OPINIÓN

¡No al aborto! ¡Sí a la venta de bebés!

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En Argentina no solo discutimos las causas de la inflación, lo que ya es casi un deporte nacional. Los debates se han ampliado y terminamos con la compra-venta de niños (Milei) o la esterilización malthusiana/maoísta de los pobres (Espert). En esta columna quiero enfocarme en la posición de Milei. Y en las reacciones progresistas.

Sabemos que muchos libertarios son pro-mercados “incómodos” (como los de órganos), bajo la convicción de que los intercambios entre privados, sin coacción, son opciones mucho mejores que las derivadas de la intervención estatal. Pero una cosa es la teoría y otra una precampaña electoral. Y eso es lo que ocurrió con Javier Milei cuando el periodista Ernesto Tenembaum le preguntó si estaba de acuerdo con la compra-venta de niños como proponía Murray Rothbard, uno de los referentes teóricos de Milei (el que lo hizo dejar de ser un economista neoclásico y lo llevó por el camino de la Escuela Austriaca de economía). El diputado libertario, visiblemente incómodo, dijo básicamente que sí, que estaba de acuerdo, pero que la sociedad no está preparada para esa discusión, que es más bien filosófica, etc. Días antes, con Jorge Lanata había defendido los mercados de venta de órganos. 

A favor de Milei cuenta que no escondió sus ideas en pos de algún voto adicional; en su contra, que esa ideas parecen en efecto poco digeribles por la sociedad (veremos luego si tanto).

Demos primero un rodeo: mientras que Rothbard defendía el derecho de las mujeres a abortar, Milei se opone con el argumento celeste/religioso de la “vida”. El 8 de marzo de 2020, el ahora diputado de La Libertad Avanza tuiteó la imagen de una ecografía de un feto con la bandera argentina y la pregunta: ¿es varón o mujer? Y la respuesta: es un argentino. Sonaba más a nacional-católico que a libertario, pero en fin. A eso le añadió los hashtags:

#MujerEsVida #SalvemosLas2Vidas  #FelizDiaDeLaMujer.

Un usuario le respondió: “Pasaron Rothbard y Ayn Rand y se te cagaron de risa”. Se refería a la autora rusa-estadounidense de La rebelión del Atlas -best-seller sobre emprendedores heroicos y estatismo descivilizador- y al ya mencionado Rothbard. Milei, que en ese momento era menos rock star que hoy, respondió: “En la época de Ayn Rand no existía la ecografía por lo que tenía un conjunto de información menor. Por otra parte, a pesar de que los mencionados son dos gigantes, no son infalibles. Tu argumento se llama falacia de la autoridad”. 

El usuario tenía razón: el reaccionario Rothbard no construyó su argumento sobre la vida o ausencia de vida. Por el contrario, consideraba que sí existía vida pero que no era independiente, sino parasitaria, y por lo tanto, dado el derecho de propiedad absoluto de la mujer sobre su propio cuerpo, esta podía expulsar al “invasor indeseado” en caso de no ser una maternidad buscada (si era moral o no hacerlo, para Rothbard era harina de otro costal). 

“¿Qué seres humanos, si se nos permite la pregunta, tienen derecho a ser parásitos coactivos dentro del cuerpo de un huésped que no los quiere aceptar? Si ningún ser humano ya nacido tiene tal derecho, menos aún lo tienen, a fortiori, los fetos”. En síntesis, el supuesto derecho a la vida del feto no puede exigir que se obligue a la madre a realizar ningún acto positivo para salvarlo.

Pero en su libro La ética de la libertad, capítulo “El derecho de los niños”, Rothbard va más allá: los padres no tienen derecho a “agredir” a sus hijos (derechos negativos), pero tampoco deberían tener la obligación legal de alimentarlos, vestirlos o educarlos, “ya que tales exigencias serían coactivas y privarían a los padres de sus derechos”. “A los padres les asistiría el derecho legal a no tener que alimentar al niño, esto es, a dejarlos morir”, ya que nadie puede ser obligado a hacer algo que no quiera (sí a no hacer algo que quiera y que perjudique a otros).

De ahí viene la propuesta de legalizar un mercado de compra-venta de niños para equilibrar la oferta y la demanda, y el derecho de los niños a escapar del hogar y buscar otro en caso de vivir una mala vida.

Los padres deberían poder vender sus derechos fiduciarios sobre sus hijos en virtud de un contrato voluntario. En suma, -prosigue Rothbard- tenemos que enfrentarnos al hecho de que en una sociedad absolutamente libre puede haber “un floreciente mercado libre de niños”. “Esto suena a primera vista a cosa monstruosa e inhumana -admite-. Pero una mirada más atenta descubre que este mercado posee un humanismo más elevado”. 

Al mismo tiempo, Rothbard se oponía a cualquier ley contra o a favor del aborto, en virtud de su anarcocapitalismo, que sostenía que había que oponerse incluso a las leyes buenas para evitar las malas, ya que apoyar las buenas leyes solo servía para legitimar al Estado, el mal absoluto, in toto.

Milei toma el argumento rothbardiano del mercado de niños pero no lleva hasta el final su idea del derecho de propiedad absoluto sobre el propio cuerpo e introduce más bien la visión conservadora del “derecho a la vida”. La mayor parte de los “libertarios” argentinos es partidaria, de hecho, de las consignas celestes, por eso muchos siguen a Milei y a Agustín Laje, que no tiene nada de libertario. Y sin duda, hablar de comprar y vender niños no fue muy acertado para el economista: la indignación fue desde católicos hasta progresistas.

No obstante, la extensión de la gestación subrogada y la forma en que funciona (con elección de bebés a la carta y ferias de alquiler de vientres) se parece bastante a “comprar” niños. Aunque las parejas heterosexuales tienen más opciones de países, en el mundo gay también se ha extendido, con cada vez menos discusión, esa práctica bajo una idea absurda del “derecho” a la paternidad.

¿Cuánto se diferencia todo esto de un “mercado de niños”? Aunque en la mayor parte de los países no es legal, en los hechos las subrogaciones en el extranjero sí lo son. ¿Es más grave Milei hablando “filosóficamente” de la compra-venta de niños o Marley mostrando los que “compró”?. ¿Es más indignante el discurso libertario que la publicidad del alquiler de vientres en las marchas del orgullo gay, como viene ocurriendo año tras año en España con el colectivo “Son nuestros hijos”?

Hay dos formas de pensar los “exabruptos” libertarios: una, como un alerta sobre cómo corren peligrosamente los límites de lo decible/aceptable; otra, como una oportunidad para reflexionar sobre cómo esos “extremos” ya conviven entre nosotros. Y cómo también desde el progresismo los fuimos normalizando o aceptando como inevitables. O directamente, cómo los terminamos por ignorar.

PS