Gustavo Álvarez Núñez: “En un mundo lleno de ruido, prefiero la literatura que desconfía de las certezas”

Un libro en estado de pregunta. Desde su título, que lejos de lo asertivo propone un interrogante –qué hacer con: la duda del momento, la inquietud de todos los tiempos– Qué hago con la noche, del escritor y periodista Gustavo Álvarez Núñez, le escapa a las certezas. O mejor: las pone magistralmente sobre la mesa para ver de qué están hechas, en una novela que tiene como protagonista a Gervasio Meschengieser, un tipo que trabajó tiempo atrás como agente de prensa de grandes artistas del rock. Retirado de ese universo y cerca de 60 años, pasa sus días observando a los que, como él, fueron parte de una maquinaria que ahora eligen mirar de costado. En simultáneo, varios tembladerales lo sacuden: una pareja que apenas se sostiene, un cuerpo que le cobra facturas, un universo que le ofrece sonidos, música y escenas que le cuesta escuchar. Lo intenta, sin embargo, mientras toma notas en sus libretas, contempla a sus gatas y se mueve por un barrio que se va enrareciendo ante sus ojos.
Dividida en rounds que marcan su pulso encantador, Qué hago con la noche intercala, gracias a la gran sensibilidad narrativa de su autor, secuencias a veces crudas o muy perturbadoras con escenas diáfanas. Es que, con el mismo arrojo que ofrecen las mejores canciones, la novela se detiene en un mundo que cruje para capturar algún eco, para hacerle lugar a sus resonancias, para recatar, aunque sea por un rato, algún gesto vital en medio del ruido.

– ¿Cómo empezó Qué hago con la noche? ¿Fue una imagen, un personaje, alguna insistencia en particular?
– Siempre tuve reparos para escribir acerca del rock y su mundo como en esas novelas donde hay músicos y se va contando el lado neurótico o pasado de esas personas en términos de héroes o antihéroes. Pero sí me atraía escribir algo donde apareciese el problema de la música como horizonte porque me parecía que había algo ahí que unía y desunía gente. Casi como la política o la religión. Cuando escribo nunca sé si hay algo primigenio, pero esta vez sé que empezó mientras estuve en México una temporada: ahí empecé a tomar anotaciones y me pareció que tenía que escribir algo en relación con la música y al rock. En esos días iba mucho al Zócalo y pensaba en lo alucinante que debía ser un lugar así lleno de gente coreando una canción tuya. Creo que Paul (McCartney) contó alguna vez una anécdota de esa sensación ahí. Después volví al país y seguí pensando cómo contar algo en relación al rock. Yo tengo un gran amigo que de alguna manera es o fue la imagen de la joven promesa. Un guitarrista increíble del que todo el mundo hablaba maravillas, un tipo que iba a ser como el nuevo no sé qué en su momento. Y escribí un ensayo sobre esto, de hecho se lo mostré y empezamos a hablar mucho sobre eso que se ve como el talento perdido, sobre qué es sentir eso de tenerlo todo y no saber qué hacer con ese poder. En un punto fui escribiendo de él, pero enseguida me di cuenta de que era poco. O que iba a terminar en un atolladero y tenía que buscarle una vuelta para que esa mirada que yo tenía fuera el componente de un gran cuadro. Sin darme cuenta creo que busqué entre las personas que conozco de ese mundo, y conozco un montón, dónde estaría el personaje.
– ¿Hiciste una combinación de varios conocidos?
– En realidad me crucé con la imagen de un amigo productor, manager y agente de prensa y empecé como a tirar de un hilo. Pero nunca fue hablando de su vida sino de eso que la sociedad cree que es ese tipo de personaje de la música o de la noche. Así que trabajé mucho con arquetipos, aunque los humanicé en un punto y también fui sádico a veces. Creo que había que jugar con esa tensión y que ese gesto tenía que ver también con el ritmo de lo que estaba escribiendo: una novela donde aparece la imagen ligada al rock pero donde no hay ni drogas, ni sexo, ni rock n’ roll. De alguna manera me parecía que a todos esos elementos, no los llamaría lugares comunes sino fantasías, tenía que responderle con otra fantasía. Y en el medio yo era un poeta que escribía una novela. O por lo menos alguien que viene de la poesía y que tiene sus problemas para narrar.
– ¿Siempre fue una novela? O mejor dicho: ¿por qué pensaste en que esto fuera una novela separada en “rounds”?
– Porque era hora de tomar ese desafío. Pero era justamente muy desafiante pensar en la estructura, en qué trama le daba o cómo sustentaba la trama alguien como yo que se pelea todo el tiempo con las tramas. ¡Yo odio las tramas! (risas). Odio las novelas que son con grandes tramas o argumentos. ¡Odio los argumentos! Todo eso me parecía del siglo XIX. Tal vez porque vengo de la escuela (César) Aira, del siglo XX. O porque pienso en Martín Kohan o Fermín Rodríguez y en la idea de poner en duda el artefacto novela. Y, a la vez, no puedo perder de vista la maravilla que es la novela. Nos ponemos a leer ficción y muchas veces nos dice más cosas que la propia realidad, ¿no? Me gusta esta idea de que la escritura sabe más de uno que uno mismo. Hace poco leí a Nick Cave que decía que una canción le adelantó cosas que no sabía que iban a pasarle. Far from Me se llama, justo. Bueno, todo ese quilombo en un momento hubo que desmalezarlo y llegó a esto que hoy es Qué hago con la noche, con personajes que son mal que mal conocidos y que pueden estar a la vuelta de la esquina. Pero, a la vez, traté de darles entre malicia y sensibilidad. Todos estamos atravesados por esa tensión y muchas veces en nuestra intimidad somos muy, muy violentos aunque no podemos reconocerlo. Y en el medio hay una violencia explícita en el mundo donde vivimos que también nos lleva a tener que atravesar varios rounds todos los días.
No puedo perder de vista la maravilla que es la novela. Nos ponemos a leer ficción y muchas veces nos dice más cosas que la propia realidad, ¿no? Me gusta esta idea de que la escritura sabe más de uno que uno mismo
– Gervasio se hace preguntas todo el tiempo como “para qué escuché tanta música” o “para qué leí tantos libros”. El propio título del libro es una pregunta alrededor de qué hacer con la noche. ¿Por qué pensás que elegiste preguntas para mover la acción de la novela?
– Por ahí porque quería pensar en lo que es una novela, que siempre tiende a ser asertiva. El narrador que cuenta la acción, el drama, ese ir para adelante. Me parecía que estaba bueno ofrecer como un error en la matrix con pocas certezas. Mi novela siempre va para adelante, pero en un momento, cuando te tiene que tirar el final te deja ahí, rebotando. Pero no es que lo pensé así, creo que a ese factor lo tengo incorporado porque no soy un novelista que anota todo lo que va a pasar. Al principio la novela era un bodoque, un bosque. Se la pasé a algunos amigos para que la leyeran y ninguno me decía que era maravillosa (risas). Hasta que en algún momento me di cuenta de que había algo que pedía el texto: una estructura que fuese menos sinuosa y más transparente en su oscuridad. Porque es una novela oscura, se mete con la neurosis, con el ínfimo detalle y le da una relevancia a eso que a veces asusta. Pero meterme con todo eso me encanta, me parece que si no, no tiene sentido escribir o hay que dejarle la escritura únicamente a las almas caritativas. Y yo no pertenezco a ese mundo, no vengo de ahí, y tampoco me interesa.
– De todos los roles posibles en el mundo del rock, no elegiste al líder de una banda o a una estrella de la música. Gervasio trabajó como agente de prensa y aunque tuvo una vida llena de giras y se supone que conoció lugares increíbles, vio todo un poco de costado. Entonces es rock o fue rock, pero a la vez no tanto. ¿Por qué contar la historia desde ahí, desde ese margen?
– Porque en general ese tipo de historias te la cuentan los músicos todo el tiempo en las entrevistas. Y el pacto con esa persona es si le creés o no. Pero acá prefería esos ojos que vieron todo, que estuvieron ahí adentro, pero que no son el actor principal. En ese punto, ese gesto se emparenta con los modos en que yo vengo produciendo obra. En (el libro de relatos) Vidas epifánicas opté por todos personajes centrales de la cultura, pero en momentos mínimos de sus biografías. Algo parecido con la poesía: de algún modo estoy al margen de las grandes corrientes que hacen a los nombres de la gran poesía argentina de los últimos 30 años. Si me buscás en la poesía de los años 90, estuve y salgo en la antología que hizo Arturo Carrera, pero nadie se acuerda mucho. Tuve una banda de rock y muchos de mis colegas periodistas ni saben que hice música. Y después, si vamos al periodismo, no es que estuve en Rolling Stone. Algo bien o algo mal debo hacer (risas), no sé cuál de las dos. Pero bueno, esa cuestión de correrme la transporté al personaje. Y ya saliendo de mi caso particular, sé de actitudes similares de un montón de gente que ha hecho eso como para salvaguardarse. Después hay cosas que vienen conmigo y tienen que ver mucho con la observación. Digo, lo que traigo de la poesía es la contemplación. El poeta en general siempre tiene como un radar puesto a lo inservible, a la minucia, a lo inútil. E intenta con eso hacer algo. Esa es una suerte de enseñanza que nos dejó el haiku.
– Una de las preguntas que se hace Gervasio tiene que ver con la idea del legado, de dejar una obra.
– Sí. No tengo muy en claro por qué fui por ese lado. Pero sí, de vuelta, en este imaginar a ciertos amigos que por ahí tienen la vida hecha, yo me preguntaba cuál es el drama que los despierta a la mañana, dónde ubican la zanahoria que les quema el bocho, pero que a la vez hace que sigan vivos, cuál es el factor confianza que hace que se despierten. También, aunque esto lo veo ahora y no cuando escribía, pensar en el talento. El talento y el cuerpo, el cuerpo y el rock. Se ha visto eso de la joven promesa que es uno que tiene 15 y que era talentoso, pero después la vida, el ego, las malas decisiones, o lo que sea, lo boicotearon. ¿Pero qué pasa con el talento que por ahí no se despertó a los 15 años, a los 20, como les pasó a Luis Alberto Spinetta, Charly García o Adrián Dárgelos o Daniel Melero? Pienso por ejemplo en Federico Moura, que empezó más grande. O el Indio Solari. Sin embargo, los hacemos jóvenes todo el tiempo. Entonces aparece también esa discusión, que yo no sé si existe o no, pero a mí me parecía válida porque hay un montón de obra buenísima de escritores o de músicos que, como ya son grandes, no se les da el lugar porque no tienen el desparpajo. Esa frescura o esa cosa de romper todo que supuestamente viene con la juventud, ¿no? Más ahora, cuando la cultura rock está como medio en retirada porque la música urbana, toda una caterva de chicos y chicas y el surgimiento de todo tipo de músicas la están opacando. Han opacado al rock o lo han dejado al costado del camino, como decía la canción de Fito Páez.
El poeta en general siempre tiene como un radar puesto a lo inservible, a la minucia, a lo inútil. E intenta con eso hacer algo. Esa es una suerte de enseñanza que nos dejó el haiku.
– ¿Cómo hiciste para correrte de un lugar que era más cómodo en un punto, como el de la nostalgia?
– No sé, porque está en mi ADN no sentir nostalgia. Como dice una canción que escribí alguna vez, “hoy como ayer pienso en mañana”. Parece que es muy común que la gente diga “en mi época tal cosa”. No lo entiendo bien, me parece un embole la nostalgia. Salvo por pocas excepciones, es un embole. Cuando vos sos exitoso sabés que sos exitoso porque estás en el medio de la ola. Como el surfer, cuando está ahí arriba la está viviendo. Después podés reflexionar, pero ya lo diste todo y a veces no tenemos ese clic para decir “bueno, esto se va a pasar”. Va a pasar cuando terminás vomitando en el inodoro. Ahí. O estás en un geriátrico. O tenés que ir a la prepaga y no te cubre la rotura de un diente, ponele. Entonces bueno, ahí en ese mecanismo que se da en el arco de la memoria yo no me quería subir a la vieja gloria, nunca fui nostálgico o evocativo. Es más, si hubiera hecho el ejercicio de recordar algo lo iba a recordar mal porque tengo muy mala memoria. En uno de los textos de Vidas epifánicas recupero el título de una canción de Jona Lewie: You'll Always Find Me in the Kitchen at Parties, siempre en las fiestas vas a encontrarme en la cocina. Ese es el concepto y en eso pienso siempre: en vez de estar en medio de la pista de baile, pienso en el que se ubica a un costado charlando o mirando. Creo que el personaje de Gervasio reproduce ese tipo de arquitectura existencial y narrativa.
– Repasando algunas escenas y algunos movimientos de Gervasio, se podría pensar que la novela también podría llamarse “qué hago con la burguesía”.
– Sí, creo que algo de está trabajado. Y creo que, también, el personaje de su pareja, Sabrina, hace el contrapunto. Ella le dice todo lo que su conciencia le dice a él, pero que él no quiere asimilar o de lo que no quiere hacerse cargo. Él tiene un problema gravísimo con la palabra. Con la palabra dicha. Entonces, en su rumiar eterno, ella le pone los puntos siempre. En este sentido la novela sí entreteje las bondades, las miserias o las peripecias de ser progre burgués, ese tema con la palabra, con decir. Entreteje también esto de cómo en un punto podemos ser más dañinos que los que supuestamente son de derecha o son malos para nuestras almas bellas. Y me hago cargo, uso la primera persona del plural. Me parece que también la novela entra en esa discusión, en esa conversación, y me parece que hay que darla siempre. Porque, si no, es como quedarse con una parte de la historia y el rock como gran fantasía que es, es mostrado como algo que todo el tiempo te está casi denunciando el lado oscuro de la burguesía. ¿Y entonces, qué hacemos desde que los Rolling Stones o los Beatles se hicieron ultra millonarios y pasaron a tener esa vida distópica? Encima, en el medio, el rock arma una estructura, y creo que ahí es donde se entronca con la burguesía, con todos esos que estamos en el medio con distintas tareas. Entonces parece ser que los que formamos parte de esa estructura vivimos impunes de un montón de cosas y eso hace que seamos almas bellas y buenas. Creo que la novela se mete en ese lodazal también.
– Trabajás con canciones en dos sentidos, por un lado desde tu costado de musicalizador, por el otro porque escribís sobre música. El libro trae varias reflexiones en este terreno, alrededor de esa unidad mínima, vital y móvil que son las canciones. ¿Qué son las canciones para vos?
– Es una linda pregunta. Una canción tiene el poder de simplificarte, de sintetizarte en menos de tres minutos un montón de ruidos que tu cerebro viene llevando, que viene trabajando sin cesar. Entonces como que las canciones te ponen acá algo y te cierra todo ese runrún. Y, a la vez, una canción tiene la suerte, la particularidad diría, de unir a gente que no se conoce y hacer que sintamos que a veces somos todos bastante parecidos, bastante incompletos y bastante truncos con nuestras emociones. Sin embargo esa canción es como lo que te devuelve al centro de la sensibilidad. Las canciones, entonces, no es que dicen algo o quieren decir. Nunca me interesa el lado mensajero de las cosas, (Alfred) Hitchcock decía que eso de los mensajes hay que dejárselo a los carteros. Me pasa con alumnos en los talleres, que me dicen “yo quise decir esto”. Y a mí no me importa lo que quisiste decir, me importa lo que escribiste y todas las sensaciones que despierta eso que escribís. Las mejores canciones son esas que parece que están diciendo una cosa, pero dicen otra. Entonces, más allá de esta fábrica maravillosas de canciones que son Charly García o Luis Alberto Spinetta o Lito Nebbia, o Gustavo Cerati o Adrián Dárgelos o Daniel Melero, siempre al fin y al cabo lo que nos queda de las canciones es que nos hablaron personalmente. No sé por qué, qué mecanismo aparece ahí. Pero cuando tienen esa singularidad, cuando pasa eso, ahí entendés que hay algo que nunca entendemos, ahí ves por qué alguien escribió una canción y por qué eso está dando vueltas y por qué eso une a un montón de gente que por ahí no tenía en claro un problema determinado, pero la canción se lo terminó de cerrar o de despertar.

– En el libro y en otros de tus trabajos, hay también muchas ideas alrededor del silencio. Gervasio lo ama y lo odia a la vez. ¿Qué te pasa a vos con el silencio?
– Creo que el silencio es una actividad difícil y placentera. Y es una actividad que nos salva ante la voracidad de estímulos con los que convivimos. El silencio es un lugar donde ese estrépito frena. Y es muy difícil llegar, al final, porque estamos todo el tiempo atravesados por ruido. No sé si voluntariamente quería hacerlo en el libro, pero digamos que me gustaba la idea de incluir el silencio como una música más. Me parece que tiene una belleza particular, pensaba en John Cage, por ejemplo, y en que el silencio es un mecanismo poderoso al fin y al cabo. Porque el silencio que contrarresta a empresas muy sólidas que nos incitan a no reflexionar. Me refiero a ciertos estímulos como los algoritmos, la IA y otros. Aparece un miedo a reflexionar, que es una bisagra. Pero, qué sé yo, el silencio me encanta. El otro día Pablo Schanton me decía que en el teatro Colón la gente tose porque el cuerpo no soporta estar escuchando sentado. Que la música se escucha parado o bailando o en movimiento. Y estoy a favor. Pero el silencio tiene una particularidad, es que te habla. Todo el tiempo te habla. Y el silencio que te habla a veces es un bot de la peor calaña. Pero, cuando lográs amainarlo, cuando logras serenarlo, cuando lográs ponerlo de tu lado, me parece que te mejora la calidad de vida. Y hoy por hoy, en el marketing de las sensaciones, no es poca cosa.
Una canción tiene la suerte, la particularidad diría, de unir a gente que no se conoce y hacer que sintamos que a veces somos todos bastante parecidos, bastante incompletos y bastante truncos con nuestras emociones.
– Hablando de lo contrario, es decir, de las voces, en la novela incluís citas o voces muy diversas, que son las anotaciones literarias muy diversas que hace Gervasio. Hay citas a Cristina Peri Rossi o a Atahualpa Yupanqui. ¿Por qué decidiste incorporarlas?
– ¡Soy fanático, fanático, de los subrayados! Y me parecía que la novela es también un homenaje a los subrayados. A los textos de subrayados. A la noción de subrayado. A la idea de separar algo y que cobre otra vida. O separar algo y que, como una canción, te sintetice un rumiar. En los talleres de escritura que hago en general jugamos mucho con la frase de heladera, como las llamamos. Algo que se escribe como la frase de heladera, pero no como algo malo o negativo, sino eso que logra salir del común de la gente. Me parece que el subrayado es también un homenaje a varios autores, desde Kafka y Borges a Proust y Juan L. Ortiz. La idea de una obra que se escribe sobre otra obra que se va montando sobre otra obra. Lo que hicieron los hermanos Lamborghini, por ejemplo. Son también capas residuales que conviven con mi acto de escritura.
– En la contratapa del libro, Damián Huergo habla de una historia que se arma alrededor de la noche, la música o el amor cuando ninguna de esas coordenadas pareciera ordenar más o del todo la vida de nadie. Sumaría el factor trabajo y cierta noción de comunidad, aunque al final la novela apueste a cierta idea de futuro. ¿Qué pensás?
– Sí, me parece que estos interrogantes entran en el conflicto de la novela porque justamente la novela no es para nada asertiva. No confía en las certezas. Detesta las certezas. Y eso me parece que es maravilloso: en este mundo lleno de ruido, me interesa la literatura que desconfía de las certezas. Y eso entronca con la poesía. Pero es ese tipo de poesía que se lee caminando. ¿Viste como la tristeza que se baila? Bueno, es una tristeza que se baila la poesía que más me atrae.
AL/MG
La novela Qué hago con la noche se presenta el próximo jueves 10 de julio, en la librería Fetiche, Thames 744, CABA, a partir de las 19. El autor dialogará con Alberto Fuguet.
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