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Hamas y sus precursores brasileños

Destrozos en el palacio presidencial de Brasil tras el asalto de bolsonaristas radicales el 8 de enero, siete días después de la jura de Lula y del inicio de la tercera presidencia del líder del PT.

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As aparências enganam / Aos que odeiam e aos que amam, cantaban Elis Regina y Ney Matogrosso. En apariencia, el asalto de Brasilia del domingo 8 de enero de 2023 era un plagio tropical y estival del ataque boreal e invernal al Capitolio de Washington del miércoles 6 de enero de 2021. Los abogados de la propiedad intelectual del Norte creían tener por ya probado que el ex capitán del Ejército y ex diputado federal Jair Messias Bolsonaro era la mejor copia que el Sur podía fabricar del millonario Donald Trump, especulador inmobiliario y payaso siniestro salido de la televisión chatarra. En apariencia, el 8 de enero brasileño, una jornada de protesta y escarnio donde nadie murió, se parece muy poco al sangriento 7 de octubre sufrido por el Estado de Israel. Sin embargo, se parecen mucho. Es más, conceptualmente, son dos ofensivas idénticas.

El ataque de los combatientes de Hamas y el de los militantes derechistas brasileños no comparten el mismo número de objetivos: los de la organización islámica palestina son más. Pero aquellos que les eran comunes, eran exactamente los mismos. Y en Israel y en Brasil, la victoria conceptual de los atacantes no admite mengua. En el cumplimiento de sus cometidos políticos, los manifestantes derechistas y los combatientes de Hamas alcanzaron un buen éxito tanto más completo como desproporcionada era la inferioridad de sus medios.

El regreso de la acción política eficaz

En los dos casos, menos importante que aquello que ocurrió (que de por sí estaba lejos de ser insignificante), fue que esos hechos pudieran ocurrir. Hamas y los asaltantes de Brasilia demostraron que Israel y Brasil eran dos Estados y dos Gobiernos “incapaces de aprestarse a cumplir el más básico y elemental de los deberes de un Estado, levantarse para atender la vida de sus ciudadanos”, en palabras del ex premier israelí Ehud Barak a The Economist. Si en Brasil no hubo muertes, nadie dudó de que era el resultado del libre albedrío y decisión de los atacantes. En el país de América con más homicidios, en el segundo país del mundo con tasa de muertes violentas, ¿qué seguridad podía ofrecer al pueblo el gobierno del PT y de Lula que había asumidoo el 1° de enero, siete días atrás? El gobierno de las élites, de los científicos, de los pro vacunas, de los laicos, ¿era así de inteligente, que nada había previsto? ¿O no era más bien irresponsable, y además lento y descoordinado en sus reacciones tardías? La policía llegó a la noche, cuando todo estaba roto, la destrucción buscada concluida, el efecto consumado. Y todo debidamente filmado, documentado, viralizado en tiempo real.

No hace falta completar las lineas de puntos para resaltar prolijamente el minucioso paralelo de estos logros con los de Hamas. Las masacres de Hamas son la diferencia, pero ellas estaban dirigidas a otros objetivos. No menos alcanzados. El central, que Israel respondiera con crímenes de guerra a los crímenes de lesa humanidad cometidos, filmados, viralizados. Así fue. Casi de inmediato, Israel cortó el agua, la luz, los suministros médicos y de alimentos, (como) para producir voluntariamente una catástrofe humanitaria. E inició sin aviso el bombardeo masivo y nocturno de la población civil. Dos crímenes de guerra, dos tipos diferentes de crimen.

El buen trabajo de los guionistas

En octubre está el gobierno de Lula en conversaciones secretas con el gobierno de Emmanuel Macron para comprarle submarinos nucleares. Ya en su anterior gobierno le habían comprado a Francia aviones supersónicos. El mismo presidente, el mismo partido que no supo defender a la capital cuando fue atacada, asaltada y tomada por una multitud armada solamente con piedras y con palos. La oposición se sonríe de Lula, encuentra voluntarioso al compañero casi octogenario, en su salto mortal de trampolín desde el paleolítico a la estratósfera.

En cambio, el asalto al Capitolio de Washington fue un movimiento táctico, falto de toda estrategia, y que concluyó en un fracaso completo para los republicanos, e implicó a Trump. Fue un día de semana, cuando el Congreso estaba en funciones; mientras que el asalto minimalista, conceptualista brasileño fue un día domingo, con la ciudad vacía, desprotegida por el gobierno; el asalto al Capitolio fue autolesivo, porque Trump todavía era presidente, mientras que la invasión de Brasilia fue siete días después de la asunción de Lula; Trump estaba ahí cerca, en la Casa Blanca, mientras que Bolsonaro estaba fuera del país, en ese parque de diversiones para la derecha que es el estado de Florida.

El 1° de enero, en su discurso de asunción, Lula pudo creer que sus palabras sinceras sobre la uníón de todos, con Bolsonaro lejos, en EEUU, le permitirían dejar atrás al bolsonarismo como tema cotidiano, y ya ocuparse de otra cosa. A los siete días, la invasión de Brasilia logró otro objetivo: la derecha y sus representados volvieron al centro de la agenda, y no salieron. El Senado presentó su informe de la investigación de los hechos del 8 de enero este 17 de octubre, tarea que consumió labores legislativas. En paralelo, también las energías del Ejecutivo y del Judicial brasileños fueron drenadas de otros temas para volver al que había sido de campaña. De que la cuestión palestina volvió con mayor fuerza que en décadas a ser tapa de los diarios, no hacen falta pruebas.

AGB

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