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Perfil

Una despedida a Melina Furman, gurú generosa e involuntaria de la enseñanza en la Argentina

Melina Furman, reconocida divulgadora e investigadora del Conicet

Ernesto Semán

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En las décadas que vienen, estudiantes de distintos lugares del mundo tendrán buenas clases de las que saldrán con horizontes amplios, herramientas para enfrentar el mundo, ideas para pensarse en un mundo incierto. No todos llegarán a saber lo mucho que tiene que ver en todo eso la influencia del trabajo de Melina Furman en sus profesores y maestros.

Convertida en una especie de gurú involuntaria, capaz de aplicar sus décadas de investigación en la enseñanza de la ciencia a la resolución de casi cualquier situación que ocurriera en un aula, éramos muchos los que le llevábamos nuestras cuitas esperando la solución mágica.

Recibía la queja por un curso tan corto en el que “encima se pierde una clase entera en presentaciones orales”, para responder: “Si empezás diciendo ‘se pierde’ seguro que no va a salir bien.” La presentación de un tema del programa podría tener una forma que los tiente a pensar el conjunto (terminaría siendo imaginar el índice de un libro basado en los temas de la clase); podían armarlo entre dos estudiantes en lugar de individualmente; reemplazando la pasividad de los otros alumnos con la evaluación entre pares. Lo importante, decía, es que puedan llegar a volcar una idea propia, no transformarlo en un espacio de frustración. “Así sí,” aprobaba al final, para aclarar: “Igual, la primera vez no te va a salir tan bien.”

Melina Furman, quien falleció el viernes último tras dos años de lucha contra un cáncer, tenía 49 años, había estudiado biología en la Universidad de Buenos Aires y luego un doctorado en la Universidad de Columbia, en Nueva York, enfocado en la enseñanza de la ciencia. Desde entonces y hasta su muerte, la enseñanza se transformó en su práctica, su objeto de estudio, el centro de su escritura, sus reflexiones y su creciente presencia pública. Aunque su investigación y su foco era la enseñanza de la ciencia, la profundidad de su reflexión y la capacidad para expresar sus ideas de formas accesibles la convirtieron en una referencia también para quienes nos dedicamos a la docencia en el área de las humanidades.

El trabajo que desarrolló en los últimos quince años rescataba el gesto fundacional de la curiosidad en el proceso de creación de conocimiento y el rol crucial de los educadores en guiar esa producción. Era evidente en programas de televisión de ciencia para chicos o en las charlas TED dirigidas a docentes. Ese mirada, incluyendo el enorme éxito de sus libros, influyó debates académicos y la práctica misma de la enseñanza tanto en América Latina como en Estados Unidos y Europa. Aulas de Estados Unidos, España, Noruega o la Argentina cambiaron tras la lectura de sus textos. Como bien observó Sebastián Campanario en La Nación del sábado, docentes de Uruguay y Chile respondieron para un trabajo de próxima publicación cuál era su autor o autora de cabecera para mejorar su enseñanza: Melina Furman fue por lejos el nombre más mencionado.

 Pero tanto como su formación e ideas, una de las virtudes radicales de Melina Furman fue pararse naturalmente como el contrapunto del arquetipo global de la sala de profesores, en la que docentes de todo tipo se quejan de los estudiantes, que no son lo que ellos imaginan que deberían ser; de las condiciones de trabajo, que son muchas veces terribles; del tiempo robado a la investigación, que perciben en competencia con la enseñanza; del futuro, al que no logramos imaginar. En lugar de sumirse en esas frustraciones, o de negar su existencia, a ella le sirvieron para hacerse preguntas sobre la mejor forma de disolver esos obstáculos y, en el camino, repensar la idea misma de la enseñanza. Un motor clave de esa búsqueda y de las respuestas creativas para los desafíos que los docentes enfrentamos en el aula era tomarse en serio a los estudiantes y sus necesidades.

“Empezar una clase explicando con claridad qué queremos ver en las próximas dos horas, pero no olvidarse de retomar al final que era aquello que habíamos prometido”.

“Terminar la semana con cinco minutos en los que los estudiantes puedan sintetizar en un párrafo qué les quedó de esas clases, qué preguntas les surgen. Sí, pero arrancar la semana siguiente con esas preocupaciones, sino les vas a confirmar que lo que dicen y quieren no tiene importancia”.

De toda su obra, que se extiende desde los textos hacia los escenarios y las pantallas, uno de sus producciones más trascendentes es (y será) “Enseñar Distinto. Guía para innovar sin perderse en el camino”, el libro que publicó por Siglo XXI en el 2021. Las más de 300 páginas concentran la sabiduría de décadas de trabajo aplicado, lecturas y reflexión de una forma profunda e innovadora, invitando a los lectores (en su mayoría, pero no sólo educadores) a pensar y repensar sobre cada decisión que tomamos alrededor del aula. La edición del libro refleja y hace brillar la creatividad del texto. Una lectura posible entre tantas, la mía, es organizarlo alrededor de unas 26 preguntas que se hace la autora combinadas con ejercicios, reflexiones, ilustraciones, ideas prácticas para las clases, para las evaluaciones y para el propio proceso de aprendizaje de los docentes.

Aunque la preocupación de Melina Furman era sobre todo la educación en los niveles básicos, su mirada sobre la creación colectiva del conocimiento y sobre cómo esa creación no implicaba relegar el lugar del docente y de su experiencia sino al contrario, lo tornan en una herramienta útil para todos los niveles. Es difícil planificar una clase exactamente de la misma manera antes y después de haberlo leído. La autora podía afirmar con sólidos argumentos que “construir una cultura de pensamiento en el aula y en la escuela implica incluir de manera sostenida en nuestras clases instancias que fomenten la curiosidad, el mirarse hacia adentro, la colaboración con otros”. Pero la arenga se sostenía en las páginas siguientes en el trabajo denodado del docente, en las formas efectivas de transmitir y de recibir información y experiencia en el aula, en la solidez de la formación profesional.

“Que se sorprendan en el trabajo de campo, en la visita al museo. Sí, muy lindo todo, pero si no tienen las herramientas no se van a sorprender: se van a distraer. No necesitan sólo divertirse, no necesitan un payaso, a veces necesitan construir las herramientas para divertirse; para eso está el profesor”“.

“Terminar la semana con cinco minutos en los que los estudiantes puedan sintetizar en un párrafo qué les quedó de esas clases, qué preguntas les surgen. Sí, pero arrancar la semana siguiente con esas preocupaciones, sino les vas a confirmar que lo que dicen y quieren no tiene importancia”.

 No hace falta ser un gran ser humano para contribuir al conocimiento, no es un mandato universal. Pero en su caso, la empatía con la enseñanza y con sus protagonistas era una extensión del cariño con el que construyó su mundo personal y profesional. Fue una persona generosa y afectuosa al extremo. Su capacidad de dar no estaba siempre en relación con los merecimientos de quienes nos beneficiamos de su presencia, sino con una forma amorosa de entender al mundo y a las personas que lo ocupamos, a veces, por un momento tan breve.

Su producción fue extensísima, en un periodo muy breve. Aún si Melina Furman hubiera vivido cien años, le habría quedado tanto por aportar. Vivió mucho menos, pero sembró generosamente, para que podamos disfrutar de sus palabras aún después de su partida.

DM/ES

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