Restricción a las importaciones: ¿solución para la crisis y problema para el desarrollo?
En mayo de 2019, a contramano de un pilar de su política de apertura al comercio internacional, el gobierno de Cambiemos subió la tasa de estadística cobrada a las importaciones agregando dos puntos porcentuales al nivel general de protección comercial. ¿Por qué hizo esto? Ante una situación de crisis fiscal y cambiaria, medidas que aportan recursos fiscales y resguardan divisas, aunque dañinas, pueden ser deseables para evitar el mal mayor que implica una economía en crisis. De la misma manera puede entenderse la reimposición de retenciones en septiembre de 2018 (aunque no hablaremos de retenciones aquí).
Hoy la situación macroeconómica continúa siendo de vulnerabilidad. A la grave situación económica heredada por el nuevo gobierno se agregó la pandemia. Las dificultades para financiar los gastos del Estado obligan a la emisión monetaria, que provoca inflación, que pide ancla cambiaria, que provoca apreciación cambiaria, que mina las reservas del Banco Central –aún en un nivel demasiado bajo–. En este contexto de fragilidad, el nuevo gobierno mantiene la restricción a las importaciones como un elemento central de su política económica. Algunos efectos de esta política son positivos en el corto plazo. Al cerrar las importaciones de bienes que tienen sustitutos domésticos cercanos se fomenta una mayor producción nacional de estos bienes. Por eso, no sorprende que se anuncien inversiones y nuevas contrataciones en varios sectores industriales con dificultades para enfrentar la competencia importada. Ante un escenario de fuerte vulnerabilidad, es entendible imponer una mayor restricción a las importaciones en aras de evitar una crisis resguardando divisas e incentivando una mayor producción sustitutiva –que a la vez ayuda a aliviar las cuentas fiscales–. Es política macro. Lo podemos discutir pero es entendible. Las crisis son extremadamente disruptivas y producen daños irreversibles, a veces mucho mayores que el que producen medidas a priori dañinas.
En contraposición a estos beneficios de corto plazo, cerrar la economía al comercio mundial atenta contra el desarrollo exportador a largo plazo. Las empresas necesitan insumos importados para producir los bienes que exportan o que buscan desarrollar para exportar. La exportación de productos más allá de los commodities requiere calidad, diseño, cumplimiento de exigencias técnicas, y sobre todo diferenciación. Todos estos son atributos difíciles de alcanzar confinándose a la oferta de insumos locales. Por ello, es fundamental el acceso previsible y a bajo costo a los insumos importados. Este es uno de los resultados más robustos y contundentes de la literatura académica reciente sobre comercio internacional. Sin embargo, hoy existen considerables trabas a la importación de una gran variedad de insumos que requieren la aprobación de una licencia para ser ingresados. Esto introduce incertidumbre e imprevisibilidad en los planes productivos de las pymes exportadoras, o potencialmente exportadoras, que desproporcionadamente necesitan estos insumos para lograr que sus productos tengan las características demandadas en los mercados del exterior. Por eso, limitar el acceso a los mismos desincentiva fuertemente los esfuerzos de exportación. Es, a la larga, tirarse un tiro en los pies.
En segundo lugar, Argentina no tiene muchas chances de competir en el mundo con productos estandarizados, de atributos fácilmente codificables. Dichos productos son hechos por China, Vietnam o la India, que tienen las capacidades técnicas necesarias y también menores salarios. Nuestras posibilidades de inserción internacional están en los productos de especialidad, aquellos con atributos especiales, los que permiten pagar salarios más altos. Ahora bien, exportar esos productos es más difícil, requiere entender bien la idiosincrasia de la demanda en mercados externos, sus gustos y necesidades, así como también la naturaleza y forma en que se desarrolla la competencia en dichos mercados. Es común que nuestras empresas intenten exportar y fracasen en su intento porque no tienen el producto adecuado, no resolvieron bien cómo posicionarse en el mercado o no adoptaron las prácticas comerciales allí aceptadas. Ante este desafío, es válido preguntarse si la producción que se incentiva con la protección comercial que tenemos desarrolla las capacidades necesarias para luego poder exportar. Ese es el supuesto principal que justifica la protección comercial como política industrial. Yo creo que no. Lo que se requiere para competir exitosamente en nuestro mercado local tan protegido es muy distinto a lo que se requiere para hacerlo en el mercado internacional. Por eso la fórmula no nos viene resultando. Esto no es un tema macro, es un tema de desarrollo.
¿Cómo balanceamos entonces las consideraciones macro, de corto plazo, con las consideraciones de desarrollo, de largo plazo? Más allá de la sintonía fina en la respuesta a esta pregunta, creo que el punto central es tener como norte para la salida de este dilema cambiar las condiciones que hacen vulnerable a la macro sin alimentar más sus fuentes de vulnerabilidad. Por ejemplo, reducir impuestos a franjas de la población relativamente acomodadas va en el sentido opuesto. A un nivel mucho más básico, creo que es crítico empezar reconociendo este trade-off. Digo esto porque rara vez lo veo planteado así. A menudo parece que nos quisiéramos convencer de que algunos efectos positivos de la protección comercial, que tal vez vemos manifestarse, solo se profundizarán abriéndonos el camino al desarrollo. Eso es lo que encuentro más preocupante. La sustitución de importaciones tiene un margen de impacto inicial, sí, pero que se agota pronto. Es fácil al principio pero nos termina llevando a un callejón sin salida, con exportaciones estancadas, incapacidad de importar por restricciones de divisas y, en consecuencia, la imposibilidad de crecer. Nos pasó varias veces, la última hace solo diez años.
WC
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