Usado a menudo con ligereza, incluso por quienes han leído al genial escritor checo, el adjetivo kafkiano encuentra en este bienvenido estreno una más que perfecta aplicación. Porque si hablamos de una atmósfera opresiva, angustiosa; de un mundo que ha perdido su alma, su corazón y se ha vuelto la mar de problemático; de una burocracia abrumadora donde un trámite puede derivarse hasta el infinito, más allá de toda lógica y con un final por lo menos incierto… Podríamos estar refiriéndonos a Dos fiscales, la realización de Serguei Loznitsa, cineasta ucraniano nacido en 1964.
Diplomado en ingeniería y matemáticas (saberes que se traslucen en su obra), traductor del japonés al ruso que se mandó para el lado del cine en los años 90, cursando literatura, filosofía, historia de las artes, música y hasta composición musical. Con semejante formación, SL viene haciendo documentales y ficciones que denotan una búsqueda formal que suele llegar a lo experimental, muy concernido –entre otros temas– por la época soviética, por la ocupación alemana en distintos lugares.
En 2006, fue premiado por Blokada, doc sobre el sitio de Leningrado. Muy requerido por el Festival de Cannes, en 2010 presentó My Joy, road movie acerca de un camionero que lleva una carga de harina y entra en contacto con diversos personajes para culminar trastornado por una explosión de violencia demoledora. Dans la brume, de 2012, evoca su Bielorrusia natal durante la ocupación, la presencia de colaboracionistas, la búsqueda de alguna forma de justicia. Otra ficción, Une femme douce, inspirada en Dostoievski (novela corta de 1876; La mansa, La sumisa, según las traducciones, más de una vez llevada a la pantalla), pone en relieve a una mujer también en plan restaurativo. El proceso, de 2018, no es una versión más de la célebre novela de Kafka sino la reconstrucción de la historia real de dos científicos juzgados en Moscú, 1930, por haber -según la manipulada puesta en escena de la acusación- intentado sabotear la economía soviética por medio de un supuesto Partido Industrial. Finalmente, en esta sucinta filmografía de Loznitsa, vale rescatar Invasión, doc dado a conocer en 2024, rodado durante dos años, que observa –a través de varias ciudades– las consecuencias en la vida cotidiana de los ucranianos provocadas por la invasión rusa.
Un coherente y exigente recorrido que lo lleva –podría decirse, naturalmente– a Dos fiscales, estrenada esta semana por la distribuidora independiente Zeta. Casi a la par de París, donde se presentó en salas a comienzos de noviembre esta cinta tan kafkiana, con ese clima de pesadilla que causa inquietud constante, el temor de que ocurra lo peor aflora desde el vamos. Con su joven protagonista de extraña nariz, recién recibido de fiscal, internándose en un laberinto de sórdida cárceles y amplias oficinas. Un héroe inocente, bolchevique de buena fe, valiente, en pos de justicia caminando interminables pasillos, subiendo escaleras donde se le vuelan los papeles del caso que procura a todo trance defender. Valiente, determinado, un héroe en los tiempos aciagos del totalitarismo soviético. Un arquetipo universal y atemporal, como dice Borges respecto de algunos personajes de Kafka.
Entonces, Dos fiscales, que transcurre en 1937, encuentra resonancias en la actualidad, y hasta en pretendidas democracias donde -por ejemplo- se persigue a los inmigrantes a sol y a sombra, se los maltrata, se les imputan delitos que no han cometido… “Estoy regresando de Bulgaria, de los Estados Unidos, de España, mundos tan diferentes entre sí”, declaró recientemente Loznitsa en Francia. “Y escuché comentarios parecidos en todas partes: algunas situaciones del film les recordaban a mis interlocutores lo que sucedía en sus respectivos países”.
Un Auschwitz sin cámaras de gas
El film Dos fiscales es la adaptación de un relato del escritor ruso Gueorgui Demidov, rescatado después de su muerte y aun no traducido al castellano, que ha sido publicado en años recientes por la exquisita editorial francesa Les Éditions des Syrtes. Doubar et autres récits du Gulag (de una de cuyas narraciones surge la cinta de Loznitsa), L’amour derrière les barbelés (El amor detrás del alambrado de púas), Merveilleuse Planète, figuran en dicho catálogo.
Demidov (1908-1987), prisionero del Gulag durante 14 años, centra su obra literaria en la represión en altísima escala del estalinismo, particularmente en los años ’30 y ’40 (al igual que otros escritores y poetas de países soviéticos). Ganándose la vida desde muy joven, logra asistir a la universidad, estudia con el físico Lev Landau, Premio Nobel. A fines de los ’30, ambos se convierten en víctimas de la persecución contra los investigadores. Bajo acusaciones falsas, Demidov es condenado y enviado por 5 años a Siberia en 1938, donde cumple trabajos forzados en minas de oro y cobre. Una muestra de los horrores del Gulag: durante una etapa de extrema hambruna, los prisioneros fueron obligados a comer los cuerpos de los compañeros de desgracia que se iban muriendo de inanición. Así y todo, más adelante Demidov se las rebuscó, merced a sus conocimientos, para componer el sistema eléctrico del campo de reclusión. Pero un gesto de rebeldía –defender a clásicos de la literatura rusa fuera del canon aceptado por la tiranía– le significó varios años más en el Gulag.
El trotskista Varlam Chalamov, poeta y disidente soviético, fue compañero de D, “el hombre más honesto e inteligente que haya encontrado en mi vida”, escribió en sus Memorias. En este libro, Chalamov definió así el archipiélago del Gulag: “Un Auschwitz sin cámara de gas”. Asimismo, recuerda sin autocompasión que llegó a ser un esqueleto andante, que en prisión revisó tachos de basura para comer, que entre los penados había muchos representantes de la ciencia y la cultura (siempre tan molestos para el autoritarismo). Enemigos imaginarios que el gobierno empujaba a la muerte de diferentes maneras. Víctimas por azar cuya suerte empezó a mejorar con la muerte de Stalin, en 1953.
Por su parte, Demidov pudo volver a su profesión de ingeniero y a mediados de los ’50 comienza a escribir, en secreto, testimonios sobre la vida en los campos con un estilo depurado, conciso, próximo al documental. En los ’70, ya retirado del trabajo, se consagra a la literatura en torno de situaciones de flagrante injusticia y crueldad durante la férrea dictadura estalinista. En agosto de 1980, sus manuscritos son confiscados por la KGB, razón por la que deja de escribir hasta su muerte, en 1987. Poco después, su devota hija Valentina Demidova se dirige al Comité Central, organizador de la Perestroika, y en 1988 aquellos manuscritos le son devueltos y se empiezan a publicar en los ’90. La historia de Dos fiscales, pues, figura entre esos materiales. Y en 2010, la directora Svetlana Bychenko hace el documental Vida del intelectual Demidov, con el aporte de la siempre bien dispuesta Valentina.
A la línea narrativa de su film, siempre siguiéndole los pasos a su protagonista, el director SL, pensando que el texto correspondía con exactitud a la temática de Dos fiscales, introduce un fragmento del poema (así lo denominaba su autor) Las almas perdidas, de Nicolas Gogol en la primera secuencia en un tren, no exenta de cierto humor negro, que remite de modo grotesco a la imposibilidad de lograr justicia. Con el guiño, además, de que el mismo actor que interpreta al sufrido prisionero Stepniak, luego -caracterizado- hace su parodia como héroe de guerra desamparado que perdió un brazo y una pierna en la contienda.
Obra mayor, durísima, insoslayable
El minucioso perfeccionismo en todos los niveles de Serguei Loznitsa para narrar la parábola circular del buen fiscal Alexander Kornev, es francamente asombroso. Desde la elección del formato 4/3 para obtener una imagen más cuadrada que acentúa el ambiente de claustrofobia aun en los contados espacios abiertos; los grises y marrones apenas confrontados con algo de rojo oscuro, pero de continuo imponiendo los tonos sombríos, casi monocromáticos logrados en sociedad con el notable director de fotografía Oleg Mutus, que sugieren al espectador la certeza de que hay que abandonar toda esperanza…
La misma integridad estética se extiende al vestuario, a esos desprolijos uniformes -que hacen pliegues- de los guardias carcelarios, a los trajes de los burócratas, al negro que envuelve a las mujeres mayores que aguardan en las afueras de la prisión… Loznitsa no concede un ápice, fiel al espíritu de su historia dentro de la Historia que marcó el siglo XX. Y que hoy, con otra modalidad y hasta cierto punto, persiste: el poder absoluto ejercido a su antojo por una minoría privilegiada sobre una mayoría indefensa. Aparte de la apropiada música incidental de Christian Verbeek, SL elige hermosos temas de Shostakovitch, varias veces cuestionado por el poder soviético, acusado de formalista.
El realizador recurre con infalible acierto al plano fijo para seguir el itinerario ineluctable de Kornev, desde los primeros planos de llaveros en cerramientos de puertas y portones, de visillo y rejas, a las tomas de salas de espera y oficinas impersonales, incluso la del cínico fiscal general, presidida por un gran busto de Stalin. Todo el elenco –hasta la madre con niño que sonríe unos segundos con discreta benevolencia ante la diatriba imparable del héroe de guerra en el tren– merece plácemes. Pero en el caso de Alexandre Kusentsov, el idealista bolche Kornev, todos los elogios suenan insuficientes: tal la hondura, la expresiva economía, la fidelidad interior con que encarna a su personaje.
Ciertamente, amables lectoras y lectores que llegaron hasta aquí, hay que reunir coraje y algo de estoicismo para asistir a esta sombría tragedia que bien merece el empeño, que no se les olvidará a la vuelta de la esquina.
Una notuela de humor que, según el Wiktionnaire, prueba la universalidad del adjetivo de marras, para cerrar: ¿Cómo se dice kafkiano en ruso? Kafkianski. ¿Y en japonés, idioma que domina el director SL? Kafukateki.
MS/MG