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Femina argentum

desde Tesalónica —

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La larga ovación que recibió Martha Argerich en la bellísima sala principal del Megaro Mousikis, en Tesalónica, fue un capítulo más de la leyenda. La pianista de 84 años de edad deslumbró en una versión nuevamente asombrosa del Concierto Nº 1 de Ludwig Van Beethoven. Como siempre, su versión fue diferente a cualquier otra, incluyendo las propias.

La pianista nacida en Buenos Aires había llegado a la ciudad más importante de Macedonia, en el norte de Grecia, muy cerca de donde nació Aristóteles y desde donde Alejandro inventó para siempre la idea de lo helénico, desde Wroclaw, en Polonia, y luego viajó a Bucarest, en Rumania, antes de sus cuatro conciertos de la próxima semana en el Musikwerein de Viena y su posterior viaje a Japón.

Se presentó junto con la Filarmónica de Monte-Carlo dirigida por Charles Dutoit. La orquesta ha convertido, en los últimos años, al repertorio francés de fines del siglo XIX y comienzos del XX, en su marca de fábrica. Y su concierto, conducida por quien cuatro décadas atrás hizo lo propio junto con la Sinfónica de Montreal, dejó clara esa simbiosis: además del concierto de Beethoven estuvieron Maurice Ravel (Pavana para una infanta difunta, Valses nobles y sentimentales y, en uno de los bises, uno de los movimientos de Mi madre la oca) y esos deslumbrantes bocetos sinfónicos escritos por Claude Debussy entre 1903 y 1905 que no hablan tanto del mar, que le da su título, como de aquello de marítimo que su autor encuentra en la música –y en la orquesta–. 

La actuación fue precedida por una pequeña introducción por parte del director artístico del teatro, Christos Galileas, quien habló del ambicioso ciclo que llevará a esa sala a la orquesta MusicAeterna, creada y dirigida por Theodor Currentzis, al acordeonista Richard Galliano, la orquesta de Dresde conducida por Kent Nagano, el tenor Jonas Kaufmann y la soprano Angela Gheorghiu. Y el primer aplauso cerrado de la noche fue cuando dijo “y hemos conseguido traer a Martha Argerich”.

Ella sospecha que parte del cariño que el público le expresa tiene que ver con su edad. “No es lindo ver una persona vieja en el escenario pero, al mismo tiempo, inspira algo de piedad y cierto sentido de maravilla y de prodigio”, dice a Olivier Bellamy, el autor de su biografía, en la larga entrevista publicada en el último número de la revista especializada francesa Diapason, que le dedicó la tapa.

Lo cierto es que la maravilla, y el prodigio, es algo que la caracteriza desde que era casi una niña y que tiene que ver no con su edad sino con la capacidad de sorprender –y hasta de sorprenderse– con la música. De que cada interpretación sea, para ella, una primera vez. Y, por supuesto, con el extraordinario dominio del instrumento que le permite traducirlo en sonido. Hubo dos bises, el primero de ellos la Sonata en re menor Kk. 141 de Domenico Scarlatti, casi una obligación. Y su consabido gesto de desconcierto frente al aplauso, y el extraño diálogo que, antes de cada uno de los encores, protagonizó con la concertino de la orquesta que, visiblemente, no estaba de acuerdo con ella. Finalmente se develó el misterio: lo que la pianista le pedía –y lo que la violinista principal se negaba a consentir– era que, apenas terminara de tocar, se pusiera de pie para que, tras ella, la orquesta abandonara el escenario y el concierto terminara de manera indeclinable.

El huracán Argerich había pasado por Tesalónica pero, curiosamente, no fue la única presencia de una gran mujer argentina en el primer plano de la música de tradición académica. Mientras la pianista estaba en la tapa de Diapason, en la de la otra revista más influyente en ese campo, la inglesa Gramophone, publicada ese mismo día, aparecía Sol Gabetta, la cellista cordobesa afincada en Basilea y una de las grandes estrellas actuales en su instrumento.

También ella comenzó muy chica su carrera internacional y, como Argerich, se caracteriza por la inteligencia y la absoluta independencia de criterio a la hora de programar sus grabaciones y presentaciones en vivo. Una y otra se han rebelado sistemáticamente a las imposiciones del mercado y, más bien, han logrado estar entre los poquísimos capaces de imponerle sus designios. El próximo disco de Gabetta, que se publicará el 10 de octubre, es una prueba. Está dedicado, principalmente, a la obra del casi desconocido Adrien-François Servais y al repertorio –en gran parte imaginado, ya que se sabe muy poco al respecto– de la primera cellista profesional de la historia, Lise Cristiani, a quien Felix Mendelssohn dedicó su única Romanza sin palabras para cello y piano.

Hace ya un tiempo –todos los tiempos son largos en algunos países–, sólo se hablaba de una película. O, mejor, de lo que cada uno suponía de una película no vista y de las cualidades o defectos –según quién los evaluara– de sus hacedores. Ahora, ya casi nadie habla de aquel film. Una ocasión inmejorable para hablar de la Femina Argentum, otro género que el de la película de marras, cuyos ejemplos son, tal vez, más edificantes.