QUÉ ESCUCHAR

El que siempre está llegando

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Llueve en Buenos Aires mientras escribo esta columna. Acabo de escuchar “Responso”, el requiem que Aníbal Troilo grabó para Homero Manzi en 1951, con orquestación de Astor Piazzolla. Es el amanecer del viernes. Es la hora en que, según las leyendas, Aníbal Troilo se acostaba. “A las nueve de la noche del lunes 18 de mayo, la cola de los que pretendían dar su último adiós a Pichuco, se había vuelto un anillo en torno al Teatro San Martin”, publicaba la revista Crisis en su número de julio de ese año. María Esther Gilio y Vicente Zito Lima habían recorrido ese anillo recogiendo los comentarios de esas personas que lo conformaban. Una de ellas, una mujer, contaba: —Yo estuve en la función del sábado. Yo quería ir a saludarlo, pero mi esposo es tímido, no quiso. Cuando él dijo: ‘Gracias Buenos Aires. Aguantame un poco más’. Yo me puse la mano sobre el corazón y pensé: ‘Escuchalo, Dios mio. Escuchalo’. Dios no quiso“.

Un año antes –la entrevista fue publicada en esa misma revista en septiembre de 1974–, Gilio había conversado largamente con el bandoneonista. “Creo que soy un hombre bueno”, contestaba él ante la pregunta “¿Y cómo es usted?”. Troilo estaba enfermo. Caminaba “un poco al bardo”, en sus propias palabras. Y actuó hasta tres días antes de morirse, a los 60 años y pareciéndose ya a una estatua de sí mismo. Decía, en aquella entrevista, que trabajaba toda la semana, salvo los domingos. Contaba, con orgullo, refiriéndose a sus dos entradas en el show: “Le voy a alcanzar un detalle. Ayer me hice 55 minutos en la primera vuelta. Después me mandé dos whiscachos y me hice la segunda.” “¿Por qué va?”, preguntaba la periodista. “¿Cómo?”, inquiría él en respuesta. “–Sí, dice que está enfermo. Quiero saber si va porque es responsable o por qué.”, explicaba ella. Y él respondía: “La gente me quiere. No se puede describir.” 

A veces, cuando tocaba, parecía que lloraba. Y dicen que de allí venía su apodo. Que Pichuco, como lo llamaban, venía de picciuso, que en napoletano quería decir “llorón”. Troilo murió hace medio siglo. “Sur”, “Garúa”, “Responso” y, claro, ese fraseo en que una nota creaba su propio universo, en que todo quedaba colgando del hilo de ese sonido sin tiempo, siguen siendo los mismos. “Alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando!”, recitaba en “Nocturno de mi barrio”, grabado en 1969 a dúo con Ubaldo De Lío en guitarra eléctrica. Ese, el que siempre está llegando, no es un solo Troilo. Son por lo menos dos o tres. O más. El autor. El que eligió a los mejores orquestadores y el que trabajó sobre esas orquestaciones –la “goma de borrar” de la que hablaba Piazzolla– para darles el sello definitivo de su orquesta. El maestro de cantantes, el que actuó y grabó con los más grandes –Francisco Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Raúl Berón, Roberto Goyeneche– que, invariablemente, junto a él fueron los mejores. El que introdujo violoncello y, más tarde, también viola, en la orquesta de tango. El que tuvo a muchos de los instrumentistas más notables –el contrabajista Kicho Díaz, los pianistas Orlando Goñi, Jose Basso, Carlos Figari, Osvaldo Manzi y Osvaldo Berlingieri–. El que inventó al cuarteto típico con guitarras y contrabajo como una cumbre de la música de cámara. El único, en un género marcado por fanatismos y rivalidades irreconciliables, que fue respetado y querido por todos. El que unió la sutileza y la roña.

Piazzolla, que lo adoraba, fue quien más lo criticó. Y lo criticó porque lo adoraba. Veía en él a alguien que podía haber sido un Duke Ellington argentino y que se había conformado con el culto a su propio pasado. La crítica era injusta y tenía que ver, en realidad, con mirar a Troilo, alguien nacido en 1914 y crecido con el tango de bailes y de clubes como paisaje, con la perspectiva evolucionista de los años 50’s y 60’. Piazzolla, que había sido bandoneonista, compositor y director de una orquesta en la década de 1940 y había mutado a grupos, lenguajes y circulaciones más modernas, había participado de ambos mundos. Troilo no. Y la adoración (mutua), por encima de las polémicas, se verifica en la larga historia conjunta. Piazzolla entró en la orquesta de Troilo en 1943, a los 22 años, y ese mismo año firmó allí su primer arreglo, “Inspiración”. Entre 1950 y 1954, Pichuco grabó –y estrenó– las nuevas piezas creadas por el marplatense: “Para lucirse”, “Prepárense”, “Tanguango”, “Contratiempo”, “Triunfal” y “Contrabajeando” – compuesta por ambos en colaboración–.

En 1957 grabó “Lo que vendrá” y más adelante, varios de los temas que Piazzolla presentó con su propio quinteto, “Verano porteño” y “Adios Nonino” entre ellos. Como ya se ha dicho, es a él a quien le encarga la orquestación de “Responso”, tal vez su obra más importante y no sólo por su belleza como por el peso afectivo y simbólico que tenía la despedida de aquel junto a quien había creado piezas clásicas como “Sur”, “Che bandoneón”, “Romance de barrio” y “Barrio de tango”. La rúbrica, por otra parte, no podría ser mejor: los dos dúos de bandoneones que registraron en 1970: “Volver” y “El motivo”. Ninguno de los dos, en ninguna otra ocasión, grabó a dúo con otro bandoneonista. Y si faltara una prueba más, allí está la Suite Troileana que Piazzolla escribió al enterarse de la muerte de quien había sido su mentor.

La discografía de Troilo está, como sucede con casi todo el tango, desordenada. No se consignan datos, se mezclan distintas épocas, el sonido es, en la mayoría de los casos, espantoso, y abundan las antologías con nombres tan poco imaginativos –y confusos– como From Argentina to the World. Destacan entre ellas, por el ordenamiento meticuloso y por la cuidadosa restauración sonora, las ediciones de Lantower. Troilo 1938-1941 y Troilo 1941-1942, agrupan los registros originales en discos de 78 rpm, con los comienzos de la orquesta y piezas magistrales como “En esta tarde gris”, con la voz de Fiorentino, o, con el mismo cantante, el estreno de “Malena”, del que se incluye, además, una toma alternativa inédita. Troilo 1957-1959, por su parte, agrupa los registros con Goyeneche y Ángel Cárdenas como cantantes (también publicados en su momento en placas de gomalaca de 78 rpm) y refleja uno de los períodos más luminosos de la carrera de Troilo y del sonido de su orquesta. Algunas rarezas –el dúo de Goyeneche y Cárdenas interpretando “La flor de la canela”– y clásicos absolutos como “La bordona”, “Danzarín” o el mencionado “Lo que vendrá” hacen de la escucha de esta edición algo inevitable.

Troilo había comenzado su carrera con el Cuarteto del 900, junto al acordeonista Feliciano Brunelli, Elvino Vardaro en violín y el flautista Enrique Bour. Después, en 1937, fue parte de la orquesta gigante que el pianista Juan Carlos Cobián organizó para los carnavales. Cinco meses después, dos carteles en la puerta de la boite Marabú, anunciaban: “Hoy debut: Aníbal Troilo y su orquesta” y, en un cuarteto de rima endeble: “Todo el mundo al Marabú/ la boite de más alto rango/ donde Pichuco y su orquesta / harán bailar buenos tangos”. A partir de allí, el bandoneonista y su orquesta no se detuvieron nunca. Y las grabaciones dieron buena cuenta de esa trayectoria. Dos tempranos registros en 1938, para Odeon; un primer período en la RCA Victor, entre 1941 y 1949; un lapso en un sello independiente, T-K, entre 1950 y 1956, que incluye las primeras apariciones de Goyeneche como cantante y los primeros registros del Cuarteto con Roberto Grela como guitarra solista; las grabaciones para Odeon entre 1957 y 1959 y el segundo período en RCA Victor, entre 1962 y su última grabación de estudio, el disco ¿Te acordás polaco?, de 1971.

Existió en Cd una integral de lo registrado por TK –con muy mal sonido de origen y sin trabajo de restauración alguno– pero no figura en las plataformas de streaming– y sí existe la que agrupa lo publicado por RCA Victor, posiblemente, junto con la de Goyeneche, una de las ediciones más faltas de criterio de la historia discográfica. Más allá de la ofensiva compresión extrema a la que sometieron a las grabaciones, como único tratamiento, el ordenamiento del material es absurdo y transgrede todos y cada uno de los criterios posibles. En el caso de los registros en 78 rpm –originalmente discos con dos temas– no solo no sigue un orden cronológico (a pesar de que sí consigna en sus folletos las fechas de grabación, un mérito, hay que decirlo) sino que los agrupa, sin ninguna necesidad, ya que se trata de Cds, en falsos LPs, de no más de 35 minutos de grabación. Podría pensarse que buscó llevar la obra de Troilo en ese sello al formato del disco de microsurco en 33 rpm, que es en el que el bandoneonista desarrolló gran parte de su carrera. Pero el disparate perpetrado con los LPs originales, publicados a partir de 1962, echa por tierra esa presunción: allí no se respetan ni los títulos ni el orden de los temas que los artistas y sus productores habían elegido en su momento.

Más allá del dislate –al disco Troilo-Grela. Cuarteto típico hay que buscarlo como Pa’ que bailen los muchachos y al fundamental For export, de 1963, se lo encuentra como Lo que vendrá– el material musical es extraordinario. Van aquí, también, las primeras grabaciones con Grela, en cuarteto y en trío, realizadas entre 1953 y 1955 para TK. La edición es mala –incluso falta un pedazo de un tema, “Sobre el pucho”– pero la música es maravillosa. Y, como bonus track, una pequeña lista con dos de los tangos que Troilo grabó más de una vez, con cantantes distintos, como para comparar (y disfrutar).

En su conversación con Gilio, Troilo contaba cómo, en el último cuadro de una revista en el Teatro Odeón –por el 58, decía–, se juntaban todos los que habían participado, con Horacio Salgán en el piano, Ciriaco Ortiz y él en bandoneones y Edmundo Rivero cantando y no podían parar. “Mirá que era el cuadro número veInte y veníamos de zapar los diecinueve anteriores. Pero nos entendíamos tan bien que al menor amague de aplauso seguíamos y seguíamos. De a ratos nos mirábamos con Salgán y decíamos: ‘¡Pensar que además nos pagan!’.” Después, Pichuco, o Buda, o El Japonés, como lo llamaba indistintamente Zita, su mujer, tiraba del brazo de la entrevistadora, acercándola a él, y le decía, bajando mucho la voz: “Tengo unas ganas de morirme que no puedo más”.

 

DF/MF