Locura de Estado

El último 14 de abril, el presidente de la Nación, Javier Milei, le concedió una entrevista de 4 horas, 43 minutos y 32 segundos al programa “La cosa en sí”, conducido por Alejandro Fantino para su canal de streaming Neura.
La conversación fue una fuente inagotable de recortes que se viralizaron. Digamos que fue un yacimiento de contenidos ideológicos y retóricos que la maquinaria paraestatal de divulgación de “genialidades” que embadurna con pintura al bronce al presidente de la Nación, utilizó para sembrar las conversaciones sociales y hasta las íntimas con sus ocurrencias.
Pero el verdadero contenido de ese encuentro, que tuvo vibraciones de arte conceptual, fue su duración, un pozo ciego al que fueron cayendo esos contenidos, muchos de ellos para desaparecer. Y es que la contemplación de una charla que dure 4 horas, 43 minutos y 32 segundos es un hecho imposible de atender en su totalidad, por más tiempo libre que uno tenga.
Eso era en el fondo lo que la entrevista postulaba: su carácter inconsumible. Que nadie la vea realmente y que, ante esa imposibilidad, la maquinaria paraestatal la cuente a su manera, del modo en que se suelen vulgarizar textos extensos en abreviaciones infantilizadas, para lo que -claro- hace falta un público infantil y no en el mejor sentido, que es el que reconoce a la infancia como territorio de libertad, sino en el peor: el que asocia al infantilismo con actividades de credulidad, obediencia e inmadurez.
Esta columna quiso cumplir la misión imposible y tardía de experimentar qué podía sentir y pensar un ciudadano argentino que, estando más al pedo que limpia parabrisas de submarino, contempla esa larga y elevadísima conversación entre el presidente de la Nación y Fantino. Y como administrador vocacional de estos párrafos, me tocó afrontar el desafío. Conté hasta 10, me tapé a nariz y me sumergí en el diálogo, que arrancó con una celebración de lo que entrevistado y entrevistador acordaron en llamar “día histórico”, en alusión a la falsa salida del cepo atrapadólares. contra entrega de una nueva toma de deuda facilitada por el FMI a Luis Caputo, con la Argentina de prenda.
Acostumbrado a hundir sus espadas de goma en esa manteca que es su público, Fantino armó una historia sin supervisión teatral para hacernos creer que el pepeleo que había llevado el presidente Milei a Neura para -supuestamente- describir los milagros de la economía que pistonea al ritmo loco de su genialidad, era el resultado de un pedido expreso del propio Fantino.
El comentario de Fantino, la entonación de su voz campechana y la contención de su sonrisa por estar contrabandeando fruta remitieron derecho a un acto de falsificación. Era obvio que le estaba cubriendo las espaldas al presidente para darle a su oferta de papeleo el rótulo más pasable de demanda. Pero casi todas las actuaciones de Fantino tienen una falla. Esta también la tuvo, porque no parece otra cosa que un abuso -de confianza o de desconfianza, según cómo se lo vea- llevar al presidente a perder el tiempo 5 horas en un streaming de financiamiento fantasma y, encima, pedirle que le lleve respaldo documental, como si el delirio lo necesitara.
Recién iban tres minutos de las 4 horas, 43 minutos y 32 segundos de esa inolvidable conversación socrática, y el sanateo ya tenía su primera aceleración. Me faltaban cuatro horas, 40 minutos y 32 segundos (que no iba a vivirlos), entregado a la misión de ir al fondo del mar de Neura para traer noticias de sus bestias abisales, y ocurrió lo inesperado: el presidente acababa de estar 5 horas con 50 minutos en el streaming Carajo, hablando con el Gordo Dan.
Un imposible más otro imposible: dos imposibles. ¿Y quién podía garantizar que no habría tres o cuatro o diez? Porque puestos a arrastrarse desnudos en una competencia de servilismo “disimulado”, de las casi 6 horas del presidente con el Gordo Dan podría haberse escalado a 10 con Horacio Cabak y 15 con Jony Viale, hasta llegar a un a especie de 24 horas de Le Mans con la dupla Luis Majul-Esteban Trebuq.
Pero renunciar a la misión, que inesperadamente se duplicaba, no significa no haber recibido sus efluvios. Se supo, por esa manera de “filtrar” la indiferencia que tienen las operaciones políticas, que el presidente Milei hizo reír hasta el desmayo a esa molicie pálida llamada Gordo Dan, además de anunciar que tiene en preparación una obra de teatro llamada Juicio al capitalismo, para la que se está tramitando la autorización para su puesta en el ex Muro de Berlín.
No es posible relacionarse con todo lo que el presidente Javier Milei ofrece, y que tiene -justamente- la apariencia de una totalidad. La imposibilidad de seguirle el ritmo de cachetadas de loco es en lo que se basa la subnormalidad de Estado de su “gestión” performática. La percepción no da abasto ante semejante vértigo. Su velocidad, su voluntad y el volumen de su idealismo son los de la locura, es decir son inasimilables, especialmente cuando los números que utiliza de modo romántico (ay, ese uso poético de los números) lo ayudan circunstancialmente.
Todavía no había un solo argentino capaz de tolerar sus casi 5 horas con Fantino y las casi 6 con el Gordo Dan, que el presidente Milei ya estaba delirando de nuevo en el Latam Economic Forum, donde dijo que a los trabajadores no les pagan por su labor, sino que compran pesos con su trabajo, para luego solazarse por enésima vez con un autobombo que solo puede dar pena: “Acabo de destruir la teoría de la explotación”.
Todo es así, incluyendo el mantra que viene repitiendo desde diciembre de 2024, que dice que nos salvó de la inflación mayorista que viajaba al 17.000% anual. La inflación que viaja. Preciosa figura literaria, que recorta un hecho (en este caso: una velocidad de inflación en una unidad de tiempo breve) y lo estira, del modo en que se podría decir que, “proyectadas”, las tres medialunas que me comí en la última hora significan que por año como 26.280.
Si después de un año y medio la locura sigue siendo un valor social, es porque el fracaso de la cordura fue rotundo. Pero bajo la sombra cada vez más oscura de la paradoja que encarna (por la cual él es el gran protagonista y a la vez el personaje más superficial de su drama de poder), se alcanza a ver que el presidente Milei ya no es eterno.
JJB/MF
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