El fantasma del mal pagador: la crisis con los aliados amenaza la gobernabilidad de Milei

–¿Qué pasó? Lule dice que no quisiste agarrar para ir como cabeza de lista de diputados nacionales.
–Fue para ir segundo. ¿Y qué garantías tengo de que cumpla? Nosotros jugamos bien y acompañamos, me dejan solo.
El diálogo entre el misionero Martín Arjol y un funcionario de Casa Rosada se dio poco después de que Lule Menem y Karina Milei dejaran afuera al radical “con peluca” del cierre de listas provinciales. Tras haberse sumado al pelotón de diputados que ayudó a blindar los vetos de Javier Milei al aumento de jubilados –que derivó en su expulsión de la UCR por su respaldo al Gobierno–, Arjol quedó afuera del armado libertario. Karina y Lule, que son quienes manejan la lapicera de la estrategia electoral, lo dejaron solo y se sentió traicionado. Arjol empezó a desconfiar de la palabra del Gobierno: un mal que empieza a extenderse como pólvora entre los aliados del gobierno libertario.
El tejido de alianzas políticas del Gobierno empieza a dar muestras de descomposición. Los hermanos Milei comienzan a hacerse fama de malos pagadores y los aliados que, hasta hace solo un par de meses, daban la vida por la motosierra libertaria empiezan, ahora, a mostrar los dientes. El caso de Arjol es paradigmático porque fue uno de los primeros radicales “con peluca” que fueron corriendo a sacarse una foto con Milei en Casa Rosada y participar del asado de los “héroes”, todo para que, cuando el misionero le pidió a Lule competir en un sublema dentro de la lista provincial de LLA, le dijeran que no.

Arjol fue, además, uno de los aliados que, el miércoles, votó a favor de impulsar dos proyectos opositores sensibles para el Gobierno: el aumento presupuestario para universidades y la emergencia en el Garrahan. No fue el único: Mariano Campero –otro de los “radicales con peluca” que fantaseaba con ocupar un cargo en el Ejecutivo y que ahora ve, en cambio, que terminará siendo abandonado a su suerte en Tucumán– también se dio vuelta y votó en contra del Gobierno.
“Lo que están haciendo con nosotros no tiene nombre. Dicen que quieren fortalecer primero el partido, y después generar los acuerdos. ¿Cómo pretendes cerrar acuerdos con tantos heridos?”, masculla un autopercibido “herido” por la estrategia karinista, que prefiere llevar la marca de LLA a todas las provincias y disputar poder en los territorios antes que cerrar un acuerdo electoral con los gobernadores y aliados. Incluso con aquellos que se han plegado sistemáticamente a los deseos del Gobierno.
No hay plata, no hay lugares en las listas, no hay gobernabilidad
Un temor empieza a extenderse entre los gobernadores aliados, como Gustavo Valdés, Gustavo Sáenz, Ignacio Torres o, incluso, Alfredo Cornejo: el Gobierno trata igual a los amigos que a los enemigos. El mal humor comienza a crecer, y ya no solo porque el Gobierno rechaza sus propuestas para bajar recursos a las provincias –como el proyecto de coparticipar el impuesto a los combustibles líquidos y distribuir los ATN–, sino porque también empieza a amarretear lugares en las listas.
Si los casos de Arjol y Campero eran situaciones aisladas, anticipos amenazadores pero que más de un radical tomaba a risa, lo que pasó en Corrientes, en cambio, fue otra cosa. El caso de Valdés fue, para los gobernadores, un cachetazo en la cara.

“Lo de Corrientes es inexplicable”, repiten no solo en el entorno de Valdés, sino en el de varios gobernadores radicales que observan con sorpresa el derrumbe de un acuerdo que parecía cerrado. Ya todo estaba dado: LLA respaldaría al candidato de Valdés para la gobernación y Valdés, a cambio, cedería los dos primeros candidatos a diputados nacionales. El acuerdo parecía tan cerrado que, cuando todo se vino abajo, hasta varios operadores de Casa Rosada amanecieron sorprendidos.
¿Qué pasó en el medio? “Pidieron demasiadas cosas. Lule pide demasiado”, explican desde Corrientes, en donde denuncian que el operador de Karina demandó, primero, que el hermano de Valdés no fuera el candidato porque era “muy casta” y, luego, cuando vio que era imposible, pidió encabezar la lista de diputados nacionales. “Es ridículo, ningún gobernador te va a entregar la gestión”, mascullaban cerca de Valdés.
Una vez más, el principal apuntado era Lule Menem. “A los gobernadores los cerrás con plata o con política. Y política es listas y alianzas electorales. ¿Me explicás qué carajo me importa un concejal si lo que nosotros necesitamos es avanzar con la agenda nacional de transformación?”, se pregunta irritado un dirigente del ala caputista del Gobierno.
La interna del triángulo de hierro
Lo sucedido en Corrientes expuso, como nunca, la fractura existente entre las dos líneas políticas que conviven en el Gobierno: la de Karina Milei y la de Santiago Caputo. El ala caputista, por supuesto, no se anima nunca a acusar directamente a la hermana presidencial, sino que apunta los cañones contra Lule, a quien acusan de “privilegiar a su propia gente en las listas provinciales que en el proyecto nacional”.
El caputismo se jacta de priorizar acuerdos políticos que generen resultados a nivel nacional: la prioridad, explican, es sostener la gobernabilidad y el control del Congreso Nacional. Los casilleros provinciales son tema menor si lo que está en juego es garantizarse la mayor cantidad de diputados y senadores nacionales propios. El objetivo es tener el número para poder impulsar la agenda de reformas del Presidente y para ello, insisten, se necesitan votos.

“Que el miércoles haya habido quórum demuestra que el Congreso está fuera de control”, murmura un alfil de Caputo que observa que la seguidilla de mala praxis políticas están poniendo en peligro la gobernabilidad del Presidente. “Ese es el rubicón que tenemos que enfrentar este año: la pérdida de gobernabilidad”, advierte, preocupado.
Los operadores de Casa Rosada que abrevan en el círculo de Caputo no son los únicos que observan con preocupación la pérdida de poder del Gobierno. La propia Patricia Bullrich, que ha intercedido en varias ocasiones para negociar en nombre de radicales o ex PRO aliados, decidió correrse a un costado, preocupada por el viraje de la lógica de negociación. Muchos de sus operadores, a su vez, han decidido dar un costado: ninguno está de acuerdo con la lógica política de los Menem, pero ninguno se anima a enfrentarse abiertamente a Karina. “Es para quilombo”, explican.
El martillo de Milei
Frente al descontrol de las alianzas provinciales y la amenaza de la pérdida de gobernabilidad, un sector del oficialismo fantasea con que Milei intervenga. Es una apuesta difícil, ya que el Presidente detesta meterse en los temas “de la rosca” y delega todos esos menesteres en su hermana. “Le aburre el tema, solo le importa si impacta en la economía”, explica un dirigente libertario.
Solo hubo una ocasión en la que Milei decidió meterse de lleno en el barro de la política, y fue el acuerdo con el PRO en la Provincia de Buenos Aires. Se reunió, hace un mes, con Cristian Ritondo en Olivos y, tras casi dos horas de hablar de economía, lo miró y le dijo: “Quiero que haya un acuerdo”. Al día siguiente, se comunicó con su hermana y Caputo, y les ratificó que quería que hicieran lo posible para cerrar un acuerdo con Ritondo, a quien le tiene cariño, en PBA.
Y, un mes después, el acuerdo del PRO-LLA es una de las pocas cosas seguras en el mapa político de alianzas del Gobierno. “Milei va a bajar el martillo”, se entusiasman desde Casa Rosada, aunque sin precisar cuándo ni cómo.
Los aliados especulan con que, cuando llegue el momento de conseguir el número para ratificar los vetos de las leyes de aumento jubilatorio, de emergencia del Garrahan y de emergencia en discapacidad, el Gobierno irá corriendo a pedirles ayuda. Corriendo, arrepentido y con mejores ofertas.
MC/MG
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