El rey Felipe, la espada de Simón Bolívar y una nueva polémica para la realeza española

Camilo Sánchez

Bogotá (Colombia) —

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El nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, quiso hacer de la espada militar del libertador Simón Bolívar uno de los ejes centrales de su toma de posesión. Todo estaba preparado: una millonaria póliza para blindarla en caso de riesgos o accidentes, la urna de cristal donde debía viajar, los permisos administrativos y el recorrido que debía seguir. Pero el sábado, un día antes de la ceremonia, el expresidente conservador Iván Duque avisó de que no prestaría el sable para el acto, argumentando supuestos problemas de seguridad.

Petro tuvo que esperar a jurar el cargo, el pasado domingo 7, para hacer desfilar el sable. Ya como jefe de Estado, dio la orden y la ceremonia se suspendió durante diez minutos a la espera de que apareciera. Cuando llegó, los invitados se pusieron en pie y en su mayoría aplaudieron. El rey de España, Felipe VI, se quedó sentado. 

A pesar de que la espada nunca había sido utilizada antes para este tipo de ceremonias, se había convertido en un mito ligado a la guerrilla urbana del Movimiento 19 de Abril, donde militó Petro en su juventud, en la década de los 80. La noche del 17 de enero de 1974, un comando de cinco hombres pertenecientes a una agrupación desconocida hasta entonces robó el sable del casón museo Quinta de Bolívar, en pleno centro de Bogotá.

Un golpe mediático que se venía anunciando desde días atrás en misteriosos avisos clasificados publicados en El Tiempo de Bogotá, el diario de mayor circulación nacional. Ningún lector comprendía qué significaban las siglas M-19, ni qué era lo que promocionaban anuncios donde se leían mensajes cifrados como: “¿Parásitos? Ya llega el M-19”, “¿Decaimiento? ¿Falta de memoria? Espere M-19”.

Al día siguiente, junto a los cristales rotos de la vitrina, la policía halló un panfleto donde la naciente guerrilla se atribuía la autoría del asalto: “Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos, a las manos del pueblo en armas”. Aquella fue la presentación oficial de una agrupación clandestina integrada por líderes educados, de clase media, que mezclaron el simbolismo y la violencia para sembrar terror y zozobra en las poblaciones urbanas (a diferencia de las FARC y el ELN, centradas en la lucha rural).

La espada, que tiene decoración vegetal y las tres estrellas del general en relieve, estuvo 17 años y 14 días secuestrada. Un mes después del robo, la desaparecida revista Alternativa, de tendencia izquierdista, publicó una fotografía con un provocador pie de foto donde se leía: “Apareció la espada de Bolívar. Está en Latinoamérica”. En la foto también se ven algunos objetos que aún permanecen desaparecidos sobre un mapa de Sudamérica: la vaina de la espada, los espolines y los estribos del libertador.

Hoy se sabe que estuvo escondida en Bogotá durante tres o cuatros años hasta que, según diversas crónicas de prensa, fue sacada del país en 1980 con destino a La Habana (Cuba) en la valija diplomática de Fidel Castro, un aliado histórico y simpatizante de las guerrillas latinoamericanas.

Dudas sobre la autenticidad

En los años siguientes, la promesa rebelde de “liberar al pueblo” no solo se desvaneció, sino que además se tradujo en un proyecto manchado por las víctimas del terrorismo y la violencia. Convencidos de que la victoria era inviable, el M-19 firmó un acuerdo de paz con el Gobierno del Liberal Virgilio Barco en marzo de 1990 y, a finales de enero del año siguiente, el sable regresó a manos del Estado colombiano. Desde entonces abundan los rumores sobre su autenticidad y serios interrogantes sobre la forma en que llegó incluso a manos de Simón Bolívar (Caracas, 1783 - Santa Marta, 1830).

En las últimas décadas la pieza, que fue inventariada por primera vez en 1924, estuvo almacenada en la bóveda de seguridad del Banco de la República. Posteriormente fue trasladada a una dependencia del palacio presidencial, mejor conocido como Casa de Nariño. Un capítulo que debía suponer el final teórico de esta historia.

Pero vino el embrollo del domingo pasado, con el gesto añadido del rey Felipe VI de España que, a diferencia de los demás dignatarios, no se puso en pie para saludar la llegada del sable a la Plaza de Nariño.

Poca repercusión

En Colombia el asunto apenas ha tenido repercusión. La doctora en Historia por la Universidad de Oxford Margarita Garrido recuerda que, a pesar de que los símbolos cambian de significado con el tiempo, la espada de Bolívar está muy asociada a la idea de libertad y a las raíces de la formación de la nación: “Yo desconozco las reglas del protocolo y no sé cuáles fueron las motivaciones del rey, pero uno podría pensar que para la Casa Real todo esto sigue representando la crisis de la monarquía y la disolución de un imperio”.

Su colega Silvia Bahamón, de la Universidad del Rosario, argumenta que en su cuenta de Twitter que solo ha visto “una publicación al respecto”. Por eso califica de “absurdo” que en España “se estén politizando unos hechos que sucedieron hace 200 años” en torno a la figura de Bolívar. “No sé si el rey estaba distraído o estaba pensando en la lista de la compra, pero no deja de ser un gesto displicente con los símbolos de América Latina”, dice.

Para el también historiador Jorge Orlando Melo, la actitud del monarca español es, en el fondo, un episodio que puede servir como combustible para reacciones emocionales. “Es comprensible que no se haya puesto de pie, porque habría supuesto un homenaje a la espada que representa la derrota de España. Pero también creo que era un acto de cortesía muy simple que habría podido hacer sin ningún problema”.

Crecimiento del mito de Bolívar

Todo esto ocurre en un continente que presenció en tiempo real la reciente mitificación de la figura de Bolívar. En Venezuela, Hugo Chávez y Nicolás Maduro antepusieron el adjetivo de “bolivariano” a todo cuanto han podido. Diversos investigadores creen que en ello hay una falsificación histórica y cultural: “Chávez, al igual que el M-19 en su momento, ha tratado de convertir a Bolívar en una figura socialista. Pero hay que investigar muy poco para encontrar a un personaje autoritario, conservador y militarista”, asegura el historiador de la Universidad Nacional Andrés Dávila.

Melo, autor de Colombia: una historia mínima, recuerda así mismo que el “M-19 asumió a Bolívar como un héroe de la revolución popular en los años 70”. Por eso, agrega, la espada es vista en Colombia como una “representación de la rebelión y de la unidad de América Latina”. Una lectura a su juicio matizable, ya que “Bolívar fue en realidad un héroe de la independencia, pero no una figura popular en el sentido más amplio. Era un militar de cuna noble, partidario de un Senado hereditario y de un Estado oligárquico”.

Reconciliación

La voz de Petro estuvo a punto de quebrarse cuando inició su discurso de posesión: “Esta espada para mí, es toda una vida. Una existencia. Y quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida. Quiero que sólo se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia”. Según Andrés Dávila, la utilización simbólica de la pieza fue “bien pensada” por parte del equipo del izquierdista Pacto Histórico. En su opinión resultó “solemne, pero también fue de ruptura. Fue respetuosa con las instituciones, y también incluyente”. 

Petro anunció esta semana que la espada del general caraqueño, libertador de Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Perú y Bolivia, estará expuesta en un lugar visible al público que visite el palacio presidencial. Otro gesto que refleja, según el exrector de la Universidad Nacional, Medófilo Medina, la voluntad de hacer de la espada un “símbolo de paz”. “Se trata de un recordatorio sobre la cancelación de las búsquedas del poder por vías armadas, por vías insurgentes”.

La historiadora Margarita Garrido también tuvo la impresión de que el mensaje de los estrategas de Petro quedó bien fijado en el discurso. Y explica en la misma línea que si el robo de 1974 dio pie para la formación de una guerrilla que protestaba en aquel entonces por el presunto fraude en unas elecciones presidenciales, ahora la presencia del mismo hierro ha servido para iniciar un período en el que las armas estén al servicio de la república, la justicia y de la paz.

“Es regresar a los viejos ideales”, concluye, “pero con el mensaje de que se pueden alcanzar por la vía pacífica y de la elección popular”.