LOS CUADERNOS DE VERANO

Memorias de un karateca outlet

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Cuando se escapa la perra uno sale a buscarla, pero cuando se escapa la mente ¿qué? Supongo que la respuesta que encontré a este dilema fue, hace ya más de quince años, empezar a hacer karate. Una amiga, Paloma Fabrikant, me dijo que ella lo practicaba (mi amiga escribía y escribe muy bien) y me mandaba mails narrando sus vicisitudes en el dojo, lo cual no hacía más que entusiasmarme. Yo había hecho boxeo durante un tiempo pero después el lugar donde íbamos cerró y quedé a la deriva.

Uno de los problemas que tengo desde que soy chico es como callar al locutor de la contra que te habla desde que te levantás hasta que te acostás. Si tengo días malos, me pongo obsesivo con determinadas cosas, supongo que es una forma de no aceptar la impermanencia, la obsesión es una conducta que intenta fijar algo en medio del caos. Si tengo días buenos y el locutor está afónico, acepto la impermanencia y me dejo llevar por el ritmo de la vida, que, al contrario de la canción romántica, no me parece mal.

La cosa es que fui a una clase de karate para ver cómo era, acompañando a Paloma y el Sensei, Mitsuo Inoue, me dijo que no me quedara mirando, que entrara al dojo, me descalzara e hiciera karate con la ropa que tenía puesta. Fue inesperado, como todo lo que te va a conmover. Por lo general, siempre es mejor lo inesperado que lo imposible, ya que lo imposible es traumático.

Pensemos en ese momento en que Jesús llega tarde para salvar a Lázaro y la hermana de éste le mete esta ficha letal: “Señor, si vos hubieras estado acá, mi hermano no hubiera muerto”. Y Jesús se ve obligado a hacer lo imposible -como sugiere una propaganda de marca de ropa deportiva- y resucita a Lázaro. Quien la empieza a pasar mal porque es horrible que una vez que estás muerto, te traigan de nuevo. Para ciertos cristianos antiguos, Lázaro terminó suicidándose, para la iglesia institucional, no. La gente no soporta el spoiler, pero nadie vuelve de la muerte.

El sensei me hizo entrar al Dojo y me dieron un pesto como pocas veces recibí. Recuerdo que quedé mareado y lo que me impactó es que durante esa hora de karate, me había olvidado de pensar en mí mismo. Me di cuenta de que quería hacer eso siempre que pudiera. Como ya era grande, me iba a costar adquirir cierta plasticidad en las piernas, y en los brazos. Me iba a costar adquirir la respiración del bebé, es decir, respirar hasta el abdomen y no la respiración de la angustia, que es hasta el pecho.

El karate es respiración, equilibrio y defensa. A grandes rasgos está dividido en kumite (que son los combates) y los katas (que son movimientos de ataque y repliegue guiados por la respiración). Los katas a veces son muy largos, con cierta coreografía que hay que recordar y es lo que más me gusta del karate.

Tanto en el combate como en el kata, en los movimientos de golpes y patadas, un karateca busca el kimé. Qué es kimé. No se puede decir. Uno ve cuando alguien tiene kimé y cuando alguien no lo tiene. Uno puede darse a una práctica intensa durante mucho tiempo y no tener kimé nunca.

Durante la pandemia se cerró el dojo y dejé de hacer karate por dos años. Para mí, el karate es aurático, no lo podía hacer por zoom.

El karate también trabaja con nuestra debilidad. Esto dice en un texto hermoso Sensei Funakoshi, quien fue un maestro legendario, poeta y calígrafo, que unificó los golpes y los katas del karate do Shotokan. Dice: “El practicante elevado sabe que la debilidad es su potencia. El practicante que se inicia, desconoce esto”.

El cinturón negro es una convención para occidentales. Porque nos gusta llenar las cosas y soportamos muy mal el vacío. Pero originalmente, el cinturón era lo único que no se lavaba de la ropa del practicante, entonces con los años se ponía negro: pero en el fondo era blanco y era señal de que uno, en el dojo, tiene que ser siempre un eterno principiante. Lo pienso en la vida diaria de esta manera: soy esclavo de todo lo que sé y maestro de lo que no conozco.

Con el paso del tiempo recibí instrucción de otros senseis geniales: Sensei Morikone, Sensei Salvemini. Todos muy pacientes y estrictos con un karateca outlet como yo.

Durante la pandemia se cerró el dojo y dejé de hacer karate por dos años. Para mí, el karate es aurático, no lo podía hacer por zoom. El martes pasado recibí un mensaje de mi sempai Alberto Sutter y me dijo que el dojo estaba abierto de nuevo, que teníamos que hacer karate con barbijo pero que podíamos ir. Fui. Cuando me arrodillé para mi primera clase después de tanto tiempo, sentí una emoción indescriptible. Me acordé de esos versos de Hugo Von Hoffmannsthal que me impactaron cuando los traduje una vez: La fuerza del círculo vence a la muerte. No porque dijera que uno es inmortal, sino porque hay algo en uno que no encaja en nada y eso es lo que se repite una y otra vez a los largo de los siglos, no tiene nombre ni ego y es liberador. 

FC