Ella, que hace 10 años estaba actuando en tres espectáculos bien diferentes a la vez –entre los cuales, Como les guste, de Shakespeare, interpretando a dos duques de perfil opuesto y, de pasada, a un clérigo borrachín– ahora, a sus vitales 83, está componiendo a una vieja dama un tanto indigna, producto del evolucionismo propuesto inicialmente por el célebre naturalista y paleontólogo británico que revolucionó la biología: La tortuga de Darwin es el título de la obra que protagoniza Ana María Castel, secundada por Mario Mahler, Mariana Arrupe y Nahuel López, bajo la dirección de Sara Mon, con luces del mismo López, escenografía y vestuario de Alejandro Mateo. Paralelamente, está en Hay que ser buenos porque Dios mira, una sátira de Laura Otermin, que dirige Patricio Azor, sobre el clásico encuentro familiar de Nochebuena con sentimientos encontrados. En este escenario, AMC se hace cargo de una abuela colaborativa, armonizadora pero capaz de poner de manifiesto su carácter si hace falta.
Castel –formada con maestros como Juan Carlos Gené y Augusto Fernandes–, cuyo recorrido sobre las tablas arrancó sobre el filo de los ’80 con Boda blanca, éxito de crítica y de público, ha dado incontables pruebas de su enorme ductilidad. Que solo se detuvo durante una década para dedicarse a criar a sus hijos chiquitos y a estudiar Psicología Social. Retornó a la escena a comienzos del XXI, con bríos renovados, brillando en El juego de la silla, de Ana Katz. Y siguió avanti con mucho lucimiento personal en Presente vuol dire regalo, bajo la conducción del gran Roberto Villanueva, y en La mujer del auto, tremenda obra del austríaco Félix Mitterer sobre la resistencia de una ciudadana desalojada de su propio hogar. Entre otras muchas obras en las que participó Ana María Castel, yendo de la tragedia (Yerma) a la comedia (Vivan las feas), justo es mencionar el alto voltaje dramático de La crueldad de los animales, La tormenta o El padre.
Y, como quedó dicho más arriba, en ocasiones actuando simultáneamente en más de un espectáculo y, asimismo, grabando en horario diurno una ficción para la tele: Señores papis, por caso. Un medio en el que tuvo nutrida presencia en telenovelas como Antonella, Nano, Casa natal. Actriz de enorme intuición y gran capacidad de concentración, a AMC le encanta tanto desdoblarse en forma paralela como hacer personajes marcadamente disímiles, habiendo descubierto en este siglo 21 el placer de construir villanas de la talla de Bernarda Alba o la Marsa Ignátieva de La Tormenta. Todo por el placer absoluto de actuar.
Deviniendo un quelonio humanizado de 200 años
Ana María Castel no necesita calzarse un caparazón ni disimular sus extremidades para volverse una tortuga creíble en escena. Le bastan algunas prendas sugerentes en tonos de marrón, su indiscutible talento y su sinceridad de intérprete para que el público “vea” a su pícara tortuga que ha evolucionado hasta parecer una señora mayor que no se ha olvidado de su pasado animal y que, por otra parte, lleva en su cuerpo huellas de aquel quelonio al que Darwin efectivamente dio cobijo en su camarote después de haber visitado las islas Galápagos.
Esta es pues, la un tanto impertinente señora que se le impone al historiador presumido que se derrite cuando ella le dice que ha leído dos tomos de su Historia de la Europa contemporánea. Pero lo fastidia cuando le señala que en el capítulo 27, sobre el caso Dreyfus, “con todo respeto, no fue así”. Él se encrespa y ella, que dice llamarse Harriet Robinson, muy segura sostiene: “Yo estaba allí cuando se la tomaron con el desdichado capitán”. El profesor le retruca: “Señora Robinson, este caso estalló en 1894”. Harriet empieza a dar precisiones, las fundamenta; menciona otras inexactitudes. ¿La batalla de Verdún? La trinchera no era como la describe el historiador, afirma ella alegando haber estado en ese sitio. Él intenta pasarse de chistoso: “Ahora me dirá que estuvo en el bombardeo de Guernica”. Y Harriet le replica: “Salgo en la foto, debajo del caballo desbocado”.
De ahí en más, el profesor de historia casi entra como un caballo, quiere saber más de la identidad de la extraña dama. “Soy la tortuga de Darwin”, proclama ella, añadiendo, para más datos, que está dibujada en El origen de las especies, cuando tenía 28 y en su tranquila vida solo había sexo y comida “hasta que desembarcaron los ingleses en la isla”. Y a la, en ese entonces, enteramente tortuga se le ocurrió ir a pispear dentro del barco: cuando se quiso acordar, ya estaba en altamar y fue protegida por Charly Darwin, a quien cita textualmente: “En circunstancias extraordinarias, la materia viva puede evolucionar en forma acelerada”.
A partir de ese momento, nadie la puede parar en su recuento de anécdotas que la tuvieron como testigo presencial: la inauguración de la Torre Eiffel, el incendio del III Reichstag, el desembarco de Normandía… Sin dejar de lado la Revolución de Octubre y la Perestroika. El catedrático ya empezó a tomar notas, la señora Robinson le propone un trato: que la ayude a volver a casa. Es decir, a las Galápagos. Evidentemente, ella no quiere terminar sus días entre los seres humanos, descree de lo que llaman progreso.
Total, que la simpática Harriet termina de convencer a su interlocutor que ya está maquinando la forma de explotar las informaciones que está recibiendo en primicia sobre sucesos históricos de los últimos dos siglos. Invariablemente con acotaciones teñidas de ironía y de una especie de sabiduría que alcanzó primero mirando el mundo y sus personajes desde abajo hasta que, evolución mediante, logró ponerse de pie. Siempre desde una postura ambivalente, a veces acomodaticia, para nada una heroína que defienda principios en su “evolución exponencial bajo situaciones extraordinarias”.
Tanto el profesor como Beti, su esposa sojuzgada, y el médico que la atiende en una emergencia tienen sus planes para sacar provecho de esta señora que no proviene de Pehuajó ni intenta rejuvenecer, pero es más viva que el hambre. Un personaje bien representativo de la dramaturgia de Pedro Mayorga, autor localmente muy solicitado por el teatro alternativo, por el San Martín. Entre sus obras estrenadas figuran El chico de la última fila, Animales nocturnos, El crítico, Reikiavik. Asimismo, en el teatro público se ofreció en 2013 el clásico de Calderón La vida es sueño, con la excelente Blanca Portillo, en una versión de Mayorga.
Alternando acentos de comedia y de drama, PM suele dejar sentado que en sus obras le interesa plantear un deber de memoria. Y que, si bien no se puede recuperar lo perdido, vale hacerse responsable de la herencia que cada uno va a dejar. Este autor -licenciado en matemática, en filosofía- aspira a generar reflexiones, a que el público se pregunte, por ejemplo: ¿cómo fue posible tanto horror?, ¿hasta qué punto ciertas ideologías han sobrevivido a la derrota del III Reich?
Esta tortuga de Darwin, en su camino hacia la humanización, mirando el mundo y las conductas de las personas con poder y de los simples ciudadanos, se ha vuelto escéptica, anche un toque amoral. Pero ha ganado en sentido del humor. Por momentos, muy negro.
La tortuga de Darwin, los domingos a las 18 en el CELCIT, Moreno 431
Hay que ser bueno porque Dios mira, los sábados a las 20,30. En Ítaca, Humahuaca 4027