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OPINIÓN

Lo que no fue

Raúl Alfonsín

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Hay gente para la que cada crisis es una oportunidad. Esos son los peores. El que se dio cuenta de esto es Jorge Leandro Colás, que hizo “Viedma, la capital que no fue”, el documental sobre el intento fallido del gobierno de Raúl Alfonsín en 1986 de trasladar la Capital Federal a la Patagonia. En lugar de competir con la nostalgia a la que nos convocan una variedad de series y películas ambientadas en los ’80, “Viedma” grita, pero en un susurro, que en esta tierra no hay solaz ni lecciones, ni oportunidades. Ni luces al final del túnel. Que los fracasos, fracasos son.

La cámara sigue de espaldas a un hombre de alrededor de cincuenta y que camina entre ramas, charcos, ruedas de tractor. “Lo que me acuerdo es que fue un día de semana, porque falté al colegio, me dejaron faltar al colegio ese día.” El hombre es Gonzalo Álvarez Guerrero, hijo del ex gobernador de Río Negro, Osvaldo Álvarez Guerrero. “Nos asomamos al río y mi padre nos dijo ‘Acá es donde va a estar la futura capital de la Argentina’”. El hijo ya no es el hijo, la escuela, la mañana, las visitas de Alfonsín que él presenciaba desde el costado, los pedidos para que fuera a comprar puchos o hacer fotocopias. Nada. Álvarez Guerrero padre murió en el 2008, Alfonsín un año después. Lo único que permanece es el río y la costa agreste, intocadas por una capital que nunca existió.

En una entrevista, el director de “Argentina, 1985”, Santiago Mitre, dijo que quizás había querido “hacer una película de algo que salió bien.” Colás, definitivamente, no. Las decisiones artísticas son inobjetables, cada uno crea sobre lo que se le ocurre. Aquello que crea, en cambio, está ahí para ser absorbido en su totalidad. “Viedma” es la historia de un fracaso categórico, unos pocos años en los que una idea de alcances transformadores profundos se hace trizas contra las imposibilidades políticas y materiales. Desde un televisor viejo apoyado en el piso aparece Alfonsín y su famosa frase (famosa para unos pocos de nosotros), “es indispensable crecer hacia el sur, hacia el mar y hacia el frío.” Nunca crecimos, ni hacia el sur ni nada.

El proyecto se pegó una piña contra las condiciones materiales. El mérito y defecto de Alfonsín: la primacía de la imaginación política, ignorar el tiempo que nos ha tocado.

Desde el desosegado presente, “Viedma” es el documental sobre fracaso mayor de la democracia, el de un país que culmina cuatro décadas de transición peor que cuando comenzó, sin sueños asociados a la imaginación política. Más pobre y desigual, materialmente desvencijado, estrellado doscientas veces contra el piso y liderado por una confederación de psicópatas. Argentina: un país más pobre que sí mismo cuando empezó esta aventura. No le fue como a Noruega, claro. Pero tampoco como a Bolivia o Brasil. El traslado de la capital era el sueño de un poder político que se percibía a sí mismo como capaz de transformar, contra cualquier adversidad, la realidad en la que se inscribía.

No sucedió. El proyecto se pegó una piña contra las condiciones materiales. El mérito y defecto de Alfonsín: la primacía de la imaginación política, ignorar el tiempo que nos ha tocado. Alfonsín empujaba la capital al sur como si estuviera dirigiendo a Brasil en los ’50, cuando se construyó Brasilia. Colás muestra: Una conferencia de prensa en Viedma en la que Alfonsín acompaña al presidente de Brasil, José Sarney, que trae su experiencia de ayer, su apoyo del pasado.

El documental, por alguna razón, se apega a eso, a la materia que la imaginación ignoró, las fuerzas productivas. Colás muestra: los planos detallados y la maqueta en la que nuevos puentes peatonales y bicisendas preanunciaban la nueva olas, sistemas de calefacción hidráulica, sistemas de desagüe, barrios para los obreros de la construcción, funcionarios evaluando el precio de expropiación de una chacrita, vecinos entusiasmados, diplomáticos extranjeros desembarcando para evaluar dónde estarían sus residencias, intendentes sobrepasados, periodistas recordando sus primicias de antaño. Los protagonistas de este documental son los arquitectos. Hoy que la profesión luce su lado fatal, sepultureros de sueños con anteojos sin marco y profesionales billionarios volando alto de la mano de la gentrificación y el lavado de dinero, los arquitectos de “Viedma” son canosos y no siempre tienen los dientes en buen estado, están cansados y después de haber hecho centenares de planos reimaginando Viedma al calor de Alfonsín jamás volvieron al sur.

Quisiera un documental que me contara un poco más sobre la génesis del proyecto de trasladar la capital, la ambición total, la imaginación al poder, la relación entre los intelectuales que en parte concibieron la iniciativa (Juan Carlos Portantiero y Emilio De Ípola), el andamiaje político sobre el que debía correr la iniciativa y el propio presidente. Pero “Viedma” es sólo la verdad. En esa trama urbana que tomó forma entre el 86 y el 87 para morir en la orilla, Álvarez Guerrero padre está como Sancho Panza cuando Don Quijote le regala la gobernación de la inexistente isla de Barataria y él se encuentra aprisionado entre la tareas de funcionario y la realización de que eso que va a gobernar es, literalmente, nada. Todos protagonistas de lo que no pasó. 

“Viedma” dice poco, su lectura es implacable. Como “El Juicio”, otro documental enorme, atado a la materia, pelota al pie. Colás se hace cargo de Wittgenstein y asume que lo que puede mostrarse no puede decirse. Sin una palabra de más. A contramano de “1985” pero también de “El amor después del amor”, a contramano de la oportunidad y de la esperanza, de los arcos narrativos redentores. “Viedma” es una escena desoladora. En el charco lleno de yuyales donde debía estar la nueva capital y con el que comienza la película, en los barrios a medio construir y en sus habitantes conviviendo años después con la mierda y el agua podrida saliendo de las cañerías, con los periodistas escandalizando.

Argentina rompió su pacto fundante del 83, forjó una nación en la que comer, curar y educar siguen siendo, de distintas formas, una pesadilla.

El retorno volitivo a la década del 80 es el retorno al último momento en el que cultura e imaginación política se forjaban bajo la idea de progreso. Quizás solo una biopic de Charly García podría desafiar ese falsete. La lectura de la realidad en “Viedma” es implacable, no escandalosa. Es la mirada de un mundo que, como dijo en algún momento Sergio Chejfec, “se representa literariamente en voz baja”. Mientras los famosos despiden a la transición en las redes sociales, Colás muestra su velorio: Ernesto Urcera, el intendente de San Antonio Oeste que recibió a Alfonsín como un héroe porque su pueblo se integraría al futuro complejo urbano como “la playa de la capital de la república”, releyendo su discurso a los 82 años, sin voz, ni playa, ni capital. “Sólo me queda decir, Gracias, gracias señor presidente!” Au Revoir Les Enfants, los jóvenes de ayer miramos hacia atrás sin poder eludir la trayectoria que ese “atrás” tuvo hasta hoy.

Argentina rompió su pacto fundante del 83, forjó una nación en la que comer, curar y educar siguen siendo, de distintas formas, una pesadilla. Argentina no es un país más verde ni más próspero ni con consensos más extendidos que hace cuatro décadas. En el medio del incendio también es un país más feminista, es decir, más libre, con derechos y garantía impensados ayer nomás. Es un país que, aún cambiado, sigue siendo el mismo. En el que la capital federal sigue siendo Buenos Aires, exponencialmente desbordada en sus suburbios.

Hacia el final de este archivo de historia Argentina que construye Colás con paso tentativo, con el país en llamas, un periodista le pregunta a Alfonsín en 1989 si aún cree que va a poder entregar el mando al próximo presidente en la nueva capital. “No sé si llego, voy a tener que ir a una carpa”, dice el ex Presidente esforzando un chiste. En los ojos brillosos de un Alfonsín en perpetua retirada, hay un adiós a la esperanza.

Quizás no sea una mala idea ver el documental entre un episodio y otro de “El amor después del amor”. No tanto para añorar todo lo que la serie ha puesto ahí para ser añorado, sino para recordarnos a nosotros mismos que dentro de cien o doscientos años, cuando nadie se acuerde del traslado de la capital ni de la calamidad de país que le sucedió, alguien todavía escuchará “Parte del Aire” partido de dolor en alguna esquina de Buenos Aires.

ES

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