George Mitchell, el gran promotor estadounidense del acuerdo de paz en Irlanda del Norte, describía la diplomacia como 700 días de fracaso y uno de éxito. La tragedia de Gaza es que, hasta las últimas horas, ha habido 730 días de fracaso y ni un solo día de éxito. La destrucción, el número de víctimas mortales y la propagación del conflicto a otros países son un monumento a la vergüenza de la diplomacia y de lo que queda del derecho internacional. Podría decirse que es el punto más bajo que ha tocado la profesión desde 1939.
Por muy arraigado que esté el odio mutuo entre israelís y palestinos, en Occidente se está gestando un consenso en torno a una idea: el conflicto se ha gestionado de una manera terriblemente equivocada. También lo piensan así los líderes europeos que en un principio cedieron sus responsabilidades a EEUU, donde el anterior Gobierno del Partido Demócrata idealizaba al Israel moderno y no supo ver de qué manera reaccionaría el Ejecutivo de Benjamín Netanyahu al horror del 7 de octubre, ni cómo esa reacción polarizaría a Occidente.
En el antiguo equipo de Joe Biden, las disculpas y las justificaciones han salido a borbotones. “Yo le había rogado a Joe, cuando habló en público sobre este tema, que concediera al sufrimiento de los civiles inocentes de Gaza la misma empatía que había mostrado con el sufrimiento de los ucranianos”, escribió Kamala Harris en el libro sobre su fallida candidatura presidencial. “No pudo hacerlo: podía afirmar apasionadamente ‘soy sionista’, pero sus comentarios sobre los palestinos inocentes resultaban insuficientes y forzados”. Netanyahu nunca correspondió a la lealtad que Biden le mostró, escribe Harris, porque prefería a Donald Trump en el asiento de enfrente.
En el mejor de los casos, los demócratas no supieron leer las dinámicas de poder. “No actuamos como una superpotencia”, dijo recientemente Andrew Miller, exsubsecretario del Departamento de Estado para Asuntos Israelo-palestinos. “En vez de partir de la premisa de que eran problemas que podíamos resolver, nos convencimos de que podíamos hacer poco para influir sobre nuestro aliado en la región, Israel”.
Trump no tuvo ese complejo de inferioridad y usó su imprevisibilidad como la mejor arma diplomática. Pero, igual que le ocurrió a Biden, el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, se empantanó buscando una fórmula que garantizara la liberación de todos los rehenes antes de que Israel reanudara los combates, como finalmente hizo en marzo de 2025.
El plan para “el día después”
Francia y Arabia Saudí tomaron cartas en el asunto a medida que comenzaron a surgir variaciones de las propuestas de Witkoff. Decidieron utilizar una conferencia de la ONU sobre la solución de los dos Estados, para impulsar la diplomacia de una manera diferente, rompiendo el monopolio estadounidense sobre el proceso hacia la paz y abordando por fin de un tema hasta entonces olvidado: el autogobierno palestino.
Aunque los medios dieron mucha publicidad al tema del reconocimiento del Estado palestino, ese no fue el verdadero avance diplomático
Antes de la conferencia de la ONU, que debía celebrarse en junio pero se retrasó un mes por el ataque de Israel contra Irán, Macron obtuvo una carta de Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina, respaldando un plan para el día después del alto el fuego. De acuerdo con dicho plan, Hamas entregaría las armas y sería inhabilitado para ejercer cargos públicos, formándose un órgano transitorio de expertos para gobernar Palestina “bajo el paraguas” de una Autoridad Palestina reformada.
La idea de reformar a la Autoridad Palestina, una fórmula diplomática por lo general vacía de contenido, se concretó esta vez con detalles específicos, como el compromiso de Abbas de celebrar las muy postergadas elecciones y de cumplir con una serie de cambios internos. También se hablaba de una fuerza compuesta por soldados internacionales.
Desde 2024 había en circulación muchos planes para “el día después” en Gaza. Uno de ellos había sido publicado por el Wilson Center y elaborado por expertos de Israel y de EEUU. Rand Corporation había redactado otro, Egipto había diseñado el suyo, y Emiratos Árabes Unidos tenía un conjunto de principios.
El plan franco-saudí incorporó muchas de las ideas en circulación en lo que se convirtió en la declaración de Nueva York, aprobada en julio por la conferencia de la ONU y respaldada en septiembre por la Asamblea General, con el voto en contra de Israel y Estados Unidos.
“Aunque los medios dieron mucha publicidad al tema del reconocimiento del Estado palestino, ese no fue el verdadero avance diplomático”, dice un diplomático europeo. “Logramos convencer a los estadounidenses de que había que vincular los compromisos del alto el fuego a un plan para el día después, y que se dieran cuenta de que centrarse solo en el alto el fuego no iba a funcionar”.
“También los convencimos de que no podían seguir jugando a los dados esperando que siempre saliera doble seis”, añade el diplomático en referencia a la confianza excesiva que Estados Unidos pone en el poderío militar israelí como forma de imponer su voluntad.
Una reunión clave
Un momento crucial en todo este proceso ha sido la reunión en la Casa Blanca de finales de agosto en la que Jared Kushner, Tony Blair y Witkoff convencieron a Trump de que la expulsión masiva de los palestinos de Gaza no era necesaria ni sensata. “Trump no se hacía ilusiones sobre la fiabilidad de Netanyahu y tenía intereses que cuidar en los países de Oriente Medio; estaba convencido de que para países como Jordania y Egipto la perspectiva de oleadas de refugiados palestinos cruzando sus fronteras era una línea roja”, dice una de las personas presentes en el encuentro. “Trump aceptó eliminar de la agenda el desplazamiento forzoso y masivo”.
El otro gran mensaje de aquella reunión fue que una convergencia entre la perspectiva de la Casa Blanca y la de Francia parecía factible por primera vez. El ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Jean-Noël Barrot, lo describió así durante una conferencia de septiembre en Harvard: “El presidente Trump pidió a algunos de sus asesores más cercanos que fueran a los países árabes, Francia y Reino Unido para recopilar todas las ideas que todos nosotros hemos estado generando durante meses y años sobre el plan para el día después”.
Según Barrot, la conferencia de la ONU y la votación de la Asamblea General tuvieron como objetivo eliminar los obstáculos a la solución de dos Estados, logrando que los países árabes condenaran los atentados del 7 de octubre y respaldaran en la declaración la exclusión de Hamas en la Franja Gaza. “Hasta esa votación, no había condena internacional de Hamas, ni llamamiento internacional para que entregaran las armas, ni objetivo internacional para que los excluyeran de cualquier papel en el futuro gobierno de Gaza y Palestina”, dijo Barrot. “Esto ya se ha conseguido, hemos cambiado la mentalidad; ahora todo el mundo ve a Hamas como lo que es: una organización terrorista”.
El segundo obstáculo, explicó, era superar la reticencia de los gobiernos árabes a declarar en público que tenían el objetivo de establecer relaciones diplomáticas con Israel. Barrot afirmó que el nuevo texto de la ONU fue más lejos que nunca. “Conseguimos que dijeran que no solo aspiran a tener una relación normal con Israel, sino a entrar en una arquitectura regional común siguiendo el modelo de la ASEAN, en Asia; o de la OSCE en Europa”, dijo. “Conseguimos que dijeran cosas que nunca habían dicho”.
En contra de lo que parecía, las semanas y los días previos a la Asamblea General se centraron en el acercamiento de las naciones árabes a Israel. Hamas, que rechaza la solución de los dos Estados, estaba siendo excluido del poder político en Palestina, un destino que su maltrecho liderazgo ha aceptado a regañadientes.
El plan de Trump
Pero la declaración de Nueva York, con sus referencias inequívocas a un Estado palestino y al papel que desempeñaría una Autoridad Palestina reformada, seguía siendo inaceptable para Israel. Cuando Trump reveló su plan a los países árabes y musulmanes, al margen de la Asamblea General de la ONU, la declaración de Nueva York se había convertido en el punto de referencia con el que dichos países iban a valorarlo.
Elaborado en gran parte por Blair y Kushner, el plan de Trump era necesariamente impreciso, ambiguo y sin fechas. Los países árabes mantenían sus reservas, pero Blair y otros promotores argumentaban que si el plan era más específico, perdería el apoyo generalizado y el impulso crítico imprescindibles. La ausencia de filtraciones inmediatas fue motivo de entusiasmo para los diplomáticos occidentales. Era una señal de que los países árabes consideraban posible trabajar con el plan.
Los representantes de los países árabes se fueron de Nueva York, pero Netanyahu se quedó en la ciudad el fin de semana, un tiempo en el que celebró dos largas reuniones con Witkoff. Aunque el primer ministro israelí había pasado a ser persona non grata en la Casa Blanca tras el ataque israelí del 9 de septiembre contra los negociadores de Hamas en Doha (una traición personal a Witkoff y a Qatar), Netanyahu obtuvo nuevas concesiones.
La amnistía para los miembros de Hamas solo se concedería a los que se comprometieran a la coexistencia pacífica y entregasen las armas ante observadores internacionales. Se añadieron más detalles sobre la destrucción de la infraestructura de Hamas. La retirada de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se difuminó. Al final, las FDI solo tendrían que retirarse a una zona de seguridad que representa más del 17% del territorio hasta que la Franja de Gaza estuviera “debidamente protegida de cualquier amenaza terrorista resurgente”. Por último, la retirada se llevaría a cabo “de acuerdo con unos criterios y un calendario acordados entre las FDI, la fuerza internacional de estabilización, los garantes y Estados Unidos”.
Tras la publicación del plan, Netanyahu grabó un video para su audiencia en casa asegurando que las líneas rojas de Israel se habían mantenido: Gaza seguiría separada de Cisjordania, la Autoridad Palestina no volvería a Gaza, no se abriría un camino hacia una “solución de dos Estados”, y las fuerzas de seguridad israelíes no se retirarían de la mayor parte de la Franja de Gaza. Intentando contentar a los ultras en su coalición de gobierno, Netanyahu también hizo todo lo posible por convencer a Hamas de que rechazara el plan para así continuar con su ofensiva militar contra la ciudad de Gaza.
La respuesta de Hamas
Aunque el plan no establece un calendario para que la junta de tecnócratas entregue el poder a un gobierno palestino elegido demócraticamente, Turquía, Qatar, y Egipto instaron a Hamas a aceptar muchas de las inconvenientes ambigüedades, que serían abordadas más adelante, para que termine la guerra.
Según fuentes diplomáticas, los combatientes de Hamas dentro de Gaza, un grupo de jóvenes saturados por los sacrificios realizados, fueron más receptivos a ese mensaje que el ala política de Hamas en Doha. Con un texto redactado por Qatar, la respuesta de Hamas fue en realidad un “sí, pero” que permitía muchas interpretaciones posibles.
Para gran consternación de Netanyahu, Trump decidió interpretar la respuesta de Hamas como un “sí” rotundo. La prueba era que Hamas estaba dispuesto a renunciar a su mayor baza: los rehenes aún en su poder.
Según Tahani Mustafa, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, la política palestina ha adoptado un enfoque más pragmático desde el ataque del 7 de octubre. “Los palestinos buscan a alguien que pueda hacerles la vida más llevadera, mantenerlos en su tierra y mejorar sus vidas; lo que pide la gente es el mínimo más básico, la mayoría de los palestinos sobre el terreno se han resignado a su destino”.
Partiendo de esa base, el organismo tecnocrático presidido por Trump y probablemente dominado por Blair y algunas figuras de la diáspora palestina podría obtener su legitimidad de su eficacia.
Blair trabajará en un contexto desestabilizador, con elecciones cerca en Israel y Palestina. Una de las primeras asignaturas del organismo será entrar en contacto con la política palestina. El ex primer ministro británico tiene contactos estrechos con las élites de Oriente Medio, pero ninguna relación con la calle, y es posible que ceda a países como Egipto la labor de mediación en el diálogo intrapalestino sobre la unidad palestina, un proceso que lidera China y que el anciano y autoritario presidente de la Autoridad Palestina ha tratado de sabotear.
Si las elecciones se celebran, tal y como se ha prometido, podrían producirse cambios. La última vez que se intentó celebrar elecciones fue en 2021, en Cisjordania. El apetito democrático estaba presente: además de las facciones tradicionales, hubo 36 listas. La pregunta clave es qué sucederá si las elecciones producen un resultado que no agrade a la junta tecnocrática de Blair.
La reputación de Israel se ha visto destrozada a medida que la guerra de Gaza avanza con una devastación cada vez mayor. Para el mundo árabe, Israel es ahora una amenaza a la seguridad mayor que Irán. En el sur global, lo comparan con la Sudáfrica del apartheid; y en toda Europa se reproducen las manifestaciones y acusaciones de genocidio. En EEUU, una mayoría cada vez más importante de judíos y miembros del Partido Demócrata desaprueban las acciones de Israel.
Robert Malley, negociador estadounidense que participó en los acuerdos de Oslo, es coautor de un libro reciente sobre la imposibilidad de encontrar una respuesta diplomática racional al conflicto. Según él, los posibles mediadores externos se han centrado demasiado “en conseguir que [las partes] se pongan de acuerdo sobre el significado de la existencia de un Estado palestino, meras palabras sobre el papel, sin llegar a un acuerdo sobre la naturaleza del conflicto, la naturaleza de esta bestia, que fue un choque de relatos de proporciones históricas”.
“Desde la perspectiva israelí, ellos ganaron en 1948 y 1967; y los palestinos se consideran víctimas de una injusticia histórica en 1948, con la expulsión de 700.000 personas y la pérdida de sus tierras”, dice. “Por eso, para las partes nunca iba a funcionar que llegáramos nosotros, los estadounidenses, diciendo: ‘Bueno, vamos a pasar por alto estas diferencias, vamos a olvidarnos del derecho al retorno, a olvidarnos de las reivindicaciones históricas de Israel y Palestina, vamos a ponerle un lazo y a llamarlo paz”.
Traducción de Francisco de Zárate.