro meses.
Los contratistas privados vinculados a Artemis 2 continúan cobrando de momento, aunque los fondos podrían agotarse en breve. Ars Technica citó a una fuente de la NASA que explicó que todos los trabajos actuales buscan “proteger las instalaciones y evitar riesgos para la tripulación derivados de interrupciones imprevistas”. Los contratos están financiados hasta principios de noviembre, lo que da un margen limitado para mantener el ritmo de producción y pruebas.
El paro amenaza a las pequeñas compañías que sostienen la infraestructura técnica del programa
Entre las voces del sector, el vicepresidente de Lockheed Martin encargado del programa de la nave Orion, Kirk Shireman, advirtió de las consecuencias que el parón puede tener sobre las pequeñas empresas que colaboran con la agencia. “Creo que nos acercamos rápidamente a un punto en el que el impacto será considerable, y tiene más que ver con la infraestructura general”, explicó a Ars Technica. Añadió que su compañía dispone de capital para resistir, pero subrayó que “hay muchas personas, muchas compañías pequeñas… no están cobrando, y finalmente no podrán continuar trabajando”.
Mientras tanto, en los centros de lanzamiento repartidos por el país, el ambiente se mantiene tenso. El cierre del Gobierno impulsado por Donald Trump, fruto de un desacuerdo presupuestario en torno a la asistencia sanitaria de los trabajadores, ha dejado a miles de empleados de la NASA en una situación incierta. En el Centro Espacial Kennedy, en Florida, continúan las actividades esenciales para que el calendario de lanzamiento no se retrase, aunque las nóminas seguirán bloqueadas hasta que se aprueben los fondos federales.
La incertidumbre política pone en peligro el calendario lunar y favorece el avance de China
Las consecuencias del bloqueo afectan también al margen técnico del proyecto. La NASA anunció el mes pasado que Artemis 2 podría despegar el 5 de febrero, dos meses antes de lo previsto. Sin embargo, las alineaciones necesarias entre la Tierra y la Luna se producen solo en contadas jornadas de cada mes, de modo que cualquier retraso podría aplazar la misión varias semanas. Cada día de trabajo sin remuneración aumenta el riesgo de que el calendario se desajuste y deba replantearse el entrenamiento de la tripulación.
El cierre prolongado no solo compromete la operatividad interna de la agencia, sino que podría otorgar ventaja a sus competidores. Las advertencias internas apuntan a China, que acelera su propio programa lunar y podría adelantarse en la carrera por regresar a la superficie del satélite. La interrupción del trabajo en la NASA, por lo tanto, introduce un elemento de vulnerabilidad en un ámbito donde la continuidad de los progresos y la moral de los equipos resultan esenciales.
En medio de esta situación, los astronautas que entrenan para Artemis 2 encarnan de nuevo el contraste que define su oficio: riesgo extremo, vocación absoluta y, por ahora, ningún salario. Su compromiso con la humanidad, por lo tanto, mantiene vivo un proyecto que depende tanto del talento humano como de la estabilidad política que lo sustenta.