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El declive de Roma: vecinos resignados entre incendios, basura y una planta que puede hacer caer el Gobierno

El incendio del parque del Pineto, en Roma, el pasado 4 de julio.

Mariangela Paone

Roma (Italia) —

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“Yo vivo en el bajo y lo que había aquí era el infierno. Llamas altísimas. Se oían explosiones, parecían bombas. Hemos tenido muchísimo miedo. Los bomberos luego nos evacuaron y volvimos a medianoche y no se podía ni respirar”. Lidia Mattana vive en el terror desde que, el pasado 9 de julio, el edificio de siete plantas en el que pasó 21 de sus 68 años quedó envuelto por una espesa nube de humo negro y cenizas mientras el fuego se levantaba desde un terreno al otro lado de su calle, la vía Carlo Fadda, en el barrio Don Bosco, en la parte sur de Roma.

Era el último incendio de una serie que, desde hace semanas, alcanzó varias zonas residenciales de la ciudad y que aumentó la desesperación de los habitantes y el debate sobre el declive de la urbe, aquejada desde hace años por emergencias que se convirtieron en crónicas una administración tras otra: la falta de mantenimiento de las aéreas verdes, los baches que se abren de repente en las vías, la debilidad del transporte público que llena las calles de coches y atascos, y la basura, sobre todo la basura, con montículos malolientes que puntean los barrios, de norte a sur de oeste a este, sin excepción. Unos problemas que se sienten aún más acuciantes en esta mitad de julio en el que el país se espeja en su capital, mientras se abre la enésima crisis política y el Gobierno central se tambalea.

“Roma no se puede ni ver ahora mismo. No solo aquí, también el centro. Antes estaba la Raggi y era culpa de la Raggi, ahora está Gualtieri y me parece incluso peor. A ver si hacen algo porque si no habrá que montar una revuelta”, dice Mattana citando los nombres de los últimos dos alcaldes, Virginia Raggi, del Movimiento 5 Estrellas, que solo permaneció un mandato, salpicado de polémicas y bloqueo, y Roberto Gualtieri, extitular del Ministerio de Economía, que fue elegido en octubre con la promesa de que Roma estaría limpia para Navidad y, nueve meses después, ve como se empieza a acabar la luna de miel con los romanos. Mattana sujeta en una mano una bolsa con botellas y contenedores que llevará al cubo del plástico, un gesto normal que se ha convertido en un acto de fe.

Nubes tóxicas desde el basurero

El primer gran incendio de estas semanas prácticamente ha destruido la principal planta de tratamiento mecánico-biológico de basura de la ciudad, el Tmb2 de Malagrotta. Durante horas, un enorme hongo de humos tóxicos se levantó desde los terrenos del basurero y las autoridades decretaron la prohibición de actividades al aire libre en un radio de seis kilómetros. La misma pesadilla la vivieron tres semanas después los vecinos de la calle Carlo Fadda donde varios días después el aire, sobre todo por las noches, sigue impregnado de un olor acre que produce picor en la garganta. Con el pasar de los días los niveles de dioxina empezaron a bajar pero, inmediatamente después del incendio, alcanzaron cifras 35 veces superiores a los límites de seguridad marcados por la Organización Mundial de la Salud.

“Tengo un bebé de un año y, para evitar que respire ese aire, me mudé a casa de mi madre. Ahora vine a limpiar la casa. El balcón estaba lleno de cenizas”, dice Federica Serbaroli, otra vecina del bloque de edificios más cercanos al incendio donde, en la séptima planta, por poco no se quema una vivienda entera después de que unas cortinas se prendieron fuego por chispas levantadas por el viento.

¿Cómo puede un incendio generar tanto perjuicio en el centro de la ciudad? Contestar a esta pregunta, en el caso de Roma, significa abrir una caja de Pandora de la que salen, de golpe, los fallos de la burocracia, las zonas grises de una ciudad donde ilegalidad y legalidad conviven a veces sin solución de continuidad, los retrasos acumulados en la búsqueda de soluciones...

El incendio del 9 de julio empezó en una zona que desde hace casi 20 años tenía que ser un parque, el parque de Centocelle, destinado a convertirse por su extensión en uno de los pulmones verdes de la ciudad. Por eso, hace años se desalojaron dos asentamientos, el campo Casilino 700 y 900, que fueron durante años unos enormes guetos para decenas de familias de gitanos. “Presentamos hace tiempo una denuncia porque en aquellos terrenos creemos que, tras la demolición de los campos, se enterraron todos los escombros y la basura. Fuimos con unas palas y basta con levantar tierra para encontrar de todo, utensilios, objetos de vida cotidiana...El alcalde de la época, Gianni Alemanno, dice que se llevaron a otro lugar, pero el hecho es que allí hay un basurero enterrado”, dice Cristiana Trizzino, portavoz del comité Parco di Centocelle Libero, un grupo de asociaciones y residentes que luchan desde hace años para que el proyecto varado en 2003 para las 126 hectáreas de la zona se convierta en realidad. Un camino lleno de obstáculos.

Desguaces ilegales en lugar del parque

Al lado de los terrenos donde surgían los campos y de dónde se originó el último incendio, existen desde hace décadas decenas de desarmaderos, la mitad sin licencia. “Con todo lo que esto conlleva en términos de tratamiento de los residuos. Nosotros encargamos unos análisis en los primeros 10 centímetros de los terrenos colindantes y los niveles de metales pesados superan y mucho lo que estaría permitido por ley. Pero, como comité ciudadano, no podemos hacer otra cosa que denunciar y dejar todo en mano de la fiscalía”, explica Trizzino. Si el incendio de hace 10 días fue tan grave, fue precisamente porque el fuego alcanzó algunos de estos desarmaderos, donde se quemaron decenas y decenas de vehículos amontonados al lado de la calle Palmiro Togliatti, la arteria que lleva el nombre del histórico secretario del Partido Comunista italiano y que atraviesa el sur de la ciudad.

En lo que eran los sfasci (la palabra en romano para desguaces), ahora quedan los esqueletos chamuscados de los vehículos, un espectáculo de desolación que se abre donde tenía que surgir el parque, en un territorio que, como todo en Roma, habla de historia: allí hace 2.000 años se encontraba la villa de Elena, la madre del emperador Constantino, y la residencia de los caballeros del soberano, las centum cellae, de donde viene el nombre de la zona, Centocelle.

Un lugar que se ha convertido en bomba ecológica, que siguió estando allí a pesar de las denuncias y las promesas de traslados de las actividades legales. Trizzino explica que esta semana, junto a otros comité ciudadanos, se reunirán para decidir si presentan una denuncia contra las autoridades locales por negligencia por el daño medioambiental. No esconde su desazón: “Desde el incendio, no paran de llamar vecinos. La situación es desesperante. La semana pasada en la última asamblea lloré”.

Montones de basura en las calles

El desánimo une a los vecinos de una punta a otra de la ciudad. Cuando no son los incendios, es la hierba alta que crece en esquinas de las banquisas, en las rotondas, cerca de los monumentos incluso en las calles más céntricas; las botellas que se acumulan alrededor de los árboles y en los jardines, donde durante los meses más duros de la pandemia se amontonaban las mascarillas; las redecillas de plástico color naranja que señalan obras o un bache y que se destiñen con el paso del tiempo hasta convertirse en un elemento urbano más... Y la basura, de la que no se libra literalmente ni el Papa. El miércoles pasado en Via dei Corridori, que colinda con el Vaticano y de la que se divisa la ventana a la que el pontífice se asoma para recitar el Ángelus, una vecina arrastraba resignada un carrito de la compra lleno de varias bolsas de basura, dividida según el tipo de residuos. “Nosotros haríamos el reciclaje, pero mire lo que hay aquí, así es imposible”, decía Ángela, mostrando los contenedores rodeados por restos de todo tipo, al lado del arco que se abre en el Passetto del Borgo, un tramo de los muros vaticanos.

El problema de la basura en Roma se debe también a la falta de estructuras adecuadas, después de que en 2013 se cerrara el antiguo vertedero de Malagrotta, el mayor basurero de Roma y de Europa, de gestión privada, por incumplir los estándares de seguridad previstos por la normativa europea. La nueva administración de Gualtieri propuso la construcción de una planta de procesamiento de basura que también sirve para producir energía, como una de las medidas para atajar el problema del ciclo de los residuos urbanos de la capital.

Y aquí es donde la crisis de Roma acabó vinculada a la actual crisis de Gobierno. Una de las razones con la que el Movimiento 5 Estrellas justificó su decisión de ausentarse de la votación de la moción de confianza al primer ministro Mario Draghi el pasado jueves fue que el decreto por el que se votaba otorgaba, entre otras cosas, poderes extraordinarios al alcalde de la capital para la construcción de la central, a la que los grillini se oponen.

La Fiscalía investiga

Mientras tanto, la Fiscalía investiga para averiguar si los cuatro grandes incendios de las últimas semanas son de naturaleza dolosa. “Es prematuro sacar conclusiones y esperamos el resultado de la investigación. Lo cierto es que la secuencia de incendios de las últimas semanas no tiene precedentes y que en la mayoría de los casos, la mano del hombre está detrás, por culpa o dolo. Si resulta que los incendios más graves como los de Malagrotta, Pineto y Centocelle fueron dolosos, sería muy grave”, dijo el alcalde tras el último incendio, deslizando la sospecha de una mano criminal detrás de los fuegos. “Estoy decidido a seguir sin dejarme intimidar. Roma tendrá el termovalorizador”, añadió en una entrevista al Corriere della Sera. La idea de la administración es que la planta esté lista para el Jubileo de 2025, la primera gran cita de una ciudad que se postula para ser la sede del Expo de 2030 e intentar replicar el éxito de Milán de hace cinco años.

Un horizonte lejano para los vecinos, que piden respuestas inmediatas. Antes de que, alimentadas por la escasa manutención y los montones de basura, las llamas vuelvan a propagarse hasta amenazar las casas.

También pasó en la Balduina, un barrio residencial en el norte de la ciudad, en la otra punta con respecto a Centocelle. Como en el sur, allí los vecinos vieron el 4 de julio las lenguas de fuego que se levantaban desde el terreno hasta casi alcanzar las casas. El alcalde, que acudió a la zona por la noche, se encontró con los vecinos de los edificios evacuados que le rogaban soluciones. Unos días después, Patrizia Marino, vecina de zona desde hace 50 años, recuerda como ya en 2007 las llamas casi entraron en su casa por las ventanas. Junto a su marido, mira hacia el terreno alcanzado hace dos semanas por el fuego, que prendió en un área muy amplia, volviendo a llenar el cielo de Roma de nubes grises. “Allí hace 50 años se veía pastar a las ovejas. Casi era mejor entonces”, comenta, desolada. 

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