Panorama Político

Kicillof saca cuentas y baraja un camino enfrentado al eje Patria-Cámpora

4 de mayo de 2025 00:01 h

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Cristina y Sergio Massa coincidieron en emitir una oda a la “unidad” en sus mensajes del 1 de mayo. Al unísono: “Es más necesario que nunca mantenernos unidos” (ella) y “necesitamos unidad” (él).

Ambos abundaron, además, en el impulso de una propuesta que atienda los cambios en las nuevas formas de relacionamiento entre las personas, el trabajo y el consumo, entre otras razones, por el uso de la tecnología.

La sintonía expuesta entre ambos dirigentes tiene un correlato en una alianza táctica sobre el rumbo del peronismo, que se viene dando, al menos, desde mediados del Gobierno del Frente de Todos.

Se supone que la expresidenta y el exministro de Economía abrevan en ideas y prácticas distantes. De hecho, en el paso de Massa por el Palacio de Hacienda, éste implementó políticas vinculadas a tarifas de servicios públicos, relación con el FMI y devaluación de la moneda que el eje Cámpora-Instituto Patria resistía con toda la fuerza hasta poco tiempo antes.

Fue, por caso, muy marcada la pérdida de poder adquisitivo de la Asignación Universal por Hijo entre 2022 y 2023, un pilar para reducir la desigualdad creado por Cristina en 2009. El peronismo decidió no reparar demasiado en ese descenso en el ingreso de los más humildes, mientras se bajaban las retenciones a los exportadores de soja cuando la oleoginosa cotizaba mucho mejor que ahora y se eximía del pago de Ganancias a la clase media alta y alta, bajo el absurdo “el salario no es ganancia” y otras sinrazones.

En el momento en que Cristina y Massa entonaban el canto de la unidad en el Día del Trabajador, la trama de poder en el provincia de Buenos Aires se resquebrajaba por una nueva trifulca mínima

Quienes repusieron el valor de la AUH y el pago del impuesto a los altos ingresos fueron Javier Milei y Luis Caputo. “¿Sensaciones?”, preguntaría un cronista deportivo al borde del campo de juego tras un partido dramático. No es una consulta que Cristina o Massa —ni Áxel Kicillof, ni Juan Grabois, ni Alberto Fernández, ni Leandro Santoro— parezcan dispuestos a responder.

Superado un escollo, surgió otro

Podría pensarse —con sensatez— que un pragmático ¿centrista? como el exministro de Economía y una peronista ¿progresista? como la expresidenta consideran que no es tiempo de ahondar diferencias ante un desafío retrógrado, con prácticas fascistoides, de la magnitud que representan los hermanos Milei.

Ocurre que en el momento en que ambos líderes entonaban el canto de la unidad en el Día del Trabajador, la trama de poder en el provincia de Buenos Aires se resquebrajaba por una nueva trifulca mínima.

Durante meses, el eje de la disputa fue el desdoblamiento de las elecciones parlamentarias de este año. Movimientos, fotos y desplantes mutuos entre el sector de Kicillof, a favor de ir a las urnas dos veces, y el eje Cámpora-Patria —al que se sumó en el tramo final el Frente Renovador que lidera Massa—, proclive a una votación concurrente entre diputados nacionales y legisladores provinciales, terminaron cuando la expresidenta ordenó a los suyos que guardaran las armas legislativas y judiciales que exhibían.

Superado ese escollo, surgió otro: el calendario electoral.

Llega a tal punto la discordia ante los detalles más banales, que se vuelve dificultoso entender quién quiere qué y para qué, aunque se debe ensayar una explicación. En resumidas cuentas, Kicillof aspira a un calendario largo entre el cierre de listas, la inscripción de candidaturas y la fecha de la elección bonaerense (el 7 de septiembre), con el fin de desactivar la incertidumbre sobre la postulación de Cristina como diputada provincial, o nacional, o nada. En la lógica del cristinismo, extender la duda lo máximo posible, acotando las fechas, actúa como un dique para que no se dividan aguas y se armen proyectos autónomos, sean kicillofistas o vinculados a los intendentes que lo apoyan, bajo la presunción de no es negocio para ellos competir con la expresidenta.

Transcurre una pulseada tan de laboratorio como se lee. Hoy la controversia se ancla en el calendario y mañana abrevará en un catastro municipal de Carlos Casares o la comisión administradora de un ente autónomo de Mar del Tuyú. No es un motivo específico lo que dinamiza la pelea en el peronismo bonaerense, sino la pelea en sí misma.  

No todo es agenda mínima. Kicillof gobierna sin presupuesto y sin autorización de endeudamiento para refinanciar los bonos tomados durante la administración de María Eugenia Vidal o desarrollar un plan de obras públicas, ante el abandono total de la tarea por parte del soez de la Casa Rosada. Un hecho constatable es que el Ejecutivo bonaerense enfrenta en la Legislatura la oposición de las derechas representadas por el PRO, La Libertad Avanza y la UCR, más el Frente de Izquierda y el tándem Cámpora-Frente Renovador, que domina gran parte de los bloques de Unión por la Patria.

Pronóstico: el conflicto entre Kicillof y los Kirchner trascenderá las cruciales elecciones de 2025 y acompañará el camino a 2027. No encontrará una vía de acuerdo real por más que Kicillof se allane a la lapicera de Cristina para el armado de listas, ni se resolverá por un mecanismo institucional, como podrían haber sido las PASO, suspendidas a instancias del gobernador, quien no siempre parece llevar a cabo acciones que le convienen, aunque nadie pueda aducir su propia torpeza en defensa propia.

La hipótesis de un conflicto que se eterniza encuentra un antecedente insoslayable en los años de Alberto y Cristina en la Presidencia. Durante todo un mandato tan excepcionalmente condicionado por la pandemia, las operaciones fueron omnipresentes, la agenda legislativa quedó estancada y las causas de las discusiones llegaron a ser tan menores como ahora lo son en la Provincia, pero no hubo una explicitación de la confrontación política. El Frente de Todos mantuvo la “unidad” y se rebautizó Unión por la Patria.

En la guerra entre Cristina y Alberto, no hubo ganadores o perdedores. Triunfó la agonía

Increíblemente, con su Gobierno diezmado y entregado por completo a Massa y los Kirchner en el bienio final, y con el griterío de Milei agitando las aguas, Alberto seguía celebrando como un logro haber llegado en “unidad” a la instancia 2023. En la guerra interna del Frente de Todos, no hubo ganadores o perdedores. Triunfó la agonía.

Invariantes y urgencias de Cristina

Si se analizan sus movimientos políticos desde hace años, una invariante de Cristina fue eludir su medición en las urnas, como quien presume que puede, no tanto perder, sino dejar expuesto un liderazgo más débil de lo que admite. Entregó candidaturas presidenciales a políticos a los que desconfiaba tanto como a Daniel Scioli, Alberto y Massa, jugó el apellido Kirchner de su hijo sólo cuando fue atado a listas sábana, se negó a dirimir internas con personajes tan olvidables como Florencio Randazzo.

En 2023, Cristina se declaró “proscripta”, tras la primera condena en su contra orquestada por los magistrados de la quinta de Macri, Clarín y Lago Escondido. No lo estaba, ya que quedaban dos instancias de apelación. Podría haber sido candidata el año que ganó Milei. Hoy, con la condena por la causa Vialidad confirmada por Casación Federal y ante una Corte de tres miembros, sin prestigio que perder, que podría rechazar la apelación con dos párrafos de forma, el argumento de la “proscripción” se evaporó.

Sobre esa contradicción, la expresidenta tampoco se ve en la necesidad de brindar una mínima explicación. Resulta más fácil entrar en el juego de “Che, Milei” que mostrar coherencia ante una base electoral cada vez más reducida, que se supone deberá comprender todo.

La lista de reproches entre kicillofistas, la variante axelista (aquéllos personal e ideológicamente más cercanos al gobernador), massistas y kirchneristas puros es amplia. Ninguna fuente, ni siquiera quienes se ilusionan con la “unidad”, brinda argumentos para presumir que es posible una salida virtuosa del conflicto.

Los kicillofistas enumeran el desgaste cotidiano que suponen las trabas legislativas y las declaraciones urticantes de Mayra Mendoza mientras Máximo pide en publientrevistas que le muestren “una prueba de que no acompañamos al gobernador”. El eje Cámpora-Patria considera inadmisibles los misiles que lanza el excamporista Andrés “Cuervo” Larroque (“la bandita de Máximo”, “resentimiento”), tanto como la convicción —extendida y fundamentada— de que el ministro bonaerense expresa lo que verdaderamente piensan los axelistas.

Ante todo este berenjenal, los cantos por la “unidad” de Cristina y Massa son entendibles. El sistema político bonaerense lee, sin distinciones, que el exministro de Economía hoy encuentra razones para plegarse a los Kirchner y, a la vez, avivar las llamas, de modo que, en una situación límite, pueda aparecer como el salvador de la unidad. La esgrima de Massa se mostró magistral un viernes por la noche de junio de 2023, cuando el Frente de Todos/Unión por la Patria resolvió la candidatura presidencial a último minuto, al cabo de dos años en los que el fundador del Frente Renovador juró que no estaba en carrera, porque se lo había pedido su hijo, Toto.

Para Cristina, evitar la división en territorio bonaerense se transformó en una cuestión crucial para su supervivencia política.

La provincia de Buenos Aires ha sido durante una década larga el único distrito en el que el kirchnerismo tenía conducción plena y amplia capacidad de condicionar disidencias emergentes. Con un peso decisivo en la provincia que representa 37% del padrón, la fuerza del eje Patria-Cámpora irradiaba a todo el país, pero no había otro territorio —con la probable excepción de Santa Cruz— en el que la voz de un Kirchner ordenara el tablero y tuviera control pleno de la lapicera.

Para Cristina, evitar la división en territorio bonaerense se transformó en una cuestión crucial para su supervivencia política

Bien mirado, el terreno en el que Cristina se ha demostrado invencible hasta ahora es el conurbano bonaerense. Es decir, su liderazgo inexpugnable se proyecta sobre municipios que congregan diez millones de habitantes, no los 17 millones de la provincia, lo que sigue siendo de enorme valor electoral.

En un juego en el que las geografías institucionales y políticas se estiran como un chicle, el cristinismo deja trascender la intención de la expresidenta de competir como legisladora provincial por la tercera sección electoral, que agrupa a municipios tan importantes como La Matanza, Lomas de Zamora, Avellaneda y Lanús, donde viven cerca de la mitad de los diez millones de habitantes del conurbano.

Si esa extraña maniobra se concreta, la figura de Cristina se recortaría ya no sobre una provincia, sino sobre los partidos más poblados de ella, con cerca de 10% del padrón nacional. La hipótesis —de la que descreen propios y extraños— implica de por sí un escenario de debilidad inédito para la expresidenta, que podría agravarse si Kicillof decide anotar el Movimiento Derecho al Futuro como una lista aparte, algo que integrantes de su círculo más cercano no descartan, y para lo que están explorando sellos electorales habilitados.

Sin primarias obligatorias, las partes afirman que no hay espacio para internas en el Partido Justicialista Bonaerense, por lo que una lista de candidatos a diputados y senadores provinciales del kicillofismo puro tendría lugar el 7 de septiembre, que actuaría como interna-externa liderazgo opositor.

Aun ganando, una elección por un cargo provincial en el que Cristina se vea desafiada hasta en los municipios de su base electoral dejaría evidenciado un declive irremontable para la presidenta del PJ nacional, silla a la que accedió a empujones a fines de 2024. Nada que no sea una victoria abrumadora —en una proporción no menor a 8 a 2 sobre un contrincante kicillofista en esa interna-externa— y muy nítida sobre cualquier postulante de las derechas sería útil para Cristina. Ni siquiera en ese caso serían improbables derrotas de candidatos de su signo en las otras siete secciones electorales bonaerenses, con capitales tan propensas a triunfos no kirchneristas como La Plata, Mar del Plata, Trenque Lauquen, Bahía Blanca o San Isidro.

Una foto que piensan en La Plata

Esa foto está siendo pensada por parte del entorno del gobernador. En ese club, algunos afirman que hay que pensar en diciembre, cuando el agua electoral haya corrido y comience a rodar la política hacia 2027. La meta es llegar edificado a esa instancia y ello —en el análisis de algunos kicillofistas y axelistas— incluye un porcentaje de votos tal que podría incluso ser no ser victorioso, pero daría sustentabilidad a un proyecto presidencial autónomo. Parado sobre un porcentaje propio en la principal provincia argentina y habiendo sobrevivido al desafío a los Kirchner, extremo tachado como imposible por todo el arco político un año atrás, Kicillof podría emprender su camino sin negociar cada paso.

Con la mira en Alberto, Kicillof no quiere obtener la candidatura presidencial del peronismo basada en una conversación en un living de Cristina.

Otro desafío supone la obligación de abordar las respuestas pendientes. Milei propone una distopía individualista, sin Estado, sin memoria, sin trama social, donde las criptoestafas sean celebradas y la ciencia sea ridiculizada. Se verá si su voluntad de “odiar lo suficiente a los periodistas” termina en una autocracia o algo por el estilo. ¿Qué propone el peronismo?

El eje Patria-Cámpora narra los doce años con un Kirchner en Casa Rosada como quien consume la que vende. Resalta sus logros, saltea sus déficits y promete un retorno a una panacea 2003-2015 que es leída por el tercio de la población que no votaba en aquellos años como una ilusión o una farsa. Alberto Fernández quedó neutralizado por sus propios méritos y la turbia denuncia presentada por Fabiola Yáñez, mientras Massa se llamó a silencio, al principio, en forma voluntaria, y ahora, porque no encuentra un espacio propicio para que su voz sea escuchada. No por nada congeló la idea de publicar un libro ya escrito sobre sus memorias en el Ministerio de Economía. Más allá o más acá, surgen imitadores de la violencia de los Milei que resultan atractivos para los streamings.

A Kicillof le cabe una responsabilidad menor —no inexistente— que a los nombrados a la hora de explicar el último gobierno peronista, pero mucho mayor si pretende construir una alternativa a los ultras.

Por ahora, más allá de su honestidad personal, ciertas políticas públicas meritorias en una provincia bajo fuego de la Casa Rosada y la convicción política de resistir a los Milei, el gobernador no esboza las famosas “nuevas melodías”.

Los axelistas dicen que hay tiempo, una ilusión que hasta en los papeles suena temeraria. 

SL

slacunza@eldiarioar.com