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Escombros planetarios

Cuerpos extraños en el Sistema Solar: lo que nos enseñan los objetos que nos visitan desde el espacio profundo

Impresión artística del aspecto de Oumuamua.

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Lo que para usted es una simple lucecita que se mueve en una pantalla para los astrónomos es la noticia del año. A finales de esta semana, como adelantó elDiario.es, los telescopios de todo el mundo se fijaron en una de estas luces, que resultó ser un nuevo cometa procedente de fuera del Sistema Solar al que ya han bautizado como 3I/ATLAS, el tercer intruso cósmico que detectamos después del asteroide Oumuamua (2017) y el cometa 2I/Borisov (2019).

Estos misteriosos objetos viajan en la oscuridad del vacío cósmico durante millones de años, rebotando gravitatoriamente de un sistema a otro como bolas en una máquina de pinball. Hasta que, de vez en cuando, uno de ellos entra a toda velocidad en el Sistema Solar, cargado de información sobre cómo se fabrica el material celeste allá fuera, y dispara nuestra imaginación.

En 2017, cuando se detectó ese primer objeto interestelar en forma de puro llamado Oumuamua, los astrónomos lo vieron rebotar y acelerar más de lo esperado, lo que desató las especulaciones sobre la posibilidad de que se tratara de una nave alienígena. Muchos medios y algún investigador de prestigio con ganas de llamar la atención, como Avi Loeb, enloquecieron con el tema, aunque se demostró que había explicaciones mucho menos fantasiosas.

Estos objetos son fruto de auténticas carambolas entre las estrellas y a la vez son eslabones perdidos, soñados objetos de tránsito y contacto entre distantes sistemas planetarios

Josep Maria Trigo Investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC/IEEC

Tras el paso de Borisov en 2019, un cometa con características más parecidas a los miles que orbitan alrededor de nuestro Sol, las aguas se calmaron. Y el nuevo I3/ATLAS, con mucha más pinta de cometa que de nave espacial, nos devuelve al camino de la cordura, aunque quedan un montón de incógnitas científicas por resolver igual de fascinantes. “Estos objetos son fruto de auténticas carambolas entre las estrellas y a la vez son eslabones perdidos, soñados objetos de tránsito y contacto entre distantes sistemas planetarios”, apunta Josep Maria Trigo, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC/IEEC. “Explicando su origen y naturaleza aprenderemos de los procesos que los originaron”.

Como mosquitos en el parabrisas

Nuestros telescopios solo pueden ver estos cuerpos cuando son lo suficientemente grandes o están lo suficientemente cerca como para reflejar la luz del Sol. Dos características los delatan: una órbita hiperbólica, desligada de nuestra estrella, y una velocidad endiablada, mucho mayor que el resto de habitantes de nuestro vecindario. “Estos objetos han abandonado su sistema y para ello han alcanzado una velocidad mínima de escape que les permita abandonar la influencia gravitatoria de su estrella”, apunta José María Madiedo, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC).

Este último objeto, detectado en primer lugar por los telescopios del sistema ATLAS en Chile, viene disparado a unos 68 kilómetros por segundo (unos 250.000 km/h). “Una velocidad muy similar a la que tendría un cuerpo que ha penetrado mucho en el Sistema Solar acercándose al Sol, a pesar de que ahora está muy lejos, a la altura de Júpiter”, comenta Madiedo.

Desde del observatorio del Teide, el equipo de Javier Licandro, del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC), siguió el recorrido de 3I/ATLAS desde el primer minuto y él y su equipo ya están obteniendo información muy interesante: ese puntito que se mueve en la pantalla es en realidad la enorme nube de gas y polvo, de unos 25.000 km de largo por 22.400 km de ancho, que va dejando el cometa a medida que se acerca al Sol. Su cola queda justo detrás de nuestra vista. “En este caso se extiende hacia atrás, con lo que no podemos medir su tamaño”, explica el científico. “Es como querer medir el largo de un coche que vemos de frente. Cuando pase más cerca, y lo veamos de costado, podrá hacerse”.

“Tanto Borisov como Oumuamua eran bastante pequeños”, recuerda Julia de León, astrofísica del IAC experta en asteroides. “Aunque todavía hay mucha incertidumbre, parece que este tendría un núcleo cometario bastante grande, por encima del kilómetro”. Esto no quiere decir necesariamente que nos vaya a dar más información, advierte, pero el hallazgo es muy prometedor. “Lo verdaderamente alucinante es que hayamos detectado tres en tan poco tiempo, porque son diminutos y el espacio es inmenso: es como localizar un mosquito en mitad del océano Pacífico”.

Vienen a toda castaña, porque en realidad nosotros vamos a toda castaña. Es como si nos hubiéramos encontrado en el camino con el bicho que se nos pega en el parabrisas

Javier Licandro Investigador del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC)

Sobre la velocidad de nuestro encuentro, Licandro relativiza. “Vienen a toda velocidad, porque en realidad nosotros vamos a toda velocidad”, argumenta. “Es como si nos hubiéramos encontrado en el camino con el bicho que se nos pega en el parabrisas. Basta con que estos objetos se escapen de su estrella y se queden deambulando en el espacio interestelar. Si justo pasamos por ahí, nos lo vamos a encontrar”. “El Sistema Solar se mueve”, añade René Duffard, experto en asteroides del IAA-CSIC. “El Sol y todos sus acompañantes giran alrededor de la galaxia y en ese movimiento es normal que el sistema se lleve por delante material formado y expulsado en otras estrellas”.

Escombros planetarios

¿De dónde vienen entonces estos misteriosos objetos? Sabemos, por la física de Bachillerato, que un cuerpo que recibe un impulso en el vacío puede estar viajando potencialmente para siempre, de modo que pueden ser muy antiguos y venir desde muy lejos, aunque los principales candidatos son las estrellas más cercanas.

“En el Sistema Solar la mayoría de los asteroides ocupan una región que conocemos como el cinturón de asteroides y los cuerpos de hielo, los progenitores de los cometas, ocupan otras regiones en la zona externa, como la nube de Oort”, asegura Licandro. “Estamos estudiando estructuras similares en otras estrellas, donde no puedes ver los cometas y asteroides individuales, pero sí puedes puedes ver el anillo en que estos objetos se producen”.

Los científicos creen que estos objetos podrían proceder de estructuras parecidas a nuestra nube de Oort y que muchos sistemas en formación sueltan estos ladrillos primigenios a su paso. “Los cuerpos interestelares detectados hasta ahora parecen proceder de estrellas situadas en el disco galáctico delgado, quizás procedentes de estrellas jóvenes que sufren procesos dinámicos internos de reestructuración por dispersión gravitatoria en sus respectivas nubes de Oort”, explica Trigo. “Hay modelos que calculan que cada estrella debería haber eyectado aproximadamente cinco masas terrestres en forma de planetesimales”, destaca Eva Villaver, astrofísica y subdirectora del IAC.

Hay modelos que calculan que cada estrella debería haber eyectado aproximadamente cinco masas terrestres en forma de planetesimales

Eva Villaver Astrofísica y subdirectora del IAC

“Como parte de la evolución de nuestro propio Sistema Solar, cuando un objeto pequeño, como un asteroide o cometa, se acerca demasiado a un planeta o al propio Sol, puede ser expulsado del sistema”, observa Duffard. “Si este fenómeno pasó en nuestro Sistema Solar, también podría haber pasado en otros. Así como hay planetas errantes que no están girando alrededor de ninguna estrella, ya sea porque fueron expulsados de sus estrellas o porque se formaron en soledad, también podría haber objetos sueltos, no relacionados a otras estrellas”.

El astrónomo y divulgador Javier Armentia recuerda que ya hemos sido testigos de una de estas expulsiones, dentro de nuestro propio sistema. “El cometa Bowell, detectado en 1980, se acercó a Júpiter y salió acelerado por encima de la velocidad de escape rumbo al espacio interestelar”, apunta. También hay varios objetos que ahora están en órbita solar y que se sospecha que llegaron como vagabundos y se quedaron a vivir con nosostros, capturados por su gravedad.

Quizás estos cometas son supervivientes de lugares muy especiales que han generado estas bolas de ping-pong, capaces de viajar enormes distancias y llegar a otros sistemas

Javier Armentia Astrónomo y divulgador

Para Armentia, el hallazgo de un tercer objeto de este tipo es fascinante, teniendo en cuenta todo lo que ya hemos aprendido de los dos anteriores. “Ambos pasaron cerca del Sol sin fragmentarse, lo que nos habla de la consistencia del material y podría explicar que hayan llegado hasta aquí”, relata. “Y el alto contenido en monóxido de carbono en el cometa Borosov llevó a especular con que se formara en nubes ultrafrías de estrellas más pequeñas, como las enanas rojas”, añade. “Quizás estos cometas son supervivientes de lugares muy especiales que han generado estas bolas de ping-pong, capaces de viajar enormes distancias y llegar a otros sistemas”, especula.

Otra realidad inquietante es que nunca sabremos con certeza de qué lugar concreto proviene cada uno de estos asteroides o cometas. “Se puede especular un poquito por la trayectoria de dónde vienen, de qué estrella o de qué zona, pero no se podrá determinar fehacientemente ni ahora ni en el futuro”, subraya Licandro. “Después de rebotar de un sistema a otro, la trayectoria original no tiene nada que ver y es imposible determinar de qué lugar exacto proceden”.

Una misión de ciencia ficción

Sobre la cantidad de objetos que seremos capaces de detectar, gracias a los sistemas de vigilancia planetaria como ATLAS, los expertos son muy optimistas. “Llevamos tres en muy poquitos años y ha sido gracias a que los programas de seguimiento de cuerpos cercanos a la Tierra se han expandido y están escudriñando mejor la bóveda celeste”, afirma Madiedo. “Seguro que en el pasado nos hemos perdido muchos de estos objetos y, llevando tres en tan poco espacio de tiempo, lo que podemos estimar es que no son tan raros”.

El estreno de instrumentos como la gigantesca cámara del observatorio Vera C. Rubin, en Chile, promete ampliar el catálogo y añadir entre uno y diez de estos viajeros interestelares al año. “Rubin llega mucho más profundo y verá objetos mucho más débiles, por lo que podremos ver cuerpos que pasan más lejos o que son más pequeñitos”, adelanta Licandro.

La otra gran promesa es la misión Comet Interceptor, de la ESA, programada para 2029, y que pretende colocar una sonda agazapada en el punto Lagrange 2 del Sol a la espera de uno de estos objetos para poder seguirlo y estudiarlo de cerca. Seguramente no encontraremos una civilización extraterrestre que viaje en su interior, como ocurría en la novela Cita con Rama, pero el momento será igual de emocionante y más riguroso que las fantasías de Avi Loeb y sus seguidores.

La lección que nos deja este hallazgo, reflexiona Eva Villaver, es que nos movemos en un entorno galáctico donde son frecuentes las interacciones entre estrellas y esas estrellas comparten el material con el que se forman sus planetas y nosotros mismos. “Nos produce una tremenda angustia la idea de estar solos y aislados —concluye—, pero estos pedazos de roca, de planetas frustrados viajando en la inmensidad del cosmos, vienen a recordarnos que sucede todo lo contrario”.

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