Cuando en 2017 el historiador Mark Bray publicó su libro Antifa, el manual antifascista, Donald Trump llevaba unos meses como presidente de Estados Unidos. Su retórica contra el feminismo, la identidad de género o los migrantes empezaba a tener consecuencias en las calles y la extensa investigación de Bray sobre el movimiento antifascista, nacido de la resistencia a Mussolini y Hitler, alcanzó una gran repercusión mediática y editorial. Lo que el historiador no imaginaba es que, con Trump otra vez como presidente, ese libro iba a marcar su decisión vital más difícil, ocho años después.
Hace una semana, Bray decidió irse con su familia de Estados Unidos tras recibir repetidas amenazas de muerte. “El libro es mi pasado, pero ahora es mi presente”, dice un afectado Bray en Madrid para explicar las razones de su exilio y reflexionar, en clave de 2025, sobre aquello que escribió hace casi una década.
—¿En qué momento decidió que iba a irse de Estados Unidos?
—Estaba viendo un partido de béisbol de los New York Yankees cuando recibí un email con una amenaza. La diferencia es que esta vez incluía la dirección de mi casa. De repente, mi mundo cambió. Es cierto que cada día vivíamos con más problemas, más amenazas, más miedo. Pero el hecho de sentir que mi familia podía estar en peligro fue definitivo. Solo podía pensar: ‘tengo que salir de aquí, tengo que salir de aquí’.
—¿Cómo se lo contó a sus hijos?
—Les dije que tenemos que estar un año afuera para investigar en archivos históricos de España. Mi mujer y yo somos historiadores y ya hicimos esto antes. Así que no saben nada, pero en el fondo creo que sí perciben lo que pasó. La salida fue una experiencia muy dura porque en el aeropuerto un policía federal me interrogó y hurgó entre mis cosas. Los vi pasar miedo. De hecho, mi hijo de siete años tuvo anoche una pesadilla en la que la policía nos atacaba.
—¿Qué significa para su pareja y para usted, ambos profesores en la Universidad Rutgers, en New Jersey, tener que salir así del país?
—Es difícil. Seguiremos dando nuestras clases online este año, pero anoche hablábamos de cuánto nos gustaría ir a las lecciones de piano de mi hijo, o a la fiesta que dará un amigo de la universidad. La hermana de mi pareja va a tener un bebé pronto y no sabemos cuándo podremos verlo. De un día para el otro debemos armar otra vida aquí: tenemos amigos, conocemos el país, pero irnos en estas circunstancias es muy duro y todavía nos resulta difícil ver la parte positiva.
—¿El asesinato de Charly Kirk intensificó la presión del Gobierno sobre los profesores y académicos?
—Sí, creo que la Administración Trump decidió usar el asesinato de Kirk para demonizar a la izquierda. Poco después dictó la orden ejecutiva que declaraba a Antifa como organización terrorista, lo cual es ridículo. Pero tras el anuncio, unas figuras de la extrema derecha me llamaron “profesor terrorista” en X y empezaron las amenazas. Luego Turning Point USA, el grupo de Charlie Kirk en mi universidad, organizó una petición para que me despidieran y se lo contaron a Fox News. Ahí se precipitó todo: recibí el email con mi dirección el sábado y el lunes ya estaba publicada en X. El viernes aterrizábamos en España.
—¿Tuvo un significado particular que el asesinato de Kirk se produjera precisamente en una universidad?
—No había pensado en eso, pero es posible, porque desde la perspectiva de Trump y sus amigos, la universidad es el origen de todos los males de la sociedad: las perspectivas de la izquierda sobre género, inmigración, antifascismo... Desde su perspectiva, todo viene de profesores como yo, que además he escrito un libro sobre Antifa, y también soy judío. Aquí juegan el racismo, el antisemitismo y el fascismo.
—Sin embargo, usted ha dicho que la universidad no está tan a la izquierda como Trump quiere creer o le interesa decir.
—Hay profesores radicales, pero pocos. Si quieres entender una institución tienes que ver adónde va el dinero. Y habitualmente va a los deportes, a la ciencia, no a gente como yo. Ese discurso es un intento del populismo de derechas de destruir una institución que promueve el pensamiento libre.
La retórica del fascismo y antifascismo tienen mucho que ver con la libre expresión, las políticas de género y los temas raciales. Y el espacio donde se habla sobre esto es la universidad
—Es curioso el ataque de las ultraderechas a la Universidad –no hay más que ver la posición de Donald Trump o Javier Milei– mientras esas mismas ultraderechas son una opción política cada vez más relevante precisamente entre los jóvenes.
—En las encuestas se puede ver que las personas sin educación universitaria votan más a la derecha; ahí está la clave.
—En España, personajes como Vito Quiles se proponen hacer una gira por las universidades emulando a Kirk y reivindicando su figura. ¿La batalla entre fascismo y antifascismo se dirime en los campus?
—En Estados Unidos ha sido así, al menos en la última década. Por ejemplo, cuando se suspendió la charla de Milo Yiannopoulos en Berkeley en 2017. La retórica del fascismo y antifascismo tienen mucho que ver con la libre expresión, las políticas de género y los temas raciales. Y el espacio donde se habla sobre esto es la universidad.
—¿Qué cambió desde la orden ejecutiva de Trump que declaró a Antifa como organización terrorista?
—Todo y nada. En un sentido, nada cambió porque la orden no tiene fuerza legal, ya que no puede aplicarse a una organización no internacional. Y a la vez todo cambió: es un intento de convertir la protesta en terrorismo. La administración Trump ha relacionado a Tyler Robinson, el hombre que mató a Charlie Kirk, con Antifa. También a Luigi Mangione, que mató el CEO de United Healthcare. Es ridículo.
—¿Qué es exactamente Antifa?
—El antifascismo empezó hace 100 años con las luchas contra Hitler, Mussolini, la guerra civil española… Pero después de la Segunda Guerra Mundial, el término antifa ha tenido más que ver con el antifascismo militante, de resistencia en la calle: gente de izquierdas, anarquistas, comunistas, socialistas... Pero no es una organización.
Trump está organizando una guerra en ciudades demócratas. Quiere detener al gobernador de Illinois, al alcalde de Chicago. Cada día hay algo peor. Y si sigue así, en unos años no es imposible que tengamos una guerra civil
Siempre pongo el ejemplo del socialismo. Hay grupos socialistas, pero el socialismo no es un grupo. Hay grupos antifa, pero Antifa no es un grupo. Y obviamente no es terrorista. Pero para los republicanos esto no importa, porque para el fascismo es importante tener un enemigo al que señalar y demonizar.
—En la introducción de su libro Antifa mencionaba algunos hitos que explicaban la necesidad del libro: una agresión en un centro para personas trans y una escena relacionada con la construcción del muro en la frontera con México. Era el primer gobierno de Trump. Ahora hay patrullas ‘cazando’ migrantes en las calles de las ciudades estadounidenses. ¿Qué ha pasado para llegar a esto?
—La primera Administración de Trump empezó sin un plan y con un círculo que incluía políticos conservadores tradicionales, como su vicepresidente, Mike Pence. Ahora ha decidido rodearse solo de políticos MAGA, y tiene un plan: destruir la democracia. Y creo que no quiere retirarse al término de su mandato, sino permanecer como una especie de rey o dictador. Ha cambiado todo: ahora hay fascistas en la Casa Blanca.
—¿Qué significa eso?
—Al final de su primera presidencia, el 6 de enero hubo un intento de golpe de Estado. En esta, ha organizado a patrullas como una especie de ejército privado al que no le importan las leyes ni los derechos humanos. Está construyendo campos de concentración para migrantes y tal vez para profesores, periodistas, activistas. Está organizando una guerra en ciudades demócratas como Chicago, Los Ángeles. Quiere detener al gobernador de Illinois, al alcalde de Chicago. Cada día hay algo peor. Y si sigue así, en unos años no es imposible que tengamos una guerra civil.
Cuando escribí mi libro en 2017 hablaba de antifascismo preventivo, de frenar los intentos de la ultraderecha de influir en el poder. Ahora es demasiado tarde. Tenemos que generar un estado de emergencia y organizar un movimiento de masas. Porque si no hacemos nada acabaremos viviendo bajo el fascismo
—¿El de Trump es un gobierno fascista?
—Bueno, no todavía. Tenemos otros partidos, los tribunales funcionan, se puede (casi siempre) protestar. Lo que hay es un plan fascista. La pregunta es si va a tener éxito o el pueblo podrá resistir.
—¿Qué margen hay para esa resistencia?
—Es urgente que se organicen grandes marchas en Estados Unidos, o una huelga general. Pero es difícil hacer esto en un país donde la mayoría de la gente no sabe ni siquiera qué es eso. Cuando escribí mi libro en 2017 hablaba de antifascismo preventivo, de frenar los intentos de la ultraderecha de influir en el poder. Ahora es demasiado tarde para eso. Tenemos que generar un estado de emergencia, mostrar a la sociedad que estamos en un momento de crisis. Y organizar un movimiento de masas que incluya a todos. Porque si no hacemos nada acabaremos viviendo bajo el fascismo.
Israel está perdiendo la batalla de las ideas en Estados Unidos, especialmente en comunidades judías. Pero el poder sigue siendo sionista
—En el libro hablaba de antifascismo cotidiano ¿Cómo se ejerce?
—Tenemos que hablar sobre el fascismo y autoritarismo, y no permitir que acciones como las de Trump sean consideradas normales. Históricamente, en los regímenes fascistas o autoritarios hay una parte importante de la sociedad que piensa que lo que pasa no les afecta. Por eso es importante hablar con amigos, familiares, vecinos, de cómo sí afecta a otras personas. Fundamentalmente, es una lucha entre el egoísmo y una visión más amplia y humanitaria.
—Usted denunció muchas veces la retórica antisemita de Trump y otros miembros de MAGA. Ahora la situación es que Israel ha cometido un genocidio en Gaza con Estados Unidos como principal apoyo.
—A Trump y los republicanos no les importan los judíos. La palabra antisemitismo es una arma que usan en contra de la izquierda, una manera de apoyar a Israel por una cuestión puramente geoestratégica. No le importo yo, que soy un judío antisionista. Y como yo hay muchos, cada vez más, sobre todo jóvenes. Israel está perdiendo la batalla de las ideas en Estados Unidos, especialmente en comunidades judías. Pero el poder sigue siendo sionista.
—¿Calificaría al gobierno de Benjamín Netanyahu como fascista?
—Obviamente el gobierno de Netanyahu tiene características autoritarias, y hay algo fascista en la represión contra los antisionistas en Israel. Sin embargo, para mí tiene más sentido vincularlo con el imperialismo y el colonialismo, porque la historia del sionismo es una historia colonial.
—¿La causa palestina ha resucitado una cierta movilización social?
—Sí, especialmente para los jóvenes activistas de izquierdas. Y hay que recordar que las primeras protestas fueron duramente reprimidas, también por los demócratas, que ahora quieren organizarlas. Las protestas No Kings Day (Día sin Reyes) –contra Trump y en general contra los autoritarismos– fueron muy importantes hace unos meses, y en pocos días hay otra que seguramente también lo será. Pero para cambiar las cosas hay que hacer algo más que decir que estás en contra.
—En las conclusiones finales del libro, hace ocho años, decía que el antifascismo militante es necesario pero no suficiente para construir un mundo nuevo. ¿Qué más hace falta?
—En 2017 decía que el antifascismo militante no era suficiente para frenar el fascismo y no lo ha sido. Ahora no puedo ni siquiera pensar en el futuro en clave de una sociedad nueva. Es el momento de la resistencia, y eso exige organizarnos: los sindicatos, las asociaciones civiles, los grupos de barrio, las universidades, los estudiantes de todo el mundo. Si no hacemos algo ahora, es posible que en unos años no se trate de lo que podamos hacer o no, sino de que podamos siquiera decir algo.