CINE

Vermiglio: íntima crónica familiar signada por la guerra y la sujeción femenina.

La que avisa no es traidora: esta pieza magistral de Maura Delpero resulta una suerte de antídoto de las obras de su compatriota, el relamido Paolo Sorrentino (La gran belleza, 2015: la reciente Phartenope), siempre tan consciente de su acicalado esteticismo.

La directora ítaloargentina –porque lo suyo es estar allá y aquí, donde se formó en teatro y cine, luego de estudiar Letras en Bolonia y París– elige la vía rigurosa, de alta exigencia, sin plus alguno de ornamentación para recrear una historia que le concierne en el pueblo de sus abuelos paternos: la de esa familia Graziedei, tan numerosa. Y dándole asimismo lugar a los habitantes de Vermiglio, aldea italiana del norte, de la zona del Trentino, enclavada entre grandes montañas y zonas boscosas, casi aislada del país en esas fechas, a mediados del siglo pasado, durante los tramos finales de la Segunda Guerra.

Y otro aviso a lectoras/es: en la primera parte de este estreno en cines, Delpero de toma su tiempo para dar sus primeras pinceladas sin dar información directa, y conviene poner atención y tenerle un poco de paciencia a este relato que va cobrando paulatinamente forma y espesor. Un relato íntimo, contemplativo que ofrece fragmentos significativos de vida cotidiana, de rituales diversos, de relaciones que se sugieren a través de medias palabras, de gestos, actitudes, situaciones, a partir de su inicio en un paisaje nevado invernal que da chuchos de frío de solo mirarlo.

En las primeras escenas de interior, al amanecer, tres chicas de distinta edad duermen en una cama grande; en otra habitación, tres o cuatro varones repartidos en dos lechos de una plaza; en el tercer dormitorio, una pareja al lado de la cuna de un bebé que empieza a despertarse, la madre abre los ojos cargados de sueño, los vuelve a cerrar. Corte al título del film, y luego, una muchacha de azul ordeñando una vaca en el establo, la acaricia. Sin música, sin palabras. En la escena siguiente, la madre junto a la cocina de leña donde ha calentado la leche, va sirviendo con un cucharón en las tazas que le acercan manos extendidas. Una, dos, tres… siete tazas. En la poblada mesa del desayuno, la madre permanece de pie calmando al bebé que tose y llora, el marido -bastante mayor- humilla a su primogénito. A continuación, salida al exterior, casa y árboles nevados, el padre seguido de su prole camino de la escuela donde lo veremos en el rol de maestro frente a un grupo variopinto de niños y niñas.

En contados minutos, sin mayor detalle de presentación de personajes, ya supimos varias cosas de esta familia: su posición económica, las jerarquías que se respetan (la autoridad del patriarca), el rol de la mujer como máquina de reproducción, la amplitud del paisaje que rodea al pueblito donde viven. Incluso en una charla de los niños más pequeños se referencia a alguien de afuera que ha llevado sobre sus hombros al primo Attilio desde Alemania, quizás salvándole la vida. Se trata, se sabrá más tarde, del desertor siciliano Pietro, otra víctima de la guerra, el forastero del sur que incidirá en la comunidad y, sobre todo en Lucía, la hija mayor que ordeñaba la vaca en el arranque.

Directoras que descuellan en calidad y popularidad

Las noticias llegadas de Italia, los premios importantes obtenidos en festivales y otros eventos, así como la muy favorable respuesta del público dan cuenta de la notable pléyade de realizadoras que se vienen imponiendo en Italia en lo que va del siglo. Localmente, el año pasado de estrenaron en salas cintas tan estimables como Siempre habrá un mañana, de Paola Cortellesi, y La quimera, de Alice Rohrwager.

En cuanto a Maura Delpero, muy reconocida internacionalmente desde el año pasado por Vermiglio (Oso de Oro del Festival de Venecia, candidateada al Oscar como Mejor Film Extranjero, varios premios Donatello, entre otras distinciones), tiene previamente en su haber documentales como Signori Professori (2008), largometraje sobre la situación de los/as docentes en diferentes regiones de Italia; Nadea y Sveta (2010), acerca de dos mujeres de origen moldavo que han emigrado a Bolonia y que deberán elegir entre su trabajo y la maternidad, contando apenas con su mutua solidaridad. Lepero registra con mirada comprensiva el desarraigo, el sacrificio, la voluntad de estas valerosas heroínas.

Siempre en torno a temáticas sociales, en especial vinculadas con dilemas y obstáculos asociados a la condición de la mujer y la maternidad, Delpero realiza en la Argentina la ficción, presentada en 2019, Hogar (también titulada Maternal). Este film transcurre en un convento de monjas italianas (otro destino, el de la consagración religiosa de las mujeres que atrae a la cineasta) que brinda hospitalidad y acompañamiento a madres solteras adolescentes sin otro apoyo. Como Paola Cortellesi, MD ha bebido en la fuente del neorrealismo, pero filtrando y refrescando esas aguas a través de una óptica femenina teñida de sincera hermandad.

De modo tal que en Vermiglio retoma y profundiza estas problemáticas. Y si bien la historia que narra tiene lugar entre 1944 y 1945, hay cuestiones, por caso, la forma en que la guerra afecta a las mujeres, la asignación de las tareas domésticas, las dificultades específicas en el ejercicio de la maternidad que, con bienvenidos avances, aún persisten.

Belleza y autenticidad

Tremendo y muy representativo el momento en que el médico, después de visitar en la casa al bebé enfermo, le dice al hierático padre que no hay esperanza. “El strangolini se lo lleva. Afortunadamente, pronto llegará otro”. La enfermedad mencionada es una suerte de crup, obstrucción de laringe y tráquea que produce tos seca y ahogo. Ambos hombres, entonces, hablan con naturalidad de reemplazar a ese niño por otro, que sería -lo será- el décimo hijo de una mujer exhausta, con medidos recursos, que no es consultada ni tenida en cuenta. Corte a secuencia del entierro, cánticos religiosos en el cementerio.

Sin embargo, en esta cinta sin maniqueísmos, dicho padre solemne y egoísta, que antepone sus gustos a las necesidades de su familia, no es un fascista como tantos de su época y, en bar junto a otros parroquianos, declara que “si hubiera muchos cobardes, habría menos guerras. Nuestros hijos no fueron a luchar por su voluntad”. Esa guerra lejana que, empero, está presente desde el comienzo con el sonido del avión que se escucha con temor, el fantasma de los alemanes planea sobre las cabezas, el forastero da pie a entredichos.

Maura Delpero pinta esa aldea y, efectivamente, resulta universal. Inspirada en las cartas que descubrió entre papeles familiares reconstruye con extraordinario verosímil la ambientación, el vestuario, las costumbres de ese pueblito rodeado de una escenografía natural imponente, las montañas Dolomitas, los grandes bosques, una grandiosidad del paisaje que –lo ha declarado la propia autora– hace que las personas se empequeñezcan, como en los cuadros de Caspar David Friedrich…

Cada integrante de la familia Graziadei tiene su momento de relieve, la oportunidad de mostrar rasgos de su personalidad, incluida la propia madre en su bloqueo, irremontable porque la procesión va por dentro. Pero no todos los enigmas se despejan porque la directora prefiere omitir explicaciones, subrayados. Más bien, siembra pistas. Y se detiene en las tres hermanas: Lucía, la romántica que se atreve tímidamente a tomar la iniciativa con el desertor; Ada y su despertar sexual culposo por causa de un catolicismo dogmático y represor que la lleva a hacer penitencia para redimirse y que, al no ser elegida para seguir estudiando en la ciudad, toma una decisión radical, para ella mejor que estancarse en la servidumbre doméstica; Flavia, la menor, despierta y curiosa, que no ha sido informada sobre la llegada de la menstruación y se siente ingratamente sorprendida. Y hay una cuarta muchacha, una prima un tanto marginal, rebelde, especie de oveja negra con ánimo transgresor que emigrará a Chile con su gente.

Depero ha elegido el devenir de las estaciones para marcar el paso del tiempo, la naturaleza blanqueada por la nieve que reverdece en primavera, las panzas de las embarazadas crecen, se producen los nacimientos y otros hechos -que no vale espoilear- en esta película que se va abriendo del costumbrismo provinciano hacia el melodrama contenido, en una realización plena de hallazgos donde siempre los segundos y terceros planos tiene valor. La famosa indicación de Chejov respecto de que los objetos que se muestran en la escena teatral deben tener una justificación se cumple puntualmente aquí en cada detalle: en ese pesebre al costado con las velas encendidas, en los cuadros de la Virgen María y el Sagrado Corazón cruzados por una rama de olivo proveniente del Domingo de Ramos. La religiosidad impregnando cada momento del cotidiano.

MS/MG