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Hiperinflación: el fantasma recurrente de los argentinos que los analistas no ven venir todavía

Aunque no una hiperinflación, sí es esperable que el país se instale en algunos escalones más arriba en el nivel de inflación o incluso llegue a los tres dígitos

Delfina Torres Cabreros

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Hay un meme que circula en las redes sociales. Una tarjeta de cumpleaños decorada con un payaso, algunos globos, una guarda de colores y una leyenda: “Te invito a mi primera hiperinflación. No faltes”. También un video intervenido. De fondo una guerra que estalla, chispas ardientes que expulsa un edificio destruido y en primer plano la vocera presidencial, Gabriela Cerruti, que responde una pregunta en su conferencia de prensa habitual: “No, no hay ningún riesgo de hiperinflación. Muchas gracias”.

La hiperinflación es un fantasma recurrente en la Argentina, que aparece cada vez que se dispara el precio del dólar, se debilita el colchón de reservas del Banco Central y las góndolas exhiben tensiones más fuertes que las que los argentinos acostumbran a tolerar. Situaciones que se dieron –todas– esta semana. Las declaraciones del dirigente social Juan Grabois atizaron el temor. “Estamos bailando en el Titanic y la única que vio esto es Cristina. Hace un año y medio me dijo que estamos en riesgo de entrar en una híper”, dijo en el prime time de la televisión.

Si bien el consenso no es absoluto, una definición aceptable en la academia dice que un escenario de hiperinflación implica suba de precios mensuales por encima del 50%. “Los países no saltan de una situación como la que tiene hoy la Argentina a una hiper en lapsos cortos; no hay evidencia de eso. En general esos fogonazos llegan después de años de tener inflación más elevada que el nivel que tiene el país ahora”, explica el economista Joaquín Waldman, que es investigador del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES) y del Conicet y actualmente trabaja en un estudio sobre el tema. 

Lo que sí puede pasar, aclara, es que el país ascienda un par de escalones en el nivel de inflación y deje atrás el promedio anual en torno al 40% para ubicarse en valores de 70%/ 80% (como ya prevé el mercado para 2022) o incluso de tres dígitos. “Si bien descarto esa fantasía de la hiper, estamos pasando por un proceso complicado y yendo a lugares que son desconocidos para los que tenemos menos de 40 o 50 años”, advierte. 

La primera hiperinflación propiamente dicha de la Argentina tuvo lugar entre mayo y julio de 1989. Ya desde el Rodrigazo, en junio de 1975, el país experimentaba una inflación mensual de dos dígitos, excepto por algunos pocos meses del Plan Austral. 

Las violentas remarcaciones de precios que se vieron en la última semana, tras la salida de Martín Guzmán del Ministerio de Economía, reflejan una situación de incertidumbre respecto de cuál será la estrategia del Gobierno en materia económica y, en particular, en la regulación cambiaria. Los dólares financieros –legales pero “libres”, cuya cotización se construye en la transacción de bonos que se pueden comprar en pesos y vender en dólar o viceversa– escalaron cerca desde el comienzo del mes 20% y el CCL cerró el viernes por encima de los $300. 

Ese despegue del dólar paralelo genera la expectativa de que el tipo de cambio oficial se devalúe para achicar la brecha y las empresas asumen que la mercadería que venden hoy tendrá un costo más alto al momento de reponerla. Para resguardarse, incorporan en el precio de sus productos la suba del dólar que proyectan a futuro. Y un poco más también. 

Para Francisco Eggers, profesor de Finanzas de la Universidad de la Plata, una hiperinflación puede desencadenarse por muchos factores, pero juegan un papel central las expectativas sobre el tipo de cambio. La condición para que haya hiperinflación es, de algún modo, que “el dólar quede fuera de control”. 

“Uno se puede preguntar, ¿qué dólar? El que influye en forma importante sobre los precios es el dólar oficial. Pero, si no se suministran dólares para importar con el objetivo de cuidar las reservas y la paridad oficial, para las mercaderías que no encuentran dólares oficiales ya no rige el oficial, sino el contado con liqui en el mejor de los casos”, explica. 

Eggers considera que las condiciones actuales están lejos, al menos por ahora, de las necesarias para derivar en una hiperinflación. “Más allá de lo que fogonean algunos medios, la inflación parece rondar desde hace varios meses entre 5% y 7% mensual. En la previa a una hiperinflación la inflación se va acelerando rápidamente”, dice. Recuerda lo que sucedió en 1989. “Febrero: 9,6% de inflación; marzo: 17%; abril: 33,4%; mayo: 78,5%; junio: 114,5%. La aceleración fue muy marcada a partir del 6 de febrero de 1989, cuando el Gobierno reconoció que ya no podía frenar al dólar”.

Gabriel Palazzo, economista de Equilibra y del Instituto Interdisciplinario de Economía Política de la UBA, apunta que para que se desencadene una hiperinflación es necesario un período previo en el que se acorten e indexen todos los contratos.  “Si hoy tenemos una devaluación muy alta, no se van a ajustar todos los salarios automáticamente, por ejemplo. Tenés que reabrir primero las paritarias, negociar. Tampoco va a subir el alquiler mañana, que se renegocia por ley de manera anual. Hay un montón de precios que están fijos y ayudan a que un shock no tire todo inmediatamente hacia arriba”, explica. 

De todos modos, la alta inflación de los últimos años contribuyó a un acortamiento progresivo de los contratos. Muchas de las paritarias implican acuerdos trimestrales –no ya anuales, no ya semestrales– e incorporan cláusulas de revisión ante la disparada de los precios. Lo positivo de ese escenario: así como esa dinámica acelera la actualización de los precios y prefigura una situación de mucha fragilidad, también contribuye a que un shock de estabilización se incorpore más rápidamente en los distintos sectores. 

DT

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