Opinión

¿Qué puede malir sal? Trece apuntes sobre César “Lolo” Regueiro, in memoriam

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1. “No tenían la llave de las puertas. Las tuvimos que romper. Nos estábamos ahogando y no nos abrían las puertas”.

2. Hace más de veinte años comencé a conocer estadios europeos, como parte de mi trabajo. En el estadio de Vallecas –el del Rayo Vallecano, en Madrid–, el tipo que nos acompañaba nos señalaba cómo las puertas alambradas que separaban las gradas del campo eran colapsables: “si hay un problema entre el público, éste puede saltar al campo para escapar. No podemos bloquearlos”. Claro: había sido lo que ocurrió en Hillsborough, el estadio de Sheffield, el 15 de abril de 1989, cuando la policía provocó una avalancha que mató a 94 personas en el acto –tres más murieron los días siguientes–, estrellados contra enrejados que no cedieron. “Y mucho menos cerrar las puertas, claro”, agregaba; había sido lo que ocurrió en la trágica Puerta 12 en el estadio de River Plate, el 23 de junio de 1968, donde murieron 71 personas estrelladas contra una puerta cerrada por la policía para “peinar” a la hinchada de Boca. Yo me reía: “en la Argentina, esas puertas están cerradas y nadie sabe quién tiene la llave”.

Ese día me enteré de otra disposición europea, también nacida de Hillsborough –hace, repito, treinta y dos años–: las puertas de un estadio deben ser las suficientes como para evacuar cualquier estadio, en condiciones normales y sin estampidas, en ocho minutos. Por eso, el estadio de Vallecas, con un aforo de 20.000 personas, tenía veintitrés puertas (contadas una por una por quien esto escribe. De todas maneras, estaban numeradas, y tenían molinetes computarizados que permitían contar cada uno de los ingresantes, enviaban la información a un control central que podía reorientar los accesos en caso de que alguna puerta desbordara imprevistamente. Los molinetes, claro, se retiraban apenas comenzaba el partido).

El estadio de Gimnasia y Esgrima en el Bosque tiene tres puertas para poco más de 20.000 asistentes. Se puede evacuar en, con suerte, una hora.

3. La policía británica, en 1989, había actuado cegada por el pánico a los hooligans: era su momento de mayor esplendor, y los policías sólo sabían pegarles sin preguntar mucho. Había mucha asistencia –era una semifinal de Copa entre Liverpool y Nottingham Forest, un clásico– y la policía empujó para que entraran rápido por el sector equivocado, que desbordó y estrelló a centenares contra las rejas. Cuando vieron el desastre, rápidamente acusaron a los hinchas de estar borrachos y causar incidentes: en inglés, dijeron cosas tales como “los inadaptados”, “los violentos”, “los falsos hinchas”.

Sólo en 2012, veintitrés años después de la masacre, una investigación parlamentaria sostuvo la tesis de la culpabilidad policial: el primer ministro Cameron pidió disculpas, aunque las víctimas –97 muertos, 766 heridos– nunca fueron indemnizadas.

Lo mismo ocurrió en Puerta 12 –71 muertos, 128 heridos–, donde ningún responsable fue identificado, ninguno de los asesinos fue responsabilizado y ninguna víctima ni familiar fue indemnizado. Pero el fútbol argentino puso manos a la obra y rápidamente cambió los números de las puertas del Monumental por letras. Nunca más habría una Puerta 12.

4. El Estadio Único de La Plata tiene una historia compleja, seguramente tapizada de corruptelas –lo construyó el peronismo bonaerense, de Duhalde a Scioli. Pero estuvo abierto desde 2003 hasta 2009, y luego de algunas reformas se reabrió definitivamente en 2011. Estudiantes lo usó mucho, Gimnasia poco: el estadio es amplio, con mucha capacidad, mucho más seguro –se evacúa en ocho minutos, como indica el estándar internacional. Pero ambos equipos prefieren refugiarse en sus propios estadios, que debieron reformar –ambos tenían tribunas de tablones. Les resultó más adecuado gastar millonadas en reformas de estadios que usar uno común y provincial, porque el fútbol argentino tiene una confianza ciega en algo misterioso a lo que llama “folklore del fútbol” y que consiste en un protocolo de barbaridades para que todo salga mal y, de ser posible, muera algún inocente.

El partido del jueves era entre dos candidatos a campeón de la Liga; uno de ellos, el local, jamás salió campeón. Qué mejor decisión, entonces, que jugar en el estadio chiquito, donde no podían entrar, de ninguna manera, todos los que quisieran ir. Lo que importa no es la comodidad, sino el orgullo, el corazón, la pasión, cosas mucho más importantes que la vida, la seguridad o la planificación urbana –un anacronismo.

5. Las puertas de entrada a un estadio son las puertas de salida de un estadio. Es como el viejo chiste de las subidas y las bajadas: la subida se vuelve bajada, y viceversa. Cuando se cierra una puerta de entrada, no entra nadie más. El problema es que tampoco sale nadie más. Los testimonios hablan de que la policía ordena el cierre: ¿quién lo ejecuta? Los testimonios hablan de candados en las puertas: ¿de dónde salieron? ¿quién los puso? ¿quién tenía las llaves de esos candados?

6. Una parte crucial del protocolo de seguridad en los estadios argentinos es el principio de que, total, no va a pasar nada. Vamos viendo.

7. Murieron 346 personas en la historia del fútbol argentino. Cinco, sólo en este año. César Regueiro no va a ser el último. Quizás, la suspensión del fútbol durante el Mundial nos ahorre algún nuevo funeral.

8. Entre 2016 y 2019, durante el gobierno macrista y la exitosa política de seguridad desplegada por Patricia Bullrich –al menos, ella acaba de decir que fue exitosa– murieron veinticinco personas. Más de seis por año. La Policía provincial, conducida por la gobernadora María Eugenia Vidal y por el jefe de la APREVIDE, Juan Manuel Lugones, les pegó a todos los hinchas que pasaron alguna vez por un estadio bonaerense. En la ciudad de Buenos Aires, en cambio, el éxito fue absoluto: por los incidentes del 24 de noviembre de 2018, en los que la policía metropolitana condujo al micro con los jugadores de Boca Juniors al encuentro de los hinchas de River, debió renunciar el ministro de Seguridad porteño. Bullrich, en cambio, sigue siendo inimputable.

Durante esos cuatro años primó el “populismo punitivista”: las autoridades entronizaron como única doctrina el principio de que la culpa de todo era de las barras bravas, con lo que su eliminación conduciría a la solución definitiva de cualquier problema de violencia en el fútbol.

Así nos fue: treinta y cuatro muertos desde Bullrich para acá. Veinticinco para Bullrich, nueve para las gestiones siguientes. Durante un año no hubo fútbol con público por la cuarentena. Por eso, afortunadamente nadie murió entre febrero de 2020 y enero de 2021.

Si fuéramos literales, deberíamos concluir que la única solución es la suspensión definitiva del fútbol.

9. Los actuales responsables de la seguridad futbolística en la Nación, la Ciudad y la Provincia son tres inútiles y tres desconocidos. En el caso de la Nación, el decreto de su nombramiento dice, explícitamente, que es designado “con autorización excepcional por no reunir el señor Candia los requisitos mínimos establecidos”. No sabemos si eso habla de su titulación profesional o de su idoneidad.

10. La AFA, por suerte, no tiene nada que ver. Ella ha vuelto a decir que “expresa su compromiso de continuar trabajando para erradicar esta clase de episodios que empañan la fiesta del fútbol”. El amigo Edgardo Imas recuerda que en 1939 se produjeron los primeros muertos por represión policial en el fútbol argentino: casualmente, en la Provincia de Buenos Aires. La AFA nunca erradicó nada –mucho menos, claro, su propia inutilidad y su inveterada complicidad.

11. En 2000, en el primer artículo que publicamos sobre la violencia en el fútbol argentino, dijimos que la policía funcionaba como otra hinchada: a la competencia masculina entre machos aguantadores, la cana le agrega palos, balas de goma, gases y, si es necesario –desde 1939 parece que ha sido necesario–, balas de plomo. La sanción de la archifamosa y comprobadamente inútil Ley De la Rúa fue sancionada luego de la muerte de Adrián Scaserra, el 7 de abril de 1985. La Ley estableció que todos los hinchas son culpables hasta que se demuestre lo contrario –el principio organizador de la política, el periodismo deportivo y la doctrina Bullrich. Pero Scaserra fue muerto por una bala policial. De la Bonaerense, para más datos. A la que siempre le dieron autonomía para establecer sus políticas, sus protocolos de actuación, sus territorios de recaudación, sus internas de poder y hasta la cantidad de efectivos que envía a una cancha –y cobra aparte por ello. Lo hizo Cristian Ritondo cuando fue Ministro de Seguridad de Vidal, lo hace Berni como Ministro de Seguridad de Kicillof.

Los antes citados, junto a Bullrich, son todos y todas presidenciables, lo mismo que lo fue Macri, que durante doce años fue la única persona en el país que afirmaba que en Boca no había barras.

12. El cuerpo de Regueiro ya está frío, y a nuestra sociedad futbolera y aguantadora se le va a pasar la indignación en dos o tres días más. Luego, votará a alguno o alguna de los que acabo de nombrar como gobernadores, diputados, senadores, presidentes, como premio por alguno de los muertos que acabo de enumerar.

13. Estamos jodidos. Estoy harto. No pienso ir nunca más a una cancha.

PA